La Guerra de África (1859-1860). Una guerra grande ¿para una paz pequeña?

 
Por Emilio Abad Ripoll (Pronunciada el 15 de marzo de 2018 en el la Sala de Conferencias del Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias -Almeyda, Santa Cruz de Tenerife- y, con ligeras variaciones, el 25 de abril del mismo año en el Centro Cultural de los Ejércitos de Melilla). 
 
 
          Cuando desde este mismo atril el pasado noviembre hablé de las intervenciones españolas en el exterior en el período de gobierno del general O’Donnell, sugerí a la dirección de la Cátedra General Gutiérrez que valdría la pena hablar algo más de aquella guerra de África que fue calificada de grande (en contrapartida a que dicen que se consiguió una paz chica). Me basaba en que el escenario estuvo muy próximo al territorio nacional, que se empleó un elevado número de tropas, que las bajas, por uno y otro bando, fueron muy elevadas y que estrenó nuestro Ejército nuevos materiales, como fusiles y cañones rayados y hasta una batería de cohetes. Además, una de sus consecuencias, para mí la más importante, fue la fijación de los límites de soberanía de Melilla y Ceuta.
 
          Los codirectores de la Cátedra aceptaron la sugerencia y aquí estamos, para hablar un rato de la que también se calificó como la última guerra romántica, pues con ella no se buscó ninguna ganancia territorial, como dijo el propio O´Donnell en el Congreso, sino únicamente la reparación del honor dañado.
 
          Quienes hayan escuchado alguna charla mía sabrán que, antes de entrar de lleno en la materia que se trate,  me gusta enmarcar la época, la situación que se vivía, hablar algo de los principales personajes. Hoy voy a sintetizar mucho esos “Antecedentes” pues la charla es un poco larga.
 
Antecedentes
 
          Estamos en 1859. En aquellos momentos reinaba en España Isabel II (hija de Fernando VII y María Cristina de Borbón). Por esa fecha contaba la Reina 29 años y ocupaba el trono desde que tenía 13 años y 1 mes. No habían sido fáciles esos 15 años de reinado, como tampoco lo iban a ser los 9 que le quedaban hasta que la Revolución del 68 la pusiera en la frontera francesa. Con esa claridad de que hace gala don Julián Marías, escribe en su España inteligible:
 
                    “Y a la muerte del Rey, de la lucha larvada y medio oculta se pasa a la guerra abierta, a la guerra civil. En el fondo del alma de los españoles empieza a germinar la sospecha de que su país está hecho de una sustancia explosiva, pronta a estallar en violencia (…) Por un mecanismo que es muy parecido al inspirador de la Leyenda Negra, esta impresión se generaliza (…) Los españoles empiezan a tener miedo de sí mismos, a no fiarse de sus propias reacciones, a sospechar que pueden llevarlos adonde no quisieran ir. Es este un fenómeno social curiosísimo (…) desde luego nuevo en toda la Historia de España. Pero es un fenómeno devastador, destructor de la capacidad de proyectar históricamente.” 
 
          Fijémonos en la última frase, en que los españoles, al no confiar en nosotros mismos, vamos a sufrir “un fenómeno devastador” que destruirá nuestra “capacidad de proyectarnos históricamente”. Es decir, que vamos a quedar encajonados, encerrados entre unos límites que no son solo físicos -las fronteras terrestres y marítimas-, sino también espirituales; nos vamos a encoger, nos vamos a replegar en nosotros mismos, y eso va a ser nefasto.
Ya veremos dentro de pocos minutos, que esta amenaza fue una de las circunstancias que intentó remediar O’Donnell con la guerra.
 
          Pero bueno, sigamos encajando el momento histórico; vamos a situarnos en aquel 1859, cuando O'Donnell era Presidente del llamado “Gobierno largo” (1858-1863), y dirigió una activa política exterior encaminada a:
 
            - recuperar el prestigio internacional (proyecciones históricas: Cochinchina, Méjico, Pacífico, Santo Domingo y África)
 
           - consolidar la paz interior (acabar con la guerra carlista; buscar un objetivo común que aunase a los españoles)
 
          Y, ¿quién era aquel general O’Donnell?
 
         Don Leopoldo O’Donnell y Joris nació el 12 de enero de 1809 en Santa Cruz de Tenerife, en momentos en que su padre, Carlos O´Donnell y Anethan, de descendencia irlandesa, era Comandante General de Canarias. Su madre fue doña Josefa Joris de Casadevilla, de ascendencia suiza, y que había sido camarista de la reina doña María Luisa, la mujer de Carlos IV. Nació en una casa situada en la esquina de la calle de San Francisco, o de la Plaza de la Pila, con la calle del Castillo.
 
          De entre los muchos momentos importantes de su vida, solo quiero resaltar el que hoy nos interesa, cuando en 1859 era Presidente del Consejo de Ministros, y dirigía la Unión Liberal, un partido de centro-derecha  en el que O’Donnell trató de incluir en un objetivo común a progresistas y moderados. El general contó con un fuerte apoyo parlamentario y social, lo que le permitió ocupar 3 veces la citada presidencia. Cuando en 1866 perdiera la confianza de la Reina se marcharía, voluntariamente, a Biarritz, donde apenas un año después iba a fallecer. Sus restos fueron trasladados a Madrid, enterrados en la Basílica de Atocha, y en 1870 exhumados para colocarlos definitivamente en la Iglesia de Santa Bárbara, en un mausoleo de estilo renacentista labrado en mármol de Carrara por el escultor Jerónimo Suñol.
 
La declaración de guerra
 
          ¿Qué ocurrió para que se declarase la guerra al imperio marroquí? Vamos a ello. Todos conocen que, desde que fueron españolas, Melilla y Ceuta sufrieron frecuentes ataques marroquíes, siempre infructuosos. En el siglo XIX en que nos encontramos, especialmente desde 1840, en que la debilidad española de que hablaba Marías se había acentuado, esos ataques fueron mucho más frecuentes. Los hubo en 1844, 1845, 1848, 1853, 1854 y 1855. Las reacciones militares fueron siempre contundentes, pero limitadas a la simple respuesta a la agresión, y las políticas la mayoría de las veces a base de “notas enérgicas”, pero la poca, o nula, influencia del poder del Emperador marroquí sobre las cábilas cercanas a ambas ciudades hacía que los acuerdos se convirtieran en letra mojada. Hasta que llegamos a 1859.
 
          En 1845 se había firmado un Tratado en Larache por el que se reconocía una ampliación del perímetro de Ceuta hasta los límites que tienen en pantalla, lo que suponía un aumento de unos 2 km2 de la superficie de la ciudad, y pese a los reiterados ataques que hemos citado, no es hasta 1859 cuando España decidió hacer uso de ese derecho y ocupar un terreno desde el que los marroquíes hostigaban continuamente a los moradores de Ceuta (unos 7.100 en aquellos momentos, de los que unos 2.700 constituían la guarnición, otros 2.300 eran civiles y el resto, sobre unos 2.200, presidiarios).
 
          En el verano se decidió el levantamiento de un pequeño cuerpo de guardia para el control de los presidiarios que trabajaban en el campo exterior. Y como sucederá con el fuerte de Sidi Guariach de Melilla 34 años después, lo que los españoles levantaban durante el día, los marroquíes lo derribaban por la noche. Pero el 24 de agosto de aquel 1859 las cosas iban a ir a más. Los belicosos cabileños de Anghera dañaron también un escudo español que, a manera de hito o jalón, señalaba el límite de soberanía.
 
