Pregón de las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de Tenerife (2009)

 

 

PREGÓN FIESTAS DE MAYO 2009

 

Autor: Francisco J. Tovar Santos  (Pronunciado en el Salón de Plenos del Palacio Municipal de Santa Cruz de Santiago de Tenerife)

 

CIUDAD DE TODOS, FIESTA DE TODOS

  

          Señor Alcalde, dignas autoridades, miembros de la Corporación, señoras y señores:

            Vuelvo a este Salón de Plenos, desde el que he tratado de servir a mi ciudad como concejal, con la honrosísima encomienda de pregonar las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de Tenerife. Al contar como único mérito ser santacrucero de nacimiento, vocación y devoción (he permanecido empadronado en esta ciudad todos los días de los sesenta años de mi edad) permítanme que inicie esta alocución con una declaración de amor, utilizando para ello un fragmento del poema “Canto a Santa Cruz”, del gran Pedro García Cabrera, que también fue concejal y tuvo asiento en este Salón:

                                    "Te quiero porque vienes desde abajo,
                                    de descalzas arenas, y no ocultas
                                    tu quehacer de obrera de los mares;
                                    te quiero porque has hecho por ti misma
                                    tu casa y tu canción; porque tus hombres,
                                    a la altura de todos los caminos,
                                    no le ponen frontera a lo que tenga
                                    contorno, y lucidez, y alma de nieve;
                                    te quiero porque en medio de las aguas
                                    besas en paz el corazón del mundo
                                    y lo llevas atado en el recuerdo;
                                    porque tienes aún en las mejillas
                                    fresco el amor y tibia la mañana
                                    de la amistad del aire y las palmeras;
                                    porque sabes sufrir y nunca olvidas
                                    que el odio es una espina de cien leguas
                                    donde no puede amanecer la rosa
                                    que respira en el fondo de tu pecho."

          Esa ciudad abierta, laboriosa, culta, pacífica, tolerante y solidaria es la Santa Cruz que yo quiero.

*                  *                *

          Toca esta noche hablar de Santa Cruz y de mayo. Nuestras fiestas (quizá todas las fiestas) proyectan la imagen que la ciudad tiene de sí misma, la conciencia de su propia identidad, de lo que une e identifica a sus gentes. Por eso, para acercarnos y comprender el sentido de nuestro mayo, vamos a remontarnos a los orígenes de la ciudad, a bajar a las descalzas arenas en las que, según el poeta, nació Santa Cruz hace 515 años.

          Surgió la ciudad a la vera del mar, al pie de las montañas de Anaga, en un espacio surcado por anchos y profundos barrancos. Siglos más tarde, el poeta José Domingo, que residió varios años en Tenerife, definirá nuestro territorio como el más agreste y humanado suelo. Antes del desembarco castellano los guanches ocupaban algunos emplazamientos en la zona, como acreditan los testimonios de la época y las huellas arqueológicas encontradas entre Paso Alto y la Punta de Guadamojete. Sin embargo no puede concluirse que existiera una población asentada y estable, constituyendo una colectividad política; Santa Cruz nace, en consecuencia, de la voluntad de poblar,  ordenar,  regular y defender a una población y un territorio: nace de la decisión y del acto fundacional.

          Corría el año de 1494. Hacía casi un siglo que las Islas Canarias venían siendo conquistadas (y organizadas, reguladas y cristianizadas) por los Reyes de Castilla o por Señores a su servicio y, desde hacía sólo dos años Colón había desvelado ante los ojos de los europeos la existencia de un Nuevo Mundo.

          Portugal había llevado, con la bendición del Papa, sus naves hacia el sur, fundando asentamientos y erigiendo fortalezas en Berbería y más allá, hasta el Golfo de Guinea. Había ocupado y poblado las islas de Madeira, Azores y Cabo Verde, vecinas de las nuestras. También trató de asentarse en Canarias, islas que eran  objeto de disputa con Castilla en la lucha por la hegemonía de los reinos peninsulares, y obtuvo brevemente, en tiempos del Príncipe D. Enrique el Navegante, el respaldo papal a sus pretensiones.

          A la muerte de Enrique IV había estallado la guerra de sucesión castellana entre los partidarios de Doña Juana, pretendida hija del Rey apodada La Beltraneja, y los de su tía Isabel de Trastámara, hermana de Enrique y esposa de Fernando de Aragón, después llamada la Reina Católica. Contaba Doña Juana con el respaldo de la corona portuguesa, alarmada ante la amenaza que representaba la alianza de los reinos vecinos y competidores. La derrota de portugueses y partidarios de La Beltraneja  en la Batalla de Toro permitió la firma, en 1479, del Tratado de Alcaçobas, que aseguró a Castilla los derechos de conquista que el Papa le había atribuido en detrimento de los intereses de Portugal.

