Las Guerras de Melilla (II-1909)

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Universidad de Las Palmas, 30 de septiembre de 2010).

 

II - 1909

 

GENERALIDADES

Sobre el status de Marruecos en los inicios del siglo XX

          Bastante antes de finalizar el siglo XIX, cuando el imperialismo empezaba a extenderse por África, las potencias europeas habían fijado sus ojos en el casi salvaje Marruecos.

          Por ello, todavía en 1880, se había firmado en Madrid un acuerdo internacional que garantizaba los derechos de instalación y comercio en Marruecos, y aunque a partir de entonces esa firma propició la llegada de emprendedores, misioneros y aventureros de todo tipo y procedencia, pronto estuvo claro que el interés se iba circunscribiendo a cuatro principales protagonistas:

               - Los dos vecinos más importantes: España, por el norte, y además por poseer, desde hacía siglos, Ceuta y Melilla; y Francia, por el este, pues los galos iban controlando los desiertos argelinos  fronterizos con Marruecos.

               - Los dos principales comerciantes: Inglaterra, que además sentía preocupación por el tema de Gibraltar como llave de entrada al Mediterráneo; y Alemania, que, a cambio de ceder sus supuestos derechos en Marruecos, buscaba compensaciones territoriales en otras partes de África.

          Apenas dos décadas después, Francia se colocaba en cabeza del movimiento de penetración en Marruecos, con una agresiva política expansionista, que intentaba no chocase con los intereses de las otras tres potencias. En 1902 ofreció a España una buena parte de Marruecos, creando dos Protectorados, cada uno de ellos dirigido por uno de los dos países, y con una estrecha colaboración comercial y militar entre las dos potencias colonizadoras. España, por precaución, pues se corría el grave riesgo de disgustar a Inglaterra y Alemania, no aceptó. Francia firmó entonces (abril de 1904) un acuerdo con Inglaterra, cambiando su parte de Egipto por las apetencias británicas sobre Marruecos. En el acuerdo se recogía que debían tenerse en cuenta los intereses de España, por lo que Francia se comprometía a negociar un acuerdo con nuestro país, basado especialmente en cedernos territorios cercanos a Ceuta y Melilla, y siempre informando a Inglaterra de lo que se firmara.

          Como consecuencia, el 3 de octubre de 1904 España aceptaba la cesión de una zona de influencia en la parte norte de Marruecos (la más pobre, árida, depauperada y, además, la más salvaje e ignota del país africano). Este primer acuerdo hispano francés sería refrendado y ampliado en sus principales puntos el 1 de septiembre de 1905.

          Pero Alemania no se conformó con aquella iniciativa francesa, y aprovechando la situación política del momento, en que había riesgos de enfrentamiento entre las principales potencias de Europa, presionó sobre el Sultán, incluso con la llegada del Kaiser a Tánger en un acorazado. El Sultán cedió a la influencia alemana y convocó una reunión internacional con los mismos países de la de 1880 (Marruecos, España, Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Rusia, Suiza, Portugal, Italia, Bélgica y Holanda). La conferencia se celebró en Algeciras (punto más o menos equidistante de Madrid y Rabat) y su acta final se firmó el 7 de abril de 1906, acordándose, entre otras cosas, delimitar la “zona de influencia” española, que comprendía unos 22.000 kilómetros cuadrados.

          En 1912, Francia y Marruecos firmarían el Tratado de Fez que ratificaba esa cesión de Marruecos, a través de Francia, en calidad de Protectorado.

          En 1908 había fallecido el Sultán de Marruecos, a quien sucedió Muley Hafid, que a principios de 1909 era reconocido como tal por las potencias signatarias del Tratado de Algeciras. Este hombre, desde el principio de su sultanato, mostró un claro apego hacia Francia y un absoluto desdén hacia España, a la que no atendía en sus reclamaciones para completar lo acordado en la Conferencia de Algeciras. Sin embargo, los problemas internos (entre ellos el temor a que España apoyase a El Roghi, de quien luego hablaremos) le llevaron a buscar el acercamiento hacia nuestro país, enviando a Madrid una Embajada presidida por Ahmed Ben el Muaz, para tratar los asuntos pendientes entre ambos Gobiernos, que llegó a la capital de España exactamente el 9 de julio de 1909, como veremos en unos momentos, el mismo día en que se produjo la agresión contra los trabajadores del ferrocarril minero que fue el detonante de la Campaña.

 

ANTECEDENTES

Melilla

          Hace unos minutos (Ver I - 1893) terminábamos diciendo que, tras la campaña del 93, Melilla empezaba a crecer; que nacían los barrios exteriores y el ensanche cercano a las viejas murallas, lo que daba lugar a que comenzase a configurarse la Melilla actual.

          En 1899 fue designado Comandante General don Venancio Hernández Fernández, quien va a ser una de las figuras que den impulso al desarrollo melillense. A él se debe el Parque que lleva su apellido, cuya forma trapezoidal modeló todo el entorno del centro de la nueva ciudad. Y en 1905 le sustituía el General Marina, otro de los protagonistas del ensanche. Marina se empeñó en hacer de Melilla una ciudad moderna, e iba a ser él, personalmente, quien desarrollando los proyectos de los ingenieros militares, decidiera la ubicación de barrios y el trazado de las calles y avenidas más importantes.

          La Guerra de Margallo, no lo dije antes, iba a poner de relieve una carencia fundamental: Melilla no tenía un muelle o puerto merecedor de ese nombre. Por una ley de 1902 se declaraba como de interés general la construcción del puerto de Melilla; en 1904, el rey Alfonso XIII, en la primera visita a la ciudad de un Jefe de Estado español, pondría la primera piedra de una obra que no se culminó hasta la década de los 40. Como la pescadilla que se muerde la cola, el aumento de la guarnición tras las operaciones de 1893, y el “boom” de la construcción, modesto si se quiere, pero importante para la escala de la ciudad, atrajeron nuevas gentes, comerciantes, obreros, por lo que hubo que autorizar la construcción de nuevas viviendas y nuevos barrios, pues la población alcanzaba hacia 1908 los 9.000 habitantes.

          Y en este entorno, en la primera década del siglo XX, y como antecedentes a la Campaña de 1909, hay que destacar varios hechos importantes.

La influencia de El Roghi

          Hacia 1902 apareció por la zona cercana a Melilla un extraño personaje (en la Historia de las Campañas de Marruecos, monumental obra editada en los años 50 del pasado siglo por el Servicio Histórico Militar, se recogen hasta cinco versiones distintas de la biografía de este hombre). Se hacía llamar Roghi Bu Hamara. Lo de Roghi podría traducirse por el Usurpador, o más propiamente por el Pretendiente; Bu Hamara, algo menos pretencioso, como el padre de la burra.

          Decía ser el príncipe Muley Mohamed, el Tuerto, hermano del Sultán Abd el Aziz. La patraña cundió entre los rifeños, de modo que al Sultán no le quedó más remedio que enviar a su verdadero hermano a Fez,… y contra el Roghi y sus seguidores unas fuertes mehal-las que sufrieron una derrota total.

          Por lo que respecta a las cábilas más inmediatas a Melilla, unas apoyaban al Sultán, y otras, la mayoría, al Roghi; y el resultado de todo ello fue una verdadera guerra civil, muy cruenta. En dos ocasiones más el Sultán envió fuerzas en apoyo de sus partidarios, que fueron derrotadas por las huestes del Roghi y se vieron obligadas a buscar refugio en Melilla. España deseaba mantener la neutralidad en aquellas luchas internas marroquíes y embarcó enseguida a los refugiados rumbo a Tánger La  figura del Roghi reafirmaba su total preponderancia en la zona, e instalaba sus reales en Zeluán.

          Tiene lugar en 1907 un hecho de importancia: la instalación de una factoría francesa en la Restinga, muy cerca de Melilla, (sin conocimiento, al parecer, de Francia, ni autorización del Sultán), que culminaron con el envío de un fuerte contingente imperial que ocupó la Restinga. Pero el abandono absoluto en que el Sultán dejó a sus Unidades, llevó a que sus jefes solicitasen del Comandante General de Melilla que les permitiese retirarse a la ciudad y de allí embarcar, en buques españoles, claro, hacia la zona occidental de Marruecos.

          El Gobierno español autorizó ese repliegue de las unidades imperiales hacia Melilla y el General Marina advirtió al Roghi que no podía tomar contra ellas ninguna acción, además de que, en cuanto se abandonase la Restinga, en virtud del Tratado de Algeciras de 1906, y al estar ese punto en la “zona de influencia española”, para evitar la repetición de hechos que perturbaban la paz de la región, tropas españolas la ocuparían. Así se hacía en febrero de 1908, ampliándose la ocupación, un mes después, a Cabo de Agua.

