¿Existe Conciencia de Defensa Nacional en España?

Pronunciada por Emilio Abad Ripoll (los días 27 de octubre y 26 de noviembre de 2008 en el Centro de Historia y Cultura Militar -Almeyda, Santa Cruz de Tenerife- y Residencia Militar de Las Palmas respectivamente).

 

          En 1920, hace ya 88 años, un gran filósofo y pensador español, don José Ortega y Gasset, uno de los hombres que con su prestigio intelectual y su pluma  contribuyó con más fuerza a la caída de la Monarquía de Alfonso XIII y a la llegada de la 2ª República -de la que pronto se desengañaría, como dejó claro en su famoso artículo “No es esto”, escrito pocos meses después del cambio de Régimen- dejaba plasmado en su magistral España invertebrada:

                    “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales… Raza que no se siente ante sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero es que se halla profundamente enferma.”

          Y podríamos preguntarnos hoy: ¿Vive en la actualidad el pueblo español tan cerca, anímica y físicamente, de su Ejército como para palpar cuál es su situación, sus estados de moral, instrucción y equipamiento, y poder así enorgullecerse, en su caso, o, por el contrario, demandar de las autoridades políticas un mejoramiento en las condiciones de sus FAS, reflejo, como decía Ortega de la propia vitalidad nacional? ¿O le importa a ese pueblo un comino la situación de su Ejército?... lo que podría significar, si nos atenemos a lo que decía el filósofo, que está gravemente enfermo.

          Quizás alguno de ustedes me podría ya reconvenir y decirme que el título de la charla menciona la Defensa Nacional y que yo he entrado en eficacia directamente, hablando del Ejército, cuando hay otros factores, no exclusivamente militares, que inciden también en la citada Defensa.

          Y yo le respondería inmediatamente que estoy absolutamente de acuerdo con él, que la Defensa Nacional afecta y es afectada por muchos otros estamentos de la Sociedad, y que para que no le queden dudas acerca de mi intención reflejada en el título, voy a comentar algo sobre la Defensa, pero dejando ahí, aparcada en un rinconcito del cerebro la pregunta que nos hemos hecho para comenzar.

          ¿Cómo definiríamos la Defensa Nacional? Si nos ponemos a pensar un poco podemos considerarla una tendencia natural de la Sociedad, un deseo fundamental de conservación “de vidas y haciendas”, de preservación del territorio, de seguridad… Este deseo u objetivo debe conducir indudablemente a la aparición de una organización frente a los agentes o sujetos externos que amenacen o puedan amenazar aquellos valores sustanciales (con las armas, la economía, las enfermedades,…). Y esa organización también tendrá que basarse en un convencimiento, a nivel general y particular o individual, de la necesidad de defenderse; es decir a la creación, en el caso improbable y no deseable de que no existiera, y fomento de una Cultura de Defensa.

          Por tanto, para engendrar, si hiciese falta, y fomentar esa Cultura de Defensa hay que inculcar y cultivar, valorar y resaltar, aquellos aspectos y conceptos que tienden a favorecer la faceta defensiva de la Sociedad o de la Nación, a la vez que crear, entre otros, un organismo que se encargue de velar por la preservación de los bienes primarios del grupo y de sus componentes (vida, libertad, territorio, riqueza…). Y ese organismo no es otro que el Ejército, o las Fuerzas Armadas, como quieran llamarle.

          Y ahora volvamos, con el permiso de mi supuesto interpelador, a la pregunta inicial. ¿Conoce hoy el pueblo español a sus Fuerzas Armadas? ¿Cómo las valora? ¿Las ama y respeta, les son indiferentes o las odia y denigra? ¿Está convencido de su necesidad y utilidad o, por el contrario, las considera un ente generador de gastos superfluos o inútiles? Es decir, ¿existe conciencia de Defensa Nacional en España? Intentaremos responder a esas preguntas para llegar a una conclusión y, en su caso sugerir soluciones.

          La controversia sobre la necesidad de los Ejércitos, a pesar de los razonamientos expuestos,  no es nueva ni circunscrita en exclusiva a nuestra Patria. Ya en el siglo XVI un militar y poeta, Cristóbal de Virúes, escribía un soneto en el que comenzaba diciendo “Oh miserable suerte de soldados, de todo el universo aborrecidos…” y en el que se quejaba amargamente de la incomprensión de sus compatriotas. En el lado opuesto, Calderón de la Barca plasmaba otra visión en su famosa poesía, aquella que empieza con “Ese Ejército que ves…” y concluye afirmando que “… la Milicia no es más que una religión de hombres honrados.” Entre ambos versos, ustedes lo conocen bien, se hace un exhaustivo recordatorio de las virtudes del Ejército como entidad y del militar como persona, en lo que se podría calificar como un espléndido esfuerzo para dar a conocer y acercar el Ejército (del que se enorgullecía haber formado parte como Soldado de Infantería) a su pueblo.