          ¿Qué movía a la Europa del Renacimiento, y en especial a Portugal, Castilla y Aragón a extender sus dominios?

          En primer lugar, el interés mercantil, económico: la nueva sociedad europea había ampliado su capacidad de  demandar bienes, y se hacía necesario acceder a nuevos productos y, para ello, abrir y asegurar nuevas rutas comerciales.

          En segundo lugar, un interés político y militar: cada uno de los nuevos estados emergentes necesitaba mejorar su posición relativa respecto a los restantes, en una pugna sin cuartel por la hegemonía.

          En tercer lugar, el componente ideológico-religioso, que recubría de legitimidad las acciones de conquista. La Cristiandad, y a su cabeza el Papa, impulsaban y actuaban como juez (y en ocasiones también como parte) en la aventura conquistadora y evangelizadora.

          Por último, la expansión representaba un factor de equilibrio social interno. En Castilla, en concreto, los numerosos hidalgos e integrantes de la baja nobleza, ociosos y menesterosos, encontraban en las gestas conquistadoras acomodo y fortuna, y su ausencia limitaba, en tiempos de Isabel y Fernando, la capacidad de generar turbulencias como las que acosaron a los  cinco primeros reyes (los Enriques y los Juanes) de la Casa de Trastámara.

          No debió causar sorpresa a los guanches la presencia de la flota castellana en la que el Adelantado Fernández de Lugo trajo a Tenerife sus mesnadas. Desde hacía más de un siglo la aparición de velas mallorquinas, genovesas, berberiscas, portuguesas y castellanas sobre el mar de las islas era frecuente, y ya el resto del Archipiélago estaba integrado en la Corona de Castilla tras la conquista normanda de Lanzarote Fuerteventura y El Hierro, la anexión señorial de La Gomera y la conquista por funcionarios reales (los Adelantados) de las islas de Gran Canaria y La Palma.

          De hecho venían con el Adelantado Fernández de Lugo castellanos y también canarios que seguían a su señor, Tenesor Semidán, llamado ya Don Fernando Guanarteme, que había aceptado en 1481 la Carta de Calatayud que permitía a las capas dirigentes de la población aborigen mantener sus prerrogativas tras la conquista.

          Pero incluso en Tenerife los contactos directos tenían larga historia. Ya se había iniciado la evangelización, con presencia estable de misioneros  en el Valle de Güímar, y muy cerca del lugar elegido para el desembarco, en la Playa de El Bufadero, se habían firmado en 1464 paces entre los castellanos, comandados por Diego de Herrera, y varios menceyes aborígenes.

          La anexión se pretende pacífica, pero poco duró este ánimo a los impacientes conquistadores castellanos. La historia de la guerra de conquista, cruel como todas, es conocida y no forma parte de este  Pregón. El resultado fue el previsible: la derrota de los bandos de guerra (los del norte de la isla, opuestos a la dominación) y la muerte, el destierro, el confinamiento y, en muchos casos, la esclavización de sus gentes. Aunque no se vieron libres de atropellos, mejor trato recibieron los bandos de paces, protegidos por la Carta de Calatayud y los tratados, que asumieron la autoridad castellana y la imposición cultural y religiosa a pesar del terrible impacto que debió suponer la sumisión y la rápida desaparición de su mundo ancestral.

          Me ha causado siempre congoja imaginar el viaje a Castilla de los menceyes tinerfeños para rendir pleitesía a los Reyes Católicos. Pensemos en aquellos hombres de tierra, pastores y agricultores, cruzando el océano en las mínimas naves castellanas; desembarcando en un puerto andaluz, rodeados por un paisaje no reconocible y  atravesando la estepa en el cruel agosto castellano (polvo, sudor y hierro, escribiría siglos mas tarde Manuel Machado); persiguiendo a la  corte isabelina, itinerante y escurridiza, hasta los páramos del Alto Duero, y dándole alcance, finalmente, en la villa de Almazán, donde se consuma la humillación. Nos acercaremos a comprender mejor la dimensión trágica de la conquista.

          Finalizada ésta en el verano de 1496 con la rendición y la firma de la Paz de Los Realejos por los menceyes de Taoro, Tacoronte, Anaga, Daute, Abona e Icod, consumado el suicidio ritual del Mencey Bentor en Tigaiga y agotada en 1502 la última resistencia organizada con la legendaria inmolación de Ichasagua y el apresamiento de sus leales en las fragosidades de los Altos de Adeje, la isla y el poblado que entonces era Santa Cruz se incorporan con celeridad a la cristiandad y a la cultura europea.