          Como ven, podemos aquí resaltar dos aspectos importantes: El primero es que El Roghi (hombre astuto y al que le interesaba si no el apoyo de España, que sabía sería muy difícil de conseguir por la presión de las demás potencias europeas, sí al menos su neutralidad en su disputa con el Sultán), aceptó la presencia militar española en el territorio marroquí sobre el que él ejercía un poder muy grande. La segunda, que era la primera vez, desde que en 1497 don Pedro de Estopiñán había tomado posesión del peñón sobre el que se había asentado la vieja Rusadir fenicia, que las tropas españolas ocupaban parte del territorio continental de Marruecos.

La creación de las Compañías Mineras

          Desde muy antiguo se sabía que muy cerca de Melilla, apenas a 25 kilómetros de la línea exterior, existían unos ricos yacimientos de plomo y otros, mucho más importantes aún, por la abundancia y la riqueza del mineral (hasta un 63 %), de hierro en la cábila de Guelaya.

          Ya en 1905 unos empresarios franceses habían establecido contactos con El Roghi para que les permitiese su explotación, pero un año después enviados españoles convencieron al reyezuelo (basando la argumentación en que los yacimientos estaban en la zona de influencia española, y apoyando aún más esa sólida argumentación con una fuerte cantidad en metálico) para que en 1907 aceptase la concesión de los derechos de explotación de las minas de hierro de toda la cábila de Guelaya en favor de una compañía española denominada “Sindicato Español de Minas del Rif”; y a otra de capital mayoritariamente francés, pero nacionalizada española, y de nombre “Compañía del Norte Africano”, el aprovechamiento del plomo del Monte Afra.

          A ambas Compañías se las autorizaba también a construir ferrocarriles, instalaciones telegráficas y telefónicas, edificios, etc. para extraer el mineral y enviarlo a Melilla, a través de cuyo puerto se distribuiría al mundo.

          La primera Compañía estaba formada por la Casa Figueroa (Madrid), la Casa Güell (Barcelona), un grupo madrileño llamado de Clemente Fernández y la Casa Macpherson de Cádiz. Al frente del consorcio figuraba un ex - ministro liberal, el señor Villanueva. La otra Compañía, la de capital francés, tenía como testaferro a un ex - ministro conservador, el señor García Alix.

La caída de El Roghi

          En septiembre de 1908 todo parecía marchar sobre ruedas en los proyectos mineros, Se habían explanado ya 17 de los 32 kilómetros de vía férrea (por cierto, una línea distinta para cada compañía), levantado instalaciones, construidas 2 estaciones y algunos apeaderos (casetas), etc... Pero pronto las cosas se iban a complicar.

          El Roghi, intentando ampliar su área de poder, había tratado de someter a varias cábilas del interior, pero no lo había conseguido. Ese fracaso menguó su prestigio entre las que ya estaban bajo su dominio, lo que llevaría a que se levantara contra él la de Guelaya (en cuyo territorio recordemos que se hallaban los yacimientos de hierro); contra él y contra lo que él patrocinaba, como las minas. Y, así, los cabileños destruyeron los edificios que se levantaban ya en Uixan y expulsaron de allí a los trabajadores españoles. Como es lógico, las obras se paralizaron.

          La reacción de Bu Hamara no se hizo esperar: castigó duramente a algunos levantiscos de varias cábilas y pidió al General Marina que se reanudasen las obras, a lo que Gobierno español, aconsejado por el Comandante General, contestó negativamente ante la falta de garantías de seguridad para bienes y personas.

          Y los hechos inmediatos dieron la razón a Marina. Septiembre y octubre iban a ser dos meses negros para El Roghi, que sufrió varias derrotas y huyó con su gente hacia Fez.

          El Comandante don Gabriel de Morales, en la obra que cité en la primera parte de mi intervención, Datos para la historia de Melilla, escrita en 1909, opinaba que España no podía tener queja del Pretendiente, hombre inteligente y astuto que había comprendido que le convenía conservar nuestra amistad. Esa armonía con El Roghi había favorecido la pacífica penetración de España en el Rif en 1908, y por eso escribía Morales que “es bien sensible que escrúpulos de delicadeza internacional que ningún pueblo más que nosotros siente, impidiera al Gobierno apoyar en octubre resueltamente con la fuerza moral, y material si era preciso, la autoridad de aquel sobre las cábilas vecinas, tan favorable a los intereses de la civilización en general y de España en particular; otra muy distinta sería hoy la situación de los alrededores de Melilla…”

          Para dejar ya de un lado la historia de El Roghi Bu Hamara, decirles que casi un año después sería hecho prisionero, cerca de Fez, por las fuerzas del Sultán. Pese a la nota que el Cuerpo Diplomático entregó al Sultán, exhortándole a tratar al Pretendiente con arreglo a las leyes del Derecho Humano, aquél, alegando que lo trataría y juzgaría de acuerdo con el Corán, ordenó que le sacaran los ojos y, encerrado en una jaula, fuese llevado por todo el imperio, de zoco en zoco, para escarmiento y advertencia. Tras aquel doloroso martirio, El Roghi fue fusilado, sus restos quemados y sus cenizas aventadas para que no quedase rastro de su paso por la tierra.

Los antecedentes inmediatos

          No había que ser un adivino para prever que tras la desaparición de El Roghi,  en la zona de Melilla sería imposible contar con la buena disposición de los cabileños fronterizos para la continuación de las obras de las minas, lo que, en efecto sucedió; pero además los acontecimientos se precipitaron.

          El 25 de mayo, el General Marina enviaba una carta al General Linares, Ministro de la Guerra, en la que le daba cuenta de que había fracasado una tentativa de la compañía franco-española para llegar desde el río Muluya a Zeluán, pues lo habían impedido los rifeños, pero que estaban dispuestos a intentarlo por segunda vez.

          Marina advertía de que si eso se producía, sólo perjuicios nos acarrearía. En efecto, si las cábilas reaccionaban actuando en fuerza y se producían víctimas francesas, sin duda Francia querría castigar la agresión, lo que tendría que realizar en territorio de nuestra responsabilidad, con la consiguiente pérdida de prestigio por nuestra parte. Y si, por el contrario, los cabileños aceptaban (seguramente con la ayuda de importantes sobornos), también nuestro prestigio quedaría en entredicho al no haber sido capaces nosotros de restablecer la situación pese a contar con el importante apoyo que suponía Melilla. De una u otra forma, haríamos un “papelón”.

          Ante la creciente tensión, por una Real Orden reservada de 1 de junio de ese mismo año, se había decidido la creación de 3 Brigadas Mixtas: la 1ª en Madrid, la 2ª en el Campo de Gibraltar y la 3ª en Cataluña, formadas en base a las Brigadas de Cazadores sitas en las mismas zonas, y para ser empleadas con la mayor rapidez posible en el lugar oportuno. A primera vista parecería más lógico que el Gobierno hubiese decidido, por razones de proximidad a Melilla, que la unidad que debiese acudir en primer lugar si algo sucedía en la zona, fuese la 2ª Brigada, la “andaluza”, pero sin embargo se decidió por la “catalana”.

          Pero el problema estribó especialmente en que las Unidades no tenían al completo ni sus Plantillas de Paz, por las sempiternas carencias económicas de nuestros Ejércitos. Para ponerlas en pie de guerra, y dado que por aquellas mismas circunstancias los excedentes de cupo no habían efectuado, como estaba legislado, la instrucción militar básica, sólo quedaban dos soluciones: O desmantelar el resto de Unidades, separando de ellas soldados que estuviesen cumpliendo en esos momentos el Servicio Militar para completar las Unidades movilizadas, o movilizar a los reservistas. Esta segunda opción fue la elegida por el Gobierno. El malestar popular fue muy grande, pues muchos de esos hombres llamados otra vez a filas, para ir a una guerra, se habían casado y en bastantes casos eran el único sostén familiar.

          El Gobierno, al tener conocimiento por el informe del Gral. Marina de las pretensiones de la Compañía hispano – francesa de reanudar los trabajos, aconsejó al Comandante General que siguiese en contacto con las cábilas, por lo que se celebró una reunión en Melilla el 5 de junio, pidiendo los representantes rifeños un plazo de un mes para recabar la opinión del Sultán sobre la citada reanudación de trabajos.

