La participación popular en la Gesta

Por Emilio Abad Ripoll  (Publicado en la Revista Hespérides del Mando de Canarias, número 187, julio-septiembre de 2011).

Introducción

          Quizás una definición bastante aproximada de la Gesta, si se nos solicitara, podría ser la siguiente:

               “Fue la victoria del General Gutiérrez, al frente de las unidades regulares del Ejército Español, las Milicias Canarias y el pueblo de Tenerife, contra las fuerzas invasoras del Contralmirante Nelson.”

          Y observarán que escribo lo de “pueblo tinerfeño” y no exclusivamente “pueblo santacrucero”, pues como tantas veces ha dicho la Tertulia Amigos del 25 de Julio por bocas y escritos de sus miembros, fue toda la isla de Tenerife la que participó en la defensa del entonces llamado Lugar y Puerto de Santa Cruz, si bien es lógico que, a escala vecinal, estuviesen mucho más involucrados los santacruceros que los demás habitantes de la isla. Aunque, como sabemos y recordaremos en estas líneas, también corrió por nuestras calles sangre de hombres que habían nacido incluso muy lejos de la sombra del Teide.

          Bien es verdad que, como en cualquier obra humana, la Gesta se compone de luces y sombras, pero en conjunto es mucho más luminosa que sombría, y que si hubo hechos despreciables -deserciones, huidas, cobardías, escaqueos,…- cuando ello sucedió en el pueblo sencillo se debió más a la incultura que a posturas premeditadas de no colaboración en la defensa común y a la confusión de los primeros momentos con la difusión de la noticia de la supuesta muerte del General Gutiérrez.  A lo largo de estas líneas quisiera ser capaz de dar brillo y luz, de resaltar, aquellos aspectos organizativos y operativos en que fue fundamental la cooperación del pueblo, así como también recordar otros hechos aislados, espontáneos, que ayuden, mejor que de cualquier otra forma, a comprender los sentimientos que albergaban aquellas sencillas almas de nuestros antecesores de hace algo más de dos siglos.

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Cuadro  1

  

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Cuadro 2

  

          A lo mejor sólo bastaría con el repaso de los dos primeros cuadros –los de Honor, los que recogen los muertos y heridos por nuestra parte- que acompañan este trabajo, pues en ellos comprobamos la aparición de muchos paisanos y milicianos. Por cierto, esperamos que muy pronto puedan los tinerfeños, y quines nos visitan, leer los nombres de los que dieron la vida por la libertad de esta tierra cuando el Monumento a los Héroes de la Gesta se reubique frente al Auditorio, sobre los restos de la Batería de San Francisco, que pasará de su penosa situación actual de casi vertedero a lugar ajardinado y embellecido.

          Pero hemos hablado antes de destacar otros momentos y hechos, y eso es lo que haremos desde este momento.

La actuación del Cabildo

          Para comentar este aspecto me baso en el trabajo de dos contertulios, Pedro Ontoria Oquillas y Juan Tous Meliá, que se expusieron en la Casa de los Capitanes de La Laguna en julio de 2009.

          Saben ustedes que al comenzar la década de los 90 del siglo XVIII estuvimos en guerra (la tristemente famosa del Rosellón) contra Francia. El General Gutiérrez, entonces recién llegado a Canarias, confeccionó a principios de 1793 un Plan de Defensa que en aquella circunstancia no se aplicó, pues los franceses no intentaron ninguna acción contra el Archipiélago. Pero al declararse de nuevo la guerra, ahora contra Inglaterra, a finales de 1796, Gutiérrez, con escrito de fecha 1 de febrero de 1797, se dirigió al Cabildo para informarle que había dispuesto que entrara de nuevo en vigencia el citado Plan, por lo que encomendaba vivamente al principal órgano de gobierno civil de la isla, el propio Cabildo y único ayuntamiento existente según la organización administrativa de la época, que debía prestar la máxima colaboración y ayuda a los Coroneles de los Regimientos de Milicias (los 5 Regimientos de que luego hablaremos), sin que fuese necesario enviar para cada caso un “aviso expreso”.