          Lo expuesto causó una gran indignación, primero en Ceuta y luego, convenientemente aireado por la prensa, en toda España. Se aceleró la construcción del pequeño reducto dejando en él suficiente gente por las noches y saliendo de día casi toda la guarnición hasta los límites de nuestro territorio. 
 
          Se produjo un intercambio epistolar entre nuestro Cónsul en Tánger, don Juan Blanco del Valle, y el ministro de Negocios Extranjeros del Imperio marroquí, Sidi Mohamed el Jetib. En la primera carta, de fecha 5 de septiembre, el cónsul expresaba que bastante había aguantado ya el gobierno de España confiando en que el Sultán impusiera el orden en aquellas “tribus bárbaras” (así las calificaba) y que, en consecuencia, en nombre de la reina exigía:
                    a) que el escudo español fuese reparado y repuesto donde se encontraba y se le rindieran honores por las tropas del sultán.
 
                   b) que los agresores fuesen conducidos al campo de Ceuta y, en presencia de sus moradores, debidamente castigados.
 
                  c) que se adoptaran medidas para que no se repitieran los hechos, …
 
          y como colofón le concedía un plazo de 10 días para cumplir lo exigido. Caso contario se produciría la ruptura de relaciones y añadía una coletilla amenazadora “y ya sabéis lo que eso significa”.
 
          Dos días después, el 7, el ministro marroquí contestaba cargando la responsabilidad de lo sucedido al gobernador militar de Ceuta. Aseguraba que elevaría la nota española al Sultán, “nuestro amo”, pero dado que el monarca “se halla en vísperas de ser llamado a sí por Dios omnipotente” no podrían contestar en 10 días. Y añadía que los culpables serian severamente castigados.
 
          Otros dos días más tarde, el 9, informaba que  ya el “amo” estaba en presencia del Dios omnipotente y pedía un alargamiento del plazo. Por parte española se le concedieron 20 días más, pero, expertos en el regateo, los marroquíes pidieron otros 10 días extras, a lo que también se accedió.
 
          Al comunicárselo, el cónsul dejaba bien claro que el día 15 de octubre era la fecha límite para el cumplimiento de las exigencias, y también hacía notar que habría que negociar una ampliación del territorio de Ceuta “hasta las alturas más convenientes para su seguridad”. Y concluía la nota con una clara amenaza: si las pretensiones españolas no eran inmediata y completamente satisfechas, él mismo pediría la utilización de otros medios.
 
          La primera medida que tomó el gobierno español, mientras se discutía diplomáticamente, fue la de reforzar la guarnición de la plaza de Ceuta (envió 2 Batallones de Cazadores) y, a primeros de septiembre, comenzar la rápida constitución en Algeciras de un CE (que en principio se llamó “de Observación” y luego Primer Cuerpo) a las órdenes del mariscal de campo don Rafael Echagüe. Estaba compuesto por 3 regimientos de Infantería de Línea, 8 batallones de Cazadores, 1 escuadrón de Caballería, 3 baterías de montaña y 4 compañías de Ingenieros, que sumaban unos 11.500 hombres. Semanas después empezaría a formarse en Cádiz una División de Reserva mandada por el mariscal de campo Orozco. 
 
          Y como otra medida intimidatoria más, la Escuadra comenzó a concentrarse en aguas algecireñas.
 
          Cuando el 1 de octubre se reanudaron las sesiones de Cortes, O’Donnell pronunció un patriótico discurso que enardeció a la Cámara. Se aprobó enviar a Marruecos un ultimátum, que expiraba el día 15 como hemos visto en la última nota del Cónsul, reiterando lo que ya conocemos. La respuesta marroquí fue tan poco satisfactoria, que el día 22 O’Donnell obtenía la aprobación por unanimidad de los 187 miembros de la Cámara presentes para declarar la guerra a Marruecos. 
 
          Dos días después, el 24 de octubre, el gobierno español, por medio de nuestro conocido cónsul general en Tánger, el señor Blanco del Valle, comunicaba formalmente al marroquí la ruptura de hostilidades, a la vez que daba conocimiento de ello a todos los embajadores extranjeros acreditados en España, de entre los que tan solo el inglés, por las obvias razones de la apetencia de Gran Bretaña de ser la única controladora del Estrecho de Gibraltar, expresó disconformidades.
 
Los preparativos
 
          Mientras sucedía lo expuesto en el campo de la diplomacia,  comenzaba la rapidísima creación de un Ejército Expedicionario compuesto por 3 cuerpos de ejército, una división de reserva, otra de Caballería y las necesarias unidades de apoyo al combate y apoyo logístico. En total, al inicio de la guerra componían aquel Ejército, que luego se llamaría de Operaciones, 163 generales y jefes, 1.599 oficiales, 33.228 de tropa, 3.947 caballos y mulos y 74 cañones. Esos totales fueron variando a lo largo de la campaña, y al final eran más de 43.000 hombres. Si les sumamos las bajas que se fueron produciendo, muchas como ya veremos, podemos aventurar que no se llegó a los 50.000.pero no se tuvo que andar muy lejos de ese número.
 
          ¿Con qué enemigo nos íbamos a encontrar? Es muy común si se habla con alguien de este tema que nuestro interlocutor tenga dos ideas grabadas en el subconsciente: que en aquellos momentos Marruecos no existía como nación y que el enemigo se compuso de unas harcas incontroladas. Y ninguna de esas ideas es cierta. Marruecos era entonces un Imperio, con un Sultán como regidor supremo, aunque hay que reconocer que su influencia sobre las belicosas tribus del norte no era muy acentuada. Y Marruecos tenía una organización militar que paso a exponer.
 
          El Ejército estaba organizado en unas fuerzas permanentes y otras accidentales, mandadas en campaña por el propio Sultán o algún familiar cercano.
 
              - Permanentes: Tres Cuerpos y Artillería. Los permanentes eran  Abid el Bojari, formado por entre 13.000 y 15.000 hombres, de Caballería, y en su mayor parte negros, que constituían la Guardia del Sultán; El Magzén, unos 25.000 hombres, mitad infantes y mitad jinetes, llamados “Moros del Rey”; y El Nizan, un contingente de menos de 2.000 infantes.
 
                 Por lo que se refiere a la Artillería, se componía de unos 2.000 hombres, en su mayoría renegados. Tenían artillería de defensa de plazas en las principales ciudades  y unas 20 piezas de artillería de campaña.
 
             - Accidentales o de Movilización: Una especie de Milicias llamadas Gum y constituidas por contingentes de hombres armados que cada tribu o ciudad tenía obligación de presentar al ser requeridos por los Bajás en nombre del Sultán. Suponían alrededor de 300.000 hombres, pero por las carencias logísticas era lógico que se redujeran a unos 50.000.
 
          La unidad táctica fundamental era la “centuria”, o mía,  cuyo jefe era el caid-el-mia (cabo de ciento), compuesta por unos 100 hombres, que se subdividía en 4 secciones de 25 hombres c/u mandados por un mokkadem.
Las centurias se agrupaban en núcleos de 1.000 a 10.000 hombres mandados por un caid.
 
          Apenas declarada la guerra, el Sultán Sidi Mohammed mandó reunir cerca de Tánger un Ejército que puso a las órdenes de su hermano Muley-el- Abbas.
 
