Los personajes de la Gesta

Por Daniel García Pulido (Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias, Almeyda, Santa Cruz de Tenerife, 23 de julio de 2008)

          Todo episodio que hunda sus raíces en los entresijos de la Historia y pretenda trascender el margen temporal de su época para perpetuarse en la memoria de los hombres, bien al socaire del pensamiento, de las letras o del propio arte, debe satisfacer de manera inequívoca, al menos, tres condicionantes primordiales: un contexto histórico conformado por un caudal de hechos -que podríamos definir como la acción y el movimiento-, un emplazamiento definido en sus líneas maestras -que sería el escenario donde tendría lugar dicha acción y los hechos recordados-; y un conjunto de protagonistas -a modo de personajes-, responsables al tiempo que testigos del hecho en sí mismo.

          La Gesta de 25 de Julio, tras casi 215 años, se ha ido desgranando,  movido por una multitud ingente de investigadores e historiadores,  en sus más nimios detalles, quedando al descubierto no sólo la enumeración de los hechos, el escenario, sino los condicionantes y factores determinantes de ese contexto histórico, circunstancias que hablan con claridad de la abundancia de documentación sobre dicha página de la Historia. No obstante, si tuviéramos que buscar un tema o uno de los condicionantes más débiles éste debería ser sin duda el aspecto humano, es decir, conocer el componente vital de la población de Santa Cruz de Tenerife en aquel año de 1797, quiénes eran aquellos habitantes que padecieron aquel temible asedio, rescatar del olvido perfiles de los personajes más relevantes del horizonte social, político y militar de aquel entonces. Objetivo de esta ponencia es aportar una visión esquemática y a todas luces breve sobre este particular con la esperanza que pueda servir de interés para futuros estudios e inquietudes culturales; un esbozo de ese compendio principal de personalidades que conformaban el panorama humano del Santa Cruz de finales del Setecientos.

          Antes de iniciar ese recorrido, justo en este punto, se hace de rigor mencionar el trabajo que se está elaborando sobre esta población por dos miembros de la Tertulia de Amigos del 25 de Julio, don Juan Carlos Cardell Cristellys y Daniel García Pulido, quienes basándose en fuentes primarias de documentación (censos poblacionales, padrones de bienes, partidas de nacimiento, matrimonio o defunción, …) están a punto de dar a la luz una imagen precisa y exacta de aquel Santa Cruz de Santiago de Tenerife del año de 1797.

          Retomando el hilo de estas líneas, no cabe duda de que se nos presenta como una tarea difícil el presentarles el conjunto de figuras que descollaban en la localidad santacrucera y que tuvieron parte activa en el devenir de la propia Gesta del 25 de Julio. Lejos de nuestra intención está el inundarles con referencias biográficas repetitivas, si bien somos conscientes y por eso pedimos su benevolencia de antemano si creamos un margen comprensible de confusión y acumulación de referencias. Sólo confiamos en que estas palabras acerquen un poco más al interesado a aquellas personas que hoy yacen en el olvido o en el recuerdo de unos pocos. Si conseguimos que sus nombres desde ahora les suenen un poco más familiares no será poco el camino desandado.

         Con ese afán y para ir conociendo de una forma distendida y, en cierta forma distinta, a los diferentes personajes que configuraron el componente humano que vivía en aquel Santa Cruz escenario de la Gesta del 25 de Julio, observemos en primera instancia esta conocida instantánea, salida de los pinceles de Pedro de Guezala García (hoy en el palacio de Capitanía General de Canarias).

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          Sobre la azotea del tristemente desaparecido castillo principal de San Cristóbal, propiedad del Cabildo de la isla, se distinguen varias personas, aunque debemos centrarnos con particular énfasis en ese trío de oficiales que otean el horizonte:

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          El que con ayuda del catalejo sondea las distancias no es otro que el comandante general don Antonio Gutiérrez de Otero Santallana, figura que ha sido estudiada con profundidad por el investigador y estudioso Pedro Ontoria Oquillas, a cuyas obras nos remitimos para un acercamiento a este personaje de tanto interés y relevancia para la historia de Tenerife, Canarias y España.

          Junto a él, a su diestra, con uniforme azul, se encuentra el segundo mando de la plaza, el teniente de rey don Manuel Juan de Salcedo. Con 54 años, había iniciado su carrera militar como teniente de granaderos del prestigioso regimiento de infantería de la Princesa, en tierras peninsulares. Llegó a las Islas nombrado como el primer sargento mayor de la plaza de Santa Cruz de Tenerife, en 1776, si bien, tras un corto paréntesis ausente del Archipiélago, ascendió al grado de coronel tomando el cargo de teniente de rey, que ostentaría hasta dos años después de la Gesta,. Tras su etapa isleña, dio un gran salto en su carrera al ser designado gobernador de Luisiana, en el sur de los actuales Estados Unidos, del que tomó posesión en julio de 1801. Alcanzaría el rango de brigadier en el ocaso de su carrera, como broche a un historial castrense contrastado y meritorio. Desposado con doña Francisca Quiroga, con descendencia, vivió durante su estancia en esta capital en una "casa castrense" en la calle de la Caleta. Debemos dejar constancia de que llegó incluso a ser elegido, tal y como nos ha informado el investigador Luis Cola Benítez, alcalde electo de esta población en 1787, aunque renunció por su condición de militar en activo.