          El día 22 de julio, apenas tenido conocimiento del desembarco inglés por la zona de El Bufadero, el Corregidor, don Josef de Castilla y Laeza, convocó inmediatamente Cabildo, que se reuniría con carácter abierto y permanente mientras persistiese la peligrosa situación. Lanuza Cano, en su obra Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife, recoge, entre ese día 22 y el inmediato 25, innumerables partes, oficios y órdenes emanados del Cabildo o recibidos en el mismo, todos ellos relacionados con su cooperación o participación en las operaciones de defensa. Pedro Ontoria selecciona 19 de esos documentos, por parecerle de singular importancia, mientras que Juan Tous hace lo propio con 21 disposiciones. Naturalmente, por razones de espacio, no los vamos a recoger aquí, sino únicamente comentarlos a vuela pluma.

          Lo primero fue, lógicamente, tocar “al arma y arrebato” para reunir a todos los paisanos útiles de la ciudad y pagos de su jurisdicción, despachando oficios a los alcaldes de todos los pueblos para que hiciesen congregar y remitir el mismo personal a la capital, La Laguna. Y también, enseguida y siguiendo las directrices del Comandante General, se despachó una partida para tomar las alturas de Valleseco antes de que pudiese hacerlo el enemigo, y 6 cañones a la zona de Gracia para evitar la penetración por La Cuesta.

          A continuación,  el Cabildo pensó en algo que guarda una íntima relación con una frase que en nuestros años de cadetes leíamos al entrar en el gran comedor de la Academia General Militar, y que Cervantes había puesto en boca de don Quijote apenas iniciada por éste su primera salida:”que el peso y cuidado de las armas no se puede llevar sin el buen gobierno de las tripas”. Por ello, el Cabildo ordenó hacer inmediato acopio de víveres y pan para los combatientes. Se puso en marcha un plan de suministros de pan hacia las unidades que ya estaban desplegadas desde aquel mismo día 22, para lo que se “movilizaron” todas las panaderías de La Laguna y alrededores, e incluso a particulares que disponían de los utensilios necesarios para producir el vital alimento. A la vez recababa del Comandante General que le enviase a La Laguna, con los mismos carros y ganadería que bajaban el pan confeccionado y otros alimentos, unos 3.000 barriles de harina fruto de una presa hecha recientemente que se encontraban en la plaza.

          Y poniendo por pasiva un conocido refrán, no sólo era bueno estar “con el mazo dando”, sino que tampoco sobraba el “a Dios rogando”, por lo que se mandaba a todas las iglesias se hiciesen rogativas a su Majestad Sacramentada para que “se digne libertarnos de un asedio y de las fatales consecuencias que pueden resultar”. Y como el alimento espiritual también era importante, el Vicario (don Santiago Bencomo) destinó sacerdotes y confesores a las zonas en que había tropas y paisanos aprestados a la lucha.

          No se olvidó tampoco el apoyo sanitario, pues se ofreció el Hospital de Nuestra Señora de los Dolores y cuantos arbitrios y medios dependiesen de él, así como la actuación de médicos, sangradores y enfermeros.

          A buen recaudo había que poner los caudales públicos y otros de los barcos surtos en la bahía; y así se hizo. Era preciso también acoger a los cientos de personas (ancianos, mujeres y niños) que huían de Santa Cruz, y alojarlos o facilitarles la continuación de su viaje a otros pueblos del interior.

          Hay dos detalles, en que se combinan tal celeridad en la respuesta y tanta eficacia que a todo el que le haya tocado lidiar con asuntos logísticos le llamarán la atención. El primero es el tema del calzado. Muchos de los milicianos que se iban incorporando a Santa Cruz el día 24 desde todas las partes de la isla, venían prácticamente descalzos como consecuencia de las largas caminatas. Pues bien, a la una y media de la tarde de ese día se recibía en el Cabildo la orden del General Gutiérrez de que se remitiesen 100 pares de zapatos para la tropa. A las cuatro estaba cumplimentada. Creo que sobra cualquier comentario.

          El otro punto es el simple resumen de los suministros. Hubo que alimentar a tropas desplegadas por las alturas de Taganana y Valle Seco; en la Punta del Hidalgo; en Tejina; en Bajamar; en el Valle de San Andrés; en la línea defensiva de Santa Cruz, en Guadamojete y Candelaria. Y a esos lugares se  enviaron 16.000 libras de pan, 300 de bizcocho; 7 pipas y media de vino; cantidades importantes de arroz, carnes, queso, etc. Y a lomos de caballerías, por senderos trochas y caminos pedregosos…

          Sinceramente, creo que más no se podía pedir en un país aislado y pobre, pero habitado por gentes solidarias, de las que su Cabildo fue, quizás, el mejor exponente.

