250 años de la estancia en Santa Cruz de Tenerife de George Glas

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en La Opinión el 18 de noviembre de 2018).
 
 
 
          George Glas nacido en Dundee (Escocia) en 1725 y muerto por asesinato en la mar, cerca de la costa británica, en 1766, tras varios viajes a las Indias Occidentales, como guardiamarina de la Marina Real Británica, obtuvo el mando de un barco mercante que cubría la ruta comercial a Brasil, África Occidental y Canarias. 
 
          En uno de sus viajes, en el que hizo escala en Tenerife, en 1761, encontró un paraje en la costa africana, frente a las Canarias, que consideró idóneo para fundar un asentamiento comercial; por ello, de regreso a su país, lo puso en conocimiento de las autoridades, las cuales le concedieron 15.000 libras a cambio de que obtuviera de los nativos la cesión de aquel territorio para la corona británica. Una vez logrado su objetivo, levantó un castillo y se estableció con su mujer e hija, denominándolo Port Hillsborough.
 
          El 29 de octubre de 1764 fue arrestado en Lanzarote, a donde se había desplazado para comprar provisiones para paliar la hambruna existente en su colonia, siendo acusado de realizar contrabando. Trasladado a Tenerife, el Comandante General de Canarias, Juan de Urbina, lo encerró en el castillo de Paso Alto, en Santa Cruz. 
 
          Como el citado asentamiento fue atacado por los nativos, su familia, junto con otros 12 ingleses, tuvieron que salir huyendo, llegando a Tenerife el 5 de abril de 1765.
 
          Glas fue puesto en libertad, el 15 de octubre de 1766, después de haber solicitado varios recursos de súplica a Madrid y Londres. Al día siguiente embarcó para  Gran Bretaña en el velero Conde de  Sándwich, al mando del capitán Cocheran. El barco llevaba una carga de vino, seda, cochinilla y oro, molido y en barras.
 
         La Gaceta de Madrid del 28 de enero de 1767, publicaba que “el 30 de noviembre, a las 11 de la noche, antes de llegar a la costa irlandesa, 4 marineros de la tripulación, conscientes de que a bordo viajaba un buen botín, mataron y arrojaron al mar a Glas y su familia,  dejando a bordo a su criado y al galopín o paje de escoba, quién, al observar que la embarcación se hundía, intentó agarrarse a la chalupa de los asesinos siendo apartado por un golpe de remo que lo sumergió en la mar”. Los asesinos serían juzgados en Dublín.
 
          Durante su estancia-prisión en el castillo de San Cristóbal de Santa Cruz de Tenerife, publicó varios fascículos relativos a la historia y paisajes de las Islas, en la revista The Gentleman´s Magazine, y tradujo al inglés el manuscrito de Fray Juan de Abreu Galindo (1633), Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, al que añadió una descripción propia de las Islas Canarias y sus habitantes  
 
Libro Glas-2
 
Portada del libro
 
         
 
          De esa obra entresacamos: 
 
               “A corta distancia de la punta nordeste de la isla, llamada Punta de Anaga, hay algunas rocas perpendiculares y, a cinco o seis leguas de allí, en el lado sudeste de la isla, está la bahía o puerto de Santa Cruz, el más frecuentado de todas las Islas Canarias.
 
                El fondeadero ideal se encuentra entre la mitad de la población y el castillo de Paso Alto, en donde anclan los barcos a la distancia de un cable de la playa (185 metros), a  seis o siete brazas de profundidad (10 a 11,70 metros).
 
               Aquí, si los barcos están amarrados con buenos cables y anclas, pueden quedar seguros contra todos los vientos, aunque la bahía está abierta y expuesta a aquellos que soplan del nordeste, del este y del sudeste. Cuando un barco se encuentra durante algún tiempo en esa ruta, es necesario señalar sus cables con boyas, pues en ciertos lugares el terreno es engañoso, y en consecuencia podrían ser rozados y estropeados.
 
              Hace unos años, casi todos los barcos que navegaban por esta ruta fueron lanzados hacía la costa por uno de estos temporales; algunos barcos ingleses se encontraban en aquel momento en la bahía, pero sus tripulaciones cortaron prudentemente las amarras, y así salieron del temporal con seguridad. En aquella ocasión, algunos marineros españoles declararon allí públicamente que habían visto al diablo en lo más alto de la tormenta muy atareado en ayudar a los heréticos. La brisa del mar en la bahía de Santa Cruz, y en toda la parte este de la isla sopla generalmente al este, y el terral al oeste.
 
               En el medio de la ciudad hay un rompeolas para hacer más cómodo el desembarco, el cual fue construido con grandes gastos. Se dirige hacia el norte, y la parte más externa se vuelve hacía tierra. Con tiempo apacible, las mercancías se desembarcan en una cala entre las rocas, cerca de la casa de la Aduana, a distancia de un tiro de piedra hacía el sur del rompeolas.
 
