25 de julio de 1797. ¿Se meditó la capitulación ante el inglés?

 
Por José Manuel Padilla Barrera  (Publicado en El Día el 25 de julio de  2020).
 
          
           No conozco entre la innumerable cantidad de trabajos dedicados a aquella oscura y calurosa noche, del 24 al 25 de julio de 1797, ninguno que haga referencia explícita a una posible capitulación ante el inglés.
 
          Sin embargo tenemos un testimonio, testimonio que no figura en esos textos, testimonio que procede de Luis Marqueli Bontempo, que era en esa fecha Coronel Director Subinspector de Ingenieros de Canarias. En su hoja de servicios se dice: “En 1797 contribuyó como es notorio a la gloriosa defensa de la plaza de Santa Cruz y a que no tuviese efecto la capitulación que ya se meditaba.” Pero este testimonio es especial, es el único de todos los que existen sobre la Gesta, que está asegurado bajo palabra de honor. En una instancia que dirige al rey Fernando VII, a la que acompaña su hoja de servicios dice:
 
          “Los servicios que quedan expresados son exactos lo que aseguro bajo mi palabra de honor.”
 
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Coronel Marqueli
 
         
           El culto al honor era normal en aquella época, pero en Marqueli estaba sublimado, esto era lo que pensaba sobre el honor y así se lo hace saber a su rey:
 
          “Con el mismo amor, inclinación, celo y eficacia le hubiera servido y serviría, aunque fuese con un fusil al hombro o de cabo de escuadra, pero si puedo prescindir de ascensos, no así de mi honor que ha sido siempre mi ídolo y lo he sabido conservar intacto toda mi vida.” 
 
          Nos encontramos, pues, ante un testimonio del que no se puede dudar. Curiosa paradoja, este documento indubitable no aparece por ningún sitio en los trabajos de tantos investigadores que han tratado estos temas. Ante la fuerza de este testimonio, habrá que concluir que sí, que se meditó la capitulación ante los ingleses. Queda por saber, cuándo y cómo.
 
          Parecería normal que fuera el propio Marqueli quien nos contara el por qué de esa anotación tan categórica, pero no, Marqueli solo escribió una escueta nota  dirigida  su jefe el Ingeniero General que era el famoso Francisco Sabatini, en la que le informaba del ataque inglés a Tenerife y que tenía la satisfacción de exponerle que el Cuerpo de Ingenieros se había portado con el mayor honor.
 
          Resulta extraño que Marqueli, hombre de fácil pluma, no escribiera su versión sobre lo ocurrido. Ni siquiera cuando se publicó la Relación Circunstanciada de Monteverde que pasó por ser la oficial. Porque en esa relación se ningunea a los dos coroneles, el de Artillería y el de Ingenieros, solo se les nombra de pasada , en una nota a pie de página para decir que estaban en el Castillo de San Cristóbal. Marqueli no comenta nada, silencio absoluto. Sin embargo Estranio ,el de Artillería, se despacha a gusto: "Quedo enterado de que en una relación que ha formado y presentado a ese Iltre Ayuntamiento el gobernador del Castillo Don José Monteverde no hace mención de mis méritos, ni del ejemplo que acaso podrían haber tomado alguno de los que en ella elogia. Es público que yo no permanecí en el Castillo de Sn Cristóbal el tiempo del ataque y sí que en la citada noche me hallaba en la Batería del Muelle que es la más expuesta y la única de esta línea de que los ingleses fueron dueños".
 
          Marqueli no salió del Castillo, por una razón muy sencilla, en aquella época el Real Cuerpo de Ingenieros era puramente facultativo, carecía de tropa, por lo tanto no tenía a nadie a quien mandar.
 
          Aunque seguramente lo que voy a contar es muy conocido, conviene dedicarle unas líneas para ponerles en situación.
 
          El domingo, 23 de julio de 1797, a las 7 de la mañana, el capitán Troubridge,  del Zelaous, fue a bordo del Theseus, para informar a Nelson  de la imposibilidad de tomar posesión de las alturas sobre Paso Alto . Un segundo fracaso, porque el día anterior tampoco habían podido tomar Paso Alto desde el mar. Tantos fracasos consecutivos debieron minar la voluntad del contralmirante Nelson, acostumbrado como estaba, a salir siempre victorioso en todos sus empeños. 
 