          A la siniestra del comandante general, enfundado en uniforme blanco, observamos al que, en aquel entonces, era el tercer mando de la población, el sargento mayor don Marcelino Prat de Ribera. Nacido en la ciudad de Orán, en la actual Argelia [por aquel entonces territorio marroquí bajo dominio español], llegó a Tenerife en torno a 1785 bajo el rango de teniente coronel de los Reales Ejércitos. Poco tiempo después asumiría el consabido cargo de sargento mayor de la plaza, puesto  que ocuparía hasta su muerte. Se trataba de un personaje sumamente respetado tanto en su estamento militar como por el conjunto de la ciudadanía, tomando parte activa en sumarias como juez fiscal o en la administración de instituciones como el Hospicio de San Carlos o el propio Hospital Civil de Nuestra Señora de los Desamparados. En los acontecimientos de la Guerra de la Independencia, iniciada en 1808, este personaje ejerció un importante papel apoyando a la Junta Suprema de Canarias, hasta el punto de ser ascendido al cargo de teniente de rey. Falleció víctima de la cruenta epidemia de fiebre amarilla que asoló Santa Cruz en 1811, ya con el rango de coronel de los Reales Ejércitos. Vecino de la antigua calle del Norte, hoy de Valentín Sanz, se desposó en esta capital con doña María Magdalena de Tolosa y León, sin sucesión.

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          Retornemos ahora a la visión general de la entrada de Santa Cruz recreada por Pedro de Guezala y aprovechemos que en esta imagen aparecen otros dos personajes de esta Gesta del 25 de Julio para conocerlos mejor.

          Al ser el castillo de San Cristóbal, el que surge en primer término en su puerta es el comandante de artillería, el capitán don Antonio Eduardo Wadding, lagunero de nacimiento, que unía a su condición nobiliaria una distinguida formación castrense. Había estudiado en el Colegio Militar de Segovia, siendo destinado a las Islas como ayudante mayor. Con el cargo de capitán de artillería real, y graduado como mayor general de brigada, tomó parte en la defensa de Santa Cruz frente al asalto nelsoniano. Tras la Gesta, su carrera castrense ascendió de manera meteórica, ascendiendo hasta brigadier por su activa participación en la Guerra de la Independencia en escenarios como Cataluña y Andalucía. Regresaría de nuevo a Tenerife para ocupar, entre otros, los cargos de 2º cabo y comandante general interino del Archipiélago, llegando incluso a ser elegido alcalde real de Santa Cruz en 1813, obteniendo al poco tiempo la condecoración de caballero de Gran Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. En esta ciudad residió siempre en la vivienda que, con el paso de los años, sería la cuna del célebre don Leopoldo O´Donnell Jorris, la antigua casa Foronda, en la cabecera de la plaza de la Candelaria, solar hoy ocupado por la sede del Banco Santander. Antonio Eduardo estuvo desposado con doña María Candelaria de La Hanty y Bignoni.

          No lejos de la puerta, en la acera de enfrente, recibiendo información de un lugareño, encontramos a otra persona vinculada al castillo de San Cristóbal, se trata de su gobernador don José de Monteverde y Molina. Este personaje, imbuido igualmente de un aura nobiliaria por su condición de  regidor del Cabildo de la isla por Real Título, ostentaba el cargo de castellano perpetuo de esta fortaleza desde 1783. Natural de la localidad de Garachico, alcanzaría con el paso de los años el rango de coronel de milicias y la condecoración de caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. Debía poseer una sólida inquietud cultural, propia de la vena ilustrada del momento, y prueba de ello no sólo es la Relación Circunstanciada que de su mano salió para dar a conocer los hechos de la Gesta en aquellos días, sino trabajos e informes varios, como un escrito para el aprovechamiento de la planta conocida como tártago. Casado en dos ocasiones, en primer lugar con doña Juana Franco de Castilla, y posteriormente con doña Teresa Juana de la Guerra Ayala y del Hoyo, sin sucesión de ambas, acabaría sus días en La Laguna, a la edad de 80 años.

          Casi a vuelapluma, y porque tienen ganado y se merecen un espacio en nuestra memoria por su decisiva actuación en la Gesta del 25 de Julio, no nos resistimos a dejar de reseñar a esa cuadrilla de pilotos y marineros que a toda prisa trasladan uno de aquellos importantísimos cañones de campaña, o “violentos” como se les llamaba entonces, y que aparecen en la esquina del propio castillo de San Cristóbal, en el centro de esta imagen. Entre los integrantes de esta partida distinguimos al sevillano don Nicolás Franco Cordero, primer piloto en la Real Armada de S.M. y de la carrera de Indias, que llegaría a ser concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en 1800, y que fallecería en condiciones penosas en la singladura de su goleta Gloriaen el trayecto desde Honduras a La Habana apenas nueve años después; a los santacruceros don José Agustín García, segundo piloto de la carrera de Indias, y don José Figueroa Abarca, también piloto, ambos examinados para obtener su titulación náutica en La Habana; así como a don Dionisio de las Cagigas del Castillo, natural de Escalante, en Santander, segundo capitán del bergantín Magallanes, apresado por los ingleses cerca del Cabo de San Vicente y que se hallaba en Santa Cruz de Tenerife desde marzo de 1797. De este último personaje es muy conocida la relación de los hechos salida de su pluma, con abundantes especificaciones de índole marítimo de particular interés.