               Cuando se desembarca, la única entrada cómoda al Lugar es por el boquete del muelle, al que defiende y vigila la fortaleza principal de San Cristóbal, que se encuentra  a mano izquierda yendo desde el malecón hacia la ciudad. 
 
               Hacia el norte del castillo Principal, hay algunos fuertes o baterías montadas con cañones; la más importante de ellas se llama Paso Alto. Cerca de aquí,  en la orilla del mar, empieza un barranco que se adentra muchísimo en la tierra, lo cual haría muy difícil cualquier ataque del enemigo por este valle. 
 
               En la parte sur de la ciudad hay algunas baterías y, más allá, pegado a la orilla  del mar, está el fuerte llamado de San Juan. Toda la costa desde allí hacia el sur, es inaccesible, estando defendida de forma natural por rocas, sobre las que el oleaje rompe continuamente.  
 
               Todos estos fuertes están armados con cañones y unidos por un espeso muro de piedra y barro que sigue las sinuosidades de la costa, desde el castillo de Paso Alto al de San Juan. Este muro defensivo, construido en 1656, sólo llega a la altura del pecho por la parte de tierra, siendo  más alto por el lado que da al mar. 
 
               Santa Cruz es una gran ciudad con varias iglesias, tres conventos de frailes, un hospital y las casas particulares mejor construidas de cualquiera de las Islas Canarias; de hecho, es la capital de todas ellas, aunque la sede episcopal y los tribunales de justicia están en la ciudad de Las Palmas, en la isla de Canaria; pero el Gobernador-general reside en Santa Cruz, en donde hay siempre gran afluencia de extranjeros, ya que es el centro del comercio entre Europa y América. El número de habitantes supongo que es de seis a siete mil.”
 
Fondeadero frente al castillo de Paso Alto  1764 Custom
 
Fondeadero frente al Castillo de Paso Alto (1764) (Óleo de Martínez Ibáñez)
 
         
          También en la misma obra Glas sería el primer escritor que recogió el testimonio de la azarosa vida de nuestros pescadores:
 
               "El número de barcos empleados en la pesca de la costa de Berbería es de 30; tienen de 15 a 50 toneladas de capacidad; el más pequeño tiene una tripulación de quince hombres y el mayor de cincuenta. Están construidos en las islas y tripulados por los isleños.
 
               Por la calidad del pescado del Banco Canario Sahariano, en el que abundan especies de interés comercial, unido a la temperatura, clima y buen tiempo, hace que se pueda considerar como las mejores pesquerías del mundo.
 
               Cuando los pescadores canarios van a pescar al Sáhara, los dueños le proporcionan un barco para el viaje y llevan a bordo la cantidad suficiente de sal para curar el pescado, y bastante gofio para la tripulación, que le dura durante todo el viaje. Cada hombre lleva su propio aparejo, que consiste en unas cuantas liñas, anzuelos, un alambre de cobre, un cuchillo para abrir el pescado y una o dos fuertes cañas de pesca. 
 
               Si alguien de la tripulación lleva vino, aguardiente, vinagre, pimientas, cebollas, etc., debe ser por su cuenta, pues los dueños no proporcionan sino gofio.
 
               Los pescadores canarios no tienen por qué precaverse contra la intemperie de aquellos parajes y van vestidos a la ligera; con una camisa de algodón y un simple calzoncillo de tela, pueden trabajar sin que nada les incomode. 
 
               Las playas arenales del Gran Desierto han dejado de ser para ellos inhospitalarias y desde hace tres siglos se aventuran alegremente sobre aquellas costas que les proporcionan la subsistencia.
 
               Carecen de lo más necesario; su equipo de navegar está reducido a las cosas más indispensables, la mayor parte ni siquiera tienen bitácora; el patrón se provee de una brújula de mala apariencia, que guarda en uno de los baúles de su camarote; por la noche el timonel se guía por las estrellas y solamente cuando el tiempo está cubierto, manda consultar el instrumento abandonado. Las jarcias y cabullería de maniobra de esos barcos está generalmente en estado lastimoso y, a pesar de este abandono, cuando llega el momento, la tripulación está siempre dispuesta para la maniobra y sabe crearse recursos inesperados. 
 
               Estos hombres de mar tienen un instinto providencial que los guía y los hace adivinar todos los cambios en la navegación; la íntima seguridad que tienen en sí mismos produce en ellos ese abandono que les caracteriza.
 
               Una vez en tierra, descargada la pesca y vendido el pescado, el reparto era el siguiente: La cantidad neta, una vez deducido el gasto de la sal y el gofio, se dividía en varias partes; una se entregaba al propietario del barco, y el resto se repartía entre la tripulación, según sus méritos; es decir, los pescadores veteranos una parte, los jóvenes, los de tierra o los novatos, media parte o un cuarto, de acuerdo a sus habilidades, y el patrón o capitán, una parte, más otra que le dan los dueños por cuidar del barco. “
  
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - -