Tenerife (Recorte del libro "Un viaje alrededor del mundo...)"

 
Por Mary Ann Parker (Del libro titulado Un viaje alrededor del mundo en el buque de guerra  Gorgon  mandado por el Capitán John Parker, publicado en 1795).  
 
 
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Tenerife
 
          Por fin, arribamos sin problemas  a la bahía de Santa Cruz el 15 de abril de 1791 y el capitán Parker envió a tierra al segundo para comunicar al Gobernador nuestra llegada con objeto de revituallarnos en aquel puerto, a la vez que ofreciendo el intercambio de saludos al cañón, comprometiéndose a efectuar el mismo número de disparos que hiciese la guarnición. Al propio tiempo debía informarle que solicitaba el honor de cumplimentarle, junto con sus oficiales, al día siguiente y que el Gobernador de la isla de Norfolk, Mr. King, viajaba como pasajero y también esperaba tener el honor de ofrecer sus respetos a Su Excelencia. 
 
          El oficial volvió con la respuesta del Gobernador en el sentido de que se nos proporcionaría todo cuando fuese necesario y que enviaría, en su nombre, un oficial a bordo para comunicar la hora que sería más conveniente a Su Excelencia para recibir los saludos que tan cortésmente le habíamos ofrecido, pero que tenía órdenes de la Corte de no contestar a los saludos al cañón de ningún barco de guerra extranjero.
 
          Una media hora después del regreso del oficial, uno de los Ayudantes de Campo del Gobernador vino a bordo. Nos felicitó, en nombre de Su Excelencia, por la feliz llegada y nos informó que al Gobernador le agradaría mucho vernos, por lo que nos rogaba que le hiciésemos el favor de acompañarle a cenar el día siguiente.
 
          Se aceptó la invitación. Nuestro grupo estaba formado por el Gobernador King, su esposa y nuestros oficiales, junto a Mr. Grimes y Mr. Baines. Los acompañantes de don Antonio Gutiérrez (ese era el nombre del Gobernador) eran el anterior Gobernador, Marqués de Branciforte, el Segundo Jefe y su señora y varios oficiales con sus respectivas esposas.
 
          La acogida que recibimos, y especialmente los estrechamientos de manos, me hubieran sorprendido por su singularidad si no hubiese residido, cuando era muy joven, más de tres años en España, época en que tuve todo tipo de razones para convencerme de que los españoles eran particularmente atentos con las señoras inglesas. Espero que se me permita expresar la gran satisfacción que demostraron al conocer que yo era capaz de conversar con ellos en su propia lengua –placer del que también fui partícipe al poder serles útil como Intérprete General con el equipo con el que yo tenía el gusto de navegar.
 
          Por encontrarnos en Semana Santa, la cena, aunque espléndida, se compuso de muchos platos muy aceitosos. Como consecuencia del hambre y de la cortesía, comí más de lo que hubiese querido de los platos menos fuertes, creyendo que ya no se serviría nada más; nos sorprendió totalmente entonces que trajeran a la mesa un gran pavo asado, con una guarnición totalmente inglesa. Si hubiera aparecido antes hubiéramos dado buena cuenta de él, pero, por desgracia, llegó de forma tan inesperada que nuestro apetito había sido saciado con los anteriores y aceitosos platos.
 
          Tras la cena, nuestro magnífico grupo recorrió la ciudad que calculo tiene como una milla de larga por media milla de ancha. Cuenta con varias iglesias bonitas, pero tan solo una buena calle, que es considerablemente ancha; el resto son, por lo general, muy estrechas y en ellas abundan los mendigos, lo que es extremadamente molesto para los paseantes.
 
          A la puesta del sol regresamos a bordo, muy satisfechos por la recepción a la que habíamos asistido, y al día siguiente el mismo grupo cenó en casa de Mr. Rooney, un caballero asociado a la empresa inglesa de los señores Little y Cía, para quien el capitán Parker traía una carta de presentación de Sir Andrew Hammond.
 
          Deseando que yo conociese algunas señoras españolas, Mr. Rooney nos llevó por la tarde, dando un paseo, a casa del capitán del Puerto, Adan, y allí tuve el placer de encontrarme con algunas damas. Parecieron gustarles mucho mi sombrero y mi vestido, y disfrutaron especialmente probándose aquel y examinando mi chaqueta, que era bastante normal. 
 
          El haber viajado anteriormente por España y, en consecuencia, poseer un aceptable conocimiento de su lengua, atrajo hacia mí una inusual atención, lo que siempre recordaré con agrado, aunque mezclado con un poco de pesar que nace de la improbabilidad de que vuelva a visitar otra vez un país en el que tuve la felicidad de encontrarme con una amabilidad sin límites.
 