El ambiente en España
 
          El entusiasmo en nuestro país alcanzaba las más altas cotas.  La prensa se volcó en apoyo a la guerra y a quienes iban a ella. Por una vez, en mucho tiempo, los españoles se olvidaban de banderías internas. Uno de los personajes de Galdós dice en el episodio titulado Aita Tettauen:
 
                   “Aún no sabemos lo que será O’Donnell como general en jefe del ejército de África; es de creer que sepa conducirlo y acaudillarlo con la mayor ventaja nuestra y daño grande del enemigo. Esto lo veremos. Lo que no tiene duda es que el buen señor se acredita con esta guerra de político muy ladino, de los de vista larga, pues levantando el país para la guerra y encendiendo el patriotismo, consigue que todos los españoles, sin faltar uno, piensen una misma cosa y sientan lo mismo, como si un solo corazón existiera para tantos pechos y con una sola idea se alumbraran todos los caletres. ¿Les parece a ustedes poco? Esto es lo más grande que se ha hecho en España desde que yo nací, y me alegro, pues en mi larga vida no he visto más que trifulcas entre españoles…”
 
          Y valgan como ejemplo del entusiasmo popular las palabras que la Reina dedica a O´Donnell cuando el general acuda a despedirse de ella, manifestando que es la primera vez en su vida que le pesa no ser un hombre para poder ir a la guerra.
 
          El 28 de octubre nuestra Armada comenzaba el bloqueo de los puertos de Larache y Tánger para evitar en lo posible que los marroquíes recibieran ayuda externa. Al inicio de la guerra la Escuadra de Operaciones, bajo el mando del Brigadier de la Armada don Segundo Díaz de Herrera, estaba compuesta por 6 buques de hélice, 11 de ruedas, 4 de vela, 2 faluchas, 20 lanchas cañoneras y 12 buques de transporte. Luego se incorporarían un navío, una fragata y un bergantín, lo que hacía un total de 58 barcos.
 
          Y por un Real Decreto del 3 de noviembre de aquel 1859 el TG. O’Donnell era nombrado general en jefe del Ejército de Operaciones, dejando interinamente la Presidencia del Consejo de Ministros. 
 
La intención
 
          En la mente de O’Donnell fraguó la idea de una acción rápida y contundente. Se planteó como objetivo estratégico la toma fulminante de Tánger o Tetuán, confiando en que, cuando eso ocurriera, los marroquíes accederían a sentarse a la mesa de negociaciones y estarían en situación de inferioridad en las discusiones.
 
          Naturalmente el punto espinoso estribaba en el lugar por el que las tropas debían pisar suelo africano. O’Donnell personalmente hizo algunos reconocimientos desde el mar de los lugares que se barajaban más adecuados: la bahía de Jeremías, cerca de Tánger, la desembocadura del río Martín a menos de 10 kilómetros de Tetuán o el puerto de Ceuta.
 
          No fue un tema baladí, que se recoge en varios comentarios de Pedro Antonio de Alarcón y Pérez Galdós; cuando tras los duros combates sostenidos a lo largo del camino de Ceuta a Tetuán se llega por fin a la desembocadura del Martín, algunos de sus personajes exclaman “¿Por qué no se desembarcó por aquí?”. Sin embargo, modestamente opino que O’Donnell hizo lo más correcto. Creo que desembarcar a cuentagotas con los medios de que se disponía, el riesgo de fuertes temporales en la mar -como los hubo-, la posibilidad de rápidas e importantes concentraciones enemigas enfrentándose a débiles cabezas de playa -aunque se contara con el apoyo de la artillería de los buques, el no tener terreno adecuado en el que establecerse defensivamente o al que retirarse si venían mal dadas… me parece que fueron suficientes razones de peso para inclinar al General en Jefe a decidirse por Ceuta. Claro que también se pueden expresar opiniones en contra, como el largo camino que construir y a recorrer, el alargamiento de las vías de apoyo logístico... Y con lo que nadie contó: él cólera.
 
          De todas maneras considero que fue el inconveniente insalvable de las carencias en medios navales para el transporte y el posterior desembarco de un contingente tan importante de fuerzas lo que obligó a ir reuniendo poco a poco (a lo largo de casi un mes y medio) las tropas en Ceuta y renunciar a las acciones directas sobre Tánger o Tetuán. El propio O’Donnell confesó a su Ministro de la Guerra que… “creí que podría traer al ejército simultáneamente a África con todo el material y obtener prontos y felices resultados, pero luego ví que era imposible.”
 
          Por parte del enemigo, los marroquíes creían que el ataque se iba a producir sobre Tánger, como ya vimos cuando el Sultán mandó un Ejército cerca de esta ciudad.
 
Primera fase: Consolidación y acumulación. (18 de noviembre a 31 de diciembre de 1859)
 
          En medio de un enorme temporal, la noche del 18 de noviembre desembarcaba Echagüe con su I CE. A la mañana siguiente, onomástica de la Reina, se ponían en marcha las Unidades. Solo como recuerdo del honor que les cupo, diré que en vanguardia iban los dos batallones del Granada 34 y los de Cazadores de Cataluña, Madrid y Alcántara. Pasaron la Mezquita y antes de llegar al Serrallo recibieron algún fuego que ocasionó 6 heridos, Sin más problemas tomaron el Serrallo que se convertiría en campamento y  puesto de mando.
 
          Muy fácil había sido aquello para que durara. ¿Dónde estaba el enemigo? Lo más probable es que el secreto en que se mantuvo hasta, todavía, 3 semanas más, el objetivo final de la operación los hubiera confundido. El II Cuerpo se estaba concentrando en Cádiz, lo que podía ser un indicio de que el desembarco se produciría cerca de Tánger. Por ello, Muley-el-Abbas no quiso abandonar la zona y ordenó a los caídes de Uad Ras, Anghera y otras cabilas que defendieran a toda costa los pasos de la sierra hacia Tánger o cayeran sobre los flancos y la retaguardia es los españoles si se movían hacia Tetuán.
 
          El día, 20, en un tiroteo vamos a sufrir la primera baja mortal: un soldado del Granada. El 21 se empieza a trabajar en serio en los reductos, levantándose el primero el de Isabel II, frente a Anghera, y aparece un enemigo que nadie esperaba: el cólera.
 
          Al día siguiente, mientras 4 compañías trabajaban en las fortificaciones y 2 batallones las protegían, se produce el primer enfrentamiento serio. Unos 2.000 marroquíes aparecen por el boquete de Anghera y atacan a nuestras Unidades, que logran rechazarlos tras una dura lucha a la bayoneta. Las bajas llegan ese día a 6 muertos y casi medio centenar de heridos.  El 23 se conoce que los afectados por el cólera llegan ya a 250.
 
          Nuevos ataques el 24 y el 25 de noviembre. Este último día el enemigo, compuesto por un contingente de más de 4.000 hombres, (ya han llegado los cabileños enviados por Muley-el- Abbas) logra infiltrarse entre los reductos y el Serrallo, aguantando la acometida 4 batallones de Cazadores y 3 de Línea. Muere el Tcol Piniés, jefe del BCz de Madrid (uno de los fortines que se construirán llevará su nombre), el general Echagüe resulta herido en una mano y está a punto de ser hecho prisionero y tenemos muchas bajas: 89 muertos y casi 400 heridos y contusos. 
 
