Aquí no hay playa

 

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Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día / La Prensa el 19 de marzo de 2011)

          Los vecinos de Santa Cruz no eran asiduos bañistas debido a que las leyes les prohibían nadar (desnudos) en los lugares donde había tránsito de gentes. Los baños de mar, propiamente dichos, eran más una diversión que un deporte y sólo tenían lugar en el verano.

          A los que olvidaban cumplir esta limitación de libertad las autoridades los detenían  y condenaban a barrer las calles, tal como le ocurrió, en 1807, al criado del vizconde de Buen Paso por bañarse desnudo en la playa situada delante del paseo de La Alameda, entre el muelle y el castillo de San Pedro.

          Como los hombres continuaban bañándose desnudos en la playa, en la que se agolpaban mirones y curiosos, en 1809 se publicaban unas ordenanzas que les obligaban a “que si se bañan de día no lo hagan del todo desnudos, sino con sus vergüenzas cubiertas”.

          El vicario Martinón, al observar en 1819 “que en un pueblo católico se bañan a la misma hora y en el mismo sitio los hombres mezclados con las mujeres” se queja al comandante general Luján sobre este relajamiento de la moral pública; por ello, el alcalde José Calzadilla Delahanty redactó un bando con el fin de que se cumplieran las buenas costumbres:

               “Que en la playa del muelle, debajo de la baranda de La Alameda, las mujeres se bañaran entre las ocho y las nueve de la noche, y que lo hagan vestidas con camisón o algo similar”.

          La playa del muelle y la playa de Ruiz cumplieron su misión de baño hasta que, a finales del siglo XIX, quedaron inutilizadas por las numerosas embarcaciones que se refugiaban en ellas y por las obras de prolongación del muelle Sur, que hicieron desaparecer la arena, a la vez que acumulaban gran suciedad.

          Las otras playas existentes en Santa Cruz, San Antonio, La Peñita y Los Melones, que desaparecieron por la avalancha de piedras y tierra que dieron lugar a la avenida Francisco La Roche y a la explanada del muelle de Ribera, no eran lugares apropiados para el baño, pues en ellas varaban las lanchas y se encontraban las industrias relacionadas con el puerto (varaderos y almacenes de carbón).

          La avenida Francisco La Roche fue realizada entre 1940 y 1965 por el Cabildo Insular de Tenerife, la Junta de Obras de Puerto y el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Su trazado se hizo aprovechando la rambla de Sol y Ortega y la carretera de San Andrés. Con su ejecución, se eliminaron las cuevas y casuchas que el viajero veía cuando llegaba por mar a Santa Cruz de Tenerife.

          La explanada del muelle de Ribera nació como consecuencia de las peticiones formuladas por varios comerciantes para construir depósitos de mercancías, ganado terreno al mar. El proyecto fue presentado (1943) por el ingeniero Miguel Pintor González, las obras comenzaron a realizarse ocho años más tarde y las distintas alineaciones de que consta se terminaron en 1960, 1963 y 1982.

          En los varaderos instalados en estas playas, los carpinteros de ribera fabricaban goletas, bergantines, balandras y embarcaciones para el tráfico portuario, a la vez que reparaban gabarras carboneras, aljibes flotantes, fruteros de cabotaje, remolcadores, etc.

          Entre la playa de San Antonio y la Peñita, debajo de la muralla de la calle de la Marina, se encontraban los varaderos y almacenes de carbón de Tenerife Coaling Company Ltd. (Hamilton), formado por un galpón de paredes de madera y techo de planchas metálicas y un pequeño muelle de servicios. En esta playa también existieron, hasta la primera mitad del siglo XX, una serie de cobertizos de madera que guardaban inútiles embarcaciones vencidas por los años y la mar.

          En la playa de Los Melones, junto al muelle Norte, la Junta de Obras del Puerto construyó un varadero en 1919. En él se construían y reparaban las embarcaciones oficiales; sin embargo, en tiempos de mucha demanda, al estar los demás varaderos saturados de trabajo, tuvo que admitir goletas y balandras de otras empresas. En este varadero se botó, en 1945, la balandra Nivaria, de 114 toneladas, 25,60 metros de eslora y 8 metros de manga.

          En esta misma playa de Los Melones, a finales del siglo XIX, se iniciaron las obras del varadero de Elder Dempster, que más tarde se llamaría Industrias Marítimas; así como el varadero de Cory, que sólo reparaba las gabarras y el remolcador de dicha firma.

          En los almacenes de carbón existentes en estas playas, se almacenaba el mineral que había venido de Cardiff (Gales) y que las gabarras se encargaban de trasladar desde los barcos -colliers- hasta los muellitos de las empresas importadoras; luego las gabarras volvía a rellenarse del negro mineral para llevar hasta la banda de los trasatlánticos -liners- las toneladas que previamente habían solicitado (cien toneladas por cada pitada).

          Durante muchos años en esta línea de playa, las fragatas balleneras que recalaban en Santa Cruz de Tenerife para hacer la aguada y suministrase de alimentos, limpiaban fondos y reparaban averías; a la vez, infinidad de barcos  confiaron la seguridad de su casco vacío a la tranquilidad de estas playas, y en ellas permanecieron mostrándonos las enormes y herrumbrosas palas de sus hélices. En 1890, en la playa de Los Melones, un cañonero de la armada española, Santa Eulalia, estuvo apuntalado con recios maderos durante los años que tardó en limpiar y pintar fondos; y durante la Segunda Guerra Mundial, los barcos Teresa Schiaffino, Magda y Andalucía , a los que su pabellón italiano privaba de libre tránsito por los mares en guerra, también estuvieron amarrados con cadenas y gruesos cables de acero a estas playas del puerto.

 

Bibliografía
- Alejandro Cioranescu
- Juan Antonio Padrón Albornoz