Una carta tras el parapeto (Relatos del ayer - 25)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Binter en su número de julio de 2018).
 
 
          A quienes leáis esta carta os diré que me llamo Juan Diego Villegas Morales, de oficio soldado de España, del Batallón de Infantería de Canarias, poeta de vocación, admirador empedernido del vocablo del maestro don Francisco de Quevedo, cuyo segundo apellido, habréis observado, tengo el orgullo y honor de enarbolar como mi primero. Os diré a vuestras mercedes que soy nacido, harán veintitantos años, en la Villa y Corte y que, por dejar atrás escabrosos asuntos, me enrolé cosa de un año en este bendito Batallón, que de luchar en el Rosellón venía. Con quienes hoy ya son mis hermanos, me llegué a este Santa Cruz de la isla de Tenerife. Madre de Dios, jamás mis tripas se habían revuelto antes como lo hicieron en aquella fragata, ola arriba, ola abajo, durante los cuatro días de navegación.  Poco más de interés os podría contar hasta el día de hoy.
 
          En este instante, escribo como puedo a carboncillo, incómodo y casi a ciegas, la madrugada del día 25 de julio del año de Nuestro Señor de 1797, parapetado tras un muro casi derruido, luego de un cerrado fuego de mosquetería con el que hemos hecho retroceder al enemigo inglés. Apesta a pólvora quemada. Quizás sean éstas mis últimas letras, si esta capital refriega se nos da la vuelta y, en la defensa de la Patria, me voy al otro barrio, aquel al que aún ningún interés tengo en visitar.  Han desembarcado los pérfidos ingleses, sin que nadie les invitara, con las peores intenciones. Parece que con buen recibimiento se les ha obsequiado por la playa al otro lado del Castillo de San Cristóbal, fuego del bueno, y que hasta un cúter de desembarco se ha hundido a cañonazos, cargado hasta los topes de munición y de enemigos. Grande nuestra artillería. Ahora nos han traído órdenes de nuestro comandante, el teniente coronel don Juan Guinther, genio y figura. Como genio y figura tiene nuestro viejo capitán general, don Antonio Gutiérrez, que a tan avanzada edad se ve el hombre en este dichoso entuerto. Nos informan de que se van los ingleses, con el rabo entre las patas, hacia el convento de Santo Domingo, al otro lado del barranco de Santos, y que hasta allí nos iremos a por ellos. 
 
          Ahora veo a los buenos campesinos de milicias, con más aperos en ristre que mosquetes, en buen grupo agregarse al destacamento. Les anima un joven cadete graduado de subteniente, entusiasta el hombre, Rafael Fernández Bignoni, que les dice que griten mucho en el embiste, que da valor a uno y acojona al enemigo. 
 
          Pienso ahora en mi dulce Segismunda, mi valiente aguadora, mi heroína, mi niña bonita. ¡Ay, Virgen Santa, qué desconsuelo llevo en el corazón! 
 
          Nos vamos de nuevo al combate. Así que daré la carta al capellán, que detrás nos sigue, por si acaso, y que Dios provea lo que tenga a bien, y que ese bien sea nuestra victoria.
 
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