La experiencia astronómica de Charles Piazzi Smyth en Tenerife

 

Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día / La Prensa el 8 de julio de 2006)

          Charles Piazzi Smith (1819-1900) nació en Nápoles (Italia) porque su padre pertenecía a la Royal Navy. A los seis años se traslada a Inglaterra porque su progenitor fue destinado al observatorio de Bedford.

          A los 16 años de edad ya trabajaba como auxiliar en el Observatorio Astronómico del Cabo de Buena Esperanza. Al ser nombrado astrónomo regio del observatorio de Edimburgo, llevó a cabo una serie de estudios meteorológicos que le reportaron una considerable fama.

          Fue miembro de numerosas sociedades científicas y culturales. Perteneció a la Academia de Ciencias de Munich y Palermo. Miembro honorario de la Royal Society de Módena y Regious. Profesor de la Universidad de Edimburgo.

El viaje

          Charles Piazzi Smith viene a Tenerife porque consideraba que al realizar sus observaciones astronómicas en el Teide, éstas se beneficiarían al eliminar la tercera o cuarta parte más baja de la atmósfera. Para ello contó con la inestimable ayuda de Robert Stephenson, miembro del Parlamento, quien puso a su disposición su barco, el Titania y una tripulación de 16 hombres, además del fletamento durante el tiempo que duró el experimento.

          Recibida la aprobación del astrónomo G.B. Airy y del honorable Charles Wood, quien le otorgó 500 libras para el experimento, también recibió la colaboración del Ministerio de Marina, de la Royal Society, la Royal Astronomical, la British Association, cómo de Sir John Herchel y Mr. Pattinson, astrónomo real de Newcastle.

          Para esta experiencia reunió los siguientes instrumentos: Un gran telescopio Equatorial de Mr. Pattinson, telescopio Sheepshank, actinómetros, magnetómetros, termómetros de radiación, barómetros, telescopios, cronómetros y aparatos de polarización.

          Obtenido el permiso de las autoridades españolas, salieron de Southampton, el 24 de junio de 1856, a bordo del Titania, de 140 toneladas, al mando del capitán Loving Cooke, llegando al puerto de Santa Cruz de Tenerife el 8 de julio de ese año. En el muelle fueron recibidos por las autoridades canarias y por el cónsul británico en el Archipiélago, Mr. Henry John Murray, quienes pusieron a su disposición todo lo necesario para su trabajo. El barco siguió rumbo al puerto de la Orotava, para descargar allí los pesados y valiosos instrumentos, mientras Piazzi Smyth y su joven esposa, Jessie Anne Duncan, partían en carro por la carretera, recién construida. En al Orotava se hospedaron en el Hotel Marquesa.

Llegada a Santa Cruz

          Una vez en tierra, después de saltar desde la barca que les acercó a las resbaladizas escaleras del desembarcadero de Los Platillos -La Marquesina desde 1913-, el científico empezó a escudriñarlo todo.

          Lo primero que le llama la atención de nuestro puerto y ciudad fueron las brillantes casas que pro porcionan un luminoso destello blanco bajo el sol estival; sin embargo, su espíritu práctico no comprende el trabajo de carpintería de las puertas y ventanas a base de cuarterones ensamblados.

          Al vislumbrar, tras una puerta entreabierta, un patio de una mansión lleno de plantas y de frescor, con plataneras, naranjos, adelfas y el burbujeo de una fuentecilla, lo describe poéticamente como el corazón de un oasis mágico.

          La vestimenta de los naturales: los hombres con pantalón y camisa blanca y una faja a la cintura de brillante rojo satinado, mientras que las mujeres eran airosas en sus andares y con brillantes ropas.

          También le llaman la atención las corsas para el transporte de la carga en el muelle, que se le asemejan a trineos tirados por bueyes. Se sorprende de la existencia de camellos por las calles de Santa Cruz. Uno, dice, transportaba con tremendos balanceos, un piano a un lado y un gran saco de azúcar al otro.

          Piazzi Smyth regresa a Santa Cruz el 26 de septiembre, para desmontar el mareómetro que había dejado en el muelle y con el que el capitán Loving Cooke había efectuado las observaciones meteorológicas exactas y continuas al nivel del mar, durante el tiempo que él residió en el Pico.