          El Mando militar, creyendo que acceder a esa dilación sería otra clara muestra de debilidad, y ante la posición de las cábilas más cercanas que hacían vehementes protestas de que deseaban seguir manteniendo las buenas relaciones con Melilla, dio la orden de reemprender los trabajos, ya que encontrándose las obras de las vías férreas aún a corta distancia de los límites fronterizos y contando con la buena disposición de los cabileños de Beni Enzar, Beni Sicar y Mazuza (que incluso se brindaban a proteger las obras) discurriría sin problemas el mes solicitado por los menos conformes. Como la respuesta del Sultán se esperaba fuese positiva, el problema podría zanjarse sin más complicaciones.

          Ante una enorme expectación en la Plaza, el 7 de junio de aquel 1909 se reanudaban sin incidentes los trabajos. En consecuencia, a algunos, especialmente en Madrid, les parecía innecesaria la aplicación de medidas militares adicionales, pero el General Marina no las tenía todas consigo. Era consciente de que se estaban empezando a recoger las cosechas y que, además, muchos jornaleros de la zona hacían lo mismo en Argelia. Eso suponía que, en menos de un mes, las posibilidades rifeñas de “reclutamiento” con vistas a un conflicto iban a ser mucho mayores, y que entonces sería el momento de las prédicas radicales.

         Por ello, el Comandante General propuso al Gobierno la ubicación de un fuerte núcleo de fuerzas entre Nador y el Atalayón, entre 12 y 15 kilómetros de Melilla. Ese contingente estaría constituido por 10 Compañías de Infantería, 1 Escuadrón de Caballería, 1 Batería de Montaña y 1 Sección de Ingenieros, por lo que, teniendo en cuenta la guarnición de Melilla en aquellos momentos se necesitaba un refuerzo inmediato de Media Brigada de Infantería (3 Batallones), 1 Escuadrón y 1 Batería.

          Pero el Ministro de la Guerra no lo autorizó, transmitiéndole de paso los deseos del Gobierno y de su Presidente, don Antonio Maura, de “no mover nuevas fuerzas ni ocupar posiciones sin motivo que suficientemente lo justificase…Mantener una actitud vigilante; estar a la expectativa para que, si se produjese la agresión, establecerse en lugares convenientes para proteger las obras, suspendiendo los trabajos hasta que el Gobierno decidiese enviar refuerzos.” Claramente se deduce de lo anterior que el Gobierno no quería, en modo alguno, que se le tachase de agresor y la orden es tajante: "No se ocuparan posiciones sin que medie una agresión previa".

          Desde la tercera decena de junio (coincidiendo con las previsiones de Marina) empezaron a menudear las amenazas contra los trabajadores, las oposiciones de campesinos a que el ferrocarril cruzase sus campos, agresiones a policías indígenas… El 4 de julio grandes piedras bloqueaban la vía férrea francesa, y el 5 se produjeron más agresiones contra policías, por lo que las Unidades de la Restinga y Cabo de Agua se vieron obligadas a efectuar detenciones.

          Y el 6 de julio, por confidentes de la zona, el General Marina supo, y transmitió de inmediato al Gobierno, que en el zoco de Mazuza se había concedido un plazo de cuatro días para que los obreros abandonasen las obras y las viviendas que ocupaban. Asimismo se había  dispuesto levantar, en los mismos terrenos del zoco, jaimas y cobertizos para acantonar la harka que debía ocupar el Atalayón y atacar a los trabajadores de las líneas férreas.

          Al día siguiente el Gobierno notificaba a Marina que había ordenado la movilización de la 3ª Brigada Mixta y el rápido envío a Melilla de Media Brigada, (3 Batallones de Infantería además del resto de Unidades de combate y apoyo al combate quedando en reserva los otros tres Batallones de Cazadores y en disposición de embarcar al primer aviso. Se planeó que la Brigada estaría al completo de sus efectivos el día 14 de julio, y que en esa misma fecha comenzaría el transporte marítimo hasta Melilla. Pero insistía en que “ello no implicaba alteración de conducta en sentido de intervención inmediata, ni facultad al Mando para precipitar los sucesos por nuestra parte”. Por otra parte, las amenazas difundidas en Mazuza habían surtido su efecto, y ese mismo día 7 ningún trabajador marroquí acudió a las obras.

          Pero las cosas se iban a complicar aún más…

 

LA  CAMPAÑA

La agresión

          En el campo marroquí, no todos se ponían de acuerdo sobre la conveniencia o no de consentir los trabajos mineros, de modo que los dos cabecillas más exaltados entre los opuestos a ello, llamados Mohamed el Mizián y El Chadly, decidieron dar el paso adelante y, con el ataque a los obreros del ferrocarril, provocar la suspensión violenta de las obras.

          A las 8 de la mañana del día 9 de julio de 1909, un numeroso grupo de rifeños, emboscados cerca de un puentecillo que se estaba construyendo sobre el barranco de Beni Enzar, a unos 6 km. de los límites de Melilla,  dispararon a mansalva contra los obreros españoles, matando a 6 e hiriendo a otro.

La reacción inmediata

          Muy cerca de los límites, en territorio español, en la zona conocida como el Hipódromo, se encontraba en retén un destacamento compuesto por 2 Compañías del Regimiento de África, con la misión de acudir en auxilio de los obreros si era necesario. Conocida la noticia de la agresión, embarcaron de inmediato en los vagones del ferrocarril de la Compañía del Norte Africano y en pocos minutos estuvieron en el lugar donde se había producido aquella. El grupo de rifeños se había incrementado notablemente y estaban decididos a hacer frente a nuestras fuerzas.

          Desde Melilla, inmediatamente, se puso en marcha una columna compuesta por 6 Compañías de Infantería (2 de la Brigada Disciplinaria y 4 del Regimiento de Melilla), la Sección de ametralladoras de este Regimiento, 2 Secciones de Caballería y la Batería de Montaña, a cuyo frente se puso el propio Comandante General.

          Además, conforme se fueron reuniendo, salieron también de la Plaza otras 3 Compañías de Infantería (2 del Melilla y 1 del África) y la Batería Montada, las Sección de cañones Plasencia, 1 Sección de Ingenieros, otra de Administración Militar y la de Sanidad. También se empezaba a preparar un convoy con municiones, víveres y agua.

          Una vez organizado el ataque a las posiciones enemigas, bajo un sol abrasador, se inició lo que aún se consideraba como una sencilla operación de castigo. A lo largo de las horas fueron cayendo Sidi Musa, Dar Ahmed, Sidi Ahmed el Hach y Sidi Alí, retirándose los moros hacia las estribaciones del Gurugú y el camino de Nador.

          Marina, a lo largo del día fue enviando avisos a las cábilas del oeste y norte de Melilla, dándoles seguridades de que ellas no serían atacadas y de que, con la acción militar emprendida, sólo se trataba de castigar a las facciones culpables.

          El difícil terreno y la empeñada resistencia rifeña, hicieron que nuestras unidades sufrieran las bajas de 6 muertos (1 Oficial) y 25 heridos (3 Oficiales). El General Marina comprendió pronto que había que tomar una arriesgada decisión: mantenerse en las posiciones ocupadas, y no retirarse hacia la Plaza, pues de nada habría servido el esfuerzo y la sangre derramada si el campo quedaba a disposición de los rifeños. A la vez fue consciente de que al día siguiente los moros intentarían recuperar las posiciones, por lo que ordenó efectuar trabajos de fortificación para mejorar sus condiciones defensivas.

          A lo largo del día, mediante telegramas, el Comandante General mantuvo al corriente al Ministro de la Guerra de lo que iba sucediendo, comunicándole por la tarde la decisión que acabamos de comentar, que fue aprobada por el Ministro en telegrama del día 10, en el que también le comunicaba que la Tercera Brigada Mixta, al completo, emprendería de inmediato viaje a Melilla, con lo que se trastocaban los planes gubernamentales. El 11 embarcaban en Barcelona las primeras Unidades y el 18 se completaba todo el transporte con la salida del Batallón Reus.