          Pablo Neruda, el gran poeta chileno, en brillante imagen de la dialéctica histórica, expresó la desgarradora vivencia de ese proceso en el magnífico poema A pesar de la ira, incluido en su Canto General. Así dice el poema:

                                "¡Roídos yelmos, herraduras muertas!
                                Pero a través del fuego y la herradura
                                como de un manantial iluminado
                                por una sangre sombría,
                                con el metal hundido en el tormento
                                se derramó una luz sobre la tierra:
                                número, nombre, línea y estructura."

          Desde fechas muy tempranas, decíamos, se inicia el proceso de integración y mestizaje del que nace, a pesar de la ira y de doloroso parto, el actual pueblo canario, el actual pueblo santacrucero.

          La propiedad de la tierra se distribuye entre los conquistadores, castellanos o canarios, y las capas dirigentes de la sociedad guanche de los bandos de paces. Poco a poco se van limitando los abusos y atropellos sobre la población guanche y el Papa Eugenio IV prohíbe, en su Bula Regimini Gregis de 1434, la esclavización de los aborígenes canarios. También lo hacen con posterioridad otros dos papas humanistas, Francesco Della Rovere, el gran Sixto IV constructor de la Capilla Sixtina, y Pío II, Eneas Silvio Piccolomini, que otorga indulgencia plenaria a los propietarios que manumitan a los esclavizados. Estas previsiones van alcanzando eficacia  con el respaldo real, y en 1511, ejerciendo la regencia de Castilla Fernando el Católico ante la incapacidad de su hija Juana, se decreta la libertad de todos los guanches esclavos, que retornan en buen número a las islas desde su cautiverio peninsular.

          Los contingentes de población procedentes de Castilla, Portugal y Andalucía, de Flandes, de Italia y del continente africano se incorporan y mezclan con la población guanche configurando el sujeto de nuestra historia, el actual pueblo canario, que siente, piensa, se comunica y quiere en español, y lo habla con el peculiar acento y utilizando el léxico que nos es propio y nos identifica.

          La infancia de Santa Cruz es modesta. Los conquistadores y sus descendientes pueblan los llanos y los valles más fértiles de la isla, y no escogen Santa Cruz como residencia. Además, la creciente importancia de la comercialización de la producción agrícola (azúcar, vino) genera el desarrollo de puertos competidores que limitan el crecimiento del nuestro. No obstante, la condición aplacerada del litoral santacrucero, que permite fondear embarcaciones durante la mayor parte de los días del año, le sigue dando el carácter de puerta de entrada a la isla, y, en consecuencia, hacen necesaria su fortificación en aquellos siglos revueltos.

          Durante los siglos XVII y XVIII la joven Santa Cruz cobra importancia no sólo como plaza militar, como puerta de la isla, sino como puerto de tránsito hacia América, África del Oeste y del Sur y hacia las costas del Índico. Por ese camino, por el camino que abre el comercio, se desplazan también las gentes y las ideas. Recalan así, reitero, artesanos y comerciantes procedentes de las posesiones del Imperio español, flamencos, portugueses, sicilianos, napolitanos, y, por supuesto, andaluces, gallegos y castellanos que se establecen en el lugar. También llegan personas perseguidas durante las Guerras de Religión del centro y del norte de Europa (alemanes y, posteriormente, irlandeses), que se asientan entre nosotros.

          Santa Cruz se convierte en una población pujante, en continuo crecimiento, que es codiciada por otras potencias, especialmente por los ingleses, ya embarcados en su aventura imperial. Se ve obligada a defenderse de tres ataques británicos, los de Blake (1657) y Jennings (1706) y, finalmente, el de Nelson (1797), cuya derrota permite a Santa Cruz alcanzar la madurez y  convertirse en 1803 en Villa Exenta.

          Dos hitos tiene nuestra historia local en el siglo XIX: el otorgamiento de la condición de capital única de la Provincia de Canarias en 1822, que mantuvo durante más de un siglo, hasta la división provincial de 1927,  y la adquisición, el 29 de mayo de 1859 del título de Ciudad.

          Nuevas ideas arraigan profundamente en la ciudad y en la isla. La Ilustración, primero, y el liberalismo, después, se difunden entre una población que vive, insisto, del trabajo y del comercio, y cuyo patriciado del esfuerzo asume las ideas igualitarias y los valores de la libertad.

          Durante todo el siglo XIX Canarias, y, por supuesto, Santa Cruz, viven con intensidad  los cambios, esperanzas y  convulsiones de la sociedad española, y afloran también en el ámbito local los debates y alineamientos políticos y de clase derivados de la extensión del capitalismo moderno. Tuvieron en Santa Cruz  estos conflictos una moderada intensidad, como correspondía a sus tradiciones igualitarias y democráticas, por lo que el brutal estallido de violencia de julio de 1936 sorprendió a una población a la que ha costado decenios superar el terror que generó.

