Descripción de Santa Cruz de Tenerife del dibujante francés Gérard Milbert en el año 1800

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 14 de junio de 2020).
 
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Gérard Milbert
 
         
          Del 2 al 13  de noviembre de 1800, fondearon en el puerto de Santa Cruz de Tenerife la corbeta Le Géographe y la gabarra Le Naturalista, en  una campaña científica organizada por la Academia de Ciencias de París, sufragada por Napoleón Bonaparte, destinada a cartografiar y estudiar las costas de Australia, todavía sin explorar. 
 
         En la expedición, formada por 251 personas a las órdenes del capitán Nicolás Baudín, viajaban 24 astrónomos, geógrafos, botánicos y zoólogos, encargados de llevar a cabo observaciones de meteorología, oceanografía, e hidrografía, y cinco  dibujantes que realizarían 1.500 dibujos. A su regreso, tres años más tarde, el Museo de Historia Natural de París tuvo que construir un nuevo edificio para albergar las nuevas colecciones de plantas, minerales, y las distintas especies de animales que habían traído.
 
         De los diarios elaborados por los integrantes de este periplo, que se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia, hemos tomado los relatos y dibujos de Santa Cruz de Tenerife que nos dejó el naturalista y profesor de dibujo de la Escuela Superior de Minas de París, Jacques-Gérard Milbert, en su obra Viaje Pintoresco a la Isla de Tenerife.
 
          “Desde el fondeadero dibujé la ciudad, pues presentaba una vista bastante agradable. En la parte sur, en el borde del mar, se han construido algunos molinos de viento que sirven para moler el trigo. 
 
          El muelle, de una gran extensión, presenta una amplia caleta en la que los navíos van a desembarcar, pues está  prohibido hacerlo por otro sitio. En la parte interior, una escalera de piedras basálticas conduce a la calzada por la que nos encaminamos hacia la ciudad, entrado en ella por una mala puerta de madera; a la izquierda está la oficina de la Aduana, el cuerpo de guardia, y el Castillo San Cristóbal, un fuerte de varias murallas  armado con cañones de dieciocho y veinticuatro. En su pared se encuentra la fuente donde los navíos anclados en la rada hacen la aguada.
 
          Paseé por la Alameda del Muelle y entré en algunas iglesias en el momento de la oración. Estas iglesias, aunque se hayan prodigado con los dorados y las riquezas de todo tipo, las encontré muy oscuras y tristes. La más bonita era la iglesia parroquial pues sus ornamentos eran vasos de oro, incrustados de pedrerías, un altar revestido de láminas de plata cincelada y doce lámparas, del mismo metal, suspendidas en la bóveda. El clero, que es muy numeroso, luce magnificas vestiduras en el día de fiesta.  
 
Las calles y plazas
 
          Las calles de Santa Cruz son bastantes anchas, pero no están pavimentadas, a pesar de que en este país no faltan materiales para hacerlo. Esto da como resultado un polvo muy incomodo, sobre todo cuando lo calienta un sol ardiente; sin embargo, debo decir que desde hace poco tiempo se han preocupado en pavimentar algunas. Las aceras están construidas con pequeñas piedras redondas del grosor de un huevo -callados de playa- y sostenidas por un ancho bordillo de gruesas piedras cuadradas. 
 
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Fuente de la Pila. Gérard Milbert
 
         
          Las plazas públicas son poco numerosas. La que se ve al entrar en la ciudad  está adornada con una hermosa fuente esculpida con mucho gusto  -Fuente de la Pila-. Consiste en una ancha pila de lava negra, sostenida por un pedestal adornado con el escudo de España. Después de formar una doble cascada, las aguas caen en una gran cuba, adornada con ricas palmetas.
 
          Cerca de esta fuente hay un gran obelisco de mármol blanco, que ha sido realizado en Génova, coronado con una imagen que representa a la Virgen que tiene al niño Jesús en sus brazos. Otras cuatro figuras, también de mármol blanco, que están situadas en los cuatro ángulos, simbolizan unos reyes guanches coronados con laurel; cada una de estas figuras, en lugar de un cetro tiene el fémur de su antepasado más virtuoso. La altura total del obelisco es de unos treinta pies -9 metros-. Se dice que con este monumento se ha querido perpetuar una tradición relativa a un acontecimiento milagroso. Según esta tradición, hace 400 años los reyes de Güimar fueron advertidos por unos pastores de la presencia de una mujer en la playa de Candelaria, cuyos rasgos radiantes anunciaban una divinidad. Uno de los reyes, para comprobar si era una mujer o una diosa, tomó un cuchillo y se dispuso a cortarles los dedos; cuál sería su sorpresa y dolor al comprobar que se había mutilado su propia mano. Otro, habiendo cogido una piedra para lanzarla contra ella, perdió de repente el uso del brazo.
 
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Monumento a la Candelaria. Gérard Milbert
 
 
Las viviendas 
 
          Las casas de Santa Cruz son de un aspecto bastante bonito y sus habitantes tienen la costumbre de blanquearlas de vez en cuando, por lo que es imposible mirarlas con fijeza cuando reflejan directamente los rayos del sol, ya que el resplandor de su blancura deslumbra y cansa mucho la vista.
 