          La situación comienza a ser preocupante, pues el cólera sigue diezmando a las Unidades del I Cuerpo. El día 26 se sabe que ha afectado al 50 % de sus efectivos. Por fin, el 27 aparecen frente a Ceuta los barcos que traen a O’Donnell y su Estado Mayor, el II Cuerpo del General Zabala y la División de Reserva que manda el general Prim.
 
          El día 30 de noviembre, se produce otro fuerte ataque contra los reductos, bajando los enemigos desde los bosques de la Sierra de Bullones. O´Donnell ordena a la artillería batir con metralla las concentraciones marroquíes y luego les corta la retirada. El enemigo lucha ferozmente y, antes de entregarse, muchos se precipitan desde un acantilado al mar. Nuestras bajas superan de nuevo los 50 muertos y los 300 heridos.
 
          Los primeros días de diciembre las unidades del II Cuerpo relevan a las del I y se establecen en defensiva en los reductos y el Serrallo. Los ingenieros, protegidos por la infantería de la división de Prim, construyen caminos que enlazan los reductos entre sí y con Ceuta.
 
          De nuevo se sufre otro gran ataque el día 9, calculándose que el enemigo se compone de más de 9.000 infantes y unos 150 jinetes. Las nuevas Unidades del II Cuerpo despejan el bosque existente entre el reducto de Isabel II y el Boquete de Anghera, apoyadas eficazmente por la artillería, que causa pavor al adversario, que huye dejando muchas bajas en el campo. Por nuestra parte sufrimos 80 muertos y 300 heridos.
 
          El día 12 es ya vox populi que el objetivo es Tetuán. Los ingenieros, protegidos como siempre por los hombres de Prim, van ahora a comenzar a ensanchar y afirmar el camino que debe llevar a Aita Tetauen, "Ojos del Manantial".
 
          Y ese mismo día, otra gran y buena noticia. Llega el III Cuerpo del general Ros de Olano, y a la mañana siguiente despliega delante del II Cuerpo, protegido el flanco izquierdo por el mar, el derecho por los reductos y parte del I Cuerpo, y plantando el campamento en el fondo de un barranco -el del Tarajal-, cuyas dos laderas dominan. A la vista está ya el llano de Castillejos, por el que sigue la construcción del camino a Tetuán a cargo de Prim, sus ingenieros y sus batallones de protección de los trabajos. El mismo general cuenta regocijado que el comandante en jefe, O’Donnell, lo ha proclamado el primer peón caminero de España.
 
          Y  tampoco puede ya dudar Muley-el Abbas que el objetivo es Tetuán, por lo que envía hacia allí la mayor parte de sus fuerzas, apareciendo desde entonces sus jinetes en todas las acciones y escaramuzas que se fueron sucediendo. Iniciada la marcha del Ejército sobre Tetuán, el Califa envió sus tropas en dirección al valle de los Castillejos, dejando algunas sobre los reductos para molestar incesantemente los trabajos.
 
          Pronto van a tantear los marroquíes  las nuevas Unidades que tienen enfrente. El día 15 atacan con más de 5.000 efectivos y son rechazados, como sucederá 48 horas más tarde. Un tremendo temporal de lluvia y viento se abate sobre la zona durante un par de días. Cuando amaina, el 20, el enemigo vuelve a la carga, y aunque se retira diezmado, nos hace 86 bajas entre muertos y heridos.
 
           Y el cólera. En este momento de su libro Pedro Antonio de Alarcón interrumpe el relato de los combates para hablar de la enfermedad. Hay un párrafo que no me resisto a no leerles: “¡Es horrible! ¡Es horrible! ¡Hay que verlo para imaginarlo! Hay que observar todas las mañanas las hileras de camillas que salen del campamento. Hay que recorrer uno y otro hospital atestado de lívidas cabezas, marchitadas por la peste. Hay que mirar cómo se reducen poco a poco las compañías, cómo clarean los regimientos, cómo desaparece el amigo, cómo falta de su lugar el jefe, cómo van los batallones mandados por un capitán, cómo andan los caballos sin jinete, cómo quedan las tiendas desocupadas…” 
 
          Siguen llegando Unidades. El 21 desembarca el general Félix Alcalá Galiano con algunos de los Regimientos de su División de Caballería, y el 23 lo hacen los demás y más artillería. Pasa sin sobresaltos la Nochebuena, pero en la mañana de Navidad se produce otro fuerte ataque, que es desbaratado prácticamente por el fuego preciso y potente de nuestra artillería. Y otro comentario de Alarcón el 27: “Seguimos lo mismo. Llueve mucho, arrecia el cólera y se trabaja en el camino de Tetuán. Verdaderamente nuestras Pascuas no pueden ser más aburridas”, para añadir el 28 “Otras 24 horas de aburrimiento y de impaciencia.”
 
          El 29 llega la batería de cohetes,  la flota bombardea los fuertes de la desembocadura del Río Martín y se producen nuevos ataques contra las fuerzas que protegen los trabajos del camino. La guerra a la defensiva ofrece la contrariedad de no obtener, pese a las victorias, ninguna ganancia territorial. Todo consiste en esa situación en rechazar ataques, contraatacar a la bayoneta, hacer correr al enemigo hasta la siguiente divisoria… y luego replegarse a la posición anterior. 
 
          Llegamos al último día del año 1859 y se produce el último ataque  marroquí; otra vez es muy fuerte y algunas Unidades de primera línea se quedan sin municiones y hay que recurrir a las piedras. Pero, aunque casi nadie lo sabe, va a ser nuestra última acción en actitud defensiva de la campaña, una actitud defensiva excesivamente larga en el tiempo y muy penosa por las circunstancias meteorológicas y sanitarias en que se desarrolló. El enemigo había demostrado bien a las claras su espíritu de lucha y su continua actividad.
 
          Por fin, a la 1 de la madrugada del 1 de enero de 1860 se da la orden de que antes de que raye el alba, las Unidades se pongan en marcha camino de Tetuán. Se va a quedar atrás aquel calvario pasado durante casi mes y medio en aquel abrupto terreno cercano a Ceuta.  Me he detenido mucho, demasiado quizás, en esta primera fase de la campaña, pero ha sido con la intención de resaltar las enormes dificultades que se presentaron por el terreno, por el enemigo, por la dificultad en la acumulación de medios propios y recursos de todo tipo, por el tiempo meteorológico y, claro está, por el maldito cólera.
 
Segunda fase. (1 de enero a 31 de enero de 1860). Del Tarajal a las puerta de Tetuán
 
          Pero ahora, cuando alborea el primer día de un nuevo año, la esperanza se adueña de nuestros hombres y desaparece la tristeza y el pesimismo de los últimos días, aunque ya se ha comprobado que lo que falta no va a ser un paseo militar. Ha quedado claro que el enemigo va vender caro, muy caro, cada metro cuadrado de su tierra.
 
          Con la simple inspección de un mapa de la zona es patente:
 
                    - que dado que el camino discurre cerca del mar, a cota cero, hasta llegar a la desembocadura del Martín el enemigo va a tener siempre la ventaja de la altura.
 
                  - que hay cuatro líneas transversales que llegan casi hasta la orilla y que suponen excelentes posiciones defensivas para el adversario (la que termina en el Morabito de Castillejos, las alturas de la Casa de la Condesa, el Monte Negrón y la del  Cabo Negro (Muley Abbas piensa que la idónea para la defensa es esta última).
 