          Pero sean las opiniones laudatorias o peyorativas, lo cierto es que hay que estar de acuerdo con lo que el TG. Díez Alegría dejaba escrito en 1972 en su libro Ejército y Sociedad:

                    “El Ejército llena, y ha llenado siempre, un considerable papel en la Historia y en el desarrollo de la Humanidad, y por eso siempre los grandes pensadores se han sentido atraídos por el estudio de los Ejércitos.”

          Y por eso, naturalmente, nos saldríamos de los límites del dibujo si intentáramos  seguir aquí plasmando citas, aunque vamos a retomar el hilo de la actualidad con otra muy especial, también de Ortega y de su mismo genial ensayo, España invertebrada, escrito, repito, hace 88 años, pero que si alguno no lo supiera podría pensar que tenía aún fresca la tinta de la imprenta que lo editó ayer por la tarde. Dice así:

                    “Desde hace un siglo padece Europa una perniciosa propaganda en desprestigio de la fuerza… Ello es que se ha conseguido imponer a la opinión pública europea una idea falsa sobre lo que es la fuerza de las armas. Se la ha presentado como una cosa infrahumana y torpe residuo de la animalidad persistente en el hombre. Se ha hecho de la fuerza lo contrapuesto del espíritu, o cuando más una manifestación espiritual de carácter inferior.”

          Y sigue diciendo nuestro gran filósofo:

                    “Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner en pié un buen Ejército. ¿Cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana? La fuerza de las armas no es fuerza bruta, es fuerza espiritual. Esta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerlo. La fuerza de las armas no es ciertamente fuerza de razón, pero la razón no circunscribe la espiritualidad.”

          Y con ese recordatorio de Ortega, con esa defensa de lo militar frente a la perniciosa propaganda en contra, vamos a avanzar otra vez en el túnel del tiempo y vamos a aparecer en la fecha de hoy, 26 de noviembre de 2008, y oteando el horizonte, cogiendo cualquier periódico de estos días, podríamos asegurar, con alguna benevolencia, que la sociedad española contempla con cierta indiferencia el tema de la Defensa Nacional y, por la relación directa que las une, a sus Fuerzas Armadas.

          Para pisar firme, al menos según el grado de credibilidad que a cada uno le ofrezcan las encuestas, vamos a remitirnos a datos del Centro de Investigaciones Sociológicas recogidos en la página webb del Ministerio de Defensa y nos vamos a llevar alguna sorpresa. Resulta que en el año 2007, nuestra Institución estaba relativamente bien valorada por la sociedad española, pues un 6,8% tenía una opinión muy buena de ella, un 49,8% una buena opinión y un 28,6% una regular opinión (en total un 85,2% de los españoles las consideraban aceptables). Un 54,5% reconocía la necesidad de que existieran las FAS. Sólo un 18,3% estaban absolutamente seguros de que, si hiciese falta, defenderían a España con las armas mientras que un 25, 3 % probablemente lo harían (es decir, un 43,6 % en total), frente al 18 % que probablemente no la defendería con las armas y un elevado 32,7 % que, con toda seguridad, no lo haría (o sea, que un 50,7%, más de la mitad de la población, no parece dispuesta, en caso de que España fuera atacada militarmente, a defenderse de igual manera). Por otra parte, un 44,7 % sería capaz de sacrificar su vida por la Patria, porcentaje muy parecido al de los que estaban dispuestos a defenderla por las armas.  Pero, como contrapartida, cuando se les decía que colocasen por orden de preferencia entre 10 profesiones la que les gustaría desempeñar, nos encontramos con la siguiente lista: médico, bombero, profesor, policía, empresario, abogado, comerciante, periodista, SOLDADO PROFESIONAL y MILITAR DE CARRERA.

          Es fácil apreciar una dicotomía. ¿Cuál es la razón de esa escasa valoración de los españoles hacia los componentes de una institución que, por el contrario, no es mal vista por la mayoría? Algunos investigadores lo achacan a que entre el pueblo español existe “un alto grado de politización en la percepción histórica de las FAS”. Hablando en claro, que se piensa que nos hemos metido en política muchas veces a lo largo de la Historia, o los interesados (en su mayoría políticos) han hecho creer que ha existido esa politización.

          Los que hemos vivido el Ejército por dentro muchos años, y quienes hoy lo hacen, conocemos lo erróneo de esa percepción, por lo que, para encontrar la razón de ese error cabría preguntarse primero si la Historia del Ejército español, nuestra Historia Militar, ha sido bien contada; y segundo si la actuación del Ejército ha sido tan desastrosa a lo ancho y lo largo de la Historia de España como para que se haya grabado en los genes de los españoles de esa forma tan fija la repulsión o el rechazo a sus componentes.