          En la citada Historia de las Campañas de Marruecos, puede uno leer unos párrafos muy ilustrativos sobre las prisas, que podían haberse evitado, del envío de refuerzos. Leo algo de uno de ellos:

                    “… por los mismos motivos de economía, ante acontecimientos ya sensatamente previstos, la orden de movilización se dio con tal urgencia que los incorporados, salvo el tiempo necesario para equiparles y encuadrarles, pasaron casi de sus hogares a los barcos que habrían de llevarles a Melilla. Hecho el llamamiento al mismo tiempo que se dispuso la organización de las Unidades, corriendo, desde luego, el riesgo, improbable ante la marcha de los acontecimientos de no llegar a ser preciso el empleo de ellas con la correspondiente innecesaria alarma de la opinión, que al fin y al cabo de manera más brusca se produjo, hubiese acarreado al principio mayores gastos, pero a la larga producido una considerable economía, porque aquellos reservistas, en más de un mes en los cuarteles, hubiesen recuperado fácilmente sus hábitos y virtudes de soldados; recordando, siquiera ligeramente, la instrucción que en su día recibieron; pasado por un saludable período de transición, y, en suma, constituido al principio Unidades más aptas para la guerra, como lo fueron al poco tiempo de campaña, lo que pudo traducirse en el envío de menores contingentes y, tal vez, en mayor rapidez de las operaciones”.

Entre el 9 y el 23 de julio

          Hace un rato dijimos que el mismo 9 de julio había llegado a Madrid una representación o Embajada del Sultán para tratar los asuntos pendientes tras la Conferencia de Algeciras. El día 11 su presidente, Ahmed Ben el Muaz, presentaba las cartas credenciales al Rey, y al día siguiente se celebraba la primera reunión con nuestros representantes en las que, así de entrada, el Muaz presentó las siguientes pretensiones marroquíes:

               a) Suspensión de trabajos en las Minas del Rif y en los caminos cercanos a Ceuta.

               b) Instalación de una aduana marroquí en el interior del campo de Melilla.

               c) Evacuación de las tropas de Cabo de Agua y La Restinga.

          ¡Y eso cuando sólo hacía tres días que nos habían asesinado a 6 trabajadores y Marina había emprendido las primeras acciones militares!  Yo estoy seguro de que cualquier otro país, Francia por ejemplo, los hubiese mandado inmediatamente de vuelta a su Tánger, pero España es diferente…

          Es destacable que aunque en los periódicos se gastasen bromas más o menos hirientes contra los enviados marroquíes, contra la delegación y sus miembros, pese al estado de exaltación que vivía el pueblo, no se produjo ninguna agresión. Ni siquiera cuando el 16 de septiembre el Majzen, es decir, el gobierno del Sultán, enviaba a los representantes diplomáticos en Tánger una nota en la que protestaba contra nuestra actuación en el Rif, negando que tuviésemos cualquier derecho a castigar la “legal” agresión, y afirmando que Marruecos, como país, no tenía la menor responsabilidad  en lo sucedido. El Cuerpo diplomático (insisto, se trataba de una débil España, no de Francia), contestó diciendo que el tema no era de su incumbencia (¿para qué servía entonces el Tratado de Algeciras?) y que debían solucionarlo directamente España y Marruecos.

          Pero España no los “mandó mudar” y las conversaciones (sinceramente, no sé de que hablarían con la que estaba cayendo cerca de Melilla) continuaron.

          Pero volvamos a lo que sucedía allí. Como es fácil deducir, en lo que es territorio español de Melilla habían quedado muy pocas fuerzas, que se organizaron como se pudo y que, sobre todo, se afanaron en preparar convoyes y en hacer todo lo necesario para el más fácil y rápido desembarco de las Unidades cuya llegada se anunciaba en breves días.

          Por lo que se refiere a los fronterizos, su actitud varió en función de la distancia a que se encontraban de Melilla. Ante el temor de posibles represalias españolas, los notables de Beni Enzar se presentaron en Sidi Ahmed el Hach y pidieron perdón al General Marina; y los de Farhana y Beni Sicar se reunieron con sus gentes y acordaron, los primeros por unanimidad y los segundos con un tercio de discrepantes, no atacar a los cristianos, e incluso montar guardias cerca de nuestras posiciones para impedir que otros las atacasen. Por ello, y para dar mayor sensación de normalidad, el General Marina ordenaba que el 11 de julio se reanudasen los trabajos de las vías férreas.

          Pero en el interior, la situación era bien distinta. Falsas noticias hablaban a los moros de una gran derrota española, lo que acrecentaba su moral; el día 14 los confidentes informaban que una harka de unos 5.000 hombres ya se encontraba preparada para atacar las posiciones españolas en una de las tres noches siguientes, y se sabía que se habían infiltrado desde Argelia más de 500 y otros 2.000 pensaban hacerlo.

          Pero el tiempo empezaba a correr a nuestro favor… El día 14 llegaban las primeras Unidades que salieron de Barcelona, aunque, por culpa del estado de la mar no pudieron desembarcar hasta el día siguiente. El Comandante General ordenaba a dos cañoneros que están a sus órdenes, bombardear poblaciones del interior, hasta el río Kert, lo que ocasionó cierta desazón en el Gobierno que reconvino al General. Marina.

          En días sucesivos llegaron los tres primeros Batallones (Barcelona, Mérida y Alba de Tormes), que tuvieron problemas para desembarcar por el fortísimo levante. De hecho, el Batallón Mérida iba a sufrir sus primeras bajas al ahogarse dos soldados como consecuencia del vuelco de un lanchón con 130 hombres a bordo.

          El día 18 se produjo un fortísimo ataque contra las posiciones avanzadas, que duró prácticamente todo la jornada. No consiguieron los moros hacerse con ellas, sufriendo nosotros 19 muertos (entre ellos 2 Jefes y 2 Oficiales) y 31 heridos. Por parte enemiga, las bajas, según declaraciones posteriores de participantes en el combate, ascendieron a 150 muertos y unos 300 heridos. En un estadillo de la Delegación de Asuntos Indígenas que figura en la citada Historia de las Campañas de Marruecos, se recoge que, para esa misma fecha, el enemigo alcanzaba, por lo menos, 4.550 hombres a pié y 430 a caballo, es decir, casi 5.000 combatientes.

          El día 19 por la mañana ya podía disponer el Comandante General de 7.010 hombres, 265 caballos, 12 ametralladoras y 24 cañones, y aquella misma noche llegaban otros dos Batallones el Alfonso XII y el Estella y más Unidades. Y, por fin, a las 6 de la mañana del 20 aparecía el último contingente de la Tercera Brigada Mixta, el Batallón Reus y elementos rezagados, a bordo del trasatlántico Cataluña.

          Así, ese día, el 20 de julio los efectivos españoles llegaban a 11.723 hombres y un apoyo de fuego de 93 cañones de diversos calibres.

          Pero también ese mismo día se confirmaba que la cábila de Beni Sicar, fronteriza con Melilla, había decidido unirse a un inminente y nuevo ataque contra nuestras posiciones avanzadas.
A las 16:00 horas, confidentes de la zona informaban sobre el inmediato desencadenamiento del mismo y, efectivamente, apenas una hora después todas las posiciones eran objeto de un intenso fuego enemigo. Pronto el Mando se percató de que si bien Sidi Ahmed y Sidi Alí soportaban una fuerte presión, el objetivo principal del ataque iban a ser esta vez las posiciones de Sidi Musa y la Segunda Caseta, como se haría realidad con la caída de la noche.

          El ataque más virulento fue dirigido contra Sidi Musa, donde se pasaron momentos muy difíciles, pero ante la imposibilidad de tomar la posición, el enemigo volcó el esfuerzo principal sobre la Segunda Caseta, defendida por unos 800 hombres que soportaron el fuego y los asaltos de unos 3.000 rifeños. Al amanecer, el enemigo se replegaba otra vez hacia las escarpaduras del Gurugú o hacia Nador. Las bajas propias ascendieron a 36 muertos (uno de ellos Oficial) y 95 heridos y contusos, entre los que se contaban 1 Jefe y 2 Oficiales.

          Los días 21 y 22 se pasaron en los trabajos de reforzamiento de las posiciones defensivas, retirada de heridos, envío de convoyes con municiones, alimentos y, sobre todo, agua. El General Marina ordenaba también la ubicación en el Hipódromo de una columna formada por 6 Compañías de Infantería y una Sección de Artillería de Montaña, cuya misión sería la de acudir en defensa de posiciones seriamente amenazadas. También se trabajó intensamente en la apertura de un camino desenfilado de los fuegos enemigos entre Sidi Ahmed y la Segunda Caseta.

          El Ministerio de la Guerra comunicaba a Melilla que el día 20 había salido de Málaga una primera expedición de la Primera Brigada Mixta, la de Madrid, y que 48 horas después lo haría el resto. Igualmente se informaba que se había ordenado la inmediata movilización de la Primera División Orgánica, cuya 1ª Brigada (2 Regimientos a 1.600 hombres cada uno, más Caballería, Artillería, Ingenieros y elementos logísticos) embarcaría una o dos jornadas después.