*                       *                    *

          Para conocer a la ciudad hay que conocer a sus gentes.

          El admirable Don Luis Cola Benítez, santacrucero que manifiesta su amor a la ciudad con un riguroso y tenaz trabajo de investigación y poniendo su erudición al alcance de todos, nos viene dando a conocer la personalidad y trayectoria política de los regidores que ha tenido Santa Cruz. De entre todos ellos, alcaides, alcaldes pedáneos, alcaldes reales, alcaldes constitucionales, alcaldes designados o democráticamente elegidos (superan con holgura los doscientos, muchos más que  pregoneros y pregoneras de las Fiestas de Mayo) voy a mencionar a tres, que a mi criterio, personifican el espíritu que orienta el caminar de esta ciudad por la historia.

          Voy a recordar, en primer lugar, a José María de Villa. Nació en Galdames, en Las Encartaciones, sobre la margen izquierda de la Ría del Nervión, y como tantos vizcaínos y guipuzcoanos encontró en el mar sustento y porvenir. Convertido en piloto, primero, y capitán, después, recaló muchas veces en Santa Cruz hasta que en 1793 fija aquí su residencia y funda familia y casa. Dedicado al comercio, se compromete pronto con la defensa de los intereses generales, y llega a ser alcalde en tres ocasiones, además de prestar otros valiosos servicios a la colectividad. Durante su mandato se construye el Cementerio de San Rafael y San Roque, joya de nuestro patrimonio histórico que requiere una intervención pública urgente para su rescate y protección. Hombre solidario, no duda en iniciar cuestaciones y en recabar las aportaciones de los vecinos para poner en marcha iniciativas de mejora o para socorrer a personas y pueblos necesitados. Siendo alcalde en 1803 le cupo el honor de recibir, el 18 de noviembre, la confirmación de la Real Cédula de Carlos IV que otorgaba a la ciudad el privilegio de Villa Exenta, títulos y escudo, pasando a ser el primer Alcalde de la Muy Noble, Leal e Invicta Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife.

          Recordaré a continuación a Don Bernabé Rodríguez Pastrana siguiendo los trabajos del historiador y notario D. Marcos Guimerá Peraza, de quien recibí, gracias a su generosidad y a mi amistad con su hijo Marcos Guimerá Ravina, unas espléndidas clases de Derecho Mercantil, con ocasión de uno de los cierres de universidades en la etapa postrera de la Dictadura del General Franco. Fue Don Bernabé Rodríguez Pastrana el arquetipo del patricio culto, demócrata y progresista que abundó entre los miembros de la clase dirigente de Santa Cruz en el siglo XIX. Nacido en 1824, hijo de familia pudiente, se educó en Estados Unidos, nación que no tenía aún cincuenta años de historia independiente y que trataba de construir  una organización política con pretensiones democráticas. Se vincula a la actividad cultural de la ciudad, y promueve, se integra o preside la Sociedad de Bellas Artes, el Círculo de Amistad y el Casino de Tenerife.  Fue Alcalde de la ciudad en tres ocasiones. Fundó el Partido Demócrata, que luego se denominaría Partido Republicano Federal, y participó activamente en el proyecto de régimen político democrático que pretendía implantar la revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, frustrado posteriormente por la Restauración borbónica. Muchos fueron los logros de Rodríguez Pastrana  como regidor municipal: la compra de la antigua huerta del convento franciscano para la construcción de la actual Plaza del Príncipe, a lo que contribuyó con sus recursos personales, la creación de la Guardia Municipal, la iniciativa de solicitar para Santa Cruz el título de ciudad…Retirado de la política activa tras la Restauración, el líder republicano dedica toda su energía a la Asociación de Socorros mutuos y Enseñanza gratuita, que había fundado en 1869, con la finalidad de ofrecer subsidios de paro a los socios enfermos y para la construcción de establecimientos donde puedan recibir instrucción los hijos del pueblo. Don Bernabé hizo donación del solar en el que la Asociación construyó, con el apoyo de los progresistas santacruceros, el edificio de la Plaza de Ireneo González, que fue después sede de la Institución de Enseñanza, del Instituto de Enseñanza Media de Santa Cruz, de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y, hasta hace pocas fechas, de las escuelas y talleres municipales de artes. Compromiso con lo público, amor a la libertad y al progreso, espíritu solidario presidieron la trayectoria pública y personal  del prócer Rodríguez Pastrana.