          Sinceramente creo que la respuesta es negativa en ambos casos. NO está bien contada la Historia Militar española y NO merece la actuación de nuestro Ejército y de quienes bajo sus banderas sirvieron en su larga Historia ese poso de resquemor que parece querer apartar del seno de la sociedad a una parte integrante, e importante, de ella.

          Si nos ponemos a pensar en nuestra Historia, por lo menos la reciente, desde la Guerra de la Independencia hasta hoy, concordamos con el inicio que daba Ortega de la campaña antimilitarista. Porque es en las primeras décadas del siglo XIX cuando empiezan a “sonar” en la política interior española los nombres de los militares. En la mente de cuantos hayan leído algo de la historia española de ese siglo, habrá quedado claro que podría denominarse “el de los pronunciamientos militares”, yaciendo en su subconsciente la idea de que el Ejército intervenía continuamente en la escena política nacional (que por otra parte nos suelen pintar de un color ingenuo o almibarado, obviando los números trazos de brocha gorda que la salpicaron) interrumpiendo así el idílico y civilizado desarrollo de las libertades públicas. Pero si uno se mete a fondo va a descubrir que lo que parece un indiscutible axioma no es más que una verdad a medias. Eran los políticos, y la Corona, y la República de aquel siglo quienes tras bastidores movían los hilos de la tramoya, manejando en su propio beneficio, en el de la Institución, monárquica o republicana, o en el de los partidos, a los Generales de mayor prestigio, como Narváez, Serrano, Espartero, O’Donnell, Pavía, Prim, etc. para darles de lado, infamarlos o desterrarlos cuando así convenía a aquellos intereses. Y si se estudian las consecuencias, entre los más perjudicados estuvieron los militares y la propia Institución castrense, que se vio debilitada por la politización, que condujo inevitablemente a la desunión que en varias etapas se produjo en sus filas.

          Luego vino el desastre del 98, con el sacrificio de impagables miles de vidas españolas, muchas sacrificadas a la incompetencia política. Pero, otra vez, los formadores de opinión convencieron al pueblo -e incluso da la sensación de que nos quieren seguir convenciendo hoy día- de que los culpables habían sido los Generales y Almirantes y no nuestros Gobiernos.

          Posteriormente se sufrió la interminable sangría de Marruecos, causada en gran manera no por la ineptitud de los militares, sino por la carencia de medios (no proporcionados por los sucesivos gobiernos) y de una política clara al respecto. Hasta que, curiosamente, un militar, desde la Presidencia del Gobierno, consiguió que muchas madres españolas cuyos hijos servían en África, pudieran dormir en paz. Y luego nuestra guerra civil, causada no por la ambición o apetencias bastardas de algunos Generales como estamos cansados de oir, sino por la tremenda incapacidad de los gobiernos de entonces. No son palabras mías, sino de don Emilio Romero quien, en 1984, escribía que: “el rigor histórico obligaba a reconocer, gustase o no, que las soluciones militares habían sido en buena parte el remedio a los fracasos civiles” y que por tanto no había que culpar a los de uniforme por la inestabilidad política que se vivió en España durante más de un siglo.

          Pero es que, además, las guerras de Cuba, Filipinas y Marruecos eran conflictos coloniales, “caían lejos”, aunque los sintieran las madres que tenían sus hijos luchando  por allá. Esas guerras no se sufrían aquí, en el propio terreno, no destrozaban tierras y propiedades inmediatas o cercanas. En la I Guerra Mundial fuimos neutrales, por lo que las gentes no vieron a sus hombres partir para el frente, ni los lloraron o los recibieron como héroes; en nuestra guerra nuestro Ejército se dividió en dos Ejércitos nuestros, que luchaban entre sí; y en la II Guerra Mundial se volvió a repetir la historia de la del 14 al 18, y la conciencia nacional no se aglutinó alrededor de sus muchachos de uniforme, cosa muy distinta a lo que ocurrió en el resto del mundo.

          Llegaron los años de la paz, y luego los de la “guerra fría”, con un Ejército encerrado y empobrecido en una España que poco a poco fue levantando cabeza y comenzó a progresar en todos los ámbitos, excepto quizás, en contra de la creencia que la propaganda antimilitarista difundía, y aún difunde, en el de las FAS.