          Y luego, cuando se gire hacia el oeste, es más que posible que haya problemas en la vega de Tetuán, con zonas pantanosas o demasiado blandas.
 
          Enseguida vamos a llegar a unos combates, que englobados bajo el nombre que se le daba a la zona por unos viejos y pequeños castillos que se levantaron allí una vez, Castillejos, van a quedar perpetuamente grabados en la Historia de España.
 
          En cabeza marchaba la división de Reserva de Prim, reforzada con dos Escuadrones de Húsares de la Princesa y dos Baterías. A continuación venían O´Donnell y su CG, seguidos por el II Cuerpo del general Zabala y la División de Caballería. El III Cuerpo quedaba en sus mismas posiciones por si las cosas venían mal dadas y había que reforzar el ataque o proteger la retirada. Y el I Cuerpo guarnecía Ceuta.
 
          O’ Donnell ordena a Prim que ocupe la loma en que se encuentra la casa del Morabito (para circular sin problemas por el camino que aquella domina), lo que éste hace sin grandes problemas, y apoyado desde la costa por un Batallón de Infantería de Marina, mientras que Zabala manda Unidades más a la derecha para proteger aquel peligroso flanco. A la vez, los dos Escuadrones de Húsares de la Princesa entran en el valle.
 
          Un gran número de enemigos (en el combate intervinieron más de 20.000)  se descuelga hacia el valle desde las alturas que lo dominan, pero Prim envía a frenarlos a sus 4 batallones, que,  tras varias horas de lucha, consiguen primero detenerlos y luego ponerlos en huída.
 
          Los escuadrones de Húsares, llevados del impetuoso “espíritu jinete” caen en una celada bien preparada por la caballería marroquí, de la que, aunque con bajas, pudieron salir medianamente bien parados. Eso sí, penetraron los húsares en el campamento principal del enemigo y uno de ellos, el cabo Pedro Mur, arrebató un gran estandarte amarillo a uno de los abanderados marroquíes. 
 
          En un principio, Prim piensa establecer el campamento y dar por concluida la jornada en la loma que dominaba el Morabito, pero observa que en otra elevación que, a su vez, domina la primera, hay enemigo, por lo que opta por ocupar esta segunda loma, lo que consigue tras algún esfuerzo.  Ya en la segunda, divisa el gran campamento en el que habían penetrado los Húsares horas antes y piensa que, pese al cansancio de sus tropas, no deben dejar perder esta ocasión. Pide permiso a O´Donnell para intentar apoderarse del campamento enemigo, pero el comandante en jefe, en base al duro día que llevan las Unidades y al desconocimiento sobre la situación de las unidades enemigas que se habían perdido hacia el oeste, posiblemente ocultas en las escabrosidades de la sierra, se lo deniega. 
 
          De pronto, aún en estas deliberaciones, una enorme masa de enemigos se descuelga sobre las fatigadas Unidades de Prim. La situación empieza a ser comprometida, pues sus 4 batallones, agotados y considerablemente mermados de efectivos por la dura lucha del día, parece que no van a poder aguantar mucho tiempo. Coloca Prim en primera línea a los dos batallones de Artillería a pié que echaban una mano a los ingenieros en la construcción del camino. Sin preparación para luchar como Infantería los artilleros sufren muchas bajas, pero no ceden un metro de terrreno.
 
          Viendo O´Donnell, desde el Morabito, la difícil situación de Prim, ordena a Zabala que rápidamente acuda en su ayuda. Así lo hace enviándole los dos batallones del Córdoba 10, que llegan justo a tiempo.  Prim se pone al frente, les ordena que se desembaracen de las mochilas para poder combatir mejor y tratan de avanzar… Así lo hacen unas decenas de metros, pero, otra vez, la fuerza de la masa empieza a imponerse y los soldados del Córdoba comienzan a perder terreno, llegando hasta donde habían dejado las mochilas. Todo parece indicar que vamos a sufrir una seria derrota, la primera de la campaña. Y no sigo yo. Es ahora Pedro Antonio de Alarcón quien les cuenta que…
 
                   “El conde de Reus ve ondear ante sus ojos la bandera de España que conduce el abanderado del Córdoba…. El semblante del general se ilumina con el fuego de una súbita inspiración… Lánzase hacia la bandera, cógela en sus manos, tremólala en torno suyo, como si quisiera identificarse con ella, y dirigiendo su caballo hacia los marroquíes y volviendo la cabeza hacia los batallones que deja atrás, exclama con tremebundo acento:
 
                      -¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera, que es la de la patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas… ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros? ¿Dejaréis morir solo a vuestro general? ¡Soldados! … ¡Viva la Reina!
 
                 Dice, y da espuelas a su caballo. Y sin reparar en si va solo o le sigue su infantería, cierra contras las huestes contrarias, con la bandera amarilla y roja desplegada al viento, suspendiendo por un instante la furia de los marroquíes, que asombrados contemplan tan impertérrita figura…”
 
          El resto lo saben tan bien como yo. Dice Alarcón que los batallones del Córdoba no fueron sordos a aquella voz irresistible. Pensándolo bien, no tuvo que ser solo la voz del general Prim, que no podría haber llegado hasta muy lejos en medio del estruendo, los tiros, los gritos, los lamentos, las imprecaciones… Lo que enardeció a nuestros infantes fue aquella figura, envuelta en los colores de la lejana Patria. Muchos ni se enterarían de lo que les había dicho, pero habrían visto su rostro, la bandera en sus manos, su gesto y el salto que daría el caballo para colarse entre los enemigos. Y no necesitaron más. Su bandera y su general les llamaban, con gran probabilidad hacia la muerte, pero ellos no podían dejar solos al más sagrado símbolo de España y al hombre, “su” general, que lo portaba.
 
           Tras el Córdoba aparecieron el general Zabala y su CG. y cuatro batallones más que acabaron de convertir la casi derrota en una gran victoria que empezaba a abrir el camino hacia Tetuán. Aquel día tuvimos 800 bajas, de ellas, 150 muertos.
 
          Pedro Antonio de Alarcón, herido en la acción, escribe en el Morabito: “Allí, a mis pies había una pila de cadáveres ¡más de 20! Amontonados unos encima de otros, como pedazos de leña, como escombros de unas ruinas. Todos eran artilleros”. Desesperado por la tragedia acaecida a sus hombres, el Tcol Berroeta, que mandaba los Batallones de Artillería a pie, “se pegó un tiro al regresar a su tienda”.
 
          Por cierto, el general Zabala sufrió un ataque de parálisis al regresar de los combates sin que pudiese siquiera desmontar. Aquella noche era evacuado por mar a Ceuta y días después tomaba Prim el mando del II Cuerpo.
 
          Se vencieron los previstos obstáculos de las elevaciones de las Casas de la Condesa el 4 de enero, Monte Negrón, el 6, y Cabo Negro, el 14, a base de sangre, esfuerzos y acertadas disposiciones tácticas. El enemigo no cejaba y recibía refuerzos que presagiaban que la toma de Tetuán no iba a ser nada fácil. Pero ya estábamos a unos 5 kilómetros de la desembocadura del Martín, donde habría que hacer “variación derecha”, hacia el Oeste, porque apenas a 10 kilómetros esperaba el objetivo final de la guerra. 
 