          Al día siguiente, el Titania puso rumbo al Puerto de la Cruz, donde embarcó los equipajes e instrumentos que regresaban a Inglaterra en perfectas condiciones.

Estancia en Las Cañadas

          El 14 de julio de 1856, Charles Piazzi Smyth comenzaba la ascensión al Teide. Acompañado de su esposa, el guía (Manuel), el criado (Manuel) y los acemileros con sus 27 animales de carga (mulas y caballos), subieron las empinadas cumbres hasta llegar a Guajara. A todo el personal, tinerfeño e inglés que le ayudó en su expedición y a construir los asentamientos para sus campamentos de Cuajara y Altavista los cataloga como trabajadores, sacrificados y de admirable fortaleza física.

          Estableció dos estaciones de observación, una en la montaña de Guajara, donde se encuentra el Parador de turismo, y la otra en el refugio de Altavista. Altavista era el lugar idóneo para instalar el gran Equatorial de Pattinson, pues estaba situado entre corrientes de lava que lo protegían de los vientos del Norte, Oeste y Sur, contaba con perfecta visión cenital y disfrutaba de la más diáfana de las atmósferas. Allí levantaron un muro de 55 m. de longitud, 1,20 m. de ancho y 1,80 m. de alto, formando un recinto cerrado con celdas o cuartos y, en su centro, un alojamiento para el telescopio.

          Resultan increíblemente bellas sus descripciones del atardecer desde la cumbre de Guajara, a la que él llama “la amada del viento”, del amanecer desde Altavista, en la más pura y limpia de las atmósferas, de la Cueva del hielo, etc.

          Cuenta que para llegar a la Cueva del hielo fueron ayudados por el guía, que fue abriendo camino entre los angulares pasillos de los quebrados y oscuros bloques del malpaís hasta que llegaron a ver la “cruz” a la que sólo quedaba una fina y solitaria estaca que constituía una eficaz señal entre las masas de lava negra. Entraron a la cueva por un agujero de un metro cuadrad para luego descender por una cuerda con nudos entrelazados para poner los pies. Dentro de la cueva existía una cerca anular de nieve, de 1 m. de altura y 2 m. de ancho y, más al fondo, había una gran superficie de agua maravillosamente pura y un gran trozo de nieve que se extendía hasta las pares más recónditas de la cueva.

          Para paliar los inconvenientes del descenso, el carpintero del Titania construyó una escala tan cómoda que hasta su esposa pudo bajar con la máquina fotográfica y las placas de colodión para revelar los negativos. La escala la dejaron allí en honor de los “neveros”, aquellos lugareños cuya forma de comercio consistía en transportar nieve, en épocas veraniegas, a Santa Cruz, La Laguna, La Orotava y Gran Canaria.

          Los que hemos tenido la fortuna de disfrutar desde el Cráter de este espectáculo único, inigualable, podemos dar fe de la exactitud y fidelidad de la descripción. Los bocetos que realizó sobre el volcán y los que recogían diferentes momentos de su investigación se guardan en la British Library (Londres).

          Las personalidades isleñas que colaboraron en esta experiencia fueron: Agustín Nogueras, el ingeniero del Puerto, Sr. Aguilar, la familia del Marqués del Sauzal, Mr. Alfred Diston, los Sres. Rodríguez de Azero, Hamilton, Goodalls, Wildpret y don Martín Rodríguez que le visitó en varias ocasiones y en otras le envió leche y huevos.

          De los 113 días que pasó en Tenerife, 37 estuvo en Guajara, 26 en Altavista; 36 los empleó en viajes por mar y 18 por las costas de Tenerife. La llegada del mal tiempo hizo que, el 14 de septiembre, se terminaran las investigaciones.

Batalla de nubes

          Desde la inigualable atalaya de Altavista, a 3.300 metros de altura, nuestro científico inglés fue testigo excepcional de que en algunas ocasiones, sobre las nubes que arrastran los alisios, llegan desde el Sudoeste nubes altas navegando que no comparten las características de los compactos cúmulos que se ven en cotas más bajas; estas nubes discurren por encima del Pico, a 4.600 metros. A veces, ambos estratos nubosos coinciden en el mismo campo de batalla; las que llegan del Nordeste impulsadas por la fuerza de los alisios y las que desde el Sudoeste se oponen a su avance con todas sus armas.