La actuación de las Milicias y los paisanos

          Hay que recordar que sólo se contaba en toda Canarias, por aquel entonces, y desde hacía pocos años, con una unidad del Ejército Regular: el Batallón de Infantería de Canarias. Con sede en Santa Cruz, de unos 600 hombres en plantilla (raramente cubierta), de reclutamiento ya no exclusivamente tinerfeño, que, al acudir a las alarmas que se presentasen, eximía de esa tradicional servidumbre a los milicianos. En el Batallón se instruían también los Oficiales de Milicias y destacaba hombres a Gran Canaria y a La Palma a los mismos efectos de protección e instrucción.

          Mucho hincapié lleva haciendo la Tertulia desde hace bastantes años recordando el papel trascendental que jugaron las Milicias Canarias en la defensa del Archipiélago entre los siglos XVI y XIX, y nos hemos convertido en algo así como “la voz que clama en el desierto”, en el desierto del olvido, o lo que es peor, del menosprecio histórico, ante la falta de cualquier recuerdo hacia ellas y los miles de hombres que en ellas sirvieron durante más de 3 siglos. Pero ese es tema para otro día.

          Quizás algún lector podrá estar ahora pensando que yo les había prometido escribir sobre la actuación de civiles o de paisanos, del pueblo, en definitiva, en la Gesta, y las Milicias eran un cuerpo militar. Dejando aparte, pero sin olvidar, que los militares somos también pueblo, hay dos hechos que avalan la inclusión de las Milicias en este trabajo: el primero, que eran verdaderamente “el pueblo en armas”; el segundo que, pese a que su organización era militar y sus ordenanzas puramente castrenses, sus componentes tenían un elevado grado de lo que hoy se definiría como “amateurismo”, si no hubiese sido por la obligatoriedad de la incorporación a filas de los milicianos. Estos eran campesinos, albañiles, obreros de todas las ramas existentes en la población canaria de aquel tiempo, que no pernoctaban nunca en un cuartel; que sólo se reunían una vez al mes para hacer algo de instrucción; que casi no sabían disparar un fusil; que apenas disponían de armamento; que desde los 15 ó 16 años, hasta que eran ya muy mayores para las medias de longevidad de la época, debían acudir, a veces en los momentos más inoportunos, como en la época de siembra o recolección, a la “alarma”, incorporándose a la cabecera de su Compañía…

          Además en el siglo XVI las Milicias habían nacido “espontáneamente”; no eran más que grupos de hombres dispuestos a defender con uñas y dientes el suelo que pisaban ante cualquier amenaza de invasión. Luego irían apareciendo normas, ordenanzas y reglamentos, pero en el fondo yacía lo genuinamente popular. Y esa participación popular había sido muy gravosa para Canarias durante aquellos difíciles XVI, XVII y XVIII. En el último cuarto de ese último siglo, el XVIII, se había implantado una nueva organización miliciana que había reducido en gran manera el sacrificio de la permanente disponibilidad humana, exclusivamente varonil, pues ciñéndonos a Tenerife, de los hasta 13 Regimientos que habían existido, se había llegado a los 5 (Abona, Güimar, La Laguna, La Orotava y Garachico) que permanecían cuando iba a empezar el siglo XIX.

          También existían las Milicias de Artillería, en parte “Veteranas”, es decir, que podíamos considerarlas como Ejército Regular, y en parte compuesta por milicianos como los de Infantería, gente que acudía a su puesto cuando se la llamaba a ello.

          ¿Y qué era un Regimiento de Milicias? Pues la reunión, bajo un Coronel y una reducida Plana Mayor, de 10 Compañías de 100 hombres cada una. Una era de Granaderos, otra de Cazadores y las ocho restantes de Fusileros. Es decir, en teoría, estaban compuestas por unos 1.000 hombres.

