La última carta (Relatos del ayer - 30)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en el número de diciembre de 2018 de la revista NT de Binter
 
  
          Jamás imaginó Pilar que algo pudiera hacerle tanto daño. Recuerda muy bien aquel día, como si guardara en la memoria una consecución de fotografías de cada secuencia. Llovía a mares la mañana de 28 de noviembre de 1895. Apenas se habían cumplido los seis meses desde que Andrés le confesó su amor, su devoción más absoluta. Él contaba veinte años, ella dieciséis. Los seis meses más felices de su vida.
 
          Llovía mucho, sí. Recuerda que el agua que le corría por la cara, como minúsculos riachuelos, se unía a las lágrimas amargas. No era ella la única en llorar en el puerto de Santa Cruz; muchas otras madres, esposas, hermanas y novias lloraban la marcha de sus hombres. También recuerda el nombre del vapor: San Ignacio de Loyola, de la compañía Transatlántica. Al otro lado del océano aguardaba Cuba. “Detrás de la insurrección, seguro que están esos malditos Yankees”, había escuchado decir a su padre más de una vez. El Batallón Provisional de Cuba, al mando de un teniente coronel, 42 oficiales, suboficiales, cabos y 299 soldados, todos canarios. Subían a bordo en orden, uno tras otro, volviendo la vista atrás, saludando con la mano a sus familias, con caras de circunstancia. El muelle era un clamor. Al amanecer, habían formado en la plaza de La Constitución, donde, desde las seis y cuarto, aguardaba el Batallón de Artillería con banda de tambores y cornetas para despedir a los que marchaban a la guerra. 
 
          Le había escrito Andrés: “Mi amadísima Pilar, ya estamos en La Habana. Llegamos el 17 de diciembre, después de una breve escala en Puerto Rico. Qué larga se me hizo la travesía. Casi echo las tripas por la borda”. Luego llegó otra carta: “No te lo creerás, amor mío, el 18 de enero entramos en combate. Fue atacado por sorpresa un lugar que llaman Ingenio Averhoff, que defiende mi destacamento. Mataron a un sargento de un tiro y a un soldado de un machetazo en el cuello. Yo estoy bien. Manda parte de los rebeldes un general llamado Antonio Maceo, todos le temen. Dicen que es un demonio”. Sintió Pilar el corazón en un puño. Recuerda aquella otra carta, al quinto mes: “Me han condecorado, y otros catorce soldados de la 6ª compañía, al sargento y al cabo de mi pelotón, con la Cruz de Plata del Mérito Militar con distintivo rojo, por defender con gran éxito la línea ferroviaria del ataque enemigo”. Esa fue la última. Luego vino otra de su capitán, con la fatal noticia.
 
          Hoy llueve, como aquel día del adiós. El padre de Pilar le lee la prensa: “Ayer, 10 de diciembre de 1898, con la firma del Tratado de París, se dio por finalizada la guerra entre el Reino de España y Estados Unidos de América. Cuba adquiere su independencia”.  
 
 
Fuente: El Batallón Provisional de Canarias en la guerra de Cuba (1895-1898), Lorenzo García Pérez.
 
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