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Capitán Troubridge
         
         
          Pero, algo cambió esa misma mañana, el capitán de Infantería de Marina Olfield llevó a bordo de la Seahorse a un desertor prusiano, que se había quedado aislado en Tenerife y pasó a ser  sirviente del cónsul francés. Fue interrogado por los capitanes Fremantle y Miller, actuando como intérprete,  Betsy Fremantle, la esposa del capitán de la Seahorse, que viajaba con su marido, recién casados, seguramente  el primer viaje, en la historia, de luna de miel a Tenerife. Según el alemán, los españoles no tenían ninguna fuerza, estaban todos  aterrorizados, llorando y temblando, y  nada sería más fácil que tomar el lugar, porque  sólo había  300 hombres de tropas regulares, y el resto eran  paisanos  muertos de miedo. Casi al mediodía se hizo una señal de llamada a todos los capitanes. En esa reunión Nelson, ante las informaciones del desertor prusiano tomó la determinación de ejecutar el ataque. 
 
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Capitán Fremantle
 
         
          El día 24, cerca del mediodía se divisó una vela extraña al NE. que resultó ser el navío de Su Majestad Británica Leander,lo que añadía 40 infantes de marina a sus fuerzas. Presente el capitán Thompson del Leander, los capitanes, al completo, fueron reunidos en el camarote de su jefe el contralmirante Nelson quien dispuso que el plan esbozado el día anterior fuese puesto en ejecución esa misma noche. En este nuevo plan de ataque sorprende que Nelson decidiera ponerse personalmente al frente del mismo, cuando según sus primeras órdenes tenía que ser el capitán Troubridge el que encabezara las fuerzas de desembarco, quizás pensara que de haber estado él en los dos intentos fracasados, las cosas hubiesen sido de otra manera.
 
          A las 7 y media la bombarda comenzó a lanzar sus bombas sobre el fuerte de Paso Alto. A las diez y media según lo ordenado, unos 700 hombres embarcaron  en los botes de que disponía el escuadrón, el resto de ellos, que las lanchas no podían contener, lo hicieron en el cúter Fox que recibió 180,y unos 80 en un gran bote español secuestrado por el Zelaous. A las 11 de la noche,al sonido de la campana del Theseus, todos acudieron al Zelaous, para desde allí empezar a navegar rumbo al muelle de Santa Cruz, . Los botes estaban tolerablemente conectados, todos los remos habían sido  cubiertos con trapos para reducir el chapoteo y remaban  silenciosos. Nelson y el capitán Bowen, con el desertor como guía, navegaban en cabeza. Durante toda la noche la bombarda se mantuvo lanzando bombas contra la batería de Paso Alto, que eran contestadas por disparos que pasaban por encima de los navíos y barriendo con metralla  la playa delante del castillo, en previsión de un nuevo intento de desembarco, en aquella zona.
 
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Almirante Nelson
 
         
          A la una y media, según Nelson, se encontraban a medio tiro de cañón de la cabeza del muelle sin haber sido descubiertos, estaban por lo tanto a la altura de la batería de San Antonio, la actual plaza del Arquitecto Marrero, cuando, desde los castillos de San Pedro, de San Miguel y de Paso Alto, sus comandantes, Tolosa, Marrero y Rosique vieron, uno una embarcación otro, una vela y el tercero  un bulto. Era el cutter Fox. Los tres hicieron fuego, los tres se adjudican el mérito de haberlo hundido. Pero es que además el resplandor producido por los fogonazos descubrió a las lanchas  que se dirigían al muelle. Se desató entonces un verdadero infierno sobre los ingleses, 30 o 40 cañones con fusilería, de un extremo a otro de la población dispararon sobre ellos. Ante esa lluvia de fuego los botes se separaron unos de otros, eso hizo que sólo Nelson, Bowen, Thompson y Fremantle, con cuatro o cinco botes alcanzaran el muelle.  
 
          Los servidores de la batería en barbeta del muelle y el teniente que los mandaba  abandonaron su puesto en cuanto los primeros ingleses pusieron pie en tierra por lo que fue instantáneamente  tomado,  los 6 cañones de 24 libras, de la batería, fueron convenientemente clavados. Los botes que una vez liberados no pudieron seguir en la oscuridad a los de cabeza, no encontraron el muelle que era su objetivo ,y se desviaron hacia el Sur del mismo; Troubridge y Waller desembarcaron  en una muy mala playa cercana al Castillo de San Cristóbal y Hood con Miller lo hicieron aún más al Sur. 
 
          La alegría de los ingleses por haber tomado la batería de la cabeza del muelle les duró bien  poco, porque fue tal el fuego de fusilería y metralla que se mantenía desde el Castillo de San Cristóbal y de las casas, que no pudieron avanzar; el propio Nelson, al saltar  del bote, cuando desenvainaba la espada, recibió el impacto de un proyectil que le atravesó el codo derecho, para su fortuna, su hijastro, el teniente Nesbit, al observar  la cantidad de sangre que perdía, utilizando su pañuelo de cuello, prenda reglamentaria para los marinos ingleses de esa época, le aplicó un torniquete, que impidió que su jefe y padrastro se desangrara; ayudado por uno de los barqueros de la Seahorse , reflotó  al bote, que había quedado varado al bajar la marea, y con el propio Nesbit como remero, navegaron con rumbo a los navíos. Por si esto fuera poco, en medio de la ya, de por sí, espantosa oscuridad, escucharon un espeluznante  griterío de hombres que luchaban por no morir ahogados, eran los náufragos del cúter Fox, que acababa de ser hundido.
 