          ¿Estaban bien preparados nuestros milicianos? La verdad es que no, pues ya hemos hablado de lo escaso de su adiestramiento militar y las graves carencias de armamento. Pero en el caso concreto de Tenerife podemos hacer una pequeña excepción. En 1793 habían marchado a la Guerra del Rosellón, acompañando al Batallón de Infantería de Canarias, las Compañías de Granaderos de los 5 Regimientos; eso sí, incompletas, pues se trató de evitar la ausencia de casados o viudos con hijos, y sus bajas, en parte, se cubrieron con voluntarios de las demás Compañías de su unidad. Cuado regresaron, dos años más tarde, se habían fogueado lo suficiente como para que a principios de 1797 el General Gutiérrez les asignase a ellas, y al Batallón de Infantería, el papel principal en la lucha contra los ingleses, si estos ponían en pie en tierra. Y por eso las hizo venir al Lugar y Puerto de Santa Cruz desde todos los lados de la isla. El Comandante General designó al Teniente Coronel del Regimiento de Abona don Domingo Chirino Soler, Marqués de la Fuente de Las Palmas, como Jefe de esa “División de Granaderos”. Pero como transcurrieron 6 meses sin que se produjera el temido ataque, el Mando se vio forzado a sustituir (la normativa imponía el semestre como tiempo máximo que los milicianos podían estar separados de su cabecera) a los Granaderos por los Cazadores de los 5 Regimientos, aunque su Jefe iba a seguir siendo el mismo Teniente Coronel Chirinos.

          Pero, ya lo hemos dicho, la plantilla de la única unidad del Ejército regular, el Batallón de Infantería de Canarias no estaba, ni mucho menos, completa, por lo que Gutiérrez ordenó que se presentaran en Santa Cruz, para reforzar el Batallón, 1 oficial y 40 milicianos de cada Regimiento.

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Cuadro 3

 

          Estudiando el Cuadro 3, obtenido de los datos que ofrecen Luis Cola Benítez y Daniel García Pulido en La historia del 25 de Julio de 1797 , podemos ver que fueron 1.029 los milicianos y paisanos (sumando a los milicianos los rozadores y los paisanos “artilleros” que intervinieron aquellos días). Claro está que serían bastantes más, pues desconocemos el número total de los que se fueron presentando en la Plaza, aunque sí sabemos, por ejemplo, que el 23 aparecieron 355 milicianos, de los que 20 eran de Tacoronte, 200 del Realejo Alto, 12 del Realejo Bajo, 22 con caballos de La Matanza, 52 de La Victoria, 26 de San Andrés, etc. Es curioso, que de esos hombres todos menos uno (un estudiante llamado Cristóbal Fernández Veraud que preferirá un fusil), iban a elegir como arma defensiva un chuzo. Y, además, tampoco están incluidos los 500 del Regimiento de La Laguna que el día 22 acudieron a cerrar el paso a los ingleses en la zona de la Cruz de Afur, por si se les ocurría, una vez en el Ramonal, internarse hacia la Ciudad de los Adelantados; y seguramente, como digo, muchos más…

          Fueron milicianos los que subieron los 4 cañones a la Altura de Paso alto la mañana del mismo día 22, y desde allí, con los franceses y los soldados del Batallón impidieron el desbordamiento de la línea de Baterías costeras; Milicianos y paisanos se unieron a la guarnición de Paso Alto;  franceses y paisanos reforzaron San Miguel; milicianos se aprestaron a defender San Antonio y San Pedro, en este caso apoyados por la tripulación de un buque correo, el Reina María Luisa, que había llegado pocas fechas antes; milicianos de la división de Cazadores se desplegaron por las playas de San Telmo; decenas de milicianos completaron las exiguas plantillas del Batallón de Infantería y, bien encuadrados y mandados por Oficiales profesionales, dejaron muestras de su valor en los combates callejeros de Santa Cruz; y los que fueron llegando a lo largo de la noche del 24 al 25 fueron constituyendo reservas a disposición del mando. Y fueron paisanos los que, a requerimientos del Coronel Jefe de la Artillería, hechos suyos por el Comandante General, fueron seleccionados por el Alcalde Real para formar parte de las mermadas dotaciones de sirvientes de pieza en las casi 20 baterías; y fueron paisanos los componentes de las Rondas de las que hablaremos enseguida, y, con los pilotos y marineros de los buques surtos en el puerto, hubo paisanos que constituyeron una incipiente batería de artillería de campaña de apoyo inmediato a la infantería…

          Por eso, aún cuando se empeñen algunos en resaltar las sombras del luminoso cuadro general, a mí me entusiasma, y me conmueve, ese sentimiento de unión en la defensa del terruño, de aquel roque que se llamaba y se llama, gracias a ellos, Tenerife, que quería seguir siendo parte de un ente superior, muy alejado geográficamente, porque entonces las distancias medidas en tiempo eran mucho mayores que las de ahora. Aquellos hombres, sin saberlo, estaban inspirando al poeta que escribió el Himno del Regimiento de Infantería Tenerife 49, pues se aprestaron a morir si era necesario para que en nuestras cumbres, en nuestras peñas y en nuestras fortalezas no batiera el viento otra bandera que no fuera la de España.