          Claro está que, con estos antecedentes, es lógico que quienes no leen más que las letras gordas de la prensa generalista o se tragan todo lo que se dice por televisión, estén convencidos de que la clase militar esta compuesta por una serie de inútiles, incapaces de ganar una guerra, o de golpistas en potencia ante cualquier situación que ataña a sus intereses, a los que, en buena lógica no se quieren juntar, prefiriendo cualquier otra profesión antes que la nuestra. Si a eso le añaden lo de la disciplina, los sacrificios e incomodidades, el poco sueldo, etc., para qué queremos más…

          Además, y como es lógico, el pueblo no desea la guerra… pero confunde deseo con ilusión. Se opina que el bien supremo es la paz (sin considerar que por encima de ella hay que situar otros valores como, por ejemplo, la libertad y la justicia) y que en el extremo opuesto se halla la guerra, lo absolutamente no deseable, y que consideran íntimamente ligada a lo militar. Y la conclusión les parece lógica: si no hubiera militares… no habría guerra.

          Estudiando la contradicción entre la valoración las FAS y la clasificación en que se sitúan, entre otras profesiones, los que en ellas se encuadran, un buen amigo, el General de División Felipe Quero Rodiles, de la promoción anterior a la mía en la Academia y de la misma de Estado Mayor, en unas Jornadas sobre Defensa Nacional desarrolladas en Valencia hace un par de años, consideraba que la causa de esa divergencia en las opiniones estriba en los siguientes factores:

               - Desconocimiento general de la Institución y de su función

               - Fuerte y trasnochada carga de antimilitarismo.

               - Ausencia de un “escaparate” atractivo en el que se de a conocer el “producto”.

          Voy a obviar el tema de la carga de antimilitarismo, fundada, como hemos visto en arcaicos prejuicios históricamente falsos, que en algunas ocasiones es compartida por los políticos, y voy a hablar de los otros dos puntos.

          Se está extendiendo entre los españoles la idea de que los Ejércitos no son más que unas ONG,s -aunque sin su apoyo mediático-, unos “apagafuegos”, en situaciones nacionales o internacionales difíciles. Y hay decenas de ejemplos de declaraciones políticas y públicas que parecen avalar esa tesis. Hace meses leía en un diario de difusión nacional que entre colegios, familias y medios de comunicación, a los niños españoles se les estaba imbuyendo esa idea, la de que el Ejército es una organización cuya finalidad no es más que la de apoyar, en caso de catástrofes, a los poderes civiles. Y hace menos de tres años, un parlamentario español declaraba que, pese a que los Ejércitos debían estar preparados para el uso de la fuerza, podían dedicarse más a “funciones de mantenimiento de la paz, con trabajos de policía unas veces,… colaborar en la extinción de incendios,… imponer la paz con intervenciones humanitarias ante genocidios en marcha, o para proporcionar seguridad en un proceso electoral…”.

          Y es que, claro, de tanto repetir las expresiones “Misión de Paz” o “Misión Humanitaria”, la gente empieza a creer que esa es la verdadera MISIÓN de sus militares.

          Para mí está absolutamente claro que para evitar esa confusión (que puede ser maligna, o a lo peor malévola) sobre la finalidad de las FAS españolas, a esas actuaciones internacionales tan en boga deberían denominárselas Operaciones Humanitarias u Operaciones de Apoyo a la Paz. Y así, afortunadamente, empezaba ya a recogerse en la página webb del Ministerio de Defensa hasta hace unos meses.

         Sin embargo, sé perfectamente que mis palabras no podrán detener la marea del empleo común o coloquial del término “Misiones de Paz”. Bueno, pues digamos Misiones de Paz, pero tengamos en nuestra mente, y hagámoslo constar así cuando tengamos ocasión ante nuestros amigos civiles, que son misiones con minúscula, muy diferentes de la gran MISIÓN, todas las letras en mayúscula, que la Constitución encomienda a las FAS. España seguirá, con toda seguridad, participando en esas Operaciones o Misiones. Estamos entre las 8 ó 10 naciones más importantes del mundo, y es lógico que cuando alguna Organización acuda a nosotros en busca de colaboración, o un país o grupo de países, de forma aislada en busca de ayuda, o estemos obligados a ello como consecuencia de nuestros compromisos internacionales, prestemos la colaboración o el apoyo que se nos solicite, dentro de nuestras posibilidades, pero sin olvidar, insisto, cual es la verdadera MISIÓN de las FAS españolas.

          No crean que es éste un tema baladí, sin más importancia que la que se pueda dar a una cuestión semántica. En bastantes círculos de pensamiento, militares o no, crece la preocupación por el asunto y un prestigioso panel de analistas políticos que se acoge a las siglas GEES (Grupo de Estudios Estratégicos) publicaba un artículo hace 3 años en el que analizaba la situación de personal, presupuestaria y de medios de nuestras FAS. En él se podía leer que el principal problema “no eran las carencias de personal, ni el déficit presupuestario, sino la ausencia de una idea clara de la misión y la razón de ser de las FAS.” Y añadía que “la carencia de recursos humanos o la escasez del presupuesto son las consecuencias, no las causas de aquellas dificultades” para concluir con la reflexión de que los Ejércitos “no son unas meras ONG,s armadas para el reparto de ayuda humanitaria” y que si se pensaba así, “las FAS españolas estaban abocadas a una crisis existencial.”