          La mayoría de las casas presentan la misma distribución. La entrada principal se compone de un zaguán cubierto. Toda la planta baja está rodeada por una galería, dividida por columnas que sostienen a otra galería superior. En el centro hay un patio muy amplio, con gran vegetación, donde se encuentra un aljibe que recoge las aguas de lluvia que luego se utilizan para los distintos usos domésticos.  
 
          En uno de los extremos del patio hay un pequeño mueble que sirve de adorno, pero que tiene una finalidad práctica. Es de madera labrada y está enrejado con una celosía para permitir que el aire circule libremente por el interior. El mueble alberga una pileta de piedra porosa para filtrar el agua, con su fondo encajado en un soporte de madera con un agujero, en cuyos bordes crecen unas plantas propias de lugares húmedos -culantrillo-. El agua que una vez filtrada va cayendo gota a gota en otra vasija, mayor que la anterior pero más achatada en su parte inferior, tiene un agradable frescor y una transparencia sorprendente. 
 
          En la planta baja se encuentran grandes cuartos y depósitos. Estos  aposentos mantienen un saludable frescor pues están cerrados por unas celosías que los protegen del intenso calor. En la galería superior que rodea toda la vivienda se encuentran amplias y altas habitaciones que mantienen un ambiente fresco, su interior son de una excesiva sencillez pues las paredes están pintadas y no tapizadas, y el mobiliario es poco refinado. Hay algunos grabados, espejos muy pequeños, y cuadros bastante malos, que representan santos o milagros. El sofá, que suele usar la señora de la casa, es el mueble más elegante de todos los que adornan el salón. En una sala suplementaria se encuentra una pequeña capilla, normalmente decorada con flores naturales.
 
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Mujer chicharrera. Gérard Milbert
 
         
          Las casas situadas cerca del mar ofrecen un aspecto distinto. En ellas, las ventanas están protegidas por postigos, lo que hace que las mujeres no puedan satisfacer su curiosidad al verse privadas del placer de observar y, especialmente, del placer de ser vistas. Los tejados son de estilo italiano, cubiertos de tejas rojas en forma acanaladas.
 
          Los armadores y gente de la mar suelen tener en las azoteas un mirador o belvedere, desde donde tienen una amplia vista con el fin de ser los primeros en comercializar las mercancías que llegan al muelle. Estos miradores que se alzan por encima de todos los demás edificios, junto con los campanarios de las iglesias, contribuyen a darle a la ciudad un aspecto agradable, pues rompen la monotonía de línea horizontal de las demás construcciones cuyos tejados son planos, de tipo italiano, cubiertos de tejas rojas acanaladas.
 
La mendicidad y la prostitución
 
          El extranjero que ve por primera vez la población de Santa Cruz y de sus alrededores, experimenta tanto asombro como asco. No sabe que le debe afligir más, si el cuadro de la degradación de la especie humana o el descuido verdaderamente culpable del gobierno. Por todas partes, y en todos los barrios de la ciudad, te encuentras con una infinidad de mendigos harapientos, casi desnudos, que muestran a los ojos de los transeúntes las llagas y úlceras, cuya curación demoran a propósito. 
 
          Los niños corren por las calles sin ninguna clase de vestido; sus cuerpos, lívidos y demacrados, son de una suciedad escandalosa; toda esta chusma, enemiga del trabajo, no piensa en conseguir buena posición; pasa la noche acostada en los bancos y no desea otro domicilio; se contenta con una pequeña limosna o con algunos desechos de comida que les distribuyen en las casas particulares o en los conventos. Las mujeres son las que mendigan con más empeño y lanzan injurias a los que no le dan alguna moneda.
 
          Los frailes y las órdenes mendicantes son muy numerosas, entre el pueblo gozan de una gran consideración pues, cuando los hombres encuentran a un sacerdote, se arrodillan ante él y éste les presenta una de sus mangas para que se la besen. 
 
          A media legua de la ciudad, en un lugar de una aridez repelente, rodeado de rocas color azufre, erosionadas y calcinadas por un sol devastador, donde se encuentra un acueducto cuyas aguas sirven para alimentar un viejo molino, encontramos unas cuevas volcánicas convertidas en el refugio de esas repulsivas sacerdotisas de Venus. 
 
          La entrada de la cueva la cierra una estera rota, mientras una vieja manta, o cualquier otro harapo extendido en el suelo, es el lecho voluptuoso donde los hombres van a buscar el placer.
 
          En estas horrorosas guaridas, que lejos de la ciudad sirven de escenario a los desenfrenos de las mujeres prostitutas, es donde los soldados de la guarnición y los marinos del puerto van a hacer sus repugnantes orgías.
 
          El olor pestilente que se desprende de unos alimentos pútridos que contienen unos vasos de tierra mellados y una escudilla de madera que nunca es lavada, infesta el aire que, por otra parte, difícilmente puede ser renovado en un lugar donde nunca penetran los rayos del sol.
 
          Sin embargo, las prostitutas de Santa Cruz, entregadas al más vil desenfreno  no han desterrado, sin embargo, sus sentimientos religiosos”.
 
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