Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (XXIII)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Retazos de su libro Bye, bye. Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004) publicado en 2006).
 
 
 
LA RIVIERA INGLESA
 
 
          “La Riviera inglesa” está situada en el suroeste de las Islas cerca del Finisterre británico (Land’s End) y casi rozando en el mapa con Plymouth, ciudad que tanto recuerdo le traía siempre a mi admirado amigo Juan Antonio Padrón Albornoz, por aquello de “la gracia insuperable de las velas”, que desde dicho puerto partieron en inolvidable regata, con escala en Tenerife y Nueva York, en la primavera de 1976.
 
          En “La Riviera inglesa” aseguran que “si por las mañanas se puede ver en el firmamento un pedazo de cielo azul con el que se puedan hacer unos pantalones, ese día no lloverá”. The English weather! Dicen -y ya lo hemos recordado de forma reiterada- que el tiempo es malo, pero bueno el clima. Otros, más radicales, afirman que el clima del Reino Unido es terrible, horroroso y no muy bueno…
 
          Un periódico londinense se hacía estas interrogantes: ¿Dónde pasan la mayoría de los británicos sus vacaciones? ¿En Mallorca, en las costas, en el Sur de Francia? (No mencionaba Canarias). Y respondía: No; pasan sus vacaciones en el suroeste de Inglaterra, que se ha convertido en un “imán” para millones de turistas en los últimos años.
 
          La hermosa y luminosa bahía de Torquay está situada, como esbozábamos, en el suroeste de Inglaterra, en el condado de Devon. Y en Torquay, y en 1935, fue coronada “Miss Europa”, la tinerfeña Alicia Navarro, tras sus etapas como “Miss Casino”,”Miss Santa Cruz”, “Miss Tenerife” y “Miss España” .
 
          Si Napoleón no hubiera pasado por aquellas costas camino de su exilio, posiblemente Torquay, llamada en la actualidad “La reina de la Riviera inglesa”, hubiese sido hoy un simple y sencillo pueblecito de pescadores. Napoleón, dicen los historiadores, “quedó prendado por el paisaje y el sol de aquel litoral”. Y desde aquella estadía, en el lejano 1815, Torquay comenzó a despertarse para el turismo porque las palabras del cautivo no quedaron en saco roto. Los reclamos publicitarios de Torquay no dejan de tener cierto atractivo y “gancho”. Veamos:
 
          “Tú probablemente has oído: Ver Nápoles y morir. Eso no significa que esa ciudad sea letal. Es justamente el camino que siguen los italianos para expresar que una vez que hayas visto Nápoles has visto lo mejor del mundo. Bien, nosotros tenemos una versión diferente; nosotros decimos: Observa, mira a Torquay, y gózala, disfrútala. Torquay es como Nápoles en más de un sentido. Está edificado sobre siete colinas, al igual que Roma y Lisboa. Sus casas brillan con blancura, “como un hueso en el sol”. Sus puertos deportivos son sacudidos por airosos, elegantes, modernos y lujosos yates; y las caídas de sus acantilados, donde éstos bañan sus pies, son de templadas aguas. Si usted tiene todo esto ¿por qué ir a Italia o a Lisboa?"
 
          “Venga a Torquay -siguen diciendo los folletos turísticos- en verano o en invierno. Si usted desea gentío, tropel, multitud alegre y divertida; si desea empaparse de sol en las playas o encandilarse con las “luces nocturnas de cuentos de hadas”, elija el verano. Por el contrario, si desea la paz y la quietud de la desierta arena y el confort de un tiempo templado, elija el invierno. En ambos casos, amigo turista, será complacido”.
 
          Y terminan, así: “Nos gustaría descubrir Torquay para ti; pero no lo podemos hacer con simples palabras. Tú podrías denominarla amable, amena, encantadora y fascinante; y en cada caso, estarías en cierto modo, acertado. Pero pon estos cuatro conceptos y añade luminoso; esto es Torquay, “el más agradable lugar de vacaciones del Reino Unido” ¿Piensas que somos jactanciosos o exagerados? Bien, existe un fácil camino para averiguarlo: Visítanos y comprobarás que no regresarás ni decepcionado ni defraudado. ¿Te animas?"
 
          “Lo más hermoso que puede poseer una persona es tener una infancia feliz”, dice Agatha Christie en su biografía. Ella la tuvo en Torquay, donde nació, cerca, precisamente, del “South Devon Collage”, donde una treintena de estudiantes tinerfeños consumieron su estancia con familias británicas. Allí, en el museo de Torre Abbey, se pueden observar algunos objetos personales de la genial escritora, que según sus paisanos “excepto la Biblia y William Shakespeare, ha sido la más leída”, aunque presenten todo esto en un cuartito tan modesto como cuidado y ameno.
 
          Allí, en Torquay, fue capturado un barco, Nuestra Señorita del Rosario, de la Armada Invencible, cuyos tripulantes (casi cuatrocientos) fueron hechos prisioneros e introducidos en el granero del palacio Abbey, en 1588. Ahora el granero es otro motivo histórico de la ciudad y se anuncia de esta manera, “Spanish Barn”, e incluso tiene una romántica leyenda de amor con fantasma incluido.
 