          Me complace reconocer que los ya casi 20 años de intervenciones en el exterior han sido el mayor revés que hayan podido sufrir los antimilitaristas, y la imagen de las FAS, como Institución, ha variado para bien. Pero volvemos a lo mismo. Nuestras actuaciones se desarrollan en lugares “distintos y distantes” cuyos problemas no se parecen a los que tenemos, o podríamos tener nosotros (con alguna triste salvedad). Además ya no hay soldados de reemplazo ni Alféreces y Sargentos de la IPS o de la IMEC, el mejor cable conector con la sociedad española, y todos los que salen “por ahí” son profesionales, van voluntarios y conocen a lo que se exponen. De modo que son únicamente los 3.000 militares que hoy están en Afganistán, en el Líbano, en los Balcanes, o donde sea, sus Mandos y sus familiares quienes de manera directa viven la situación.

          Algunas de esas actividades que, repito, globalmente consideradas están siendo muy beneficiosas para la imagen de nuestras FAS, no son tampoco exclusivamente militares. Por ejemplo las del apoyo a autoridades civiles o las intervenciones en casos de calamidades o catástrofes, que podrían ser desarrolladas por ONG,s u otros organismos, pero nosotros estamos normalmente mejor organizados… y resultamos más baratos. Como digo no son actividades propias de la función militar, pero por ser necesarias e indispensables en muchos casos, deberán seguir realizándose. Pero no hay que confundir, y se confunden, a veces por desconocimiento y otras porque así conviene a otros intereses, esas actividades con algunas muy diferentes, como las de imposición de la paz. Y las fuentes oficiales deben transmitir a la opinión pública la verdadera naturaleza de la operación que se está realizando, si sólo estamos repartiendo chupa chups y cuadernos o reconstruyendo una escuela, o si se está actuando bajo riesgos y amenazas serias. Y luego no hay que camuflar con el calificativo de accidente, como si se tratara del despiste de un dominguero por la GC-1, al vuelco de un BMR que recibía fuego mientras transitaba por una carretera helada de los Balcanes o por un sendero de cabras en Afganistán. Esa verdad, esa transparencia en la información haría que el pueblo comprendiera mejor el papel de su Ejército en las diversas situaciones en que se ve involucrado, subiera enteros la estima hacia sus componentes y sintiera como propias y dignas de orgulloso dolor las bajas que se pudieran producir.

 

En  ayuda  de  la  confusión

          Como habrán podido deducir de lo que llevo dicho, hace falta una eficaz campaña para que entre las gentes españolas, en palabras del General Quero que hago mías, desaparezca ese desconocimiento de la misión y las funciones de las FAS. Si ello se pudiese conseguir, sin duda aumentaría aquel ya alto porcentaje de reconocimiento a su labor, pero… ¿lo haría de forma proporcional la valoración de sus componentes?

          No creo que haya muchas dudas acerca de que existe, en importantes capas de la sociedad, un cierto alejamiento, o al menos indiferencia, hacia la persona del militar. Y creo que, aún olvidándonos de los trasnochados brotes de antimilitarismo, buena parte de culpa recae sobre la persistencia de prejuicios, conceptos estereotipados, etc. etc., también trasnochados, y de errores normalmente aceptados por esa sociedad. Vamos a irlos desgranando, añadiendo en cada ocasión un comentario en pro de su desaparición.

          Se ha hecho llegar a las gentes la idea de que los militares no deben opinar más que de lo que les ataña directamente. Y yo no estoy de acuerdo. Si en cuestiones relativas al servicio nuestros puntos de vista no deben ser públicos, sino elevarse a través de los cauces reglamentarios, no comulgo con que eso se mantenga también en muchos otros aspectos de la vida. La gente tiene que comprender que los militares no son muñecos mecánicos, sin vida interior y que, pese a su silencio o el laconismo de sus intervenciones e informaciones hacia el exterior de la Institución, tienen sus opiniones y preferencias acerca de la situación en la vida local, nacional e internacional, como el resto de los españoles, aunque parece ser que han renunciado a su expresión pública, y vivan por dentro la procesión. La sociedad debe comprender que a los militares no se les puede, ni debe, confinar en unos ghetos silenciosos so pretexto de permitirles hablar sólo de los que les atañe directamente; aunque, paradójicamente, si se critican los gastos militares, también parece ser que es preferible que no puedan dar respuesta a las críticas.