          Pero tampoco puedo dejar pasar sin citarlo un hecho importante. Me refiero a las gravísimas horas que se vivieron tras tomar, el 6 como he dicho, Monte Negrón. Las Unidades llevaban raciones para dos días e instalaron allí el campamento. Pero el 7 se desató un tremendo temporal que duró hasta el 10, incluido. Las tropas se encontraron se encontraron casi sin provisiones y municiones, porque los barcos (el apoyo logístico se hacía por mar) no podían salir de Ceuta ni de puertos peninsulares. Cuando lo hicieron fue con grave riesgo de naufragar, como de hecho le pasó a una goleta, pero nuestros marinos se cubrieron de gloria en aquellos días de un enorme sacrificio por sus hermanos de Tierra.
 
          Seguimos desde Cabo Negro. Buena parte del valle estaba cuajada de pantanos y lagunas, y durante muchos días llovió a mares, con lo que las Unidades se encontraban inmersas en un barrizal que impedía los más sencillos movimientos. 
 
          Por fin, el 17 se llega a la desembocadura del río Martín. El día antes ha desembarcado una División de apoyo mandada por el general Ríos, y el 28 llegarán los 53 cañones del Tren de Sitio. Se trabaja todo el tiempo en acumular víveres y municiones, en construir un reducto cerca de la playa, en acondicionar el camino para las piezas de artillería… Y la lluvia como testigo permanente. Ni tampoco cesan los combates. El 24 y el 31 hay dos acciones, especialmente la última, el combate de Guad el Jelú, muy fuertes, al punto que nos cuesta 80 muertos y 500 heridos. El enemigo se componía de unos 14.000 infantes y casi 4.000 jinetes.
 
          Si hemos de hacer un resumen de esta segunda fase, podríamos definirla como de excesivamente lenta. En esa lentitud influyeron varios factores, todos ellos importantes: las pésimas condiciones meteorológicas, el desconocimiento del terreno, la falta de medios de transporte, la dependencia de la Escuadra para el aprovisionamiento logístico y el permanente acoso del enemigo
 
Tercera Fase. (1 de febrero a 23 de marzo) Ataque decisivo
 
          El 2 de febrero se decide el plan de ataque a Tetuán. Y el 3 tiene lugar otro hecho de especial significación: la llegada del Batallón de Voluntarios Catalanes. En la ocasión que nos ocupa, voluntariamente en las Vascongadas y Cataluña, acudieron a la llamada de banderines de enganche muchos hombres, unos 480 en Cataluña (que formaron un batallón con 4 compañías) y más de 3.000, que formaron 4 Tercios, en las Vascongadas. Los catalanes fueron recibidos en la playa de Río Martín por el más importante de sus paisanos que participaba en la campaña, el propio general Prim. El discurso, en catalán, con que éste los recibió, los enardeció y solicitaron asaltar Tetuán, como harían tan solo horas después, en el primer escalón. Prim pidió a O’Donnell que pasaran a formar parte de su II Cuerpo, lo que le fue concedido.
 
          Y aquí quiero hacer un inciso para hablar un poco del enemigo. Seguro que habrán observado que, hasta el momento ni he hablado de artillería marroquí, ni tampoco he mencionado que el adversario “organizara” el terreno, es decir, construyera trincheras, tendiera alambradas, etc., pues dado que su actitud era siempre ofensiva, tan solo se protegían tras las peñas o los troncos de los árboles, etc. Pues bien, ahora todo va a cambiar. En Tetuán van a contar con importante número de piezas artilleras (unas 40, muchas procedentes de las murallas de Tetuán) y la ciudad está protegida de la mejor manera que enseñaban las tácticas de la época: trincheras tras fuertes parapetos de piedra y tierra. Y en la defensa van a participar unos 33.000 infantes y no menos de 9.000 caballos de la famosa Guardia Negra del Sultán. Durante casi todo el tiempo de esta guerra han estado mandados por Muley el Abbas, hermano del Sultán como dije, y ahora viene con refuerzos otro hermano Muley Ahmed.
 
          Por nuestra parte marchan contra la organización defensiva unos 20.000 hombres, encuadrados los infantes en 32 batallones, con 70 piezas de artillería de campaña. Avanzan los nuestros en compactos bloques de compañías. A la derecha el II Cuerpo, el de Prim, y a la izquierda el III de Ros de Olano. En medio la Artillería, a caballo, montada y de montaña, detrás los Escuadrones de Caballería en dos largas líneas. Desplazada hacia la derecha (siempre en la derecha estuvo el peligro por las elevaciones del terreno hacia ese lado) viene luego la División de Reserva de Ríos. Y tras ellos el Tren de Sitio de artillería. Detrás quedan más fuerzas en el Reducto, la playa, etc. 
 
          La batalla fue muy dura. Tuvimos más de 1.100 bajas, de ellas unos 200 muertos. Hubo, otra vez, dos momentos decisivos.
 
          Uno ocurrió cuando un proyectil de nuestra artillería alcanzó un depósito de municiones del enemigo causando numerosas bajas y un gran desconcierto. El otro fue cuando Prim, al frente de sus paisanos y el batallón de Alba de Tormes está prácticamente fijado frente a las trincheras. Se vuelve y grita algo en catalán recordando lo que habían prometido el día anterior. “Los voluntarios, dice Alarcón, bajan sus cabezas y acometen como ciegos toros a la formidable trinchera. Prim va delante como el día de Castillejos… Llega, ve un portillo en el muro y mete por él su caballo, cayendo como una exhalación en el campo enemigo… Simultáneamente, los voluntarios se encaraman como gatos por la muralla de tierra, penetran por las troneras de sus cañones, ensangrientan sus bayonetas… Brava gente. La tierra que los ha enviado puede envanecerse de ellos. La primera vez que han entrado en fuego han perdido la cuarta parte de su fuerza. Su jefe, el teniente coronel Sugrañés, ha muerto como bueno a las 20 horas de desembarcar en África, cumpliendo la palabra empeñada al general Prim…”  Efectivamente, los catalanes sufrieron en su primera acción 100 bajas (16 muertos, incluidos el teniente coronel y un teniente, y 84 heridos, de ellos 4 oficiales).
 
          Tomadas las defensas, al día siguiente O’Donnell envía un mensaje a la Plaza intimando a la rendición y amenazando con bombardearla caso contrario. Un grupo de parlamentarios tetuaníes se presentan en el campamento español y expresan al general su deseo de rendirse, pero también su temor porque los marroquíes están muy cerca, en el camino a Tánger. El 6 se entra en Tetuán y la bandera de España, colocada por los catalanes, algunos dicen que tras montar un casteller, en lo alto de la Alcazaba, indica que el objetivo se ha conseguido. 
 
          Al conocerse la noticia en la Península la alegría es enorme. Veamos, por ejemplo, lo que decía el Diario de Barcelona del día 8 de febrero. “A lo largo del día de ayer el entusiasmo público lejos de amenguar crecía por horas y hasta por instantes y era tan espontáneo como universal en los habitantes de todas clases y condiciones de esta gran población. (…) El número de banderas españolas que hoy (8 de febrero) adornan nuestras calles se cuenta por miles”.
 