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          Acerquémonos ahora a la Plaza de la Pila, hoy conocida como plaza de la Candelaria, cuya fotografía más antigua se la debemos a don José Delgado Salazar. Lugar de esparcimiento y uno de los paseos preferidos por la mayoría de la población. En primer lugar, podemos distinguir a la vera del Monumento de la Candelaria a tres personajes en acalorada discusión. Se trata del comandante del Real Cuerpo de Artillería, don Marcelo Estranio militar de reputada formación castrense, iniciada en el Real Regimiento de Artillería de Cádiz, en 1751, que ocuparía la comandancia del departamento de La Coruña y formó parte de la brigada destinada a estudiar los nuevos métodos de fundición que, a la postre, derivarían en la creación de la Real Fundición de Bronces de Barcelona. Designado coronel y comandante del Real Cuerpo de Artillería de las islas desde 1793, sostuvo durante todo el ejercicio de su cargo una abierta enemistad con Luis Marqueli, titular de la rama de ingenieros, a quien conoceremos a continuación. Marcelo Estranio debía ser un personaje singular, de escasas o nulas relaciones sociales a tenor de la documentación estudiada, que acabaría abandonando el Archipiélago en 1802, al ser ascendido al grado de brigadier, perdiéndose así todo rastro sobre su vida.

          Junto a él, enfrentado, el comandante del Real Cuerpo de Ingenieros, don Luis Marqueli Bontempo, uno de los personajes más interesantes y capacitados dentro del estamento militar local, nacido en Génova en el seno de una familia dedicada al mundo de la ingeniería. A pesar de iniciarse en la rama de caballería, pronto pasó a la de ingenieros, sobresaliendo entre las acciones bélicas de su expediente castrense su actuación en la guerra de Portugal así como en el bloqueo de Gibraltar. Por su trabajo de obras y fortificaciones se halló en Denia, Alicante, Leganés, Puerto de Santa María, Orán y Cartagena, entre otros, llegando a ejercer la comandancia de su arma en Tortosa y Jaca. En Ceuta realizó la colosal obra de ingeniería de desmontar todo el monte Hacho para abrir un camino de coches a la ermita de San Antonio y ya en 1776 estaba en las islas, donde se desposaría con doña María Agustina Russell Dunte y Larande, con descendencia. Designado coronel e ingeniero jefe de la comandancia en las islas, llegaría a alcanzar el prestigioso rango de mariscal de campo. En 1808, en los acontecimientos de la Guerra de la Independencia, su carácter y su excesiva rigurosidad le llevaron a enfrentarse a la Junta Suprema de Canarias, que lo puso bajo arresto, al designar como comandante general a Carlos O´Donnell y no apoyarle a él. Marqueli falleció en Santa Cruz de Tenerife en 1817.

          Y en tercer lugar, a un lado, el capitán de Marina don Carlos Francisco Adán Brussoni, natural de Santa Cruz de Tenerife, quien, en su rango de alférez de fragata, ejerció como capitán de la Marina de esta población desde 1792 hasta su muerte. Tomó en todo momento parte activa en todos los sucesos que tenían por escenario la bahía santacrucera, tal y como en el parlamento con las fragatas inglesas Minerve y Lively en mayo de 1797 o al acompañar al capitán Thomas Waller para confirmar la capitulación ante el mismo Horacio Nelson. Debe citarse que fueron suyas las iniciativas de desfondar las lanchas varadas en la orilla en la madrugada del 25 de julio, así como la idea del plan de cañones violentos que se puso en práctica. Vecino de una "casa castrense" en la calle de la Marina, vivía con su esposa doña Manuela España, con descendencia,y falleció en Santa Cruz de Tenerife en noviembre de 1818.

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          Hemos tenido suerte y podemos apreciar en la bocacalle del callejón de Peligros, a los personajes sobre los que descansaba la vitalidad financiera y económica de la plaza de Santa Cruz de Tenerife por aquel entonces. Se trata de don Pedro Catalán de Ocón, nacido en Fraga, Huesca, hacia 1733, que ejerció como veedor de la gente de guerra y contador principal de la Real Hacienda por espacio de 37 años, desde 1765 hasta mayo de 1802. Dueño de importantes propiedades repartidas en esta capital, La Laguna, Geneto y otros lugares cercanos, sufrió el embargo de sus fincas al ser fiador del tesorero, en uno de los episodios de malversación de fondos y desfalco más conocidos dentro de la historia financiera santacrucera. Vecino de la calle de la Caleta en su esquina con la plaza de la Pila, fastuosa residencia en la que los visitantes recordaban su magnífico estanque con peces, este caballero hijodalgo contrajo nupcias con doña Antioquía de Luesia, y falleció en Tenerife casi a edad centenaria.

