Un paseo por la historia de Santa Cruz

El historiador vocacional Luis Cola descubre pequeñas parcelas de la ciudad a bordo del Bus Turístico.

Por Marta Plasencia   (Publicado en el Diario de Avisos el 5 de abril de 2011) (No figuran las fotografías que acompañaban al texto)

          Santa Cruz de Tenerife tiene rincones maravillosos y una historia más rica de lo que, en un principio, la rutina diaria, las prisas típicas de todo urbanita o simplemente la falta de interés impiden ver. Aunque tal vez no todo sea por culpa de los ciudadanos y falte imprimir por parte de los gobernantes más iniciativas culturales e históricas sobre la capital, para así incentivar el patrimonio, que no es poco.

          Luis Cola Benítez, historiador vocacional, apasionado de Santa Cruz, minucioso investigador y escritor, colaboró en la elaboración del recorrido del recién estrenado Bus Turístico de la capital, aconsejando sobre los lugares de interés y la narración explicativa que se puede escuchar en ocho idiomas cuando se realiza la ruta.

          Y precisamente de ruta nos fuimos con Luis Cola, para que nos brindara con unas pinceladas la historia santacrucera, aunque ciertamente se mostró crítico en algunos aspectos de la ciudad. Y, no en vano, como amante de Santa Cruz, le resulta incomprensible cómo a veces la dejadez puede hacer que rincones extraordinarios y monumentos históricos pierdan todo su sentido.

          Nada más comenzar en la plaza de España, primera parada de la Guagua Turística, Cola fija su atención en la fuente de Isabel II. “Está pidiendo a gritos una restauración. Que le pongan agua e iluminación y que la ajardinen”.  Más crítico es todavía con la plaza de España. “Era una de las más hermosas entradas por el mar de una ciudad. Una de las más bonitas que tenía España. Ahora tenemos un espacio desolado, sin un jardín en una tierra donde puede haber flores todo el año”, añadiendo que lo más positivo de las obras fue la limpieza del monumento a la Cruz, “que estaba impregnado del humo de los coches”.

          Mientras llegamos a la segunda parada, la Recova, por la avenida Tres de Mayo, Luis Cola confiesa que el Bus Turístico es una buena idea, dinamiza la ciudad, pero a su parecer faltan cosas en el recorrido.

          “Sugerí bajar por la calle de El Pilar, donde están la iglesia de El Pilar; la plaza del Príncipe; la capilla de la Orden Tercera; la iglesia de San Francisco con su plaza, donde está el monumento a José Murphy, y luego coger la calle de la Marina, pasar por delante de la fuente de Isabel II y salir al cuartel de Almeyda, pero me dijeron que no era posible por el tráfico. Es una pena que quede fuera, porque hay un montón de monumentos y lugares de interés en ese trayecto”, afirmó.

          La expresión le cambia cuando la guagua llega a la Recova. “Mucha gente cree que fue el segundo mercado que tuvo la ciudad, pero en realidad es el tercero. El primero, inaugurado en 1815, estuvo entre el castillo de San Cristóbal y el barranquillo del Aceite. Después, cuando se derribó el convento de Santo Domingo, alrededor de 1840, se construyó la Recova y el teatro Guimerá. Y el actual es el tercero, que es una gran obra y cumple su misión”, cuenta Luis Cola. “Es un enclave entrañable”.

          También recuerda el barrio de El Cabo y su entorno. “Del antiguo barrio ya no queda nada, prácticamente sólo la ermita de San Telmo. Es de las construcciones más antiguas que hay en santa Cruz”, descubre, junto con la iglesia de la Concepción y la ermita de San Sebastián. “Es del primer tercio del siglo XVI, porque en 1552 ya existía la cofradía de San Telmo. Y es una pena que el entorno esté tan depauperado como el de la ermita de Regla”, denuncia. El Bus Turístico enfila la avenida Francisco La Roche hacia el cuartel de Almeyda. “Es la antigua carretera de San Andrés, que cuando todavía sólo llegaba a Paso Alto, ya la llamaban en los periódicos la carretera de Taganana, para darle importancia”, ríe Luis Cola, que proclama la preciosidad de esta avenida.

Un millón de documentos

          De Almeyda, museo militar “y de la historia de Canarias”, destaca su biblioteca y archivo histórico, “con más de un millón de documentos”.