El Plan de atalayeros

          El General Gutiérrez estaba plenamente convencido de que el ataque principal de los ingleses, si se presentaban en las islas, sería precisamente contra el Puerto y Plaza Fuerte de Santa Cruz, tanto por la importancia comercial del primero como por la militar de la segunda; su convencimiento se convirtió en absoluta certeza cuando en la primavera del 97 se produjeron los robos de dos barcos, uno español y otro francés, en la misma rada de Santa Cruz, en las propias barbas de sus defensores, pues la impunidad con que lo habían conseguido sabía que constituiría un acicate más a los intentos británicos. Pero tampoco podía dejar sin vigilancia en unos casos o protección en otros, el resto de la costa tinerfeña.

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Cuadro 4

 

          Por ello activó un Plan de atalayeros o vigilantes, encargando a los Regimientos de Abona, La Laguna y Garachico que colocasen atalayas en las zonas y número que se ven en pantalla, con la misión de informar, mediante señales convenidas de antemano (como banderolas o humos en las horas diurnas y fuegos por la noche) de la presencia, tipo, número, rumbo, etc. de buques en las cercanías o aproximándose a las costas. Los otros dos Regimientos, el de Güimar y el de La Orotava, tenían que cubrir las playas en que existía la posibilidad de que se produjeran desembarcos. Es muy curioso (y es que no hay nada nuevo bajo el sol) que durante la II Guerra Mundial, cuando, en cumplimiento de lo ordenado por el Capitán General Serrador, el Gobernador Militar de Tenerife prepare su plan de defensa de la isla ante el riesgo de invasión aliada, también se divida la costa en sectores de vigilancia y sectores de defensa.

El Plan de Rondas y el Plan de Pilotos

          También cuando la anterior guerra contra Francia se había redactado un Plan de Rondas, que se tampoco se había ejecutado por la ya expuesta razón de no haberse producido intentona alguna por parte francesa contra Santa Cruz.

          En la primavera de 1797, y entre la pléyade de órdenes y disposiciones que emanaban del Castillo de San Cristóbal, donde se encontraba el Puesto de Mando del General Gutiérrez, hallamos la enviada al Alcalde Real, don Domingo Vicente Marrero para que se actualizara el citado Plan de Rondas, Y el 1º de mayo, el Alcalde, reunido con los Diputados de Abasto, los Síndicos Personeros y el Escribano cumplimentaban la orden del Comandante General, enviándole un Plan que fue aprobado por S.E.

          El Plan de Rondas no era en inicio más que un sencillo Plan de Protección Civil diseñado para, en caso de invasión, “evitar insultos, incendios y otros desórdenes”, como por ejemplo el pillaje. En él se detallaba la constitución de 6 Rondas y una Reserva (ésta bajo el mando del propio Alcalde), quedando todo el conjunto a la inmediata disposición del Comandante General. El puesto de mando se situaría en la Plaza de la Pila, donde se disponía que hubiera “cuatro lechos con cuatro hombres destinados a cada uno para conducir enfermos a los hospitales”. Se encomendaba a las Rondas, cuestión fundamental en una población donde la madera era el elemento básico en la construcción, el apagado y control de incendios, para lo que se solicitaba material a la Autoridad Militar. Y se pedía a las autoridades eclesiásticas la incorporación al conjunto de sacerdotes para prestar a quien lo necesitase auxilios espirituales.

          La población quedaba divida en dos partes, Norte y Sur, por la calle del Castillo. Cada una de esas partes se subdividía a su vez en 3 sectores o cuarteles, que se encomendarían a cada una de las Rondas.

          Los componentes de las Rondas aparecen relacionados con nombres, apellidos y expresión de su cometido, en función de su profesión. Esas relaciones nominales fueron sufriendo modificaciones como consecuencia de imponderables (enfermedades, ausencias, incorporaciones a otros puestos o destinos dentro del despliegue general, etc...) por lo que cuando ya los ingleses habían subido a La Jurada y obligados a reembarcar, en aquella jornada de tensa espera que fue el día 23 de julio, el Plan se actualizó. Su resumen de efectivos lo pueden repasar en el Cuadro 5.