          A su lado el administrador de la Renta de Correos, don Juan Fernández de Uriarte y Feo joven garachiquense, que ingresó a temprana edad en el regimiento de milicias de su localidad, así como en el mundo de la administración. Alcanzaría el rango de capitán de artillería de milicias, llegando a ocupar la castellanía del fuerte de San Miguel en esta ciudad. Amparado en su hidalguía, pudo obtener merced a su distinguida calidad el cargo de primer oficial y administrador general de la Renta Real de Correos, cargo en el que aún continuaba en 1815.

          A su vera don Gaspar de Fuentes-León y Espou, natural de Santa Cruz, oficial mayor de las Rentas Reales, casado con doña María del Rosario Eduardo y Domínguez, con sucesión. Era ministro calificado y familiar de la Santa Inquisición y falleció en esta ciudad en mayo de 1828.

          Y delante de ellos, el tesorero de la Real Hacienda, don José Bartolomé de Mesa y Ponte, una de las figuras de la élite nobiliaria que simultaneaba su residencia entre Santa Cruz y La Laguna. Caballero de hábito de la orden de Alcántara, ocupaba el rango de teniente coronel del regimiento de milicias de Garachico y fue designado tesorero general de la Real Hacienda en las islas, entre 1794 y 1800. Contrajo nupcias con doña Elvira García. Su profesión dio nombre a la calle de su residencia, la calle de la Tesorería (actual de Villalba Hervás).

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          Bajando por la calle del Castillo y ya en la propia plaza de la Pila acertamos a distinguir claramente dos grupos de oficiales entremezclados. En el primero de ellos, el más próximo a nosotros, distinguimos al teniente coronel del Batallón de Infantería de Canarias don Juan Güinther Ferslerin  sin duda uno de los personajes clave en la defensa de Santa Cruz de Tenerife en aquellos días. Natural de Suiza, su historial castrense se inició en las célebres Guardias Suizas en 1752, pasando a las Compañías de Canarias apenas una quincena de años después. La huella de su calidad quedó patente al ejecutar los planos del Real Hospital Militar de Santa Cruz de Tenerife, y después de formarse el Batallón de Infantería de Canarias, ocupó una de las plazas de teniente coronel, tomando parte en el Rosellón. De su vida particular se destaca que contrajo nupcias con la que fuera su criada, doña Isabel de la Madrid, "pocos meses" antes de su fallecimiento, que se produjo en su casa de la calle del Castillo en febrero de 1807.

          A su lado marcha su primer ayudante, don Juan Bataller Gandía, nacido en Játiva, Valencia, que se iniciara en las armas en el regimiento de milicias de Guadalajara, con el que pasaría a Cuba. En 1792 fue adscrito al Batallón de Infantería de Canarias, donde con su quehacer y disciplina fue ascendiendo hasta ocupar el cargo de ayudante mayor. A pesar de su brillante porvenir, la enfermedad se cebó con este personaje, que obtuvo licencia de retiro en 1802 para acabar falleciendo cinco años después en esta ciudad, con apenas 50 años de edad.

          También cerca encontramos al teniente y segundo ayudante, don Santiago Madan Álvarez-Osorio, nacido en La Laguna y que iniciaría su bautismo en las armas a través de las afamadas compañías de milicias de Canarias. De ellas pasó como 2º teniente al recién conformado Batallón de Infantería de Canarias tomando parte en la guerra del Rosellón. En tiempo de la Gesta era 2º ayudante, capitán graduado y primer teniente de su unidad, y ya conforme pasados los años, en 1812, alcanzó el rango de coronel de los Reales Ejércitos.

          Justo al lado de este trío aparece la figura del capitán de artillería don Vicente Rossique Aguirre. Natural de Cartagena, este capitán del Real Cuerpo de Artillería de brillante historial castrense no sólo estuvo presente en los sitios de Gibraltar y de Orán sino que, tras la Gesta, sirvió en Cataluña, Portugal y Extremadura, cayendo preso de los franceses en Somosierra en 1808. Con el transcurso de los años alcanzaría el rango de brigadier de los Ejércitos Nacionales. De su papel en el episodio defensivo destaca que fue encargado de la instrucción de las cuadrillas de pilotos encargados de los cañones violentos y su veteranía en el gobierno de la artillería del castillo de Paso Alto, siendo artífice del hundimiento del cúter Fox

          Haciendo compañía a Rossique surge el capitán de artillería don Francisco Tolosa Grimaldi, otro digno adalid de la nobleza insular establecida en la capital santacrucera. Nacido en este puerto en noviembre de 1754, era caballero hijodalgo y dueño del mayorazgo familiar, lo que posibilitó no sólo su casamiento con Juana del Campo y Guezala sino que fuera designado regidor perpetuo de la isla por Real Decreto. Inició su andadura castrense en el regimiento de caballería de Tenerife, a edad temprana, alcanzando el rango de capitán de artillería de milicias en 1792. Falleció como teniente coronel en su casa de la calle de San Francisco, en Santa Cruz de Tenerife, en junio de 1815.

