La Alpujarra, una región histórica entre Granada y Almería

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 11 de diciembre de 2010).
 
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La Alpujarra
 
  
          Resulta ardua tarea llegar a La Alpujarra. Hay que ir preparado para el viaje en autobús para enfrentarse a este entorno condensado y prolijo, agreste y vertical, muy vertical, resuelto en quebradas y hondones que, según avezados viajeros, “ es uno de los más hermosos paisajes que podemos contemplar en nuestra piel de toro”, opinión que, después de nuestra gratificante experiencia, obviamente suscribimos. Muchas curvas en las “eternas subidas”, pero, por fortuna, siempre hay  chóferes muy experimentados que, algunas veces, y con encomiable pericia, tienen que pararse, recular, para que pase el otro vehículo por aquella especie de trocha asfaltada.
 
          En este Parque Natural apenas se ven vacas, alguna que otra oveja y, de vez en cuando, un porcino desperdigado. Pero, irónicamente, por estos rincones se encuentran los mejores secaderos de jamón de toda España...
 
          Estamos en La  Alpujarra granadina, en esta ciudad que tiene la nieve sobre los palacios árabes; que posee un millar de manantiales; que tiene el sol y las playas junto a los glaciales y que sigue presumiendo de mora, morisca, mudéjar y cristiana.
 
          La Alpujarra es, posiblemente, la comarca sobre la que más se ha escrito. Un elenco de intelectuales y artistas se han valido de ésta para conseguir la anhelada inspiración de sus obras a lo largo de los siglos, abarcando desde los hechos históricos acaecidos durante la conquista del Reino de Granada, hasta sus indescriptibles paisajes y sus peculiares habitantes.
 
          Federico García Lorca definió a La Alpujarra como “El país de ninguna parte”. Y se comprende perfectamente esta síntesis. Esta comarca se encuentra situada a los pies de Sierra Nevada, abriéndose al Mediterráneo desde el Mulhacén (3.478 metros), el pico más alto de la Península Ibérica. De paisaje abrupto y colorista, su orografía está surcada por barrancos, desfiladeros y valles, donde descansan, y a veces, trepan, los pueblos de este entorno. Colonizada sucesivamente por íberos, celtas, romanos y visigodos, fueron nada menos que ocho siglos de dominación árabe los que le dieron su singular arquitectura escalonada, su sistema de regadíos, su gastronomía y hasta su nombre.
 
          Aislado y de difícil acceso durante siglos, este escarpado territorio se ha manifestado casi virgen, como si en La Alpujarra se hubiera detenido el tiempo. Sus pueblos, con sus casas encaladas de blanco, se derraman por las laderas entre el verde de los bosques. En La Alpujarra, pintar las casas con otros colores “es casi un sacrilegio”, nos comentan.
 
          Boabdil fue el último rey de Granada. Allí acabó un drama de ocho siglos. Era Boabdil tan español como quienes lo despojaron de su reino y le mandaron al destierro. Pero como le quitaban no solo el poder sino Granada, muy comprensiblemente, lloró. Su madre le hizo un reproche histórico pero improcedente, Boabdil y su gente dejaron Granada y fueron a aposentarse en el duro y lejano territorio de La Alpujarra. Aún podemos seguir sus pasos. Todavía hoy existe un puerto de carretera que se llama “El suspiro del moro”.
 
          Aquí, en La Alpujarra, está Trevélez, “el pueblo más cerca del cielo”, que alberga, en sus 1.478 metros de altitud, a 900 treveleños. ¿Cuál es el pueblo más alto de España, Trevélez o nuestro Vilaflor? Intenten comprobarlo como, por curiosidad nosotros lo hemos hecho y comprobarán lo difícil que resulta establecer la máxima cota hispana. Con nuestro Teide lo tenemos mucho más claro... En determinados folletos  turísticos, se dice:” Trevélez, con sus 1.700 metros de altura,  está considerado el pueblo más alto de la Península e, incluso, de Europa”...
 
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Trévelez
 
         
          Trevélez atesora una arquitectura tradicional donde predomina la pizarra, la madera de álamo y castaño. Sus calles son muy estrechas y tiene una gran pendiente, de hecho, este pueblo, tiene tres barrios: el Alto, el Medio y el Bajo, que están separados entre sí por casi doscientos metros de altura. El contraste que forman los colores de este municipio es peculiar. El choque entre el blanco inmaculado de las casas, y el verdor colindante, envuelve a este paisaje con un especial género de existencia. Oigamos al poeta: “Llegando a la cruz del viso / ya se divisa Trevélez / entre nieblas y castaños / y más arriba, las nieves / llegando a la cruz del viso / tus penas ya no las tienes”.
 
          El jamón de Trevélez, “manjar de los dioses”, tiene su origen en la vertiente sur de Sierra Nevada. Las características de este jamón se centran en que sean de cerdos castrados. El proceso de salado y curación se realiza con sal marina y oscila entre los 14 y 20 meses en función del tamaño de la pieza.
 