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Cuadro 5

 

          En ese estadillo no se incluyen ni los empleados de rentas, ni los escribanos y sus escribientes, ni los boticarios, panaderos y asistentes de los hospitales. Ni tampoco a quienes, por deformación profesional logística, denominaríamos como Unidad de Transportes, es decir, los arrieros, para los que se fijaba un lugar de concentración con sus animales al oeste de la Batería de San Pedro, quizás por la zona donde hoy está la fuente de Isabel II.

          Hay que destacar que de entre los muertos, hubo 3 de los incluidos en el Plan de Rondas: Don Carlos Rooney, que era el enlace a caballo del núcleo de Reserva; don Antonio de la Torre, también del mismo núcleo y muerto en la calle de las Tiendas cuando se dirigía al almacén de víveres sito en la Plaza de la Pila; y don José Mariano Calero, perteneciente a la 2ª Ronda de la Parte Sur.

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Cuadro 6

 

          Y vamos  hablar un poco del Plan de Pilotos o de las Rondas de Mar. A lo largo de las Relaciones van saliendo retazos por los que se pueden averiguar que había varios buques surtos en la bahía santacrucera en las fechas que nos ocupan. De entre ellos destacaba la presencia de la fragata Princesa, también conocida como la San José, de la Real Compañía de Filipinas, que había llegado al puerto hacía varios meses y que transportaba un valioso cargamento, puesto a buen recaudo en La Laguna por orden del Comandante General tras el fiasco del robo de la Príncipe Fernando. El apoderarse de la Princesa fue, como conocen, el principal argumento esgrimido por los ingleses para justificar el ataque, como si para tan menguado provecho fuesen necesarios casi una decena de barcos, con 3.000 hombres y varios cientos de cañones, bajo el mando de un Contralmirante.

          Pero había, como digo, más barcos, en concreto los que se recogen en el Cuadro 6. No eran buques de guerra, por lo que no cabía, ni en sueños, que se pudieran enfrentar a la potente escuadra que acechaba por nuestras aguas. Deberían quedarse anclados lo más cerca posible de la costa, interfiriendo lo menos posible el fuego de las baterías costeras, para evitar lo sucedido en ocasión de otra histórica intentona inglesa contra Santa Cruz (la de Blake, en 1657), y con sus tripulaciones, en las que figuraban pilotos que eran profesionales bastante instruidos, totalmente inactivas. Esta circunstancia no podía pasar desapercibida para el General Gutiérrez y su Plana Mayor, y, por ello, el Comandante General encargó al Capitán de Puerto, don Carlos Adán, que le organizase unas partidas o cuadrillas con la misión fundamental de vigilar la costa y el puerto y a las que él iría encomendando funciones según la evolución de los acontecimientos. De hecho, varios de los pilotos, adiestrados en las siguientes semanas por oficiales de Artillería en el muelle y sus aledaños, se convirtieron en flamantes Jefes de Pieza y con su gente fueron utilizando, con éxito y acierto, los cañones “violentos” en los combates callejeros de la madrugada del 25.

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Cuadro 7

 

           En el Cuadro 7 tienen un resumen numérico (en el Plan figuran también las relaciones nominales) de lo que fue el Plan de Pilotos o de las Rondas de Mar que el Capitán de Puerto presentó el 14 de mayo para aprobación al Comandante General, lo que éste haría dos días después. Y ocurrió un incidente digno de mención. Una copia del Plan había sido remitida por Gutiérrez al Alcalde Real para conocimiento; don Domingo montó en cólera y se quejó amargamente ante la  Autoridad Militar de que el Sr. Adán se tomase atribuciones que no le correspondían e incluyese en aquellos listados a gente que él ya tenía designada para las Rondas urbanas. El Comandante General contestó al alcalde que allí quien disponía de la gente y le asignaba misiones era únicamente él mismo, por lo que no cabían disensiones ni pegas a un tema ya decidido por su autoridad. Y punto.

          También estas cuadrillas tuvieron el honor de ser incluidas en el glorioso cuadro de los fallecidos en aquel intento de preservar Tenerife para España. Don Domingo Pérez Perdomo, Contramaestre, perteneciente a la Primera Cuadrilla, moriría en los combates.