          En la “Batalla de nubes” describe, minuto a minuto, durante cuatro días, la titánica lucha que tiene lugar a sus pies entre los dos poderosos ejércitos nubosos. La descripción de la batalla es de tal vigor y realismo que el lector llega a emocionarse ante las maniobras tácticas desplegadas por ambos contendientes. Los avances de uno y otro, los retrocesos, las maniobras envolventes, los ataques frontales o de distracción por los flancos.

          Al final de la batalla, -como en las películas de épicas aventuras- vencen las fuerzas que el científico considera que son las “buenas”; es decir, los alisios, con sus benéficas y abundantes nubes que gran parte del año se enseñorean en las vertientes norte de las islas y que son las responsables del milagro de nuestras fértiles y verdes medianías. Frente a estos vientos, dice, “…cualquier otro fenómeno natural se empequeñece ante la gran conmoción de la atmósfera que ellos suponen, De ellos se sirve el frío y seco aire polar para, cargándose de humedad durante su largo recorrido por el septentrión, ser capaces de distribuir benéficas y abundantes lluvias al cruzar al hemisferio opuesto”.

          Parece increíble que un simple juego nuboso pueda dar tanto de sí, lo que habla bien a las claras de la imaginación y el portentoso espíritu de observación que atesoraba Piazzi Smyth.

El cielo de Tenerife

          En Altavista instaló su gran telescopio Equatorial de Pattinson y, durante 28 días, pudo observar, con una pureza admirable, las difíciles estrellas B y C de la gama de Andrómeda, así como las estrellas más opacas o difíciles a un ojo práctico. También pudo ver, de un modo inequívoco, la pequeña división del anillo de Saturno, la superficie de Júpiter, vistas extraordinarias de la Luna, etc.

          En sus noches de trabajo, gracias al extraordinario incremento en la capacidad de penetración espacial del telescopio, que pasaba de la décima a la decimocuarta magnitud, las estrellas no sólo aparecían más brillantes, sino que mejoraban su definición. Piazzi Smyth, que estaba acostumbrado a observar las estrellas desde el nivel del mar, al verlas desde este anfiteatro las desafiaba a aplicarles mediciones micrométricas.

          A partir de estas investigaciones, las Islas Canarias contaron con dos montes en la Luna conocidos como Teide y Tenerife.

          Al abandonar Tenerife, a bordo del Titania, escribe: “cuando la noche cae y nuestra última visión del Pico permanece aún alta en el cielo, nos preguntamos por cuánto tiempo el mundo ilustrado retrasará la instalación allí de una estación que tanto promete para el mejor avance de la más sublime de las Ciencias.”

La noticia en los periódicos de la época

          Un mes antes de la llegada de Piazzi Smyth, el periódico insular Ecos del Comercio comenzaba a sacar noticias anunciando el experimento que se iba a llevar a cabo en el Teide, así como los instrumentos matemáticos y de gran valor que el científico traía consigo. Diariamente, el periódico mantiene al pueblo informado de dicha experiencia contando lo que el astrónomo va consiguiendo. En uno de sus números decía. “Se ve que nuestro país no está tan olvidado del mundo como se podía creer y que la célebre montaña del Teide es todavía el punto de mira de los sabios, bien se trate de experimentos atmosféricos, de cálculos geométricos o de observaciones astronómicas.”

          Por su parte el diario inglés Daily News comenzó a contar las experiencias de Piazzi a partir del 20 de octubre de 1856.

Agradecimientos

          Tenerife tenía una deuda contraída con el científico viajero Charles Piazzi Smyth. Como profesor de Educación Ambiental y amante de la Naturaleza, quiero dar las gracias a los promotores de la obra que han hecho realidad su edición en español: Luis Cola Benítez, José Luis García Pérez y Emilio Abad Ripoll.


(1) En el citado libro se presentó por primera vez en la historia de la literatura, una forma de ilustración consistente en utilizar dos fotografías del mismo objeto separadas 65 mm., es decir, nuestra distancia media interpupilar, y que al observarlas a través de un estereoscopio ofrecen una impresión de relieve y profundidad que no puede obtenerse con la contemplación de una sola toma.


Bibliografía

- PIAZZI SMYTH, C. Teneriffe: An Astronomer’s Experiment. Traducción de Emilio Abad Ripoll con el título Más cerca del cielo. Tenerife, las experiencias de un astrónomo. Ed. Idea (Tenerife, 2002).

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