125 aniversario del Semáforo de Anaga

 
Por Miguel Ángel Noriega  Agüero (Publicado en el Diario de Avisos el 4 de diciembre de 2020).
 
 
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          Seguro que te acuerdas. Todo comenzó, amigo Semáforo, el 4 de diciembre de 1895. Sí, hace hoy 125 años los vigías que en tu interior trabajaban habitándote junto a sus familias iniciaban tu servicio. De ahí que, en mi nombre y en el de otras muchas personas que tampoco te olvidan, queramos felicitarte por este cumpleaños de cifra tan singular. 
 
          Como bien sabrás, tuviste en tu Atalaya unos nobles predecesores. Desde muy antaño decenas de vigías divisaban desde lo alto la llegada de flotas enemigas. En la gloria de nuestra historia quedan algunos avisos dados por esos centinelas que permitieron la defensa de Tenerife, gracias a esta y a otras atalayas del macizo de Anaga y del resto de la isla. Y pocos años antes de tu entrada en servicio, la Casa Hamilton & Cía., con Charles H. Hamilton a la cabeza, emplazó en la cima a dos oteadores, Agustín Gil y su hijo José, vecinos de Igueste. 
 
          Pero a ti te levantaron por debajo de la cumbre, eso sí, con vistas al puerto de la capital y el Teide al fondo, a un lado; Antequera con su ensenada y Roque, al otro; y Gran Canaria al frente rompiendo el horizonte. No te quejarás, bribón. Envidia me das de poder ver cada día esta panorámica. Con tu planta en forma de cruz latina, como tus hermanos de la península y Menorca, hincaron, junto al aljibe que te proporcionaron, un mástil de banderas, tu inigualable seña de identidad. Trajeron hasta ti el tendido telegráfico y el telefónico. Y te dotaron de un anteojo con trípode, de gemelos de mar, de luces de bengala,…, y, por supuesto, de juegos de banderas de señales y del telégrafo.
 
          Todo esto permitió que decenas de semaforistas y sus familias bregaran y residieran gracias a ti. Seguro que recuerdas a los últimos que albergaste: Antonio Olvera, José Prieto, José Gallego, Francisco Botí y José Antón. Pero estoy seguro de que no te has olvidado tampoco de Pedro Calderón. Sí, el que se casó con Sara Gil, iguestera y maestra en el pueblo. Y también te acordarás de Juan Estévez, de José Antonio Baile, de Andrés Touriño, de Francisco Millán, de Manuel Oneto, de Salvador Iglesias, ... Estaríamos, estoy seguro, otros 125 años citando nombres y recordando vivencias de todos ellos. Miles de horas mirando la mar, pero también multitud de recuerdos, de historias. Cuántas vidas entre tus paredes.
 
          Gracias a ti el pueblo chicharrero acudía presto al muelle a ver llegar buques a bordo de los cuales llegaban ilustres visitantes. Seguro que recuerdas el paso frente a tu atalaya del Cap Vilano en el cual iba embarcado el novelista Blasco Ibáñez. Eso fue el 22 de mayo de 1909, si no recuerdo mal. “Desde que el semáforo de Anaga anunció que el vapor estaba á la vista, acudió al muelle numeroso público”, decía la prensa local en las ediciones del día siguiente. Y como esta, otras muchas. Pero seguro que el que mejor recuerdas fue el aviso del avistamiento de la flota de naves que traían y custodiaban al rey Alfonso XIII. Los semaforistas de aquel amanecer del 26 de marzo de 1906 fueron los primeros canarios que veían desde las islas a un monarca español arribar al archipiélago. Tras tu mensaje, las calles santacruceras se atiborraron de vecinos que acudían raudos al puerto, al compás de los pasodobles que entonaban varias bandas de música. 
 
          Y hemos de dar gracias a quienes vigilando desde ti dieron avisos para rescate y otras emergencias. Esa fue, sin duda tu labor más reseñable. Como en febrero del 98 a raíz del naufragio del Flachat. Y no solo con buques de por medio. Seguro que en tu memoria está aquella tarde de domingo de 1930 cuando un iguestero, Pedro Trujillo, pereció en las aguas de Antequera y tus vigías dieron aviso para rescatar su cuerpo, encallado en la Cueva del Brisueño. 
 
          Pero también fueron más de siete décadas observando el tiempo reinante de cada una de las miles de jornadas. Multitud de partes meteorológicos, como aquel emitido al amanecer del 16 de febrero del 34: “Nordeste frescachón. Marejada gruesa del Este. Cielo y horizontes cerrado por nieblas. Visibilidad, cero. Tiempo ventoso. Presión barométrica, 762,6. Termómetro, 16,2. Recorrido del viento por hora, 46 kilómetros”. Custodiabas en tu interior los aparejos con los que los vigías estudiaban el tiempo de cada jornada, varias veces al día: el pluviómetro, el termómetro, el evaporímetro y el anemómetro, sin olvidarnos del barómetro. 
 
          Desde ese día de Santa Bárbara de 1895, hasta el verano de 1971 en que arriaste las banderas y dejaron de mirar nuestro mar a través de tus ventanas, sucedieron, como bien sabes, 75 años y medio de intenso y silencioso trabajo en pro de los marinos y sus buques, pero también de amor de un pueblo que a tus pies descansa y te observa cada día desde el cauce del barranco, añorando aquellas décadas de particular relación contigo y con aquellos a los que acogías. Hiciste que recalaran por este “rinconcito” de Anaga profesionales de la Armada venidos de dispares lugares de España. Se creó una bonita simbiosis entre los vecinos de Igueste y los semaforistas, quedando aún en el pueblo descendientes de algunas de las parejas que surgieron. 
 
          El amor que se te sigue teniendo por aquí abajo bien sabes que continúa, a pesar de estar allá en la ladera, solo, ruinoso y deteriorado. Los que te seguimos queriendo insistiremos hablando de ti, de lo importante que fuiste y sigues siendo, de lo que supusiste para Igueste de San Andrés y para Santa Cruz de Tenerife, de tu ejemplo único en Canarias y de que formaste parte de una red de poco más de una decena de Semáforos Marítimos españoles. Continuaremos perseverando en pro de tu protección y de evitar que se prolongue tu deterioro y, con ello, tu olvido. Por nuestra parte amigo, lo dicho, no te olvidamos, al contrario. Batallaremos para que no te vengas abajo por completo y para que sigas unido a la historia de un pueblo, Igueste de San Andrés, y su gente que te quiere y añora tu pasado de servicio y lamenta tu presente de ruina. 
 
          Felicidades, compañero.
 
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