          A la vera de estos capitanes caminaban sendos tenientes de artillería: por un lado, don Francisco Grandy Giraud, rescatado del anonimato por Luis Cola Benítez, personaje, nacido en Santa Cruz de Tenerife, que se inició desde muy joven en el mundo de la artillería. Con el grado de teniente y ejerciendo como ayudante mayor del Real Cuerpo de Artillería se hallaba encargado de la batería de Santo Domingo, en el castillo de San Cristóbal, emplazamiento vital éste para el desenlace de la Gesta por su iniciativa de reabrir una tronera tapiada para cubrir un flanco desatendido que miraba hacia la cercana playa del muelle, acción que fue letal para los ingleses. Grandy falleció pocos años después, en su casa de la calle de la Candelaria, en febrero de 1802.

          En el mismo grupo vemos al otro teniente de artillería que hemos citado, don José Feo de Armas Bethencourt, joven lanzaroteño, de calidad noble, que despuntara asimismo en el proceloso mundo de la pólvora y los cañones. En su calidad de teniente de milicias de artillería fue destinado el mismo día 22 de julio de 1797 a gobernar el castillo de San Andrés, misión que llevó a cabo con singular acierto. Con los años regresaría a su isla natal, donde alcanzaría los rangos de ayudante mayor, coronel y sargento mayor. En 1808 fue incluso vocal de la Junta creada en Lanzarote en el hilo de los acontecimientos nacionales. Contrajo nupcias con doña Antonia de Bethencourt Clavijo y fallecería en Las Palmas de Gran Canaria en julio de 1824, habiendo siendo condecorado antes como caballero de Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

          Un poco apartado de ellos, pero adscrito a este primer grupo, podemos distinguir al joven e impetuoso teniente de artillería don José Marrero Acosta, natural de Santa Cruz de Tenerife e hijo del alcalde real don Domingo Vicente Marrero. En su rango de subteniente de granaderos del regimiento de milicias viajó voluntario a la guerra del Rosellón, distinguiéndose particularmente en la acción de Pontós. Acusado falsamente de calumnia por el oficial don Antonio Salazar, se le incoó expediente, siendo encarcelado y depuesto de cargo a la espera de contestación real. En el ambiente de alarma de los meses anteriores a la Gesta, solicitó provisionalmente una batería para ayudar a la defensa, en tanto llegase la ratificación de su inocencia, siendo destinado al fuerte de San Miguel, donde tuvo un papel digno de recordarse por los fastos históricos.

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          Mucho más atrás que el anterior, casi en la desembocadura de la calle del Castillo en la propia plaza de la Pila, distinguimos otro grupo de hasta cinco individuos, conformado por el capitán de infantería don Luis Román Jovel, otro exponente del estamento nobiliario establecido de Santa Cruz. Nacido en La Laguna, era dueño del mayorazgo familiar, así como regidor perpetuo de Tenerife y patrono de la casa y colegio de los jesuitas de La Orotava, entre otras distinciones. Inmerso desde su temprana juventud en la esfera de las milicias, fue ascendiendo en el escalafón del regimiento provincial de Güímar hasta alcanzar el rango de capitán de cazadores y, posteriormente, el de coronel del mismo. Debe destacarse de manera sobresaliente su tenaz y vital defensa del conocido como “boquete” del muelle, en la madrugada del 25 de julio. Caballero de Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, contrajo nupcias con María Consolación de La Hanty y Bignoni falleciendo en La Laguna, ya como coronel de los Reales Ejércitos, en junio de 1841.

          A su lado aparece el teniente de cazadores don Mateo Calzadilla, otra de esas figuras casi desconocidas que llevaron a cabo su labor con determinación y constancia. Natural de La Orotava, había ingresado en las milicias en 1780. Como teniente del cuerpo de cazadores del regimiento de su localidad actuó en la defensa de la plaza, siendo conocido por sendas cartas dirigidas a Marcos Urtusáustegui en las que relataba pormenores del ataque. En 1806 solicitó pasar al estamento eclesiástico, quién sabe si cansado de la vida castrense.

          Calzadilla tiene a su vera al subteniente don Simón de Lara Ocampo y Castro, figura controvertida por su carácter y ambiciones personales y que en el momento de la Gesta era subteniente del regimiento de milicias de La Laguna. Fue herido de gravedad en la defensa del boquete del muelle,en donde llegó a pelear cuerpo a cuerpo, pero su vanidad le llevó a enviar una misiva al propio monarca, iniciativa que fue censurada gravemente por el general Gutiérrez. Lara llegaría a ostentar la alcaldía de Santa Cruz de Tenerife en 1800 y  alcanzaría años después el rango de teniente coronel.

          Y no lejos de los anteriores anda el subteniente don Diego Antonio Correa Gorbalán, natural de La Laguna. Este singular personaje se inició como cabo 1º del regimiento de milicias de Güímar, y aun a pesar de hallarse enfermo, participó en la defensa de Santa Cruz de Tenerife, aunque siempre hemos puesto en duda, a tenor de la documentación, la nobleza de su papel en la Gesta. Llegaría a ostentar el rango de teniente de cazadores, si bien su popularidad vendría años después en otros escenarios, como en su participación en la batalla de Medellín, en tierras americanas, su nombramiento como intendente de Querétaro, en México, o de Filipinas, en cuya capital falleció en 1845.

