Cromos británicos (16) Cornetas, flautas y tambores

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 12 de septiembre de 1998).
 
 
 
CORNETAS, FLAUTAS Y TAMBORES
 
 
          Ningún  británico , podrá olvidar el drama del 20 de noviembre de 1992 cuando se temió que las llamas destruyeran esta fortaleza histórica, llena de inesperados tesoros y “hogar” de la Reina y de los anteriores soberanos de Inglaterra durante más de 900 años. Sin embargo una audaz operación de rescate salvó las obras de arte y los daños en el castillo, aunque grandes, se restringieron a un sector del ala noroeste, como ahora nos recuerda Robin Mackworth Young.
 
          La imponente Torre Redonda, carente, afortunadamente, de oídos, que ya hubiese perdido con las locuras decibélicas que, minuto a minuto, zumban a su alrededor, con aquellos panzudos inventos aeronáuticos que le vienen del cercano y concurridísimo aeropuerto de Heathrow, donde el Concorde -¡qué majestuoso su vuelo!- sería quien más le dañara sus tímpanos.
 
          Y, cómo no, ahí sigue, todos los días en Windsor, a partir de las once de mañana, el Cambio de Guardia, con sus cornetas, flautas y tambores; con sus gritos y chillidos; con aquellos peculiares taconazos que tanto incitan a la carcajada, de forma muy especial al turista italiano que parece no comprender cómo se pueden dar órdenes a base de estruendosa verborrea, que parece insulto. Sí, se ríen, lo que se dice, a mandíbula batiente, con aquellos guardias de pantalón azabache, chaqueta roja, correaje blanco y ese gorro, como de oso, negro, que casi siempre les tapa sus ojos. Sostienen, con cierta habilidad, una especie de mosquetón que parece brillar cuando el grupo marcha, tras la ceremonia, sobre el asfalto que embrutece aquel verdísimo césped ahora más regado que nunca ante este verano del 98, frío, lluvioso y brumoso donde, para dormir, muchos tinerfeños han tenido que echar mano de la camiseta, pijama de invierno, chándal, calcetines de lana y edredones. 
 
          El Castillo de Windsor, antes fortaleza y cárcel y ahora esporádica residencia real y de visita obligada cuando se llega al Reino Unido, sigue siendo un tropel, un perfecto movimiento acelerado y desordenado de personas que, con perplejidad, observan que en tan regio lugar, apenas hay una papelera para tirar aquella bolsita de crips.
 
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