          Todos los botes que habían quedado útiles regresaron con su triste carga de ingleses muertos o heridos a sus barcos. Los capitanes  capitán Thompson y Fremantle  resultaron  heridos, Bowen y su primer teniente murieron y el teniente Gibson del Fox, pereció ahogado.
 
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Castillo de San Cristóbal
 
        
          Mientras este cúmulo de adversidades se abatía sobre los ingleses que pretendieron asaltar Santa Cruz, desde la  zona Norte del muelle, Troubridge y Waller habían llegado, porque se habían perdido en la oscuridad, a espaldas del Castillo de San Cristóbal. El fuerte oleaje y la playa rocosa, con algunos barcos naufragados en ella, hacían volcar a los botes, en esas circunstancias el desembarco resultó muy dificil, muchos hombres se ahogaron y las municiones se mojaron, estropeándose totalmente. Troubridge y Waller, con el primer grupo que logró desembarcar  se dirigieron al punto de reunión que el plan de ataque preveía, que era la plaza de la Pila (la  plaza de La Candelaria);donde esperaban encontrar al contralmirante Nelson y al resto de los capitanes con todos los hombres que pensaban que habrían desembarcado por el muelle, pero para su sorpresa, allí no había  un sólo inglés. Troubridge se encontró así, erigido en  jefe  de las fuerzas de desembarco, y todo lo que logró reunir  en la plaza de la Pila fueron, unos 80 infantes de marina, 80 marineros armados de picas y otros 180 marineros con la pólvora mojada, en total 340 hombres.
 
          Sin escalas, que se habían perdido en el accidentado desembarque en las playas, con solo una poca munición que habían obtenido de unos prisioneros que habían hecho. Solo quedaba la intimidación, la amenaza, y eso es lo que hizo Tourbridge. Muy próximo a donde estaban, en la calle de las Tiendas, hoy Cruz Verde, en un almacén de víveres encontraron a un grupo de vecinos a los que aterrorizaron con una demostración de violencia, eligieron a dos de ellos, Antonio Power, diputado de Abastos y a Luis Fornspertiu para que acompañaran hasta el Castillo de San Cristóbal a un sargento de Infantería de Marina que haría de parlamentario. Hacia las cuatro de la madrugada  una pequeña comitiva con hachones encendidos, bandera blanca en la bayoneta del sargento desfilaba plaza de la Pila abajo. Llegados al Castillo fueron inmediatamente llevados a presencia del general Gutiérrez.
 
           El sargento inglés transmitió al general lo que le había encargado su jefe, exigían: la rendición de la plaza y que se les entregase el dinero del Rey y el cargamento de la fragata de Filipinas que se encontraba en el puerto y no tocarían a las personas, ni los bienes de los vecinos pero que de lo contrario pondrían fuego a la plaza y el vecindario sería pasado a filo de espada.
 
           Ante esta intimidación ¿Cuál fue la reacción del general? Veamos lo que se dice en la Relación Circunstanciada sobre los hechos que firma José de Monteverde alcaide del Castillo de San Cristóbal:
 
          “La respuesta fue correspondiente a los principios de honor y de bizarría que animaban a nuestro jefe: Propuesta semejante no merece contestación, dijo, y en prueba de ello mandó retenerlo en el castillo.”
 
          Arrogante respuesta llena de seguridad, sin duda.
 
          Por su parte Domingo Vicente Marrero, alcalde real de Santa Cruz en su relación de los mismos hechos, con su peculiar estilo y su especial sintaxis, pero con una gran fuerza dramática cuenta:
 
          “A nuestro digno jefe ante expresiones tales se le atenúa su valeroso espíritu, titubea, y se entrega a la melancolía, quiere responder y no sabe qué, sus laterales cubren sus cabezas con la mano en la mejilla, ya se consideran súbditos del inglés. El parlamentarios espera pero nadie le responde.”
 
          Sobre el mismo momento hay un documento que se encuentra en el archivo de Simancas, localizado por Luis Cola y Daniel García Pulido que dice: “La plana mayor se acollonó.”
 
          Y no era para menos, el aterrorizado Antonio Power, había contado que eran muchos los enemigos, que todas las calles y plazas las tenían ocupadas, y que no había más remedio que rendirse.
 
          ¿Cómo es posible esta disparidad? Porque lo curioso es que Monteverde no miente. El general Gutiérrez sí que pronunció esa  altisonante frase. 
 