          El día 11 del mismo febrero, unos emisarios de Muley Abbas visitan a O’Donnell y le piden condiciones de paz. Éste promete solicitarlas a Madrid y el 16 expone la respuesta al propio Muley Abbas: “Fuerte indemnización; ensanchar territorios de Ceuta hasta el Serrallo, y de Melilla; firma de un tratado de comercio; tolerancia al culto cristiano; entrega de Tetuán y su entorno y de los kilómetros de playa conquistados”. El ministro de negocios extranjeros de Marruecos (El Jetib) declara que “querer Tetuán es no querer la paz”, porque “vosotros no podéis hacer la guerra tres años seguidos y nosotros sí podemos hacerla 40 años. Moro estar en su casa. La guerra costar a España mucho, mucho dinero y el dinero tener fin. Los moros no tener fin. Morir uno y venir otro…”.
 
          El 23 nueva entrevista. No se llega a un acuerdo y la guerra debe continuar. El objetivo ahora es Tánger.
 
          El 25 y el 26 la flota española (14 buques) bombardea Larache y Arcila, en claro gesto significativo de que todo Marruecos es ahora campo de guerra. Al día siguiente llegan, por fin, los 4 Tercios Vascongados, al mando del Brigadier Latorre, y el 5 de marzo una división de 8 batallones mandados por Echagüe procedentes de Ceuta.
 
          Intensos temporales retrasan la reanudación de las operaciones. El día 11 de marzo tiene lugar otro fuerte combate en Samsa, muy cerca de Tetuán, donde ya intervienen los vascos. Nueva victoria y más de 150 bajas, de ellas 22 muertos. Al día siguiente los marroquíes vuelven a pedir la paz, pero con la condición de que no se contemple la entrega a España de Tetuán. O’Donnell explica al gobierno español que quedarse con Tetuán supondría una carga inútil y onerosa. De la Corte se contesta que España accede, pero quedándose provisionalmente en Tetuán como garantía de que Marruecos pagará 125 millones de pesetas como indemnización. Ni por esas. Nueva negativa marroquí.
 
          En consecuencia, el día 23 y a unos 15 kilómetros de Tetuán, camino de Tánger, tiene lugar la batalla de Wad Ras, en la que el enemigo contará con casi 50.000 hombres. Fue una acción durísima como lo demuestran las bajas propias (140 muertos y 1.200 heridos) que culmina con otra gran victoria española y que va a ser la última de esta campaña, porque, por fin,  reconociendo los marroquíes las tremendas bajas que están sufriendo, aceptan, 48 horas después, las condiciones de paz, firmándose un documento, preliminar del que se conocerá como el Tratado de Wad-Ras. Los cañones marroquíes tomados se fundirán y, convertidos en leones, adornan la entrada del Congreso de los Diputados.
 
         En el acuerdo se recogía la ampliación de los territorios de soberanía española en Ceuta y Melilla, una indemnización de unos 400 millones de reales, permiso para instalación de una factoría pesquera en Santa Cruz de la Mar Pequeña (por error se situó en Ifni en lugar de en Puerto Escondido) y de una misión religiosa en Fez
 
          Al día siguiente de la ratificación del tratado de paz, el general O’Donnell ordenó la constitución del Cuerpo de Ocupación de Tetuán, al mando del general Ríos, así como la marcha del II Cuerpo a Ceuta para su embarque inmediato hacia la península.
 
          Triunfal desfile en Madrid, acampando en un terreno que luego será el barrio de Tetuán de las Victorias. En Barcelona desfilaron los voluntarios catalanes acompañados por algunos batallones hermanos del II Cuerpo. Otras Unidades siguieron en el Tetuán de Marruecos hasta mayo de 1862, es decir más de dos años después de finalizada la campaña.
 
LA  GUERRA  DE ÁFRICA  EN  LA  PRENSA,  LA  PINTURA  Y  LA  MÚSICA
 
          Cité al principio de pasada la importancia que tuvo la prensa para convertir la guerra en algo de absoluto interés nacional y despertar el apoyo masivo de la gente.
 
          Nacieron varias publicaciones relacionadas con el conflicto como El cañón rayado, periódico metralla de la guerra de África, El Moro Muza. El Mundo Ilustrado y Mundo Militar, que continuó publicándose al finalizar la guerra. También se hicieron compilaciones o resúmenes, como una interesante Historia compendiada, y publicaciones oficiales, como un fabuloso Atlas editado por el Estado Mayor Central y que constituye una fuente inagotable de datos.
 
          Muchos periódicos enviaron corresponsales de guerra, al estilo de lo que había sucedido a escala europea en la guerra de Crimea desarrollada pocos años antes. De entre ellos destacó Pedro Antonio de Alarcón, quien fue con el III Cuerpo a la guerra, y no se limitó a su labor de periodista, sino que incluso sentó plaza como soldado en el Batallón de Cazadores de Ciudad Rodrigo, fue herido en Los Castillejos y condecorado. Desde el momento de su partida fue enviando crónicas casi diarias a un editor que, juntándolas, publicó su conocido Diario de un testigo de la Guerra de África. Hay que destacar que en Tetuán inició la aventura de publicar una revista, El Eco de Tetuán, de la que vio la luz un solo número.
 
          También alcanzó el éxito Gaspar Núñez de Arce con los reportajes que fue enviando a un periódico llamado La Iberia, y que luego también reunió en un libro titulado Recuerdos de la campaña de África.  Asimismo he encontrado datos de un medico militar navarro, Nicasio Landa, que escribió La campaña de Marruecos: memorias de un médico militar.  Y, aunque llegaron algo tarde, quizás bajo la influencia de los éxitos de Alarcón y Núñez de Arce, los Tercios Vascongados llevaron su propio cronista, Sebastián Fernández de Mobellán.
 
          Por lo que se refiere a la Pintura, a lo largo de la charla se han ido mostrando algunas obras contemporáneas y posteriores, incluso actuales, relacionadas con la campaña. Ahora se proyectan unas pocas más.
 
          Y la Música. En su Antología de la Música Militar Española, Ricardo Fernández de la Torre nos cuenta que en 1893 el compositor Gerónimo González estrenó en el Teatro del Príncipe de Madrid una zarzuela que relata el paso del batallón de Voluntarios Catalanes por un pueblo aragonés, camino de embarcarse hacia el frente africano. La obra completa no ha quedado en el repertorio de zarzuelas que conocemos y canturreamos de vez en cuando, pero el pasodoble titulado “Los Voluntarios” ha llegado a ser “sin duda alguna la más famosa y peculiar de nuestras marchas militares”. Y relacionadas con la campaña nacieron también al menos otras dos composiciones recogidas en la citada antología: “Marcha triunfal del Ejército de África” de Juan de Castro y “El grito de la Patria” de José Gabaldá Bel
 
FINAL
 
          Las circunstancias políticas que repasamos al principio diseñaron un conflicto en el que, de antemano, se sabía que no proporcionaría ninguna gran ganancia territorial, pero se confiaba en que contribuiría a la paz interna y demostraría a Europa que había que contar con España en el ámbito internacional y en el reparto colonial de África que se estaba fraguando. 
 
          Las acciones exteriores supusieron para O’Donnell un medio sugestivo capaz de aunar las voluntades de todos los españoles y apartarlos de las discordias internas en que se malgastaban inútilmente sus mejores esfuerzos. Y en agosto de 1859, aquellos cabileños de Anghera que vejaron el escudo de España no sabían que estaban sacudiendo el cuerpo de una nación aletargada.
 