          Pero el Gobierno no concedía “manos libres” al Gral. Marina, sino que, en el mismo mensaje, añadía a renglón seguido que con esas fuerzas “podrá V.E. adoptar disposiciones defensivas-ofensivas y disponer de núcleos fuertes para rechazar ataques a posiciones y castigar seguidamente, pero sin que la persecución rebase prudentes límites, aprovechando primera oportunidad para ocupar la Meseta de Nador… y luego la Península de Tres Forcas”. El Gobierno estaba muy preocupado por la opinión pública, y más lo estaría tras los sucesos de Barcelona y los incidentes que se produjeron también en Madrid.

Los combates del 23 de julio

          Vimos hace unos momentos que el Mando había situado en El Hipódromo una columna cuya misión era apoyar y sostener posiciones seriamente amenazadas, con especial incidencia respecto a la de Sidi Musa. A su frente estaba un Jefe de gran prestigio y perfecto conocedor de la zona, el Coronel Álvarez Cabrera. Pero se iba a producir uno de los hechos más duros, confusos y discutidos de la campaña.

          El día 22, a las 22 horas, se puso en marcha la columna. ¿Cuál fue la razón? Unos creen que Álvarez Cabrera pensaba apoderarse por sorpresa de Ait Aixa; otros que simplemente trataba de acercarse a Sidi Musa y estar casi “a pie de obra” si se necesitaba el apoyo de su columna; y no faltan quienes aseguran que el movimiento formaba parte de un plan diseñado por el General Marina, en coordinación con otra columna del Teniente Coronel Aizpuru para aflojar la presión sobre Sidi Musa, aunque de este plan no existió nunca prueba documental. Lo cierto es que, al amanecer empezaron la subida a Sidi Musa, en cuyas proximidades se permitió a la tropa romper filas y descansar. El enemigo, percatándose de la mala situación de la columna, abrió fuego. Se produjo el natural desconcierto, y las Unidades necesitaron algún tiempo para reorganizarse. Álvarez Cabrera, unos Oficiales y los hombres que pudieron reunir en los primeros momentos (cerca de un centenar) iniciaron un brioso ataque contra las posiciones enemigas, pero pronto un Capitán y dos Tenientes, y enseguida el propio Coronel, fueron alcanzados por los disparos rifeños. Casi sin mandos, los españoles comenzaron el repliegue hacia Sidi Musa, desde donde la columna (tras sufrir 31 muertos -de ellos 1 Jefe y 5 Oficiales- y 61 heridos) se retiró hacia la Segunda Caseta, a la que llegaría a las 13:30.

          No acabó el día sin que se registrase un nuevo duro golpe. Se había enviado la misma noche otra columna, la del Teniente Coronel Aizpuru, de bastante menor entidad, pues la constituían 2 Compañías, parte de un Escuadrón de Caballería y una Sección de Artillería de Montaña, a contactar y apoyar, si era necesario, a la de Álvarez Cabrera, pero encontraron tan tremenda oposición que el General Del Real, desde el Hipódromo, tuvo que empeñar más Unidades en el combate para que se pudiera completar la retirada.

          Tan peligrosa era la situación, pues se cifraban en unos 6.000 los enemigos que envalentonados atacaban a las posiciones y a las Unidades al descubierto, que una columna de la Primera Brigada de Cazadores de Madrid (formada por Compañías de los Batallones Barbastro y Figueras), desembarcada a las 09:30 del mismo día 23, al mando del Teniente Coronel Ibáñez Marín, entraba en combate a las 10 de la mañana. Las Compañías fueron ocupando posiciones y sostuvieron un duro combate bajo el inclemente sol de julio. Por la tarde, Marina considerando peligroso mantener las Unidades prácticamente al descubierto, ordenaba el repliegue hacia Los Lavaderos.  Si bien en la derecha se fue efectuando con orden, no sucedió lo mismo en el ala izquierda, donde estaban los del Figueras, en parte por importantes fallos de enlace y en parte por el cansancio acumulado por la tropa (tren, viaje movido en barco y 30 horas sin comer). El Teniente Coronel Ibáñez ordenó detenerse para repartir raciones y aprovisionarse de agua, momentos en que se produzco una emboscada de los marroquíes, que batieron a nuestros cazadores con un fuego casi a quemarropa y de la que se logró escapar con ataques a la bayoneta. Ibáñez Marín cayó de los primeros, uniéndose su baja a un total de 65 muertos (entre ellos 2 Jefes y 8 Oficiales) y 253 heridos y contusos (de los que 1 era Jefe y 18 Oficiales). Ese fue el triste balance de la jornada.ç

La Semana Trágica de Barcelona

          No es momento de tocar en profundidad los sucesos de Barcelona que pasarían a la historia como la Semana Trágica. Al lógico disgusto popular por la movilización de los reservistas, la oposición política al Gobierno conservador de Maura, especialmente anarquistas y socialistas, junto a un importante sector de la prensa, comenzaron inmediatamente una feroz campaña contra la inminente guerra, los conservadores y las clases altas de la sociedad. En El Liberal de aquellos días se podía leer, por ejemplo, que “aunque existan Ejércitos, se necesita que haya detrás un pueblo que los ame, que los conforte, que los empuje. Ahora no lo hay” o también “ahora ha causado un gran dolor la pérdida de esos pobres militares y paisanos que, no en aras de la patria, sino en defensa de espúreos intereses industriales han perdido la vida. Lo único que está en pleito es el lucro de algunas compañías, mitad francesas, mitad españolas, que piden para su laboreo la protección de las armas.”

          El 24 se empezaron a recibir noticias de los combates del 23, en el que habían participado las Unidades de la Brigada Mixta de Cataluña, con lo que los ánimos se exaltaron aún más. Socialistas y anarquistas hicieron un llamamiento a la huelga general para el 26, pero ese día, en apenas unas horas, aquella huelga se transformó en una sublevación.

          El Gobierno tuvo que declarar el Estado de Guerra, tras algunas jornadas de salvajismo, que se volcó especialmente contra la Iglesia Católica. Resumiendo: en Barcelona ardieron 112 edificios, de ellos 80 religiosos, entre los que se contaron 21 de las 56 iglesias de la ciudad. Hubo 83 muertos y centenares de heridos. En los Consejos de Guerra que se celebraron apenas acabada la revolución, se dictaron penas que iban desde el destierro (175 personas), a la de muerte (5 personas), pasando por 59 a cadena  perpetua. Entre los fusilados figuró Francisco Ferrer Guardia, el fundador de la denominada Escuela Moderna. Sobre su condena se vertieron ríos de tinta y su ajusticiamiento dio lugar a una fortísima reacción de la izquierda europea contra España.

El Barranco del Lobo

          A finales de julio, España entera se conmovió al tener noticias de los combates del día 27. Pero sobre todos los términos geográficos y topográficos que iban apareciendo en los periódicos, destacó uno que era el que “mejor sonaba” a efectos periodísticos: el Barranco del Lobo. Y tanto se repitió y en términos tan dramáticos, que acabó por convertirse “en Melilla y en el resto de España en sinónimo tenebroso y en palabras espantosas para las familias cuyos deudos combatían en las faldas del Gurugú” (Así lo escribieron Severiano Gil y Miguel Gómez Bernardi en su obra Melilla. Apuntes de su historia militar).

          Veamos por encima lo que sucedió. Los días 24 al 26 habían transcurrido con relativa calma: algunos ataques aislados, varios hostigamientos a convoyes y posiciones con la triste consecuencia de 2 ó 3 muertos por nuestra parte. El 26, los confidentes del campo enemigo informaban de que la harca rifeña cercana a Melilla superaba los 5.000 efectivos y seguía en su empeño de dar un duro golpe a nuestras fuerzas, fijándose como principal objetivo los convoyes de apoyo a las posiciones adelantadas. Esa noche del 26 al 27 lograron levantar más de 300 metros de la línea férrea en construcción, lo que apuntaba a que iba a convertirse en realidad aquella peligrosa amenaza sobre los convoyes.

          El General Marina, ante el peligro de que los moros intentasen cortar aquel verdadero “cordón umbilical” para los destacados fuera de la Plaza, decidió preparar dos columnas. Una, formada por 6 Compañías, sería la encargada de la protección inmediata del convoy.  La otra, de 6 Batallones (es decir toda la Infantería de la Primera Brigada de Cazadores, la de Madrid, que había desembarcado los días anteriores), con la misión de proteger el flanco derecho, especialmente las peligrosas avenidas que suponen, bajando desde el Gurugú, los Barrancos del Infierno y del Lobo.