          Algo separado del resto, como absorto en la contemplación de la cruz que adornaba la plaza de la Pila, observamos a don Domingo Chirino Soler de Castilla, 6º marqués de la Fuente de Las Palmas. Natural de Buenavista, entre sus prebendas nobiliarias encontramos que era dueño del mayorazgo familiar –que incluía el heredamiento de Chasna-, patrono de la iglesia de San Pedro, en Vilaflor, y caballero profeso de la orden de Santiago. En el ámbito social destacó por ser prior del Real Consulado Marítimo y Terrestre y ostentar por un tiempo el cargo de síndico personero en Santa Cruz de Tenerife, si bien fue en la parcela castrense donde alcanzó mayores logros. Ingresó como cadete en el regimiento de milicias de Güímar, ascendiendo hasta alcanzar el grado de teniente coronel en el cuerpo de Abona, tomando parte como comandante de las partidas de cazadores en la Gesta del 25 de Julio. Fallecería en Vilaflor, ya como coronel, en octubre de 1825.

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          En pleno centro de la plaza de la Pila se distingue una pareja que quedó marcada de ignominia en el episodio de la Gesta. Nos referimos al capitán de artillería don Clemente Falcón Hernández, de apenas 50 años, casado con doña María Manuela de Fuentes y vecino de "casa castrense" en la calle San Francisco, quien en su desempeño como capitán de la Artillería Real, tuvo en la defensa un papel nefasto. Trasladado por incompetencia el mismo día 24 de julio de su privilegiada posición como comandante de Paso Alto para dirigir la batería de la Concepción, se le reprochó su poca falta de ánimo y el haber huido de su puesto de mando al tiempo del asalto. Falleció en esta ciudad en 1815.

          El otro personaje de la triste pareja es don Joaquín Ruiz, teniente del Real Cuerpo de Artillería, que participó, junto a otros oficiales, en la instrucción de las cuadrillas de pilotos encargadas de los cañones violentos, quien en su papel de encargado de la batería del muelle al tiempo del asalto británico a Santa Cruz de Tenerife, no dudó en huir y desamparar aquel importantísimo enclave en el momento álgido de la defensa.

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          Si aguzamos la vista, incluso podemos contemplar entrando en la plaza por la calle de San Francisco, seguramente tras pernoctar en el mesón de la inmediata calle San José, al comandante de la corbeta francesa La Mutine, Mr Louis Estanislao Xavier Pomiés, natural de Versalles, con el rango de capitán de fragata, que se hallaba en tierra la noche en que los ingleses robaron su nave, motivo que impulsó su tenaz y activa actuación en la defensa de Santa Cruz de Tenerife. A su lado distinguimos al teniente Mr Jean Jacques Faust, personaje estudiado por Cardell Cristellys, cuyo papel en la Gesta fue de tal calibre que las autoridades isleñas dieron parte e informe de sus méritos al mismísimo Directorio francés.

          Al tratar sobre el Estado Mayor de la Plaza obviamos citar a esa segunda fila de oficiales que ejercían las funciones de asesores y ayudantes de órdenes. Aprovechamos esta conocida representación de Pedro de Guezala sobre el momento de la tensa capitulación para conocerlos mejor.

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          A la izquierda del general Gutiérrez, con esa mirada altanera, reconocemos al capitán Juan Creagh Plowes, auténtica mano derecha del comandante en jefe.  Natural de la villa de La Graña, en Galicia, ingresó como cadete en el regimiento de Hibernia, vinculado a Irlanda. Con el paso de los años fue designado capitán agregado de las célebres Compañías de Canarias, de donde pasó a ser gobernador militar del Puerto de la Cruz, ascendiendo en último término a teniente coronel del regimiento de milicias de Lanzarote. Adscrito al Batallón de Infantería de Canarias, ejercía de ayudante del comandante general en la totalidad de las acciones que se llevaban a cabo. Fue de los pocos recompensados por S.M. con una pensión de 3.000 reales de vellón sobre la encomienda del Esparragal en la orden militar de Alcántara. Juan Creagh, caballero de la orden de Santiago, continuaría su historial entre otros con el nombramiento como gobernador de armas de Las Palmas de Gran Canaria, sargento mayor de Tenerife, o miembro de la Junta Suprema de Canarias, alcanzado en el final de sus días el importante rango de coronel de los Reales Ejércitos.

          En la esquina superior de la mesa, al lado de Creagh, observamos al capitán don José Víctor Domínguez Maguier, otro de los asesores del general, en esta ocasión para los asuntos relacionados con la población pues no en vano este personaje había ejercido de diputado del común y alcalde real de Santa Cruz y era el síndico personero en funciones en el momento de la Gesta. Nacido en 1744, había contraído esponsales con su prima doña Ignacia Carta y Domínguez. Al tratar de este personaje no debemos obviar que José Víctor Domínguez sería el primer alcalde constitucional de esta ciudad, ya a comienzos del siglo XIX.