          La mañana siguiente, varios vecinos de la ciudad nos fueron regalando ensaladas, frutas, limones, etc., pareciendo que rivalizaban entre ellos por obsequiarnos con tan saludables y frescos alimentos.
 
          El día siguiente estaba planeada una visita al Puerto de la Orotava. Acompañada por el Gobernador King, su esposa, el segundo de a bordo y un joven caballero de la empresa Señores Little y Cía, desembarcamos al romper el día y, tras desayunar, montamos en nuestros “buricos” (sic). Las carreteras, que apenas merecen ese nombre, tenían un piso muy desigual, y en algunos lugares las piedras sobresalían tanto del terreno que nos podíamos sentar en ellas; pero el buen humor que reinaba en el grupo hizo que se superasen ampliamente ese tipo de dificultades -y la verdad es que los pequeños inconvenientes hace más interesante las excusiones.
 
          El primer alto lo hicimos en una pequeña cabaña, donde Mr. Malcolm, un caballero que pertenece a la misma empresa, se había ocupado de prepararnos bizcochos, vino, etc. Una vez reconfortados, continuamos nuestra cabalgada hasta que llegó el mediodía, momento en que se juzgó prudente detenerse para evitar el calor. Aquí Mr. Malcolm nos tenía preparados una comida fría o un ligero almuerzo. Tras pasar muy agradablemente aquellas dos bochornosas horas, montamos de nuevo en nuestros buricos (sic) y, apenas puse en práctica el método español de avivar el paso, mi animal arrancó a toda velocidad, ante la atónita mirada del mulero, y me arrojó rodando por una empinada ladera. Al darse cuenta de lo ocurrido, el grupo, que no había salido como nosotros, vino rápidamente en mi ayuda. Temerosa de que me galoparan por encima, me levanté tan rápidamente como pude y trepando a una roca me senté sobre ella  y empecé a reír tan de corazón como no recuerdo haber hecho otra vez en mi vida.
 
          Este pequeño accidente permitió a mi mulero conocer que yo había comprendido lo más importante de su conversación con el otro, el que tenía el honor de ayudar a mi compañera Mrs. King,  y que no era más que “sus ganas de parar en todas las posadas o ventas por las que habíamos pasado.” 
 
          A poca distancia de esta cómica escena encontramos a Mr. Little, quien, muy cortésmente, nos condujo a su residencia en la ciudad, donde había preparado un más que espléndido convite repleto de todas las viandas de la temporada. Especialmente las frutas y verduras suponían verdaderos placeres para nosotros, que nos habíamos acostumbrados a muy poco donde elegir durante nuestro viaje.
 
          Aquella tarde desde esta misma ciudad, uno de nuestros oficiales, el teniente Rye, acompañado por Mr. Burton, el botánico, comenzó su marcha hacia el Pico de Tenerife, de cuya empresa, a pesar del gran peligro que se le hizo ver por la estación del año en que nos encontrábamos, salió triunfante consiguiendo llegar a la cumbre.
 
          A su regreso a Inglaterra se publicó el relato de esa excursión, que recomiendo a mis lectores, aunque al mismo tiempo me tomo la libertad de hacer notar que aunque el autor ha sido minucioso en todo lo que redunda en información y beneficio de aquellos que deseen visitar el Pico, también ha sido demasiado modesto al mencionar las extremas dificultades y durezas que soportó en la realización de su deseo. Los naturales hablan con asombro de su valentía. No se puede decir más de su constancia, baste con que el hecho en sí nos convenza de que ninguna dificultad es insuperable para los valientes y prudentes, lo que me trae el recuerdo de las siguientes líneas de Mr. Rowe:
 
                    "Los sabios y prudentes vencen las dificultades. Al atreverse a afrontarlas, la indolencia y la necedad tiemblan y se encogen en la lucha contra el esfuerzo y el riesgo. Y es imposible que ellos sientan miedo."
 
          A la siguiente mañana fuimos obsequiados con un desayuno tan abundante y exquisito como las anteriores comidas. Dado que la mayor parte del día fue muy calurosa para dedicarla a caminar, quedamos muy en deuda con la cortés y respetuosa atención que nos dedicó el ya mencionado caballero, quien buscando nuestro entretenimiento propuso una excursión a su casa de campo, situada a poca distancia de la ciudad. Resultó ser una pequeña y linda propiedad que se alza en una colina y domina una extensa vista de la bahía del Puerto de la Orotava; el jardín está limitado por un seto de mirtos, las paredes sombreadas por parras y altos limoneros y el parterre delante de la puerta adornado con macetas de bellísimos claveles.
 
          Terminada nuestra diversión, volvimos para tomar el té y cenar, nos acostamos pronto y nos levantamos hacia las cuatro de la mañana. Tras el desayuno, nos pusimos en marcha para regresar.
 
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