          También quiero tener un recuerdo emocionado para nuestro alcalde mártir, Don José Carlos Schwartz Hernández, el último alcalde republicano de Santa Cruz. Este joven abogado accedió al cargo, democrática e ilusionadamente, para abordar una etapa de transformaciones sociales que fue bruscamente interrumpida por el golpe de estado de 1936. Sin razón alguna, sin procedimiento judicial y sin defensa D. José Carlos Schwartz fue detenido, encarcelado y, sacado de su injusta prisión, asesinado, sin que sus restos hayan podido ser recuperados por su familia. Además el alcalde Schwartz, después de muerto, fue sometido a expediente de depuración y expulsado de su puesto de funcionario municipal. Un triunfo, temporal, de la intolerancia sobre los valores de la convivencia, una manifestación de aquellos tiempos sombríos que Santa Cruz no debe olvidar, pero tampoco celebrar. Afortunadamente la luz, la verdad y la razón se abren camino, y tras una larga y activa espera estamos dignificando la denominación de nuestra calles y de nuestros espacios públicos, haciéndolos más nuestros, más de todos.

          La memoria y la verdad no abren heridas, sino que, por el contrario, las curan y cicatrizan. Por eso debo agradecer la dedicación y el trabajo de investigación de, entre otros, D. Ricardo García Luis, Don Ramiro Rivas, Don Pedro Medina Sanabria y Don José Vicente González Bethencourt, que dando voz a los largamente silenciados y recordando a los largamente olvidados unen a la defensa de la verdad la lealtad a su tierra y a sus ideas, que son las mías.

          En los tiempos oscuros de la Dictadura un estimable poeta  santacrucero, mi tío Julio Tovar Baute, que nació como tantos canarios en Cuba pero que creció y trabajó en nuestra ciudad hasta su temprana muerte, escribió: La calle nos servía para todos los sueños. Sueños  de libertad, de justicia y de reconciliación para sus coetáneos: Sí, puede usted decirlo, soy de una generación sin esperanzas, una generación que se encontró las puertas ya cerradas y el rencor en la calle, dejó también escrito Tovar.

          Por fortuna la sociedad española pudo alcanzar un nuevo régimen de libertades, y el sistema constitucional permitió  la restauración de los ayuntamientos democráticos. Desde entonces pueblo y regidores han contribuido a hacer ciudades más libres, más modernas y más prósperas. No hay duda de que, en general, el retorno de la vida democrática a los ayuntamientos ha desempeñado un papel esencial en la consolidación de los valores cívicos de la participación, de la tolerancia; del ejercicio del poder como servicio público; de la solidaridad entendida como la universalización de los derechos sociales básicos,  y de la aplicación de los principios de inmediatez y eficacia en la solución de problemas. Pero, siendo todo eso cierto, no podemos olvidar la presencia en nuestra sociedad, en nuestra ciudad, de una corriente de frustración y desencanto, que tiene su origen en el alejamiento y la incomprensión entre administradores y administrados, en la quiebra de la confianza y en la decepción que generan las dudas sobre la corrección, la limpieza, la transparencia y la eficacia en la gestión de los asuntos públicos.

          Con ocasión del acto conmemorativo del Segundo Centenario del otorgamiento a Santa Cruz del título y privilegio de villa exenta, D. Pedro Doblado Claveríe, que ha sido Alcalde de la Ciudad, nos acercó en una memorable disertación al estado de ánimo de aquellos ilusionados santacruceros y santacruceras que, tras múltiples esfuerzos y sacrificios conseguían alcanzar su autonomía política e iniciaban el camino que condujo a la capitalidad de la isla y de Canarias.

          El compromiso con lo público, la voluntad esforzada de trabajar, crear, convivir, la implicación de la sociedad civil en la construcción de las instituciones, contrastan con el estado de ánimo de buena parte de los santacruceros de hoy: uno de cada dos ciudadanos se abstiene en las elecciones locales, la desconfianza en la política y en las instituciones, como ya dije,  se extiende, el grado de participación en la cosa pública es alarmantemente bajo y aparecen, oportunistas, los pregoneros de la intolerancia.

          ¿Qué nos ocurre? Esta noche hemos hecho un somero recorrido por algunos hitos de la gestación, el parto, la infancia, la juventud y la madurez de Santa Cruz. ¿Hemos llegado al arrabal de senectud, en el que todo se torna graveza  y añoramos las mañas y ligereza, y la fuerza corporal de juventud? ¿Hemos de creer, como Jorge Manrique, que cualquier tiempo pasado fue mejor?

          Pienso que no. En períodos más duros Santa Cruz, la sociedad santacrucera, ha mantenido siempre la capacidad de vivir y crear, de comunicarse y de asumir lo que en el resto del mundo se piensa y se hace, de decidir, de resistir y de actuar. En Santa Cruz, por ejemplo, se escribió buena literatura, se compuso música, se creó, en sintonía con las vanguardias europeas, arte de altísimo nivel. En Santa Cruz, permítanme, como anécdota, recordarlo, se celebraban, pese a absurdas prohibiciones e indescriptibles persecuciones, las Fiestas de Carnaval.