          Detrás de Creagh, en un discreto segundo plano pero con un rol decisivo en el acontecer de la Gesta, reconocemos al teniente don Vicente Siera Cases. Nacido en Valencia en junio de 1751, ingresó como soldado en el regimiento de Guadalajara. Participó en las conocidas acciones bélicas del desembarco de Argel y el bloqueo de Gibraltar, pasando a Cuba con su regimiento en 1780. Once años después fue destinado a Tenerife, donde ascendió al rango de teniente efectivo. Su papel en el episodio objeto de nuestro estudio fue de gran relevancia y S.M. le concedió 2.500 reales anuales sobre la encomienda del Esparragal en la orden militar de Alcántara. Con el paso de los años fue designado comandante y ayudante mayor de las compañías de milicias de La Gomera, así como gobernador militar de dicha isla, falleciendo en la capital colombina, ya como caballero de Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, en septiembre de 1824.

          Tras la figura del general Gutiérrez, guardando la preceptiva separación en virtud de su cargo de secretario de la Comandancia aparece don Guillermo José de los Reyes, capitán de milicias, de quien se recuerda con particular énfasis su valerosa salida del castillo de San Cristóbal en la madrugada del 25 de julio para ir en búsqueda del Batallón de Infantería, acción para la cual se despojó de sus charreteras y espada para avanzar con mayor seguridad y presteza.

           Al lado derecho, solitario, casi ensimismado, podemos distinguir el perfil y espalda del auditor de guerra don Vicente María Patiño, figura peculiar y enormemente controvertida. Este abogado de los Reales Consejos ejercía de auditor desde noviembre de 1795 y fueron sus ínfulas de engrandecimiento las que le llevaron a pretender una reforma de la Auditoría de Guerra, hecho que hizo al comandante general pedir consejo a la Corte quejándose de su impetuosidad y malas artes. Aunque debía estar al lado de Gutiérrez en la madrugada del 25 en razón de su cargo, salió del castillo de San Cristóbal de manera temeraria, siendo apresado por las fuerzas británicas en las calles de la ciudad.

          Por último, tras la pareja de oficiales británicos formada por el capitán Samuel Hood y su segundo, el teniente William Webley aparece la  figura del capitán de infantería Esteban Benítez de Lugo y del Hoyo-Solórzano, nacido en Garachico, quien con el rango de capitán de granaderos, tomó parte en la defensa de Santa Cruz destinado en la entrada o “rastrillo” del castillo de San Cristóbal. Ascendería con el paso del tiempo a teniente coronel efectivo, siendo nombrado caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, terminando sus días en marzo de 1834.

          No debemos dejar de reseñar la presencia en esta imagen, igualmente, de una pareja de frailes dominicos, fray Carlos Lugo y fray Domingo Ambert, que tuvieron su papel en los entresijos del proceso de capitulación, al haber sido utilizados como mensajeros por las tropas británicas en sus intentos de intimación a Gutiérrez.

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          Entrando en el último bloque de personajes, y para conocer a las autoridades y personalidades del ámbito civil de la población acerquémonos al cuadro de Nicolás Alfaro Brieva, justo en el instante del desfile de las tropas británicas por la plaza de la Pila.

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          Fijándonos en la izquierda de la representación pictórica, enfundado en una casaca amarilla, se distingue al alcalde real don José María de Villa Martínez, natural de Galdámes, en Vizcaya, que había estudiado en su juventud la carrera náutica, siendo de hecho piloto y capitán de la marina mercante, a la par que comerciante. A través de sus viajes recaló en Santa Cruz de Tenerife, contrayendo nupcias con doña Agustina de Herrera Cabrera. Pronto se introdujo en el gobierno municipal, ejerciendo como diputado de abastos primero y como alcalde en varias ocasiones después, siendo reseñable entre otros temas su denodado apoyo, abriendo una subscripción popular, para la culminación de las obras del cementerio de San Rafael y San Roque, cuya historia ha publicado Daniel García Pulido. José María de Villa fallecería en La Laguna en septiembre de 1833.

          Delante de este último se encontraba el síndico personero don José de Zárate y Penichet , figura de una relevancia notable en la historia de Tenerife y de las Islas. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, se trasladó a Sevilla para licenciarse en Derecho, regresando a Tenerife para iniciar una carrera personal y laboral que difícilmente tenga parangón en la época: fue, aparte de abogado de los Reales Consejos y Tribunales de la Nación, asesor jurídico de Santa Cruz y del Cabildo, alcalde real de esta ciudad en varias ocasiones, síndico personero, auditor de Guerra, de Marina y de montes, promotor fiscal, administrador de Hacienda de los señoríos de La Gomera, El Hierro y Adeje y  uno de los fundadores del Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife, del que resultó elegido su primer decano. Su biografía ha sido escrita por Coriolano Guimerá López, q.e.p.d., miembro que fue de la Tertulia de Amigos del 25 de Julio. Debe resaltarse de Zárate y Penichet que fue uno de los redactores (quizá puede que el principal, a tenor de nuestras indagaciones) de la solicitud de privilegio de villazgo y del escudo de armas de la ciudad. Casado en segundas nupcias con doña Juana Paula de Figueredo Núñez Ponte y Benítez de Lugo, fallecería en la capital santacrucera en febrero de 1840.