          A mediodía salió el convoy desde el Hipódromo, y aunque sufrió un violento hostigamiento, la acción de la columna que lo protegía permitió, después de más de una hora de combates, su llegada sin novedad a la Segunda Caseta. De allí, una Compañía de la columna protectora pasó a reforzar la posición de Sidi Ahmed y las otras cinco, al mando del Coronel Uxó, se desplazaron a la zona donde había sido levantada la vía férrea para proteger las reparaciones que efectuaba una Compañía de Zapadores. Desde temprano la Artillería había batido los lugares de concentración enemiga y efectuado fuegos de prohibición en ambos barrancos. Las Unidades de la  Primera Brigada de Cazadores empezaban su movimiento en Melilla a las 11:00 y, una vez concentradas al norte de Los Lavaderos, una hora después se ponían en marcha hacia las estribaciones del Gurugú.

          La dirección general de avance fijada para los tres Batallones de la derecha era un caserío situado en la loma de Ait Aixa, pero el mucho fuego que recibían desde las elevaciones de los Farallones, hizo que el General Pintos, que mandaba la Brigada, ordenase al Batallón Madrid su ocupación. El terreno hay que pisarlo para conocerlo: se compone de escalonadas graderías surcadas por arroyuelos secos que caen a los barrancos principales; sembrado de peñas y repechos, con muchas cercas de piedra que separan propiedades o cultivos; supone un terreno ideal para resistir cualquier ataque. Y encima el enemigo contaba con la ventaja del dominio de la altura sobre el adversario.

          Con mucho esfuerzo, el Batallón tomó la posición, desde la que ahora podía batir la aproximación hacia el Barranco del Infierno, cuyo borde norte fue alcanzado por una Compañía. En esos momentos, el General Pintos, que avanzaba con el Batallón Barbastro, era herido mortalmente en la cabeza.

          El General Marina se trasladó al Hipódromo, y visto que el ala derecha se había separado de su dirección general de avance, ordenó que se intentara retomar esa dirección, pero ya era tarde. No le quedó más remedio que decidir que las Unidades de ese ala se establecieran defensivamente en el terreno y controlasen el Barranco del Infierno.

          Por la izquierda, el Batallón Las Navas sobrepasaba el Barranco del Infierno y penetraba decididamente en el del Lobo, más escabroso y en el que el enemigo, muy abundante, se había parapetado muy bien. Los rifeños, con un nutrido fuego, comenzaron a disparar con total impunidad sobre los infantes del Las Navas. Enseguida cayó muerto su Teniente Coronel y muertos o heridos la mayoría de los Oficiales y bastantes de las Clases.

          El desconcierto cundió en la tropa, que emprendió una desordenada retirada, que amenazó arrastrar también al Llerena(cuyo Teniente Coronel también era muerto) que acudía en su apoyo. Sus mandos caídos fueron sustituidos rápidamente con Ayudantes y personal del Cuartel General del propio General Marina. Por fin se logró contener la desbandada y las Unidades se aferraron a los puntos dominantes entre ambos barrancos.

          La situación era muy grave. La línea de despliegue de las Unidades, que habían sufrido muchas bajas, era muy extensa; no había reservas para apoyarlas y la noche se acercaba. Marina ordenó a la columna Uxó acudir a la Primera Caseta para apoyar el repliegue de los Batallones de la izquierda, que se fue haciendo por saltos de Compañía, con constante apoyo de Artillería y de las Secciones de Ametralladoras. Significativamente fue ahora, cuando el orden imperaba, frente a un enemigo que se lanzaba una y otra vez desesperadamente al ataque para romper nuestras filas, cuando los moros iban a sufrir el mayor quebranto del día.

          Era ya noche cerrada cuando los últimos hombres de Uxó, los que habían protegido la retirada, llegaban al Hipódromo. Y llegaba también el momento de hacer recuento de las bajas sufridas en esta dolorosa jornada, la más sangrienta de la Campaña de 1909. Fueron muy elevadas, pero no tanto como supuso la fantasía popular, como consecuencia de las exageraciones de la prensa y los errores de noticias emanadas del propio Ministerio de la Guerra. ¿A qué se debió la confusión? Sin duda a que las Unidades contabilizaron como desaparecidos a muchos heridos que fueron trasladados al Hospital de Melilla y en breves jornadas evacuados a Málaga y al Hospital de Chafarinas.

          Con documentación en  la mano se puede asegurar que hubo 162 muertos seguros (52 enterrados en el cementerio de Melilla y 110 que quedaron en el campo y no serían recogidos hasta dos meses después, cuando se desarrolle la ofensiva). Además, existe una relación nominal de heridos atendidos en Melilla, con un total de 525 hombres, de los que “algunos se encontraban tan graves que fallecieron en los días siguientes”. ¿Cuántos serían esos “algunos”? Suponiendo, tirando por lo alto, que fueran entre 30 y 40, podríamos aventurar que el número de muertos se cifraría entre 190 y 200 y el de heridos entre 500 y 510. Es decir, un total de unas 700 bajas.

          Entre los muertos se contabilizaron 1 General, 5 Jefes y 15 Oficiales, y entre los heridos 4 Jefes y 46 Oficiales. Como vemos un 10 % del total de bajas, proporción muy alta.

          Por parte enemiga, en los primeros momentos el Mando de Melilla calculó unos 100 muertos y de 250 a 300 heridos. Sin embargo, posteriormente confidentes de la zona, contabilizando las bajas producidas en las diferentes cábilas elevaron considerablemente esos números, hasta llegar a los 475 muertos y unos 1.200 heridos.

Recuperación de la iniciativa. Los preparativos

          La dura jornada del 27 de julio produjo una reacción muy desfavorable en la opinión pública española, ya predispuesta en contra de la guerra. Dos días después el Gobierno anunciaba la salida para Melilla de la 2ª Brigada de Cazadores, la del Campo de Gibraltar que, junto a la de Madrid formaría la División de Cazadores.

          Agosto iba a ser un mes de preparación pare recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva. El General Marina advertía al gobierno que si todas las cábilas engrosaban la harka enemiga, era necesario obrar con precaución, porque era fundamental:

               - asegurar las comunicaciones con las posiciones más avanzadas (las que ya estaban establecidas y las que se fueran estableciendo),…

               - situar lo más a vanguardia posible depósitos de víveres y municiones y …

               - seguir alumbrando -y asegurando- pozos de agua.

          A la vez agregaba que si el Plan de Operaciones, como era lógico, se diseñaba pensando en avances hacia el norte y el sur, para aislar la Península de Tres Forcas y asegurar Nador y su meseta, necesitaría más fuerzas. El Gobierno remitió al Comandante General un Plan de Operaciones muy detallado, tanto que Marina, algo molesto, contestó pidiendo alguna libertad de acción. En el Plan se recogía la realización de desembarcos anfibios, a lo que el Comandante General se opuso al no considerarlos factibles por las dificultades de la costa y los frecuentes fuertes temporales.

          Entre el 4 y el 9 de agosto siguieron llegando fuerzas. Se trataba ahora de la Primera División Orgánica y 2 Escuadrones del Regimiento Húsares de la Princesa, así como dos globos cautivos, que suponían el primer empleo en campaña de la Aerostación Española, y que fueron de enorme ayuda en semanas sucesivas para corregir el tiro de Artillería y dibujar mapas del terreno. Con las nuevas tropas, el estadillo del 13 de agosto del ya denominado Ejército de Operaciones ofrecía como datos globales la existencia de 30.810 hombres y 4.952 cabezas de ganado.  El General Marina, ascendido a Teniente General, fue nombrado Comandante en Jefe del contingente.

          Pero la impaciencia de la opinión pública, y con ella la del Gobierno, iba creciendo conforme pasaban días y semanas. Algunos periódicos caldeaban el ambiente preguntándose en qué estaba empleando el tiempo Marina, en lugar de atacar ya con las fuerzas de que disponía. Pero el General y sus Unidades no estaban, ni mucho menos, inactivos. A lo largo del mes se fueron abriendo trincheras entre los fuertes avanzados, construyendo blocaos cerca de la línea férrea (como los de Velarde y Carriles), mejorándose los fuertes de la Bocana y La Restinga; abriendo y guarnicionando nuevos pozos, estableciendo campos de minas en las desembocaduras de los barrancos, situando proyectores, construyendo barracones-depósitos (en la 2ª Caseta y el Hipódromo), mejorando la línea férrea (con la participación de Unidades de Zapadores), preparando zonas de desembarco en La Restinga, abriendo la Bocana para facilitar la navegación en el interior de la Mar Chica; aumentando el número de camas hospitalarias, creando talleres de carga y recarga de municiones, etc. etc.