          También se mantuvo y mantiene la capacidad para acoger e integrar. Lo refiere Marisa Tejedor Salguero, Catedrática de Edafología y por entonces Rectora de la Universidad de La Laguna, que fue la pregonera de las Fiestas de Mayo de 1991.

          Permítanme, en un inciso, un recuerdo personal: Marisa fue compañera mía de curso, aula y pupitre en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Cruz. Algunos profesores  ordenaban a sus alumnos y alumnas en el aula haciéndolos sentarse por orden alfabético, quizá para recordar sus nombres a la hora de valorar méritos, quizá para identificar en el acto a cualquier posible infractor: Tejedor-Tovar, y detrás Troyano y Trujillo… lo cierto es que Marisa y yo simpatizamos (los dos éramos aplicados y ordenados) y se convirtió en un grato hábito lo que comenzó siendo una imposición.

          Volvamos a la cuestión. En su pregón, en el que Marisa nos propuso un paseo por calles, plazas y parques de Santa Cruz, se refiere también al proceso de integración de su familia peninsular en la ciudad a través del descubrimiento de su pasado, cultura, gentes, paisaje y naturaleza. Estas vivencias las resume la pregonera a la hora de su propia presentación: Marisa Tejedor, santacrucera.

          Otra experiencia reconfortante: vamos a situarnos en el Puente de Serrador a la hora de la salida de clase del Instituto Bernabé Rodríguez Pastrana. Decenas de niños, niñas y jóvenes, entre los que hay quienes son perfectamente identificables como pertenecientes a la colectividad indostánica asentada en Santa Cruz desde hace más de un siglo; otros, originarios de la América andina o del Caribe; provenientes del África blanca y del África negra, del Extremo Oriente o de los fríos del norte y del este de Europa charlan, bromean y juegan comunicándose entre ellos en español, en nuestro peculiar y propio español de Canarias.

          Porque, no lo olvidemos, Santa Cruz es puerto.  Mi buen amigo Arcadio Díaz Tejera, que era entonces Diputado del Común y es hoy Senador por Gran Canaria, citaba en su pregón de las Fiestas de Mayo de 1994  al filósofo británico Bertrand Russell, que escribió:

               "Un puerto de mar, en una ciudad isleña, es el corazón de la isla y el alma de la ciudad. Porque el puerto es el lugar por donde la isla se agranda en el latido y el lugar por donde otros ojos miran el rostro de la ciudad y de la isla."

          Nuestro puerto fue, como ya se ha  dicho, puerta de las ideas y de los viajeros que las portaban, puerta del conocimiento, puerta abierta para Humboldt, para Berthelot, para Darwin, para Verneau, para Webb, para Wildprett y para tantos otros que trajeron a Canarias la ciencia y pusieron a Canarias en la historia de la ciencia.

          Por todo lo expuesto creo que hay razones para el optimismo, pese al episodio de depresión colectiva que atravesamos. Santa Cruz, nuestra ciudad, no ha perdido su vigor, pero necesita recuperar la confianza, el compromiso y la participación en los asuntos públicos y restablecer el prestigio de sus instituciones.

          Debemos recurrir a nuestros valores, esos que, como decía también en su pregón de mayo Arcadio Díaz Tejera, la historia ha ido depositando y haciendo sedimentar en nuestra conciencia colectiva, y que, añado yo, poco tienen que ver con etnias y mucho con cultura. Las santacruceras y los santacruceros, regidores y ciudadanos, debemos recuperar la franqueza como arma y el diálogo como herramienta; la transparencia y la rectitud en actos e intenciones, la tolerancia, el respeto mutuo y la solidaridad como fundamento de la vida colectiva. Debemos conservar el amor al conocimiento, la aceptación crítica de nuestro pasado y la superación de odios y rencores, los viejos y los nuevos. Y debemos sentir sano orgullo por lo conseguido hasta ahora,  sana insatisfacción por nuestras limitaciones e insuficiencias y confianza en los resultados de nuestros esfuerzos.

*             *             *

          He hablado hasta aquí de nuestra ciudad, la ciudad de todos. Toca hablar ya de nuestras fiestas, las fiestas de todos.

          A diferencia de Las Palmas, Santa Cruz nunca celebró la derrota de los guanches. Nuestros vecinos tuvieron durante siglos sus fiestas patronales el 29 de abril, día de San Pedro Mártir.  Celebraban la caída de la fortaleza de Ansite y el suicidio del caudillo Bentejuí y del resto de sus defensores, episodio que en 1483 ponía fin a la conquista de Gran Canaria con la eliminación del último reducto de la resistencia aborigen. Restablecidos los ayuntamientos democráticos en la década de los ochenta del pasado siglo, el entonces Alcalde de Las Palmas, Don Juan Rodríguez Doreste, de grata memoria, propuso y el Pleno aceptó trasladar la fiesta al 24 de junio, día de San Juan. Se conmemora así desde entonces la Fundación del Real de Las Palmas en la misma forma que se hizo siempre en nuestra ciudad, celebrando el nacimiento de un mundo nuevo y no la destrucción del antiguo.

          Mayo es un mes prestigioso, con buena imagen. Desde tiempo inmemorial se han celebrado, en el apogeo de la primavera, los ritos de fertilidad y de exaltación de la capacidad generatriz de la naturaleza.

          En el entorno del Mediterráneo y en Europa fenicios, griegos, romanos, celtas, germanos y eslavos desarrollaron, y aún conservan, rituales de bendición y exaltación de natura, que renace y reverdece cada año con el final del invierno. Banquetes, bailes, competencias y luchas festivas, sensualidad, treguas en pleitos y conflictos y, curiosamente, similares símbolos y ritos se encuentran en todo el continente europeo y en el norte de África.

          El filósofo e historiador de las religiones rumano Mircea Eliade define así el sentido de esos ritos: Regeneración del colectivo humano por su participación en la resurrección de la vegetación, en la regeneración del cosmos.

         A su llegada, el cristianismo hizo suyas fiestas y símbolos. Así, por San Isidro se bendicen los campos; se convierte en cruz engalanada el palo de mayo, tronco que se erigía en las plazas o ante las viviendas y en cuyo entorno se reunía la comunidad y transcurrían las celebraciones; y durante todo el mes se exalta a María, la madre de todos y de todo, la generadora.

          También era mayo el mes del amor, en el que la expulsión definitiva del invierno daba paso al inicio del cortejo y del noviazgo. Entre otras muchas muestras, recordemos una extraída del Romancero Viejo:

                                 "Que por mayo era por mayo
                                 cuando hace la calor,
                                 cuando los trigos encañan
                                 y están los campos en flor,
                                cuando canta la calandria
                                y contesta el ruiseñor,
                                cuando los enamorados
                                van a servir al amor…"

          Mayo era también celebrado por los guanches, con toda probabilidad desde antes de su asentamiento en las Islas. El Profesor D. Antonio Tejera Gaspar, catedrático de Arqueología de la Universidad de La Laguna y también condiscípulo mío en el viejo Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Cruz, cita en su libro La Religión de los Guanches. Ritos, mitos y leyendas al lagunero Antonio de Viana, el celebrado autor en los albores del siglo XVII de las Antigüedades de las Islas Afortunadas:

               "Era esta noche alegre y celebrada la postrera de abril, solemne víspera del deleitoso mayo y el remate de las anales fiestas y placeres que hacían los reyes de la isla…

               … pero guardaban, por costumbre antigua por días festivales de cada año del mes de abril los nueve postrimeros, porque les diese Dios cosecha próspera de frutos y ganados…

               … aunque hubiese guerras entre ellos, habría entonces treguas con paz tranquila, en tanto duraban las fiestas, regocijos y placeres."

          El Doctor D. Juan Bethencourt Alfonso recoge en su obra magna, la Historia del Pueblo Guanche, una cita de Fray Alonso de Espinosa, el dominico alcalaíno que, llegado a la isla en 1579, conoció y convivió con una población aborigen que aun conservaba, en buena medida, su lengua y su cultura:

               "El Rey… les hacía el plato y el gasto de reses, gofio, leche y manteca, que era todo lo que darse podía. Y aquí mostraba cada cual su valor haciendo alarde de sus gracias en saltar, correr, bailar aquel son que llaman el canario con mucha ligereza y mudanzas, luchar y en las demás cosas que alcanzaban."

          Fiesta de la regeneración, fiesta de la fertilidad, fiesta del amor carnal, fiesta de los sentidos, fiesta de treguas y paces…

          Al igual que nuestra ciudad, nuestras fiestas brotan del encuentro, de la integración, y en ellas han permanecido, con un profundo sentido de continuidad, los valores y símbolos que nos permiten ser y reconocernos santacruceros.

          No se ponen de acuerdo cronistas e historiadores sobre las fechas de inicio y sobre el régimen de las Fiestas de Mayo. No hay duda de que se celebran desde muy antiguo, sobre la tradición de los festejos guanches, revestidos de significación religiosa y con la incorporación de ritos y símbolos que los colonizadores trajeron de Europa y que adquirieron pronto carta de naturaleza.