          Porque a España la recorrió un estremecimiento. Como escribió Núñez de Arce:
 
                    “Este vigoroso sacudimiento estremeció las fibras de España cuando acaso se esperaba menos… Confieso ingenuamente que la cuestión de África no se ha discutido, se ha sentido; al primer anuncio de guerra el espíritu de raza que pasa de generación en generación… encendió la sangre en nuestras venas, y aceleró los latidos de todos los corazones. Yo seguí con júbilo el impulso general...  porque conocía, que era preciso reconquistar con un golpe atrevido la consideración de Europa, acostumbrada a mirar en nosotros la España de las guerras civiles, de los pronunciamientos, de  las crisis ministeriales, del desgobierno; una España, en fin, pobre, extenuada, falta de aliento, envilecida, incapaz … de turbar con un rasgo de audacia el largo sueño de su gloria.”
 
          La resolución corrió a cargo del Ejército, pero a costa de un sacrificio mucho mayor que el que se esperaba. Los 1.152 muertos como consecuencia directa de los combates, los 2.888 fallecidos por el cólera y los 4.994 heridos y contusos sumaron 9.034 bajas en un Ejército que no llegó a alcanzar los 50.000 hombres; es decir, que casi un 20% de sus componentes fue muerto o herido en aquella aventura africana. 
 
          La campaña se desarrolló en la estación más dura del año, en unos meses en que en la zona son muy frecuentes los temporales más violentos y las lluvias más copiosas. Por ello, se inundaron los campamentos, añadiendo muchas más penalidades a las propias de la situación, y se enfangaron los caminos, lo que complicó mucho el movimiento de la artillería rodada y los carros de municiones, que se hundían hasta los ejes y los cubos de las ruedas. 
 
          En cuanto al terreno, no fue precisamente favorable. Para los movimientos de la artillería y la logística hubo que ensanchar senderos, si existían, o abrir nuevos caminos, a veces con difíciles y penosos desvíos, utilizar todos los medios cortantes posibles -del machete al hacha- para abrir paso entre los bosques y espesos matorrales y, naturalmente, tender puentes de circunstancias. En esas arduas labores, junto a los ingenieros, trabajaron siempre los Batallones de Artillería a pie y, a veces, los soldados de las Unidades que protegían los trabajos. Los obstáculos eran de todo tipo: al principio profundos y continuos barrancos, empinadas pendientes en terrenos pedregosos, luego arroyos con fuertes corrientes, ríos que vadear, con el agua llegando a los ejes de las piezas o al pecho de los caballos, zonas pantanosas, ciénagas y playas de arena… 
 
          Se alabó mucho la actuación de la Infantería, (que demostró permanentemente su espíritu de sacrificio y su valor) y de la Artillería, que fue continuamente empleada por O’Donnell, convirtiéndose en el Arma del Mando, en la “ultima ratio regis”). Desagradecidamente, sin relumbrón pasaron los Ingenieros, pero es que pocos se fijaron en el oscuro y sacrificado trabajo de hacer viable para cañones y carros de víveres el camino entre Ceuta y Tetuán, en inclementes condiciones meteorológicas y muchas veces bajo fuego enemigo. Si se criticó a la Caballería no fue por falta de arrojo, sino porque las cabalgaduras no eran de la mejor clase y, a veces, no aptas para el terreno de las operaciones. Se censuró mucho la actuación de la Administración Militar, por la cuestión logística, aunque la falta de reservas en la Península y las terribles condiciones meteorológicas en varias fases de las operaciones sirven de atenuantes. Y también críticas recibió la Sanidad Militar. No hay tiempo para rebatirlas, sino que aconsejo a quien quiera conocer la actuación abnegada de nuestros médicos, practicantes y farmacéuticos que entren en Internet y lean el trabajo titulado “La Sanidad Militar en la Guerra de África”, del coronel farmacéutico retirado L. Gómez Rodríguez. 
 
          La Marina cuando tuvo que operar con el fuego desde la mar, lo hizo con brillantez, pero a mí me gustaría destacar especialmente el arrojo de las tripulaciones en los momentos difíciles del apoyo logístico en aquellos días del mes de enero que cité antes, en medio de un furioso temporal. Hay que resaltar también que nuestros barcos siempre estuvieron observados de cerca por 5 navíos de guerra franceses y 7 ingleses.
 
          Como siempre nos pasa a los españoles, apenas se firmó el Tratado de Paz, surgieron las críticas y, cómo no, se censuró la actuación del Ejército, pues unos le recriminaron el haber hecho demasiado daño a los marroquíes, asegurando que con haber ocupado hasta donde se nos concedió en Larache en 1845 hubiese sido suficiente, mientras que otros se lamentaban de que no hubiese llegado hasta la cordillera del Atlas. También se criticó el elevado número de recompensas, especialmente entre el generalato. Y no hay que olvidar que, en gran manera como consecuencia de esta guerra surgió el enorme prestigio político y social de que, a partir de ahora, disfrutaría el general Prim. 
 
          No puedo citar bajas enemigas. En el Atlas de la Guerra de Marruecos editada en 1860 por el EMC se dice que: 
 
                    "Imposible ha sido averiguar, siquiera aproximadamente, las pérdidas que en muertos y heridos sufrieron los enemigos durante la campaña; faltos de datos administrativos, sin hospitales ni ambulancias, es de creer que ellos mismos lo ignorarán, no habiendo podido calcularlas por el número de muertos que dejaron sobre los campos de batalla, pues sabido es el gran cuidado que ponen en retirarlos, obedeciendo a una preocupación religiosa, consagrando a éste y a otros servicios necesarios la tercera parte de la gente con que las cábilas concurren a la guerra."
 
          Pero, eso sí, como se puede leer en esa monumental Historia de la Artillería española que se titula Al pie de los cañones, y escrito por un compañero de Arma, el coronel Leoncio Verdera Franco:
                 
                 "El enemigo resultó ciertamente terrible. Impregnados de fanatismo y luchando por defender su tierra, suplieron sus muchas carencias de conocimiento y material con una enorme ferocidad y un valor temerario. … hostigando día y noche a nuestros hombres que, con un altísimo grado de disciplina y espíritu de sacrificio, aguantaron con entereza, rabia y miedo el casi cotidiano tributo de sudor y sangre.”
 
          Aseguran los economistas que los 236 millones que costó la operación no fue un gasto elevado, o sea que fue una guerra barata. Pero, como hemos visto fue cara, muy cara, en sangre y vidas. 
 
         En contrapartida no nos reportó, dicen, ventajas materiales, aunque yo considero muy importantes -curiosamente la mayoría de los que tratan esta guerra parecen olvidarse de este asunto o lo tocan muy de pasada-, que se ampliase la zona de soberanía en Ceuta y Melilla, con lo que ello supuso para el crecimiento de ambas ciudades, y porque los límites que entonces se trazaron, aunque las zonas neutrales no hayan sido respetadas por los marroquíes, son los que hoy están admitidos internacionalmente como frontera entre España y Marruecos, lo que no es poco.
 
          Para terminar únicamente me queda decirles que con estas palabras solo he pretendido que rindiésemos juntos un homenaje a aquellos casi 50.000 compatriotas, de las Armas y Cuerpos, de la Armada y de la Guardia Civil (que también fueron guardias civiles a la guerra), que con un soplo vivificante, (desgraciadamente en más de 4.000 casos su último aliento), como escribió el coronel Verdera,  “oxigenaron la enrarecida atmósfera de la sociedad nacional”
 
          Honor y gloria a todos ellos.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -