Margarita se llama mi amor (o la nostalgia de un flamear de banderas...)

 
Por Antonio Salgado Pérrez  (Publicado en El Día / La Prensa el 17 de marzo de 2019).
 
 
 
          Aquel reciente y copioso flamear de banderas españolas en la madrileña plaza de Colón nos ha hecho revivir, inevitablemente; nos ha hecho recordar ahora, casi tres décadas mas tarde y, eso sí, sin un ápice de matización política, a aquella inolvidable IPS instrucción premilitar superior, fundada en 1941 y extinguida casi treinta años mas tarde y de la que el siempre admirado Juan Arencibia de Torres definió en su día como “uno de los pocos grandes inventos españoles de siglo xx, tan bueno que algunos no durmieron hasta acabar, más o menos, disimuladamente, con él …”
 
          En efecto, aquel flamear de banderas españolas nos trasmitió el sentimiento de añoranza por la actual ausencia, por la privación y la pérdida de algo tan querido, práctico y necesario como era la citada IPS.
 
          Para el que suscribe han existido momentos muy emocionantes inherentes a la IPS, pero aún recordamos, con una especial devoción, cuando renovamos -junto a un centenar de veteranos compañeros- el juramento a la Bandera en el verano de 1990. Fue allá arriba, en el acuartelamiento de Los Rodeos…
 
Jura Custom
 
Desfile de la compañía de Sargentos de Artillería en la IPS de Los Rodeos (1966)
 
         
          Hacía casi 25 años que no nos habíamos puesto de nuevo en la castrense y elegante posición de firmes. Y allá, en la IPS de Los Rodeos, muy cerquita de la estatua del alférez Francisco Rojas Navarrete, primer caído en acción de guerra, volvimos a percibir, aquella soleada mañana, los trinos de los pájaros; nuestras miradas volvieron a recrearse con la vegetación ambiental y nuestro olfato volvió a familiarizarse con los pinos y con los eucaliptos colindantes, aquellos enhiestos y mudos testigos de nuestras pretéritas incursiones en el campo de la topografía, del tiro y de la táctica; arbolado que nos había contemplado, un cuarto de siglo antes, sin tantas canas y con mucho más pelo; con nuestros pesados mosquetones, con la escalofriante “bayoneta calada”, las azabaches trinchas y los bruñidos correajes.
 
          ¡Inolvidable Milicia Universitaria! ¿Quiénes, de los miles de alumnos que allí estuvieron, podrían atreverse ahora a no erigirle, como perenne recuerdo, una calle, una avenida o una estatua?
 
          Sí; también aquel tupido arbolado nos vio juveniles, gozosos, cansados y sudorosos, interpretar nuestras “lloronas militares”, cuando ya habíamos sido vacunados, con auténticas “banderillas”, con la antitífica y la antivariólica y nos apaciguaban sexualmente con las correspondientes dosis de bromuro. Embutidos en el clásico “mono”, calzando alpargatas y luciendo aquel gorro de inquietante borlita roja, hasta estábamos orgullosos que nos señalaran como “chusqueros”, como “malditos” e, incluso, como “fenicios”, por aquellos cordones esmeralda que lucíamos los que habíamos pasado por las aulas de las entrañables Escuelas de Comercio, que contrastaban, por ejemplo, con el carmesí de los “romanos” y el gualda de los “galenos”, entre otros.
 
          ¡Inolvidable Milicia Universitaria!
 
          Donde hubo siempre queda. La derecha, la izquierda, la media vuelta y el descanso nos salió, como veteranos, de perlas. Muchos compañeros volvían a brindarnos la marcialidad y la elegancia de sus tiempos mozos; tiempos de novatadas benevolentes, indulgentes hoy “lights”: la carpeta en la litera; el esparadrapo encima del bigotillo; el manteo…
 
          En aquella amplia Plaza de Armas nos disponíamos, como ya hemos apuntado, a renovar, a revivir, el juramento a la Bandera, que iba a producirnos otro gran impacto en nuestros sentidos.
 
          ¿Hay algo más emocionante, reconfortante y estimulante para un antiguo miembro de la IPS que oír los sones de esa incólume e inconfundible marcha militar que responde por “La Heroína?” ¿Existe algún otro acto que convulsione más nuestros fenómenos viscerales? Cuando la banda de música empezó con los compases de la aludida “La Heroína”, enlazó con “Los Generales” y “la Marcha de la Corona” e hilvanó con “La muerte no es el final” o con el brillantísimo broche final del Himno Nacional, a nosotros, simples veteranos de la Milicia Universitaria, se nos proporcionaba la impagable oportunidad de revivir aquellas escenas que un día ya lejano también nos habían hecho vibrar de emoción, y por la especial responsabilidad de aquel entonces, de ponernos extremadamente nerviosos por si perdíamos el paso y nos olvidábamos de cuadrarnos y besar la Bandera.
 
Desfile
 
 
Jura de Bandera en el campamento de IPS en Los Rodeos (1963)
 
         
          Allá, en la IPS, en aquellos meses de estío, y con un líder de excepción, Pedro Pérez- Andreu, apuntalado, siempre, por una pragmática oficialidad, se nos habló y se nos predicó con los ejemplos de la honestidad, de la lealtad, del cariño, de los valores espirituales, de la ética, de la honradez… En la paz, ciudadanos y, en la guerra, soldados.
 
          Cuando en aquel verano del 90, del siglo pasado, acompañados de nuestras respectivas esposas, de nuestros hijos y familiares dejábamos atrás el Campamento de Los Rodeos y nos despedíamos del famoso monolito-donde, al entrar, de jóvenes, teníamos que colgar “aquello”-; entre aquellos cimbreantes pinos y eucaliptos, dejando atrás aquellas banderas que aún flameaban en nuestros espíritus, seguían los ecos de lo que habíamos cantado en el vistoso desfile: “Margarita se llama mi amor,/ Margarita Rodríguez Garcés./ Una chica, chica, chica, pun./ Del calibre 186,/ ¡86!"
 
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