          Hay otras actuaciones espontáneas populares que aparecen en las Relaciones, de las que muy importante fue la de destrozar las barcas de desembarco inglesas, lo que privaba a los invasores de su utilización en caso de retirada. Pero baste ya este repaso a lo que autoridades civiles y pueblo, en colaboración estrecha con autoridades militares y Ejército, hicieron en aquellas gloriosas jornadas.

Las mujeres

          Pero existieron otras protagonistas, a veces en la sombra y en ocasiones a pleno sol, Nos referimos a las mujeres tinerfeñas.

          El destacar continuamente las escasas excepciones, saben bien que lleva a que parezca normal lo que es, insisto, excepcional. Y me explico: muchos millones de españoles, entre los que me incluyo, no hemos necesitado nunca la existencia de un Ministerio de Igualdad para respetar a la mujer y valorar y reconocer su trascendental papel como pilar de esa entidad que es la familia y de protagonismo en el devenir de la Historia. Pero en este repaso que estamos haciendo a las Relaciones de la Gesta, a las Fuentes Documentales y a otros libros, me temo que, por torpeza mía, la figura femenina ha quedado bastante difuminada, oculta por el humo de la pólvora, el ruido de la fusilería, el estruendo de los cañones, los gritos y las carreras; en una palabra, perdida en la oscuridad de la trágica madrugada del 25 de julio de 1797.

          Pero no quiero que sea así, ni tampoco me gustaría que ustedes se llevaran esa conclusión, por lo que, para terminar, quiero dedicarle a las mujeres de Tenerife el homenaje que, como consecuencia de lo que sucedió en las fechas de la Gesta, se les debe. Porque la verdad es que en ese repaso a la documentación expresada se encuentra uno en varias ocasiones con ellas, como veremos enseguida.

          Dicen que Napoleón prefería Generales con suerte, y, si esa aseveración es cierta, creo que si hubiese conocido a Gutiérrez lo habría tenido cerca de él. En otras ocasiones hemos hablado y escrito los tertulianos de los distintos acontecimientos o situaciones con que la fortuna favoreció al General reforzando la solidez de sus previsiones. Y un golpe de suerte fundamental se produjo en las primeras horas del día 22, cuando una sencilla campesina del Valle de San Andrés, “una agreste”, como la denominan las Relaciones, que venía a Santa Cruz a vender sus productos en la Recova, al pasar por Valleseco, en la difusa luz del próximo amanecer, distinguió un enjambre de barcas que se dirigían a las playas, cargadas hasta rebosar de hombres con raros uniformes. Corrió la mujer hacia el cercano Castillo de Paso Alto; a voces y pedradas alertó a los centinelas; estos lo hicieron con sus Oficiales; se dispararon 3 cañonazos que pusieron en pie de guerra a la línea de fortalezas, sonaron las campanas de las iglesias, y el Lugar entero brincó de la cama… y se abortó así un ataque por sorpresa que pudo haber traído fatales consecuencias.

          No sabemos nada de aquella mujer, ni siquiera su nombre (¿María, Candelaria, Catalina…?), edad (¿joven, madura, anciana…?) o condición (¿soltera, casada, viuda…?) pero le debemos mucho y, en consecuencia, no podemos dejar que, como tantas otras cosas en nuestra tierra, desaparezca en el olvido.

          Y si sigue uno repasando lo que sucedió horas después, cuando el infernal calor de aquel “día de Sur” comenzaba a hacer estragos entre los ingleses que habían subido a las estribaciones y las cotas más altas de La Jurada, y que no contaban para su refresco más que con cantimploras con agua, vino y ron (muchas de las cuales habían abandonado en su precipitada subida hacia las elevaciones), constatamos que no estaba sucediendo igual entre los nuestros, pues la situación de los que se encontraban frente a los británicos era distinta. Además de las  previsiones logísticas de Gutiérrez, y la respuesta a las solicitudes del Jefe de los españoles y franceses que estaban en la Altura de Paso Alto, se ha producido un hecho extraordinario.

