De Campo Militar a Plaza Weyler (Retales de la Historia - 19)

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en La Opinión el 14 de agosto de 2011)

        

             Vimos en el Retal anterior los orígenes del Campo Militar, amplio solar terroso y en parte escarpado, en cuyo lado más alto se construyó el primer Hospital Militar, sustituido más tarde por el palacio de Capitanía General sobre la misma parcela que había ocupado la anterior edificación. Aunque ya los terrenos de aquella zona de eriales habían comenzado una tímida urbanización como consecuencia de la apertura del camino a La Laguna por el puente Zurita después de 1754, el lugar ocupado por el Hospital castrense seguía considerándose alejado y en las afueras de la población. A partir de 1882 el noble edificio de Capitanía hizo de impulsor y catalizador del definitivo desarrollo y urbanización de la zona, propiciando los ejes de nueva apertura de las actuales calles Méndez Núñez y Avenida Veinticinco de Julio, lo que a su vez dio lugar a la planificación del novedoso y señorial barrio de los Hoteles. Igualmente se abriría hacia el Sur la calle de la Maestranza, hoy Galcerán, que propició el desarrollo del barrio Duggi.

          Desde 1874 el capitán general Federico Salcedo había pedido al Ayuntamiento que se hiciera cargo de plantar árboles y del ornato de la plaza del Hospital Militar, dejando bien claro que la titularidad de todo el solar seguía siendo militar, a lo que la corporación contestó que no disponía de medios y que, aunque los tuviera, sería hacer inversión en propiedad ajena. Sin embargo, el siguiente año, declarada de utilidad pública la prolongación de la calle del Castillo desde San Roque –hoy Suárez Guerra– hacia arriba, fue el propio Ayuntamiento el que ofreció la plantación de arboleda, a cambio de que se autorizara sacar piedra, necesaria para las obras, a la empresa que las realizaba. Al poco tiempo se iniciaron labores de sorriba en la parte baja de la plaza para dar trabajo a los numerosos inmigrantes de Lanzarote y Fuerteventura, desplazados de sus islas por la sequía y el hambre.

          El general Weyler había llegado en 1878, y es en la sesión municipal del 7 de febrero del siguiente año en la que se acordó poner su nombre a la nueva plaza, y calle Galcerán, en recuerdo de una de sus acciones de guerra en la Península, a la llamada calle de la Maestranza. En 1881 llegó la autorización para la permuta con el Ejército de los terrenos de la plaza, en la que se seguía trabajando, y dos años más tarde se procedió a su inauguración, estableciendo bazares para recaudar fondos para las obras. La primera necesidad fue la construcción de 108 metros de atarjea para el riego de los jardines.

          En el centro de la plaza se instaló un pequeño estanque circular en el que se alzaba un surtidor a modo de sencilla fuente ornamental. Esta fuente, según las actas municipales, pensó trasladarse a los jardines que entonces estaban proyectados para la plaza de la Iglesia, lo que no llegó a realizarse. Tratando de seguir la pista a este elemento urbano, hemos encontrado una antigua fotografía en la que aparece en el jardín de la plaza de San Francisco, cuando el Ayuntamiento ocupaba el antiguo convento. Después, nada más se sabe.

          Fue en 1891 cuando los concejales Luis Candellot e Isidro Miranda propusieron la adquisición de una fuente de mármol, que no se pudo encargar a Génova hasta siete años más tarde, eligiéndose, entre los diferentes planos que se hicieron venir, "la que reunía mejores condiciones de lujo y esbeltez", según decía el Diario de Tenerife. Su instalación se realizó en 1899, aunque se tardó dos años en poder dotarla de agua por tubería de hierro. El costo de tan lujosa y esbelta fuente, rebasaba las posibilidades económicas del Ayuntamiento, que tardó años en poder cancelar la deuda. Se recurrió a toda clase de medios, tales como bazares, suscripciones vecinales y organización de bailes y otos festejos para reunir los fondos necesarios. Incluso, se vendieron con tal fin las maderas de los barracones que se habían instalado en la plaza de Toros para alojar las tropas repatriadas de Cuba. Entretanto, se seguía trabajando en el acondicionamiento y en la construcción de los muros de sillería que cerraban el perímetro, que no se finalizaron hasta 1909.

          En el plan de obras municipales para 1938 se incluyó la reforma de la plaza, a la que siguió otra en los años 1943-44, pero la gran remodelación que le otorgó su actual aspecto fue la realizada, según proyecto del arquitecto Rumeu, en 1955.

          Hoy, a pesar de cierto deterioro que presenta el pavimento y de que la espléndida fuente pide una mayor atención, presenta unos parterres ajardinados bien cuidados y agradables a la vista y, siendo una de las más hermosas plazas públicas de la ciudad, ha perdido en parte su vocación de lugar de encuentro y estancia a favor del de encrucijada urbana, ruta de paso en una de las zonas de mayor movimiento peatonal de la ciudad.