El patrimonio histórico de Santa Cruz (19). La fuente de Isabel II

LA  FUENTE  DE  ISABEL  II. Un pilar en el olvido

Por Luis Cola Benítez (La Opinión, 15 de noviembre de 2010)

 

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          Entre las pocas fuentes de que dispone nuestra ciudad, la mayor parte de ellas descuidadas y sin el agua que debería ser su razón de ser, destaca por sus pretensiones de monumentalidad, dentro de la modestia de medios con que fue hecha, la llamada de Isabel II, cerca del arranque de la Marina alta, que presenta un lamentable aspecto de suciedad, falta de atención y cuidado.

          En 1843, el alcalde Forstall nombró al regidor Pedro Maffiotte y al procurador síndico Domingo Viejobueno, para que trasladaran la antigua pila, entonces situada en el patio del castillo de San Cristóbal, a un lugar más apropiado, teniendo en cuenta que desde ella se tenía que continuar surtiendo el aljibe del castillo, el riego de la Alameda y el caño de la aguada de buques. El sitio elegido fue el mismo en que ahora se encuentra, que daba frente al castillo de San Pedro. 

         El presupuesto era de unos 10.000 reales, pero estudiada más detalladamente la situación, no se trasladó la pila, sino que Maffiotte presentó el proyecto de una nueva fuente. Desechada una oferta de financiación de Fortificaciones, que pretendía reintegrarse el dinero de una forma que resultaba inaceptable para el Ayuntamiento, el Jefe Superior Político colaboró a su construcción destinando unos 3.000 reales aprehendidos en noches anteriores en una casa de juegos. Como no era suficiente esta aportación, el regidor Bartolomé Cifra adelantó de su bolsillo lo que faltaba para la ejecución de la obra. El costo final alcanzó los 32.000 reales y Cifra tardó años en resarcirse. El 25 de agosto de 1845, cumpleaños de la Serenísima Señora Infanta Doña María Luisa Fernanda, se inauguró la nueva fuente.

          Todo lo anterior, expuesto ahora de forma muy resumida, está contenido con todo detalle en las páginas 87 y 88 de mi libro SED, que trata de la historia del agua en nuestra ciudad.

           Por ello es verdaderamente sorprendente que mi estimado y admirado amigo Noé Ramón, en un reportaje publicado en este mismo medio el 3 de octubre, y que da a entender se basa en la obra citada, diga: “Hasta el investigador Luis Cola se tiene que encoger de hombros a la hora de saber el origen de esa fuente”. Asombroso, pues nunca me ha consultado sobre este tema y, es evidente, tampoco ha consultado o leído el libro. ¡Pecata minuta! 

          Lo verdaderamente importante es que los responsables de nuestro patrimonio municipal se decidan a prestar más atención a estas piezas irremplazables y que son testimonio de la historia de nuestra ciudad.