          De manera espontánea, las aguadoras de Santa Cruz decidieron aquel día repartir el vital líquido entre sus soldados, y no en la población; cargaron sobre sus cabezas y apoyaron en sus caderas ánforas, cántaros y recipientes, y desafiando la lógica de la resistencia humana, y desmintiendo el estigma de que forman parte del “sexo débil”, treparon como cabras (y no es peyorativo, pero no encuentro otra forma de describirlo) por las escarpadas laderas de la Altura de Paso Alto, donde hoy se encuentra el Barrio de la Alegría. No creo que nadie que conozca la zona a la que me refiero dude de mis palabras si califico aquel esfuerzo de ímprobo y sobrehumano. Pero si alguien es escéptico, lo emplazo a que cargue con 15 ó 20 kilos y suba a la Altura (y eso que hoy se cuenta con carretera, no como en aquel 1797) y a las 12 ó 13 horas de “un día de Sur”. Pero no se conformaron con eso; bajaron y volvieron a subir, ahora con más agua, pan, queso, frutas…. Y las más jóvenes lo hicieron una tercera vez.

          Si eso no es la perfecta definición de la integración del pueblo con sus soldados, de comunidad en una idea de defensa del solar patrio, yo no encuentro otra mejor. Y, al igual que dije de la agreste, digo de estas aguadoras, anónimas y humildes, sí, pero con un corazón como el Teide: no podemos dejarlas en el olvido.

          Nuestro contertulio y Cronista Oficial de la ciudad, Luis Cola Benítez, escribió hace poco en un artículo titulado “Nuestras mujeres” unas frases que recogen la forma de no olvidarlas y que, de corazón, hago también mías:

               “Si del autor del Retazo dependiera, y si nuestro ediles demostraran la suficiente sensibilidad hacia estos hechos de nuestra historia, a la entrada de lo que hoy queda del castillo de Paso Alto ya habría una escultura representando a la agreste que alertó del peligro, y al comenzar la subida a la Altura un grupo escultórico en homenaje a las valerosas mujeres que contribuyeron con su esfuerzo y ánimo a la victoria lograda.

                Es lo menos que podríamos hacer en reconocimiento de la deuda contraída con nuestras mujeres”

          A lo largo de los días de la Gesta, especialmente la noche del 24 al 25, hubo muertos y heridos por nuestra parte. Todos fueron varones. Pero en el entorno familiar de los 24 fallecidos habría, sin duda, mujeres: madres, esposas, hermanas, hijas,… En lo referente a las esposas particularmente, con la pérdida definitiva de su hombre quedaban normalmente en el desamparo más absoluto, extensivo, como es lógico a los hijos del matrimonio. De algunas de ellas sabemos que el Rey les concedió pensiones. De las demás, la mayoría,… nada. Oscuro silencio en las crónicas, oscuro olvido en el que quedaron sepultados no sólo sus queridos hombres, sino ilusiones, proyectos,… sus propias vidas en definitiva.

          Y me queda aún otro grupo de mujeres. Cuando en las crónicas se habla del temor de la población ante lo que está por venir y se relata como se requisaban o alquilaban carretas y caballerías para que ancianos, niños y mujeres se pusiesen en seguro en La Laguna u otros pueblos del interior de la isla, aparece una simple línea que reza:

             “Algunas mujeres prefirieron quedarse junto a sus maridos”.

          Así de sencillo, pero así de sublime entrega. Prefirieron estar “con él”, “a su lado”, no detrás, como dice esa famosa frase que quiere alabar a las mujeres, pero desde mi punto de vista no lo consigue. Se quedaron “con él”, “a su lado”, arrostrando el peligro, los incendios, la muerte y, a lo peor, cosas peores, para defender y proteger lo que era de los dos, para cumplir lo que hacía más o menos años habían prometido ante un Cristo y una Virgen en algún altar de esta isla, de otra isla o de la lejana Península.

           Cuando en la luminosa mañana de aquel 25 de julio cada una de aquellas mujeres volviera a ver a su marido, quizás contusionado, quizás ileso, pero seguramente agotado, sucio de tierra y pólvora, para ella se abriría otra vez el valle de la esperanza. Y para él, aquel soldado, miliciano o paisano, aquel hombre honrado del pueblo español, el abrazo de ella en la Plaza de Candelaria, con el telón de fondo de la bandera de España en lo más alto del Castillo de San Cristóbal, mecida por el alisio que empezaba, a Dios gracias, a soplar, sería la confirmación de que todo -sangre, sudor y lágrimas- había valido la pena.

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