Tacoronte, el Cristo y Gutiérrez Albelo

Pronunciada por Miguel Melián García el 25 de sptiembre de 2011 en el Santuario del Cristo de Tacoronte.

          Se cumple este año -como saben ustedes mejor que yo- el 350 aniversario de un hecho histórico para el municipio de Tacoronte: la llegada desde Madrid, el año 1661, de esta preciosa imagen del Cristo de los Dolores. Esta efeméride no ha pasado desapercibida a un grupo de vecinos, tacoronteros y devotos del Cristo, que han organizado a lo largo de este mes de septiembre una serie de actos religiosos y culturales, con los que demuestran el cariño a su pueblo y la profunda devoción a su Cristo.

          Después de asistir con ustedes a la misa que ha oficiado don Julio González Sánchez, permítanme que les invite a recordar conmigo un libro y un poeta: el libro es el poemario titulado Cristo de Tacoronte, cuya primera edición vio la luz en 1944; y un poeta, el autor de este libro singular: Emeterio Gutiérrez Albelo.

          Fue Gutiérrez Albelo uno de los poetas tinerfeños más importantes del pasado siglo XX. Nace en Icod de los Vinos, en el domicilio familiar de sus padres en la calle de La Asomada, el 17 de agosto de 1904, y diez días después es bautizado en la cercana Parroquia Matriz icodense de San Marcos Evangelista.

          Su padre, el periodista y escritor Emeterio Gutiérrez López, fue durante muchos años secretario del Ayuntamiento de Icod; y en el periódico local que fundara, llamado La Comarca, publica nuestro poeta su primera composición cuando tenía catorce años. Estudia bachillerato y magisterio en La Laguna y ejerce la profesión docente durante toda su vida en diferentes lugares de la isla.

          En 1930 publica su primer libro, Campanario de la Primavera, que nace bajo el influjo de Juan Ramón Jiménez y del francés Francis Jammes. Como ha escrito Ernesto J. Rodríguez Abad, Campanario de la Primavera "resultó ser una especie de revulsivo en la lírica canaria, que aún vivía de la estética modernista" (1).

          Después de la fundación, en febrero de 1932, al inicio de la Segunda República Española, de la revista tinerfeña de vanguardia Gaceta de Arte, es invitado a colaborar en ella por su director, y en abril de 1933 pasa a  ser uno de sus redactores y a formar parte de lo que Domingo Pérez Minik denominó "la facción española surrealista de Tenerife". "Entre nosotros" -nos dice Minik- "había de todo, entre humanistas materialistas dialécticos y hasta cristianos progresistas" (2).

          Gaceta de Arte es la editorial que publica su segundo y su tercer libros: Romanticismo y cuenta nueva en 1933 y Enigma del invitado en 1936, dos obras ampliamente elogiadas por la crítica. Andrés Sánchez Robayna, crítico literario, poeta y profesor de la Universidad de La Laguna, ha escrito que estos dos libros son "de los mejores del período insular de las vanguardias y de la poesía española de la fase prebélica". Estos dos poemarios ─añade─ "se cuentan entre los más significativos del surrealismo en su versión hispánica" (3).

          El comienzo de la guerra civil española en 1936 acabó de manera brusca con Gaceta de Arte y con la actividad del grupo surrealista tinerfeño. Nuestro poeta, que tenía entonces 32 años, llevaba algún tiempo en el barrio icodense de La Vega ejerciendo su labor docente y su compromiso con la cultura. Al decir del historiador de Icod José Francisco López Felipe, Gutiérrez Albelo "adoraba su profesión y la practicaba con ejemplaridad." "Don Emeterio-nos dice- fue algo más que un maestro: alguien que enseñaba y escuchaba, confesor de virtudes y defectos, de consejos y encrucijadas, alguien que enseñó a entender la palabra, que hizo, de personas analfabetas, lectoras, autodidactas y comprometidas por mejorar el atraso cultural de su pueblo. Con la educación -decía- les haré más libres y más humanos”.

          El 15 de agosto de 1936 contrae matrimonio en la iglesia de La Paz y de la Unión, en el barrio lagunero de La Cuesta, con la joven santacrucera Donatila Arienza Fumero, y establece su primer hogar en Icod.

          El inicio de la guerra trajo como consecuencia la detención, el procesamiento, la muerte y la huida de muchos de sus amigos. Según nos dice el ya citado López Felipe, nuestro poeta también "fue depurado como maestro, separado del servicio durante diez meses y medio, y suspendido de empleo y sueldo. (…) Además, sufrió ostracismo y destierro en los siguientes tres años, siendo vigilada su conducta con lupa". Y todo esto le había ocurrido "por su militancia política y por su conocida relación con los movimientos surrealistas españoles, considerados subversivos por las nuevas autoridades" (4).