          Sigue perdurando la imagen del militar inflexible, intolerante, altanero, injusto, trasnochado, inculto, etc. Es necesario que la gente conozca a esa pléyade de Oficiales y Suboficiales estrictos en lo que atañe al cumplimiento del deber, sí, pero justos y comprensivos, bien formados intelectualmente, caballeros (aunque no esté de moda la palabra) y accesibles. Es importante que se difunda la inmensa labor alfabetizadora y de formación profesional y ciudadana que se hizo y que se hace. Es más que conveniente que se conozca el alto grado de formación, no sólo militar, de nuestros Mandos. Es fundamental que en la mente de nuestros compatriotas enraíce el concepto de que la disciplina no es una rémora, ni una herencia del pasado, sino algo absolutamente actual y eterno, pues en su aplicación voluntaria está el origen de cualquier actividad humana. Y es absolutamente imprescindible que desparezca la idea de que el militar es un ser proclive a la violencia y un decidido antidemócrata, idea propalada muchas veces por los mismos que aceptan, para defender las suyas o sus intereses, los piquetes coercitivos y hasta el tiro en la nuca o la bomba en un centro público.

          Y hay que dejar bien claro ante todos que no nos gusta aislarnos. Si, como podemos leer en la introducción a un libro norteamericano, Lo militar: ¿algo más que una profesión? es cierto que en muchas ocasiones los militares…

                    “Se ven a sí mismos como hombres que viven en niveles de conducta más elevados que los civiles, como portadores y protectores de los valores más importantes de la vida (…), que mantuvieron un sentido de la disciplina mientras los civiles se abandonaban al hedonismo, y que conservaron un concepto del honor mientras los civiles se rigieron por el oportunismo y la codicia”...

          ...  o que se sienten algo diferentes porque…

                    “Voy a cualquier lugar del mundo al que me dicen  que vaya, en el momento en que me lo dicen, a pelear contra quien quieren que pelee. Traslado a mi familia a donde me lo ordenan, de un día para otro, y vivo en el alojamiento que me asignan. Trabajo cuanto me dicen que trabaje… No pertenezco a ningún sindicato y no protesto si no me gusta lo que me están haciendo… y me gusta. Quizás esa sea la diferencia.”…

          … somos conscientes de que, pese a esa diferencia, no somos una casta poseedora en exclusiva de determinados valores, aún reconociendo que en nuestro espíritu de servicio a España y a los españoles estamos dispuestos a llegar hasta el final. Que no nos vengan con la eterna monserga de que vivíamos en casas militares para aislarnos de los demás, cuando en el fondo subyacía la verdad de la precariedad de unos sueldos que, en la mayoría de los casos, no daban ni para alquilar una vivienda en una modesta barriada. Ni tampoco con la cantinela de que éramos, o somos, una institución “endogámica” porque nos casábamos con hijas de compañeros y en muchos casos los hijos seguían nuestra misma profesión. Es muy curioso que eso se nos critique a nosotros, pero se alabe cuando se trata de ilustres sagas de médicos o abogados.

          A los medios de comunicación social, y siempre que tengo ocasión se lo digo a aquellos de mis amigos que son periodistas, hay que rogarles que cuando algún ciudadano encuadrado en las filas del Ejército o de las FSE cometa un acto de imprudencia o un hecho delictivo, por un error, o porque de verdad es un malhechor, su nombre y su profesión merezcan el mismo trato de mantenimiento de la intimidad que normalmente se aplica a aquellos que pertenecen a otros colectivos. Rara vez dirán que era dentista o fontanero el tipo que asesinó a su pareja. Pero ¡ay si se trata de un militar! Ya desde la “letra gorda” sabremos que era Teniente, Sargento o Guardia Civil. A este respecto decía don Alfonso Ussía que “el error de un militar se convierte en un sonoro grito acusador de demagogia mendaz perfectamente calculada”. Y a ello se suele añadir, en posteriores comentarios, el sarcasmo o la broma soez, por lo que sigue diciendo don Alfonso. “Se ríen de ellos -los militares- porque sienten y viven lo que otros no saben sentir ni vivir. Sienten la vieja emoción del servicio a los demás y viven -y mueren- por unos valores que muchos han abandonado. En el fondo, la fácil crítica contra los militares es una derivación barata de la envidia. De su entereza, de su patriotismo y de su lealtad”.