          En lo más alto del pueblo de Trevélez, y en una casa con numeración cero, había un rótulo con esta inscripción: “Visita no acordada, visita no deseada”
 
          Otros rasgos típicos de la arquitectura alpujarreña son  sus características chimeneas, las cuales están rematadas, en sus extremos superiores, por un “sombrero” elaborado con una laja y una piedra. El decorado de la casa al más típico estilo alpujarreño se compone de tinajas de barro, azulejos moriscos, chimeneas, sillas de mimbre, “jarapas”( alfombras), utensilios de campo que decoran las paredes, etc. Lo que más llama la atención al visitante es contemplar las frondosas  plantas que cuelgan sobre las fachadas de las viviendas, cuidadas con tanto mimo como esmero.
 
          Inolvidable nos resultó caminar, guiados por un cicerone de excepción, Antonio, por la denominada “Ruta medieval en dirección de Busquístar”, donde surgían fuentes de salud, de aguas ferruginosas, “aguas  agrias”, como aquí se les conoce, entre robles, castaños, higueras, mangos, membrillos, donde el lugareño, apacible y sencillo, nos invitaba: “pueden probar la fruta que quieran”. De un punto estratégico, la visión de cinco pueblos tan agrupados como inmaculados. Oigamos, de nuevo, al poeta, embelesado con tres de estos núcleos: “Tres niñas guapas / tiene La Alpujarra. / Mecina, ojos de sarracena, / Mecinilla, taller de nácar / y Fondales, babuchas de oro y plata”.
 
          Estamos disfrutando de espacios de enorme belleza natural y grandes contrastes. La Alpujarra disfruta de un importante grado de fertilidad, si bien a causa de la naturaleza del terreno solo pueden ser  cultivadas pequeñas parcelas, por lo cual las técnicas modernas de agricultura no suelen ser viables. La Alpujarra es una de las zonas de Europa con más superficie protegida jurídicamente, tanto desde la perspectiva medioambiental ( Parque Nacional de Sierra Nevada, Parque Natural de Sierra Nevada) como histórico-patrimonial (Conjunto Histórico del Barranco del Poqueira, Sitio Histórico de La Alpujarra). Por cierto, si hay una comarca henchida de apelativos  es ésta , ya que, según los historiadores, su nombre responde a “Tierra de hierba”, “Tierra de pastos”, “La rencillosa”, “La pendenciera”, “Indomable”, “La fortificada”, “Sierra blanca”, “Agrupación de montes”...
 
          Si al Mulhacén se encarama Trevélez, al Veleta (3.392 metros) suben, escalonadamente, Pampaneira, Bubión y Capileira, trilogía alpujarreña que viene siendo visitada por una importante, y creciente, masa turística, no sólo nacional sino extranjera. A los encantos naturales que reúne, por ejemplo, Pampaneira, se unen hechos singulares, como el nacimiento, en el Barranco del Poqueiro, de un niño que será el próximo Dalai Lama en el Tibet, y cuyo viaje,  por ser definitivamente elegido,  fue noticia que lanzó el nombre de La Alpujarra por el mundo.   En Bubión, blanco como todos los pueblos de esta región, se siguen celebrando fiestas de moros y cristianos ; y Capileira, al recoger un importante número de visitantes, tiene muchas plazas de hospedaje, restaurantes, bares y talleres de artesanía. Son pueblos de calles estrechas, torcidas, empinadas y adaptadas a posibles nevadas. Muchos de estos pueblos conservan con gran pureza su fisonomía tradicional y se desparraman en forma aparentemente anárquica por las laderas de la montaña, lo que provoca que sus calles sean tortuosas. Los tejados , planos, están hechos con losas de piedra dispuestas horizontalmente cubiertas de pizarra descompuesta (launas), que impermeabiliza. En estos tejados planos o “terraos” se pueden ver, en determinados meses del año, mazorcas de maiz y ristras de pimientos. También destacan los “tinaos”, terrazas particulares llenas de flores que invaden el espacio público, siendo las más famosas las de la citada Pampaneira.
 
          Y Lanjarón, de la que Gerard Branan dijo que “está extendida como una balaustrada a lo largo de una escarpada ladera”. ¿Quién no ha bebido, alguna vez, sus aguas medicinales? Además, tiene uno de los balnearios más frecuentados y de más animado ambiente de España. ¡Alto y parada. Dejemos la pluma y tomemos los pinceles!, exclamó Pedro Antonio de Alarcón al contemplar este enclave alpujarreño. En la localidad sobrecoge ver las ruinas de un castillo árabe construido en una casi inaccesible colina. Ahora, sin embargo, a la entrada del pueblo, lo que predomina son montañas y montañas, sin orden ni concierto, de botellas vacías de Lanjarón...
 
 
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