          Nos adentramos en el conocido como barrio de Los Hoteles, con sus casonas de principios del siglo XX, para proseguir hasta la plaza de Los Patos. “Antes era una plaza de tierra y en las actas del Ayuntamiento no tenía nombre, sólo se la llamaba ‘la plaza circular de 25 de julio’, hasta que se hizo un estanque con rocas volcánicas alrededor y se pusieron patos. Lo curioso de esta plaza, como ha ocurrido con muchas cosas en Santa Cruz, es que fue pagada con iniciativa privada. Como el primer muelle de la ciudad en 1787. Ni el Estado, ni el Ayuntamiento, que no tenía ni un duro. Fueron los comerciantes, con recaudaciones y donaciones, los que apostaron por la ciudad para construir el primer muelle de Canarias”.

          Alrededor de la plaza de Los Patos también se encuentra la iglesia anglicana, construida por la colonia inglesa en el aniversario de la Reina Victoria de Inglaterra, que sirve a Luis Cola para dar a conocer un Santa Cruz liberal. “Esta iglesia, al igual que la Logia Masónica, son señas de la liberalidad de este pueblo, donde todo se admitía mientas no hubiera violencia. Todas las ideas eran debatibles y se podían exponer libremente, mientras no fueran impuestas por la fuerza”, cuenta.

          Cuando se pidió licencia para la iglesia era alcalde Juan M. Ballester, y algunos concejales le echaron en cara el que hubiera dado la licencia para construir un templo que no era católico. Y el alcalde contestó que él no era nadie para entrar en la conciencia de los demás. Y si le hubieran pedido licencia para  hacer una sinagoga, también la hubiera concedido”, explica. Además, añade que la Logia Masónica era la única en España que, además de tener esa monumental fachada, por su ubicación en pleno centro de Santa Cruz “todo el mundo sabía quien entraba y salía, y no pasaba nada. Ser de la logia era como ser socio del Casino o de otra sociedad”.

          Tras pasar por la Subdelegación del Gobierno y el Ayuntamiento, llegamos al parque García Sanabria, pulmón de Santa Cruz, con el monumento de Francisco Borges “uno de los mayores escultores que ha tenido canarias. Vulgarmente conocido como ’La Tetuda’, es un monumento a la fecundidad, porque García Sanabria fue uno de los alcaldes más fecundos que ha tenido la capital y así se simboliza esa manera de ser”. Para llegar a la Rambla de Santa Cruz, el Bus Turístico sube por la calle José Naveiras, “un famoso médico que hizo una labor humanitaria enorme”. Cola recuerda que antiguamente ésta se llamaba calle de Los Campos, “porque era el camino que iba para Los Campitos, y por aquí se llegaba a los valles e incluso a La Laguna, y bajaban las vendedoras, las gangocheras, con sus cestas en la cabeza para vender sus productos en Santa Cruz”.

          La Rambla, por su parte, tuvo infinidad de nombres: Paseo de Isabel II; Rambla 11 de febrero; Rambla del General Ortega; de Marcos Peraza y por último general Franco, pero el inicio de su historia comenzó con el capitán general Jerónimo de Benavente. “Fue el primero en traer a Tenerife un coche de caballos”, y justo en el trozo conocido como ‘la rambla de las tinajas’, “hizo arreglar ese tramo para poder pasear con su coche. Otras personas se unieron a él y entonces se le llamó el Paseo de los coches”.

Campo militar

          Bajando por Costa y Grijalba y enfilando de nuevo la avenida 25 de Julio, llegamos a la plaza Weyler, que “era el auténtico campo militar. Donde está el gobierno militar había un picadero para caballos y la plaza se quedó como antesala del Palacio de Capitanía que hizo el general Weyler, y claro, hoy día es una de las más céntricas, un sitio más bien de paso que de estancia”, comenta. La plaza Pedro Schwartz o Militar nació mucho después,”porque la calle Galcerán llegaba hasta una finca antes del barranco. A cambio de derribar el antiguo hospital militar, que estaba donde ahora está Capitanía, Weyler construyó el nuevo hospital en esta zona”, afirma.

          Tras recorrer toda la avenida La Salle y admirar el Recinto de Ferias y Congresos y el Auditorio Adán Martín, que todavía tienen que construir su propia historia, y tras dar una vuelta a El Corte Inglés (“vivimos en la época que vivimos”, afirma Cola), llegamos al final del Intercambiador después de una lección de maravillosa historia santacrucera.