Presentación exposición de María Paz (II)

A cargo de Luis Cola Benítez (Casino de Tenerife, 6 de septiembre de 2007)

          María Paz es reincidente. Por segunda vez, considerándome el menos apropiado, por un grato compromiso de amistad me veo en la situación de tener que pronunciar algunas palabras que sirvan de pórtico a una nueva exposición de pintura de la voluntariosa artista que es María Paz. Pobres y atrevidas palabras, las mías, las de un lego en la materia, que por más que lo intente nunca llegarán a hermanarse con la manifestación artística que ella nos brinda.

          María Paz  vuelve al Casino de Santa Cruz con su obra pictórica. Y vuelve para presentarse ante nosotros con toda la vitalidad y franqueza que caracteriza su forma de ser y que pone en cuanto acomete en su decidida trayectoria artística. Sabe lo que quiere hacer, lo que desea expresar, que no es otra cosa que el trasunto de su rotunda y desbordante personalidad. Con sus decididos pinceles y utilizando una paleta sin dobleces, lo primero que nos sorprende es la sinceridad expresiva de los sentimientos que intenta transmitirnos. Si lo logra o no, no siempre es cuestión que ataña sólo a la artista. También tiene mucho que ver la aptitud y la actitud del espectador, que en amor y concordia deben configurar su capacidad receptiva, pues el Arte, aunque en su proceso de creación tenga mucho de actividad solitaria, nada es y nada puede transmitir si no se crea el vínculo, si no se establece el imprescindible e impalpable fluido de comunicación, si no existe el diálogo con el espectador.

          En este caso, la artista, y ello es evidente, se siente atraída por el impresionismo, pero su obra no es el resultado de una elaboración artificiosa y premeditada. Tampoco se limita a reflejar, como si de un espejo se tratara,  el impacto sensorial que recibe de las cosas de su entorno, ni le basta con despojarlas de sus valores simbólicos, ni se contenta con copiar en sus cuadros la apariencia física del mundo que la rodea, lo que sería, simplemente, el más bajo nivel, la más rudimentaria manifestación de esta escuela artística. La artista, en un singular viaje estético de ida y vuelta, al expresarse trata de devolvernos lo que el mundo exterior le ha provocado o sugerido en su particular mundo interior. Y para ello, María Paz hace un auténtico e inapreciable alarde de sinceridad sin necesidad de esforzarse, de forma natural, por lo que su obra resulta de una frescura y espontaneidad reconfortante y que nos sorprende por la independencia de su gesto, sin lecturas interlineales ni recovecos interpretativos. Sencillamente, ella es así y así es su pintura.

          Ya dije en la anterior ocasión en que me vi en similar compromiso que, como es obvio, mis comentarios eluden cualquier alusión al lenguaje técnico, pues soy el menos  indicado para hacer una crítica artística. Me limito, como curioso de la Historia, a historiar lo que veo, para lo que no es necesario saber nada de nada. Sólo es necesario tener ojos y un mínimo de sensibilidad para apreciar la realidad circundante o, como en la presente circunstancia, la que se nos ofrece a la contemplación.

          Pero, en cualquier caso, no preguntemos demasiado a un cuadro. Más bien, dejémonos empapar por él hasta que anegue nuestro espíritu. Hay un dibujo o grabado del pintor flamenco del siglo XVI Pieter Breughel, titulado “El pintor y el mirón”, que sintetiza lo que quiero decir. Es el clásico mirón que, a las espaldas del artista que trata de enfrascarse en su trabajo, parece no cesar de incordiar y preguntar: ...y esto qué significa...., y porqué ese color...., y qué intentas representar con aquello...., etc. No es esta la actitud más recomendable para apreciar un cuadro, ni de María Paz, ni de ningún otro artista. Aclaremos la mirada sin colocarnos antiparras, abramos el espíritu, sin hacer preguntas impertinentes, y dejemos que el dibujo, los colores, la composición, la luz, inunden nuestra sensibilidad, y entonces, cuando alcancemos ese estadio anímico, el cuadro nos hablará con su propio lenguaje. En realidad, la obra de arte nace de la nada y, aunque parezca paradójico, sigue siendo nada una vez concluida. Sólo empezará existir y, sobre todo, sólo llegará a ser arte, cuando encuentre alguien distinto a su autor que la contemple con ojos nuevos y  espíritu abierto.

          Los colores y la pincelada de María Paz se me antojan de tanta franqueza como su espíritu. Los bodegones –en los que tanto se deleita-, las flores –en eclosión colorista plena de luces-, los íntimos interiores y los atrevidos paisajes, que en ocasiones adquieren sorprendentes profundidades o reflejan el canicular peso de un sol abrasador sobre una playa, una barca y un mar hierático concentrado en sí mismo. Y todo expresado con alegría, serenamente y sin truculencias, lo que en los tiempos actuales de tanto despiporre estético, formal y mediático, que algunos llegan a considerar arte, es muy de agradecer.

          Alguien dijo que el caos reina donde no se encuentra la belleza. Y es cierto. Pero no nos equivoquemos, porque han de ser diferentes las varas para medir estos dos conceptos. Cuando el caos se instala en cualquier actividad humana se convierte en algo agobiante, físicamente evidente y objetivo. Por el contrario, la belleza es, en sí misma, concepto etéreo, insustancial y subjetivo. Tal es así, que la imposibilidad de definirla con exactitud llevó al mismísimo gran Miguel Ángel a exclamar, en un famoso y acertadísimo cuarteto:

               "Dime, oh Dios, si mis ojos realmente
               la fiel verdad de la belleza miran;
               ó si es que la belleza está en mi mente
               y mis ojos la ven doquier que giran"

          Por ello es tan fácil crear el caos y tan difícil alcanzar la belleza. Y este último, el más dificultoso, es el camino que ha elegido María Paz en su artístico peregrinar.

          Una vez más, María Paz, desde la última fila de butacas del patio de tus espectadores, me atrevo a alzar la voz para decirte: felicidades por tu fructífero trabajo, que la fiel verdad de la belleza -como decía Miguel Ángel- lo ilumine siempre y que las Musas, que según Homero son poseedoras de la ciencia universal, te acompañen en tu empeño.

          Enhorabuena y muchas gracias.

 
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