          Y otro ruego a los periodistas y políticos es que no se caiga en la trampa de la perversión del lenguaje. Eso de llamar "comando" a un grupo terrorista, o emplear expresiones tan castrenses como la del “apoyo logístico” cuando se habla o escribe de sus actuaciones, son claros ejemplos de lo que digo. A este respecto expresaba otro ilustre periodista, don Antonio Burgos, hace ya algunos años, su “indignación ante la noticia dada por el propio Ministro del Interior de la desarticulación de la “cúpula militar” de ETA. Mire usted -seguía diciendo el señor Burgos- de militar nada. La palabra militar, perteneciente o relativa a los Ejércitos regulares de las naciones soberanas, es demasiado digna y noble para aplicarla a unos asesinos. Llamarlos militares es dejarnos vencer por su jerga de delincuente. Militar es otra cosa, es creer en ese sueño común que se llama España, y servirla como Patria a lo largo de una vida con sueldo corto y sin convenio colectivo. Son militares los que se juegan la vida defendiendo la paz en los campos de Afganistán, los que vuelan en las gloriosas alas de España, los que llevan nuestra Bandera por la mar.”  Y yo añado a lo de don Antonio: “y los que sufren frío, hambre y peligros en las oscuras noches de Galdácano o Baracaldo. Y también aquellos compañeros nuestros que en su trabajo diario, constante y callado no ocuparán nunca ni una línea en un periódico ni un segundo en una pantalla de TV.”

Pero para recuperar esa Conciencia de Defensa Nacional, aletargada o dormida, hay que enseñar a la sociedad española a recapacitar, a hacer de vez en cuando un examen de conciencia. Para que si otra vez, Dios no lo quiera, se nos estrella otro avión cargado de militares, o vuelca un BMR, no caiga en lo cómodo, en echarle la culpa al Presidente del Gobierno, al Ministro de Defensa, o al JEM respectivo, porque, volvemos a la pregunta inicial, ¿cuál es la actitud de esa sociedad española con respecto a Defensa. ¿Se moviliza, como se dice ahora, para protestar cuando se hacen públicas las cantidades que del PIB se dedican a seguridad y se comparan con las de los demás países, sean o no OTAN, pero especialmente de estos últimos? No sé ahora mismo en que lugar estaremos en esa clasificación, pero me temo que no muy lejos del 92 que ocupábamos el año 1999, cuando pasé a la situación de reserva. Que los españoles se den cuenta de que si somos unos de los 10 países más ricos del mundo, es inaudito que en lo que del esfuerzo presupuestario común dedicamos a Defensa, nos acerquemos al puesto 100, por detrás de países de la talla de Luxemburgo o Zambia. Se escriben muchos artículos o cartas al director, se producen muchos debates radiofónicos o televisivos cuando se conoce que, por los motivos que sea, hay que recortar gastos. Pero el silencio es absoluto cuando se empieza por recortar de Defensa, porque los militares no saldrán a la calle con pancartas ni reclamarán minutos de información, pero, a lo peor, luego la sociedad les exigirá que hagan bien su trabajo, aunque sea tan cicatera en los medios que pone a su disposición.

          Y las gentes tienen que conocer y comprender que los militares cultivan o se rigen en buena parte por determinados valores que, por desgracia, no están de moda o no se llevan en la vida común y que la sociedad debería ser capaz de retomar. Son valores morales (los intelectuales y físicos pueden ser inherentes a muchas profesiones), como la disciplina, la lealtad, el compañerismo, la verdad por encima de todo, etc. etc.

 

Conclusión

          Guste o no, es forzoso reconocer que hay que girar el timón muchos grados para que en España exista esa concienciación colectiva de la necesidad de la Defensa y de un órgano, las FAS, encargado de gran parte de ella.

          Debemos también hacer un juicio crítico de nuestra actuación, individual y colectivamente hablando, pero sobre todo de nuestra actuación personal. Debemos seguir dando ejemplo permanente  de trabajo serio y constante, de la profesionalidad que siempre tuvimos, incluso cuando todavía no nos llamaban profesionales. Pero eso sólo no bastará. Decía una de mis abuelas que “el buen paño en el arca se vende”, quizás refiriéndose al comportamiento que debían seguir las mocitas de los años 30 y 40 del pasado siglo, pero esa frase hoy no tiene validez alguna. En este mundo del “marketing” y la propaganda, encerrados en nuestras arcas, las paredes de las bases o cuarteles, el buen paño de muchas cosas -las que decía Calderón y otras- que constituyen nuestra idiosincrasia y que conocéis tan bien o mejor que yo, no se venderá, y los componentes de nuestros Ejércitos seguirán siendo unos desconocidos… y lo que no se conoce ni se valora, ni se quiere. Las gentes tienen que ver a sus soldados, alegrarse y sufrir con ellos, conocer su preparación. Más de una vez me he preguntado de qué sirve una celebración del Día de las FAS en el interior de “nuestra arca”, de la Base General Alemán o de Almeyda. De ahí también el importante papel que deben jugar las Oficinas de Comunicación Pública de las Unidades y Cuarteles Generales, que no deben limitarse a ser unos simples gabinetes de prensa, sino a convertirse en difusores de nuestras actuaciones positivas. Y si las hay negativas, no ocultarlas, que es peor, pero sí adelantarse a que otros den su opinión, que, por desconocimiento o malevolencia, puede hacernos mucho daño pese a respuestas o rectificaciones posteriores.