          Una vez "depurado", es nombrado maestro de Aguagarcía, en los altos de Tacoronte. Allí ejerce su docencia en un ambiente apacible, siguiendo de lejos las trágicas consecuencias de la guerra civil.

          Todos los días, para realizar su humilde y grata labor de maestro (labor con la que se ganaba "el pan moreno de cada día"-y con la que se lo ganó honrada y modestamente el resto de su vida-, recorría el camino que iba desde el casco urbano de Tacoronte (donde residía ahora) al colegio de Aguagarcía, y viceversa. Camino flanqueado por "la verde sinfonía de aquellos campos risueños": el tupido yerbazal, los trigales, los viñedos, "desde la cumbre al monte / desde el llano al otero"; los cañaverales "que pulsaba el viento", los copudos árboles, los humildes cardos ("cardos fraternos"), los zarzales ("que alfombraban el sendero"), las trebinas ("estrellas de cinco pétalos")… Y contemplaba a los campesinos dedicados a sus faenas del campo, sus casas, sus chozas… En días claros, y en días de lluvia y de niebla… Todo le transmitía paz: la paz que tanto deseaba para él, para los suyos y para todos. Y -diciéndolo con sus propias palabras- se produjo en él "una transformación, o más bien un reencuentro religioso, que se venía operando en su espíritu desde largos años antes" (5).

          Al cesar como maestro en Aguagarcía, pasa a residir el resto de sus días en Vistabella, junto con su esposa y sus tres hijas (Ana Rosa, Mercedes y Carmen Paz) y a trabajar en varios centros docentes de Santa Cruz. Como antes indicamos, siempre se ganó la vida viviendo austeramente de su profesión de maestro.

          En 1944, después de ocho años sin publicar ninguno, aparece su cuarto libro, editado por el Instituto de Estudios Canarios: el poemario Cristo de Tacoronte. Sin duda, su libro más hondo.

          Como escribiera el profesor Juan Barceló Jiménez, en este libro "siente [nuestro poeta] un desahogo, producido por el cese de una inquietud espiritual lenta y madurada, hasta producir esta obra magnífica" (6). "Es un libro ─nos dice el poeta y crítico Félix Casanova de Ayala─ que con el paso de los años no envejece y que encierra el más rico romancero íntegramente tinerfeño de que podemos ufanarnos" (7). Y el poeta Vicente Aleixandre, una de las mayores glorias de la poesía española contemporánea, Premio Nobel de Literatura 1977, le dice a nuestro autor en una carta que, con esta obra, pasa a ser el poeta "que más merece el título de cantor isleño" (8).

          Es un libro, además de hondo, humilde e intenso. Ya nos lo dice él en los “Motivos  finales”:

                    Este libro, Señor,
                    yo quise componerlo
                    sin galas de retórica,
                    sin vanos ornamentos.
                    Sencillamente humano,
                    humanamente bueno…
                    Y que hacia Ti fluyera
                    por un cauce sereno,
                    como un tranquilo chorro
                    de mis hondos veneros.

          Algunos de sus antiguos compañeros no entendieron, o no quisieron entender, el profundo cambio que se había producido en el alma del poeta y que reflejan estos versos. Ya lo dice él en el poema con el que abre el libro, y que tituló "Solo":

                    Nadie me comprendió.
                    Ni los que traían el color gastado
                    ni los que traían el nuevo color.
                    Ni los que traían la sonata nueva
                    ni los que traían el himno antañón.
                    Y al fin me quedé solo, 
                    solo con mi canción.
                    Con mi canción desnuda:
                    la que me diste Tú, Señor.

          A los que dudaban de la sinceridad de su conversión les dedicó, en 1946, uno de sus poemas más intensos: el titulado “Él me encontró en la calle”, que termina así:

                    Oh, no sabéis, oh, no sabéis -aún-
                    que cuando se le encuentra
                    ni Él puede abandonarnos,
                    ni se le puede abandonar ya nunca.

          Un año después, en septiembre de 1947, el Instituto de Estudios Canarios, a petición de "varios devotos del Santísimo Crucificado", publicó una segunda edición de Cristo de Tacoronte. Y en los años 1995 y 2000 han aparecido, preparadas por este que les habla, la tercera y la cuarta ediciones (10).

          Como muy bien afirma el poeta y periodista Fernando Delgado, Premio Planeta 1995, Gutiérrez Albelo ha sido "uno de los poetas más importantes que ha tenido Canarias en todos los tiempos. Tenerife, y todas las islas, encontraron en él a su más fervoroso juglar" (11).