          La explicación está en que Monteverde como un hábil prestidigitador nos escamotea un importante lapso de tiempo, el tiempo que discurrió entre el momento en que el sargento presentó la intimidación y el de la llegada al Castillo del teniente de la Batallón de la Habana, Vicente Siera.
 
          Vicente Siera era un teniente que estaba en Tenerife como banderín de enganche  para el Batallón de la Habana, esa madrugada Siera se halló en lo más vivo del combate en el barranco de la Carnicería, en donde con un pelotón de 11 hombres que le había cedido el Batallón de Canarias, hizo cinco prisioneros y los condujo al Castillo. No era un hombre muy refinado, más bien lo contrario. Al presentarse a su general pensando en ser felicitado, se encontró con un ambiente pesimista, en el que salvo el coronel Marqueli, todos pretendían capitular ante los ingleses. Pronto empezó a calificar a voces a los que rodeaban al general de cobardes, para a continuación dedicar un recuerdo a sus madres, no precisamente cariñoso, sino más bien escatológico, adjudicándoles de paso el oficio más antiguo del mundo. Para acabar gritándole al general: "Mi general, Don Antonio: ¡El batallón está intacto!" Acompañado seguramente de una interjección de cuatro letras, una de ellas la ñ. 
 
          Así lo cuenta Marrero: “Escucha, escucha al hombre fuerte, al hombre prudente, al valeroso don Vicente Siera que te habla inspirado en el mismo Dios, aunque te parezca atrevimiento, no es sino amor aunque osadía, lealtad y aunque descoco, bondad. S.E. abraza el dictamen de Siera y responde al enemigo que no se hallaba precisado de oir proposiciones de ajuste.”
 
           Bernardo Cólogan describe muy bien la situación y lo hace a pie de página, como si se arrepintiese de no haberlo hecho en el texto: “Merece tener su puesto en la relación del ataque el nombre del oficial que contribuyó más que nadie a que fuese despreciado este primer mensaje del enemigo. La confusión y el desorden que reinaban en la plaza, la inexperiencia de casi toda la tropa, la oscuridad de la noche, la ignorancia de los que estaban en el castillo de lo que pasaba. Todas estas causas eran capaces de poner perplejo al más valiente y quien sabe lo que hubiera sucedido de no haber llegado en aquel momento crítico don Vicente Siera que era de la bandera de la Habana, conduciendo unos prisioneros que había hecho, y a no haber informado a su jefe de la verdadera situación de la plaza animándole osadamente a que de ningún modo tratase de rendirse.”
 
          En el mismo sentido se expresa Pedro Forstall, comerciante de la plaza, en una carta a un primo suyo: 
 
          “Crea vuesa merced lo que le dije en mi carta anterior, hubo un mal momento en la primera intimación y solo debimos nuestra conservación a dos oficiales que son Marqueli y Siera, teniente de la partida de Cuba, especialmente este último que llegando de fuera con prisioneros habló al general con vigor (y aún con expresiones soldadescas) y le impuso del estado verdadero de las cosas. Ahora se dice todo lo contrario por los que entonces se inclinaban a rendirse, porque les tiene cuenta hacerlo así.”
 
          Monteverde, por su parte, elude contar ese mal momento, pero claro, no puede ocultar la llegada de Siera al Castillo, que fue muy sonada quizás por su lenguaje irrespetuoso y unas líneas más abajo de cuando cuenta la arrogante contestación de Gutiérrez, deja caer:
 
          “No dejó nuestro general de estar con cuidado hasta que llegando el teniente don Vicente Siera con cinco prisioneros que había hecho, le aseguró que nuestro batallón estaba intacto.”
 
          Hábilmente lo relata como si hubiese ocurrido después de que el general rechazara la intimidación del inglés.
 
          Pero ¿qué pasaba con Marqueli? Francisco Tolosa comandante del Castillo de San Pedro, lo dice claramente en su relación de los hechos:
 
          “El coronel y Comandante de Ingenieros don Luis Marqueli a pesar de sus achaques, se mantuvo constantemente al lado de nuestro general para lo que pudiera ocurrirle en su facultad.”
 
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Teniente General Gutiérrez
 
           
          Queda claro que  sí, que hubo durante unos momentos la intención de capitular, faltó poco para que este artículo se escribiera en inglés celebrando la victoria, la victoria inglesa, claro. Pero la llegada del teniente Siera fue providencial y lo fue porque aportó información, información de la que el general  carecía. Su frase:” El Batallón está intacto” resultó ser la frase mágica que le abrió el horizonte y que hizo comprender al General Gutiérrez que la situación no era  la que algunos querían hacerle ver y que podía derrotar a los ingleses, como así ocurrió.
 
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