          En su libro El antiguo Santa Cruz. Crónicas de la capital de Canarias, Don Francisco Martínez Viera, que fuera Alcalde y Cronista de la ciudad, sostiene que la Fiesta de la Cruz se celebró desde siempre, si bien, en la forma de festejos populares organizados que reconocemos hoy, aparecen documentadas desde 1854. Incluye el programa de ese año, entre otras actividades, lucha canaria, regata de lanchas, carreras de sortijas a caballo, riñas de gallos, elevación de globos, bailes, música y cinco días de feria, cuyas casetas se instalaron en la hoy llamada Plaza de la Candelaria. Un programa que confirma la integración de elementos de la cultura tradicional y de otros foráneos, como corresponde a nuestra condición de puerto y ciudad abierta.

          Siguiendo a Martínez Viera llegamos al año de 1892, donde las fiestas adquieren rango oficial al ser sufragadas por el Ayuntamiento. En las de 1894, celebrándose el Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciudad, tiene lugar en la Institución de Enseñanza que impulsara el prócer Don Bernabé Rodríguez Pastrana una Exposición de Arte, Historia, Industria, Agricultura y Comercio, compendio de lo que el Santa Cruz de entonces era y proyectaba, que organizó la Sociedad Económica de Amigos del País. Hubo también corridas de toros, fiesta en el muelle, desfile de carrozas, conciertos, proyecciones luminosas y las tradicionales luchas, regatas, comidas, bailes y regocijos populares.

          El Doctor Carlos García García, que también fue condiscípulo mío en los ya lejanos tiempos del Bachillerato, en su interesante libro titulado Santa Cruz de Tenerife. Historias y añoranzas de la vieja ciudad sostiene que la fiesta se remonta, al menos, a  los inicios del siglo XVII, y tenían lugar en torno a la cruz ante la que se celebró la primera misa el 3 de mayo de  1494, que permanecía depositada en la ermita de San Telmo. Recoge también Don Carlos la celebración de actos festivos, con enlucimiento de fachadas y luminarias, desde 1798.

          El engalanamiento de las cruces de mayo aparece documentado en la isla desde el siglo XVI, según contaba D. Elfidio Alonso en su pregón de las Fiestas de Mayo de 2006. La tradición parece tener origen en La Orotava, pero no es extraño que pronto tuviera eco en un lugar cuyo   origen y cuyo nombre estaban bajo la advocación de la Cruz. Desde entonces, muchas ediciones (al menos 116, si las contamos desde las primeras oficiales) han tenido las Fiestas de Mayo santacruceras,  muchas innovaciones han traído los tiempos, y muchas tradiciones se han instaurado.

          Vuelvo a recurrir al ya citado libro del D. Carlos García. En él transcribe un fragmento del Título XIII de  las Ordenanzas de la Isla de Tenerife, recopiladas en 1670 por el estudioso, historiador y notario lagunero D. Juan Núñez de la Peña, que  dice así:

               "Muy bien parece a los pueblos el regocijo y el placer a temporadas y da mucha alegría a la ciudad, y lo contrario tristeza, y como en todo el reino se tenga esta por costumbre y la qual es muy buena y loable, no es razón hacer menos en esta isla, pues los derechos quisiera favorecer la pública alegría. Por ende, ORDENAMOS se hagan fiestas y alegrías…"

          ¡Qué extraños tiempos en los que la alegría se ordenaba!

*                      *                      *

           Señoras, Señores: 
                                   Después de tan larga introducción, creo llegado el momento de dar cumplimiento a la encomienda recibida:

                    Santacruceras, santacruceros, residentes, estantes, transeúntes:

                           SE HACE SABER

 
                                 Que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife ha convocado al pueblo a celebrar la edición número 117 de las Fiestas de Mayo, correspondientes al corriente año de 2009. Que las disfrutn y que, al hacerlo, honren a los marineros, a las artesanas, a los carpinteros, a las modistas, a los albañiles, a los comerciantes, a todas las mujeres y hombres de bien que levantaron con sabiduría, tenacidad y prudencia la ciudad, nos la legaron y nos enseñaron, como nos recordaba el poeta, a besar en paz el corazón del mundo.

                             Pese a que no consta la derogación expresa del Título XIII de las viejas Ordenanzas de Tenerife, no parecen ajustados a nuestros tiempos y a las costumbres de hoy aquellos rigores ordenancistas. Por ello, y porque, como dicen las propias Ordenanzas, muy bien parecen a los pueblos el regocijo y el placer, podríamos, Señor Alcalde, señores y señoras concejales, sustituir las órdenes por consejos, y decirles a nuestros conciudadanos: SE RECOMIENDA LA ALEGRÍA.

                                                              ¡Felices Fiestas!

 

         Muchas Gracias.