          Pero la responsabilidad no debemos dejarlas sobre los hombros de las tres o cuatro personas que forman la O.C.P de nuestra Unidad, ni de sus mandos.  TODOS somos responsables. TODOS debemos aportar nuestro esfuerzo. Y cuando digo TODOS incluyo a los Veteranos, que quizás tenemos más tiempo libre, con permiso de los nietos, que los que están en activo. Por ello es de agradecer la labor que algunos compañeros nuestros hacen en los medios de comunicación, con participaciones esporádicas o colaboraciones periódicas. También los veteranos debemos “salir fuera del arca”, darnos a conocer, hay que formar parte de asociaciones culturales, históricas, deportivas, no exclusivamente militares, en las que dejemos la impronta de nuestra forma de ser.

          Hay que organizarse en “grupos de trabajo”, buscando el amparo de organizaciones ya existentes, y aquí me refiero especialmente al Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias. Dije hace un rato que la Historia del Ejército estaba mal contada… Pero es muy fácil decirlo, es muy fácil criticar… Fijaros las líneas de investigación que se podrían abrir, y aquí sigo al pie de la letra el guión que don Pablo González-Pola de la Granja, Teniente Coronel Jurídico en la Reserva y Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Cardenal Herrera exponía en las citadas III Jornadas de Defensa Nacional organizadas en el 2005 en Valencia. Podríamos trabajar sobre…

               a) Historia político – militar. Empezando por lo local, lo regional y seguir subiendo… ¿Cómo era la actuación militar en las distintas  etapas históricas de nuestro pasado?

               b) Historia social – militar. Aspectos relacionados con la relación entre la sociedad y los militares, su mentalidad, la economía familiar… Aportaciones militares al desarrollo urbanístico.

               c) Historia bélica. Intervención de unidades canarias en los conflictos en que actuó nuestro Ejército, dentro y fuera de las fronteras nacionales. Movilización y Milicias Canarias.

               d) Historia de la tecnología y la industria militar. Cómo se reflejaban aquí los avances tecnológicos en armamento, fortificaciones,…

               e) Historia económica militar. ¿Cuánto se gastaba España en defender Canarias? ¿Cómo vivían las unidades?

                f) Biografías y memorias militares ¿Quién era Benavides? ¿Y el Teniente Grandy?

               g) Militaria histórica. Colecciones…

          Y dar a conocer todo eso. Están las Universidades, los Cabildos,… hay que moverse y conseguir financiaciones para ediciones de libros, ciclos de conferencias, etc.  Está, insisto, el Centro de Historia y Cultura Militar, con su Cátedra General Gutiérrez, su Aula General Ignacio Pérez Galdós y su Aula Militar La Palma, que ofrecen canchas para exponer todo lo que se vaya investigando, recordando, etc… Y su Museo, que no sólo nos enseña lo que de glorioso, llenos de amor a la patria chica y a la Patria grande hicieron quienes nos precedieron, sino que deja la sensación de que hoy se actuaría en la misma línea de cumplimiento del deber; y su Biblioteca, donde tesoros nacidos de la voluntad y el trabajo intelectual, en muchos casos de compañeros que nos antecedieron, reposan esperando sólo que nos acerquemos a beber en sus fuentes; y en su Archivo, que no está compuesto sólo de Hojas de Servicio, como hace poco me decía alguien (que no lo había visitado, claro)… ¡Cuántas historias y cuánta Historia en esos legajos!

          Debemos luchar, y de nuevo digo que los retirados tenemos más tiempo libre para ello, para conseguir que los formadores de opinión, los políticos, nuestros amigos civiles y la gente joven se acerque a nosotros.

          Del esfuerzo de todos, también del nuestro, del de los que algunos llaman viejos, sólo podrán resultar beneficios para nuestra Institución, para ese Ejército al que amaremos y añoraremos hasta el último suspiro, y para sus componentes, los que nos han sucedido, que merecen, sin duda una mejor consideración social que la expuesta al principio. Y ello redundaría también en una mejor calidad del reclutamiento, factor que, es obvio decirlo, hace mucha falta.

          Resumiendo, para mejorar la noción de Cultura de Defensa en España, hacen falta muchos esfuerzos mancomunados: de los propios militares en activo, de políticos y periodistas; se necesitan recursos económicos y soportes morales; deben producirse importantes cambios en la mentalidad de la sociedad y en sus prioridades, y muchas cosas más, lo sé. Pero no nos quedemos ahí, mirándonos el ombligo, al sol de nuestra famosa “tercera edad” y de nuestro IMSERSO, sino que pensemos, parodiando una famosa frase en lo que “yo puedo hacer por el Ejército”… Y, además, hacerlo. Aún nos queda a los Veteranos mucha tarea por delante.

          Muchas gracias y buenas noches. 

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