          El 17 de agosto comunicaba el Gobierno que se había ordenado organizar una Segunda División Orgánica, y el 20 remitía al Comandante General otro telegrama en el que de forma no muy disimulada expresaba su impaciencia. El General le contestaba que ya había acumulado en la 2ª Caseta 100.000 raciones de etapas y 15.000 de pienso, y en La Restinga otras 100.000 y 7.000 respectivamente,  y necesitaba alumbrar, lo más adelantadas posible, fuentes de agua para  10.000 hombres y 1.500 cabezas de ganado.

          El 4 de septiembre se anunciaba la llegada de la 2ª División (que llevaría el apellido de Expedicionaria) entre el 9 y el 14 del mismo mes. Los efectivos totales alcanzaban ya los 40.391 hombres, con 7.409 cabezas de ganado y 141 cañones.

          Otra vez presionaba el Gobierno pidiendo mayor actividad en los trabajos de preparación, y Marina aducía las dificultades de transporte para la ingente cantidad de suministros de todo tipo que era necesaria para el desarrollo de las operaciones previstas. El Ministro de la Guerra, General Linares, comunicaba al Presidente del Gobierno, Maura, que con toda seguridad, en fechas posteriores muy inmediatas al 14, cuando Marina dispusiera ya de más de 40.000 hombres, comenzaría la ofensiva.

Recuperación de la iniciativa. La ofensiva

          Y así ocurrió. El 19 de septiembre se puso en marcha una operación para aislar la Península de Tres Forcas, produciéndose al día siguiente, y en este marco, el durísimo combate de Taxdirt, en el que los jinetes de un Escuadrón del Regimiento de Alfonso XII, al mando del Teniente Coronel Cavalcanti, se cubrieron de gloria al cargar tres veces seguidas contra el enemigo, desorganizándolo. De la citada dureza pueden dar idea las siguientes cifras: se consumieron 240.000 cartuchos de fusil y 448 cargas de cañón, sufriendo nuestras Unidades 200 bajas (de ellas 32 muertos) y el enemigo casi 600, de las que 150 fueron muertos. Tras el  combate de Hidum y la toma del Zoco el Had se produjo el sometimiento de la cábila de Beni Sicar, que el día 24 ofrecía a Marina la total sumisión. Pese a ello, el 28 se produjo un ataque a traición que nos causó 28 bajas (de ellas, 10 muertos).

          Al mismo tiempo que se inició el ataque hacia el norte, se hacía lo propio en dirección sur, ocupando nuestras tropas el 20 unos importantes pozos (Agraz) en la parte meridional de la Mar Chica, y 5 días después tomando Nador y Tauima, para llegar el 27 a ocupar la Alcazaba de Zeluán. Ese mismo día, el Batallón Las Navas reclamaba el honor de reconocer el Barranco del Lobo y recuperar los insepultos y ultrajados cadáveres de muchos de sus componentes muertos exactamente hacía dos meses.

          Al fin el 29 se tomaba Ait Aixa, y, para proteger los trabajos de consolidación de la posición, horas más tarde se ocupaban, de forma transitoria, las elevaciones de Kol-la y Basbel, las dos mayores del Gurugú. Un telegrama mal redactado, pues no explicaba que la ocupación era sólo eventual o provisional, causaba una enorme alegría en el Gobierno y en toda España. El júbilo se desató por las calles de todas las ciudades… y la desilusión se abatió sobre ellas horas después cuando se conoció que las Unidades se habían retirado de las cumbres del fatídico monte.

          De todas maneras, la euforia crecía en la Península al constatarse que el número de bajas era ya mucho menor… hasta que otra vez, un duro golpe cayó como una losa sobre la opinión pública española. El día 30 de septiembre, efectuándose un reconocimiento ofensivo sobre el Zoco el Jemi de Beni Buifrur, se produjo un fuerte enfrentamiento entre las fuerzas españolas que mandaba el General Tovar (5 Batallones y medio, 4 Baterías y 1 Compañía de Zapadores), es decir, algo menos de 5.000 hombres, contra una harka enemiga de cerca de 22.000. Tras muchas horas de combate, la progresión hacia el sur hubo de paralizarse y el recuento de bajas arrojaba de nuevo cifras muy altas, pues se perdieron 40 hombres (entre ellos 1 General) y resultaron heridos otros 333. Además se produjeron graves fallos en la cadena de evacuación sanitaria, pues las necesidades de transporte de heridos y hospitalización de campaña fueron muy superiores a las posibilidades reales.

          La consecuencia inmediata, la citada paralización en el avance hacia el sur, produjo una gran desazón en el Gobierno, que ya de no muy buena gana se vio obligado a enviar otra Brigada de Infantería y un Regimiento de Caballería el 10 de octubre. Los efectivos casi alcanzaban 44.000 hombres.

El final de la guerra

          A la vez el Gobierno instaba a Marina a acabar pronto la guerra, y el General contestaba que el Ejecutivo fijara qué objetivos serían suficientes para ello.

          El Ministro de la Guerra opinó entonces que habría que fortificar puntos en las orillas de la Mar Chica y la Península de Tres Forcas, y ocupar totalmente el Gurugú, para así anular la amenaza constante que el macizo ejercía sobre el campo exterior de Melilla y la propia Plaza.

          El Comandante General replicó que si se quería ocupar por completo el macizo del Gurugú necesitaba más fuerzas y advertía al Gobierno que quizás podría haber dificultades internacionales si se extendía el radio de acción de Melilla. Por ello el día 18 de octubre, en nuevo telegrama, opinaba que no era necesaria la ocupación de todo el Gurugú, sino que por el frente norte sería suficiente con la ocupación del Zoco el Had y el apoyo inmediato de la Plaza, y por el frente sur con la de Ait Aixa y Sidi Musa, a la vez que construir un fuerte reducto en la meseta superior del macizo para vigilar la cara del mismo que quedaba oculta a la observación desde Melilla.

          Al día siguiente el Ministro de la Guerra comunicaba la aceptación del plan por el Gobierno y, en consecuencia, se reanudaron las operaciones por el sur, con algún combate de importancia (Ulad Setut) y unos nuevos ataques moros al Zoco el Had.

          En Madrid, la presión de la oposición hacía que el Rey sustituyera el Gobierno conservador de Maura por el liberal de Moret. Y destacar también que el Ministerio de la Guerra, dirigido por el General Luque, en sustitución del General Linares, siguió en el tema de Melilla  la misma orientación que éste había marcado.

          En el campo moro la desilusión ante las numerosas bajas sufridas, la paralización del comercio con Melilla, principal fuente de ingreso de los fronterizos, los constantes refuerzos de tropas españolas y la reanudación del avance hacia el sur y la consolidación de lo ocupado en el norte, hicieron que se buscase entablar conversaciones sobre el sometimiento de las cábilas. Pero el Gobierno opinaba que antes de sentarse a discutir había que consolidar la parte sur, llegando a dominar toda la orilla derecha del río Kert, para lo que era necesaria la ocupación de la meseta de Atlaten. Se preparó una fuerza de 17.000 hombres (cuya columna alcanzaba los 15 kms. de longitud) y sin mayores dificultades se consiguió el objetivo el 27 de noviembre, lo que produjo, ahora sí, la total sumisión de las cábilas.

La fase de pacificación y atracción

          Prácticamente de hecho, y por el entendimiento general de la Nación, la guerra, que había comenzado el 9 de julio, finalizó el 27 de noviembre. La especial modalidad, que apuntaremos más adelante, de esta lucha, hizo que no tuviera la acostumbrada terminación, más jurídicamente precisa, de una Conferencia de Paz, con decisiones materializadas en un Tratado.

          El período que medió entre el final de la guerra de 1909 y el comienzo de la campaña de 1911, fue una época de relativa paz, pero en la que se sucedieron toda clase de actos hostiles mientras circulaban los más pesimistas rumores. Por eso, la penetración en el territorio hasta el río Kert y su pacificación hubieron de hacerse bajo la protección de las Unidades militares.

          En 1910 se logró explorar completamente, y sin riesgos, el macizo del Gurugú, vedado a los españoles desde hacía más de 4 siglos, mientras que por el sur se había alcanzado la línea del río Muluya, futuro límite entre los Protectorados español y francés.