          Domingo Pérez Minik escribía en 1970 que Emeterio Gutiérrez Albelo "fue un poeta hecho y derecho, a veces malparado, en otras ocasiones de pobre manera comprendido, con su conversión a cuestas" (12), y el periodista y escritor herreño José Padrón Machín, gran amigo de Emeterio durante muchos años, nos dice de él que, "como amigo, era el amigo cordial y sincero. Era -nos añade- un hombre que se sentía verdaderamente hermano del hombre. La bondad la llevaba bien reflejada en su rostro, y la luz de su amistad, diáfana y apacible, en sus ojos" (13).

          En la tarde del 6 de agosto de 1969, a los casi 65 años de edad, y en su casa de Vistabella, entregaba su alma a Dios nuestro poeta que -como escribiera su amigo y también poeta, antes citado, Luis Álvarez Cruz- "está presente en todos, absolutamente en todos sus versos, y en todas partes de la historia de la poesía insular. El caso de Emeterio es como el de esas estrellas que después de apagadas siguen brillando en el espacio. No sembró en el viento ni en el mar. Lo hizo a la manera de los campesinos de la tierra, volcando su semilla sobre los surcos, allí donde había de florecer y fructificar" (14).

          El valioso conjunto de su obra sigue esperando a los estudiosos que la analicen y estudien en su totalidad, con rigor y sin prejuicios.

NOTAS

1. Emeterio Gutiérrez Albelo, Campanario de la Primavera. Romanticismo y cuenta nueva. Enigma del invitado. Prólogo y recopilación: Ernesto J. Rodríguez Abad, Excmo. Ayuntamiento de Icod de los Vinos, 1982, p. 15.
2. Domingo Pérez Minik, Facción española surrealista de Tenerife, Tusquets Editor, Cuadernos Ínfimos 62, Barcelona, 1975, p. 20.
3. Presentación de Dos poemas surrealistas, de Emeterio Gutiérrez Albelo. Textos del invitado, 1, isla de Tenerife, 1992.
4. José Francisco López Felipe, «Emeterio Gutiérrez Albelo, el poeta del Norte», en Gaceta de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 27-2-2000 (supl. El Mosaico, pp. 10 y 11.
5. Así lo declaró el poeta a su amigo, el también poeta y periodista Luis Álvarez Cruz, en una entrevista que le hizo éste y que apareció en el periódico El Día el 9/10/1968.
6. Juan Barceló Jiménez, Gutiérrez Albelo y la actual poesía canaria, Aula de Cultura de Tenerife, [Santa Cruz de Tenerife], 1960, p. 35.
7. Félix Casanova de Ayala, «Glosa de un libro que no envejece», en Resumen de una experiencia poética, Santa Cruz de Tenerife, Cabildo Insular de Tenerife, 1976, p. 83.
8. Juan Barceló Jiménez, ob. cit., p. 36.
9. El poema «Él me encontró en la calle» apareció por primera vez en la página 5 del número 16 de  la revista Mensaje, del Círculo de Bellas Artes de Tenerife, correspondiente a abril-mayo-junio de 1946, en la página 3.
10. La 3ª edición fue publicada por el Servicio de Publicaciones de la Caja General de Ahorros de Canarias, con la colaboración del Ayuntamiento de Tacoronte y la Consejería de Cultura del Cabildo de Tenerife, con una nota preliminar de Miguel Melián García y con la «Glosa de un libro que no envejece», de Félix Casanova de Ayala. Y la 4ª edición, por EDOBITE (Ediciones Obispado de Tenerife), con una «Presentación», por Felipe Fernández García, obispo de Tenerife, y un «Acercamiento a la vida y a la obra de Emeterio Gutiérrez Albelo», por Miguel Melián García.
11. El día del entierro del poeta, el Centro Emisor del Atlántico de Radio Nacional de España, radicado en Santa Cruz de Tenerife, y dentro del programa «Archipiélago, última hora», le dedicó una emisión-homenaje en la que intervinieron, además de Fernando Delgado, Álvaro Martín Díaz y José Antonio Cubiles.
12. Emeterio Gutiérrez Albelo, Poesía última, Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Santa Cruz de Tenerife, 1970, p. 7.
13. José Padrón Machín, «Semblanzas. Emeterio Gutiérrez Albelo, poeta y amigo», en el diario La Tarde, de Santa Cruz de Tenerife, del 19-8-1969, p. 3.
14. Luis Álvarez Cruz, «Reencuentro con Gutiérrez Albelo», en El Día, de Santa Cruz de Tenerife, del 24/11/1970.