          Pegado a Zárate, pero de espaldas al desfile para no presenciar a su enemigo irreconciable inglés, vemos al cónsul de Francia, Mr François Pierre Clerget. Nacido en Besançon, Francia, en diciembre de 1745, había sido diputado por el clero en la famosa Asamblea Constituyente francesa. Víctima del Terror, hubo de emigrar como muchos paisanos suyos, obteniendo el nombramiento de cónsul en las islas en agosto de 1795. Regresó a París cinco años después, falleciendo en 1808.

          En esta imagen encontramos también a otro comerciante que tuvo especial significancia en el acontecer del 25 de Julio, ubicado a espaldas del alcalde real, se trata de don Juan José Aguilar Martínez de Escobar, natural de Antequera, Málaga, que vino a Tenerife en torno a 1763, quien a la par que comerciante, estaba adscrito a la Veeduría de la Gente de Guerra como encargado del almacenaje de harinas, razón por la cual era un personaje muy respetado en el Santa Cruz de aquel entonces. Autor de un diario de los pormenores de la Gesta, acabaría sus días en esta ciudad apenas dos años después, en mayo de 1799.

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          (14) En la esquina de enfrente a los personajes que hemos ido viendo  encontramos otro grupo de comerciantes digno de nuestro interés: don Juan Bautista Devigneau-Casalón, uno de los individuos más ricos dentro del estamento de la burguesía santacrucera, nacido en Aron de Oloran, Francia, quien en calidad de dueño del mayorazgo familiar y de la casa comercial Casalon & Devigneau, arribó a tierras isleñas con apenas 20 años movido por los intereses mercantiles. Fijó su residencia en la plaza de la Iglesia, siendo diputado del común y alcalde real, entre otros cargos, dentro de la política municipal. En la Gesta fue felicitado por S.M. por su “celo, valentía y esmero”, en especial por su particular preocupación por el aspecto sanitario. Casalón fallecería en esta ciudad apenas dos años después, en mayo de 1799.

          De espaldas al desfile, quizá por su apego a las costumbres inglesas, hallamos al joven don Bernardo Cólogan Fallon, nacido en el Puerto de la Cruz. De familia dotada de importantes recursos, pudo estudiar en colegios de Francia, Inglaterra y Holanda, regresando a la isla para dedicarse por entero al mundo comercial. Por su formación y cultura fue elegido uno de los secretarios en la fundación de la Junta Suprema de Canarias en los acontecimientos de 1808. En la Gesta no tuvo el papel tan relevante que ha trascendido a la Historia, aunque ha de reconocerse que sus cartas y relatos del acontecimiento son de una calidad y precisión a tener en cuenta para conocer la realidad del momento. Cólogan llegaría a ser alcalde real del Puerto de la Cruz y contrajo nupcias con doña María del Rosario Bobadilla de Eslaba y Pery, amor desdichado éste que fue uno de los causantes de su marcha de las Islas y de su temprana muerte en Londres en abril de 1814.

          Cólogan se halla en animada conversación con otro comerciante de raíces irlandesas, aunque nacido en Santa Cruz de Tenerife, don Pedro Francisco Forstall Russell, igualmente estudiado por Cardell Cristellys. Al igual que Cólogan, gracias a los recursos familiares, pudo perfeccionar su formación en el extranjero, viajando al célebre colegio de Saint Omer, en Francia, a Londres, París y  Lille, regresando a Tenerife en febrero de 1781. Como comerciante mayorista, instalado en su casa de la calle de la Marina, también se introdujo en el gobierno de la ciudad, llegando a ser síndico personero en 1795. Falleció, triste víctima de la fiebre amarilla que asoló la ciudad en noviembre de 1810.

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          De entre el resto de los personajes que ocuparon los balcones y ventanas de las casonas que enseñoreaban la plaza de la Pila debemos hacer mención específica de uno de ellos, que encontramos en la balconada principal de la casa de Miranda: don Juan José Pérez González, beneficiado y cura rector de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción entre 1790 y 1819. Natural de Santa Cruz de Tenerife, entre sus logros figura el haber sido comisionado para fijar y bendecir los límites del cementerio de San Rafael y San Roque y su designación como chantre tras formarse el Obispado de La Laguna. Falleció en la capital santacrucera en marzo de 1823.

          Con el beneficiado Pérez González finalizamos la enumeración y recorrido sobre el elenco de personalidades que marcaron la realidad de aquella Gesta del 25 de Julio de 1797 en esta ciudad de Santa Cruz de Santiago de Tenerife, agradeciendo sobremanera su atención y la amabilidad por haber compartido con nosotros este paseo por una página del pasado que les pertenece a ellos como protagonistas, que nos pertenece a todos nosotros como heraldos y herederos de su legado, y que pertenece a quienes vengan en el futuro, como testimonio de un patrimonio sólo accesible al mundo de las emociones y de los más bellos recuerdos.

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