          Aunque restaban aún un par de años para que se acordase que Marruecos se convirtiera en un Protectorado de Francia y España, la política española de pacificación y desarrollo de la zona en la que ya ejercían su tutela las fuerzas españolas, fue un preludio de la que se extenderá desde 1912 hasta 1956. En efecto, los primeros Bandos que se dictaron ya aseguraban a los rifeños la protección española contra toda clase de desmanes, pero la acción de atracción se fue desarrollando con medidas como la de que la Intendencia Militar adquiriese sus productos directamente en la zona tutelada; que los moros pudieran venderlos en posiciones, campamentos y la Plaza, peñones e islas; que se produjesen contrataciones de moros para las obras del ferrocarril y la construcción de carreteras; que los rifeños pudiesen constituir las Mías de Policía Indígena, etc. etc.

          Entre el 7 y el 14 de enero de 1911, el rey Alfonso XIII realizaba su segundo viaje a Melilla. Visitó la zona ocupada, estuvo en el Barranco del Lobo, rindió homenaje a nuestros militares muertos y, sobre todo, llevó a la antigua Rusadir el sentimiento de que aquello era tan España como Villarrobledo, por poner un caso.

          La repatriación de las Unidades se fue produciendo con lentitud, pues fueron frecuentes los incidentes y siempre pervivió en el Mando un germen de inquietud hacia la postura de los rifeños. Hasta prácticamente un año después la mayoría de las Unidades expedicionarias no regresaron a sus guarniciones peninsulares; y digo la mayoría porque en Melilla se produjo un espectacular aumento de la guarnición, que alcanzará, a partir de ahora, casi los 14.000 hombres. Claro es que muchos no están propiamente en Melilla, pues en el territorio ocupado y fuera de los límites de lo que pertenecía a España, se levantaron 52 posiciones que embebían gran parte de la guarnición, en concreto 283 Jefes y Oficiales y 8.464 Clases y Tropa. En la Plaza quedaban unos 5.000.

 

RESUMEN  DE  LA  CAMPAÑA  DE 1909

Consideraciones generales

          La Campaña de 1909 constó de dos períodos bien diferenciados:

               - uno, activo, de operaciones militares;

               - otro, que siguió inmediatamente en el tiempo al anterior, de protección y atracción, es decir de pacificación.

          Ambos fueron determinados por el Gobierno y el Mando militar de Melilla, y aunque en ambos la intervención armada fue común y primordial, la razón de esa partición estriba en que, empeñada la lucha, no contra un Estado soberano, sino contra una serie de grupos (cábilas) alejados de toda obediencia a sus poderes centrales, la Campaña era difícil que cesase de una manera precisa, en unos determinados momento y lugar. Y por ello no tuvo la tradicional terminación de una Conferencia de Paz, ni la consiguiente firma de un Tratado.

          También es necesario reseñar que el Gobierno y el Mando militar quisieron imprimir a la lucha, por muy irregular que pareciese con el enemigo que teníamos enfrente, el espíritu del Convenio de Ginebra (a pesar de los reprobables procedimientos de los harkeños). Ejemplos encontramos en la Orden General del 3 de octubre y el Bando del día 5, firmados por el Comandante en Jefe en Zeluán y Melilla, en los que se recordaban las reglas internacionales de la guerra y se dictaban severísimas penas como castigo a los que pudieran realizar actos contrarios al Derecho de Gentes. En otra de 15 de agosto se recomendaba el respeto a las propiedades de los indígenas, y se insistía en que nuestra misión pacificadora y civilizadora no debía señalarse, en cuanto fuera posible, por la ruina del país.

          Aunque por no hacer más larga la intervención no lo he citado antes, quiero ahora hacer especial mención de la actuación de nuestros buques de guerra, que con la vigilancia constante entre Cabo de Agua y la desembocadura del Kert impidieron el contrabando de armas en favor de los rifeños y en numerosas ocasiones apoyaron con su artillería la acción terrestre.

          También adquirió singular relevancia histórica y militar la actuación de los globos aerostáticos enviados en agosto de 1909 a la zona.

          En un par de ocasiones he citado la actitud de la Embajada marroquí en Madrid. Cuando se ocupó Atlaten, allá por noviembre de 1909, tuvieron la desfachatez de exigirnos, en nuestra propia capital, que abandonásemos el territorio marroquí ocupado, El propósito de ruptura, ante las continuas condescendencias diplomáticas españolas era evidente, pero, por fin, una enérgica nota del Gobierno español hizo que los marroquíes bajasen el tono de sus pretensiones. Hubo varios proyectos y contraproyectos de acuerdos, siendo sustituido el presidente de la Embajada, el 1 de octubre de 1910, por el propio Ministro de Asuntos Exteriores marroquí, El Mokri, con el que se alcanzó un acuerdo, firmado el 16 de noviembre de aquel año, que, de todas maneras, nunca llegó a llevarse a la práctica.

          El General Marina dimitiría de su puesto de Comandante General como consecuencia de una serie de artículos publicados en el periódico El Mundo por un senador, don Tomás Maestre. En uno de esos artículos se llegaba a calificar los combates del Barranco del Lobo como “infame derrota”. Marina, molesto ante lo que consideró una actitud débil del Presidente del Gobierno y el Ministro de la Guerra en defensa de sus soldados y de él mismo, pidió la dimisión, que le fue aceptada, llegando a Melilla su sucesor, el General García Aldave a finales de agosto de 1910. Marina fue despedido en loor de multitud de las tierras melillenses. Pidió explicaciones al señor Maestre, que este concedió aclarando que los de “infame” se refería al comportamiento salvaje de los rifeños en la profanación de cadáveres.

          Acabo de citar a la prensa, y quiero resaltar que la campaña del 9 destacó también porque los periódicos españoles enviaron corresponsales para que contaran lo que sucedía en Melilla. En realidad no fue la primera, pues las del 93, también en Melilla, y del 98 en Cuba, se contaron a la opinión pública de una manera más directa y detallada que a través de los escuetos comunicados oficiales, pero en la que nos ocupa fue mucho más amplia la cobertura. Y, con la prensa, fueron inevitables las exageraciones, tanto en sentido positivo como negativo, pero que alcanzaron especial incidencia en el recuento de bajas de los combates del Barranco del Lobo. También la prensa extranjera se hizo eco de lo que sucedía en la zona de Melilla.

          Y también fue la primera guerra en la que los españoles fueron conscientes de que aquellas luchas nos costaban dinero a todos, pues la economía era fundamental, ya lo había dicho Napoleón, en la guerra.

          Pero, sobre todo, nos había costado mucha sangre. Murieron en combate 549 hombres y por enfermedad 211, lo que hace un total de 760 fallecidos. Heridos y contusos se contabilizaron oficialmente 1.968.

 

EL CAMINO HACIA EL PROTECTORADO

          Aún quedaba otra campaña, la del Kert, en 1911, antes de que se le confiriese a España la misión de poner en el camino de la civilización a los marroquíes que vivían en lo que fue nuestro Protectorado. Luego vendría la guerra del 21, con la trágica nota de Annual. Es decir, que todavía quedaba mucha sangre por verter, muchas lágrimas que derramar y mucho oro que volcar en Marruecos y los marroquíes hasta aquel año de 1956 en que el país norteafricano consiguió su independencia.

          Pero de eso hablaran otros en este ciclo.

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IBLIOGRAFÍA  UTILIZADA

- Historia de las Campañas de Marruecos (Tomo segundo). Servicio Histórico  Militar (Estado Mayor Central del Ejército). Madrid, 1951.
- Melilla. Apuntes de su historia militar. Severiano Gil Ruiz y Miguel Gómez   Bernardi. V Centenario de Melilla. Melilla, 1996.
- Melilla en la historia militar española. Monografías del CESEDEN (Ministerio de Defensa), número 19. Madrid, 1996.
- Datos para la historia de Melilla. Gabriel de Morales. Melilla, 1909.
- El periódico del siglo. ABC (1903-2003). Ed. Luca de Tena, Madrid, 2003.
- Melilla la desconocida. Francisco Mir Berlanga. Melilla, 1990
- España en sus héroes (Fascículos 1 a 6). Ed. ORNIGRAF. Madrid, 1969
- De fortaleza a ciudad. Melilla en las revistas ilustradas de finales del siglo XIX. Vicente Moga Romero. Ed. Bellaterra, UNED Melilla. Melilla, 1996