          Dicen que una golondrina no hace verano; pero también conocemos aquello de que para una muestra, basta un botón. Ellos, lo de “la Riviera inglesa”, pregonan sus siete colinas adornadas con hermosísimas mansiones rodeadas de árboles y pinos; sus puertos deportivos; sus pronunciados acantilados; sus templadas aguas; su luz, su alegría y sus riadas humanas por aquellas avenidas de verbena, sin olvidar su amplio y surtido “Town Centre”, pequeño paraíso de compras y enjambre de estudiantes de todas las banderas. Hay algo de verdad en todo esto. Como también que durante nuestra estancia, en la última quincena del mes de julio de 1987, el termómetro apenas subió de los quince grados Celsius -no Fahrenheit- y el intento de bañarse en aquellas amplias, limpias playas de arena ocre -que desaparecen cuando sube la marea- resultaba una auténtica odisea, de la que los alumnos tinerfeños fueron perfectamente informados por los amables guardias de tráfico y policía de la localidad:
 
          - Tengan mucho cuidado con el baño en la playa. A pesar del sol, nuestras aguas suelen ser muy frías. Esta frialdad podría causar inoportunos calambres a nuestros visitantes.
 
          El espectáculo se convierte en algo aceptado con exquisita resignación por todos aquellos turistas, la mayoría británicos. Pero a nosotros nos produce cierta desazón. El sol brilla; todo el mundo está tendido sobre la arena, en las terrazas y en los solariums. Pero casi nadie esta bañándose en la playa. Lo invadido es la orilla, donde ocultar los tobillos bajo el agua no produce peligro alguno pero sí cierta compensación ante tanta penuria en la zambullida.
 
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LA ROCA THATCHERS Y SUS GAVIOTAS
 
 
          La roca Thatchers tiene, evidentemente, un encanto especial para un tinerfeño; algo de sorpresa ya que, a primera vista, nos familiariza con Garachico.
 
          (La roca, aunque se denomine Thatchers, no tiene ninguna concomitancia con la primera ministra del Reino Unido. Además, Thatchers tiene una ese final que no posee el apellido de “La Dama de Hierro”, que en el mes de junio de 1987 obtenía su tercer mandato de gobierno y se convertía en la primera persona de la historia británica, desde 1827, que lograba tal objetivo. “Disfrutad ese fin de semana, pero volved al trabajo el lunes”, dijo eufóricamente la ex investigadora química tras su arrollador triunfo conservador dentro de un Parlamento que también, por primera vez en la historia, contaba con la presencia de un perro lazarillo que acompañaba al diputado laboralista David Blunkett, ciego de nacimiento; y otros tres laboralistas iban a ser los primeros diputados negros del Reino Unido).
 
          Pues bien, la roca, el roque, el islote, como ustedes prefieran denominarle, está enclavada muy cerca de la playa Meadfoot, que forma parte de la localidad sureña de Torquay, bautizada como “La reina de la Riviera inglesa” Visitar este paraje es cita casi obligada para los turistas enamorados, por ejemplo, de un atardecer o de un ocaso. Porque desde aquí, como sucede en Bajamar o en Punta del Hidalgo, algunos crepúsculos son sencillamente inolvidables y que pocas cámaras fotográficas podrían captar en toda su belleza y esplendor. Así lo comprendió el antiguo propietario de los terrenos más próximos a la roca, que hace algún tiempo los donó al municipio con una sola condición: que fueran para esparcimiento y solaz del público, evitándose todo tipo de construcción y edificación que dañase el paisaje circundante. Un sencillo monolito perpetúa el deseo del mecenas.
 
          En esta especie de anfiteatro paisajístico se ha instalado un buen número de bancos y hamacas para contemplar con más sosiego y comodidad el panorama. Estos bancos son donaciones de personas que de una forma u otras disfrutaron en este lugar. En uno de estos bancos pudimos leer la siguiente inscripción: “A la memoria de John Fulton, que amó esta vista”. Huelga decir que los británicos siempre han sido muy sinceros y originales en sus inscripciones y lápidas. En uno de tantos camposantos aledaños a las iglesias inglesas leímos esta: “A W. G. Hoskins, que se fue a dormir”. Y en un cementerio de perros, esta otra: “A Trom, que me fue más fiel que mis tres maridos”.
 
          Los únicos seres vivos que habitan en la roca son las gaviotas, dueñas y señoras del islote, que con sus graznidos le otorgan cierta sintonía a la quietud y silencio ambiental. Las gaviotas son una constante en la “Riviera inglesa”. Se las ve por todas partes: en las bahías, en los muelles, en las playas, dentro de la ciudad, revoloteando como cadenciosas espías del aire sobre los chalets incrustados en aquellas siete características colinas de Torquay cubierta por una gran cantidad de árboles y, primordialmente, de pinos, que por las noches, con la brisa, le dan al lugar otra especial musicalidad. 
 
          Aseguran que las aguas atlánticas que bañan esta roca tienen peligrosas corrientes; pero cuando se goza de calma chicha, el islote parece un terrón orlado por un descomunal espejo marino. Todo esto puede apreciarse desde este anfiteatro lleno de césped, que termina en un acantilado que infunde respeto. Pero a nuestras espaldas, muy cerquita de tierra firme, hotelitos de delicada y romántica arquitectura, que para atraer a sus clientes ponen agua climatizada a sus frías piscinas veraniegas y comparten ubicación y paisaje con mansiones y chalets del más refinado gusto, cuyos propietarios son, primordialmente, esos potentados londinenses que en sólo cuatro horas de autopistas dejan la vorágine de la “City” para ocultarse en este paraíso de tranquilidad, de luz y de goce visual.
 
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