La Iglesia Católica, ¿impulso o rémora a la Ilustración en Canarias?

 
A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Pronunciada el 26 de octubre de 2017, dentro del Ciclo VI Seminario Estudios literarios de la Ilustración en la Sección de Filología de la Universidad de La Laguna) 
 
  
 
INTRODUCCIÓN
 
          Hace pocos meses un buen amigo me enviaba vía correo electrónico una copia de un ensayo de Immanuel Kant titulado “Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Traigo a colación ese trabajo porque su inicio me viene como anillo al dedo para empezar mi intervención.
 
          Escribía el gran filósofo alemán que “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo”. Para Kant, esa minoría de edad, lógicamente intelectual,  significa “la incapacidad para servirse del entendimiento sin verse guiado por algún otro”. Y, tal y como asegura en la definición, el responsable de seguir en ese estado de minoría de edad es el mismo individuo cuando, si no es por falta de entendimiento, carece de valor, de resolución o de ganas para utilizar su propio intelecto prescindiendo de la guía de otro u otros. 
 
         Y a renglón seguido lanza a los cuatro vientos la frase que para Kant significa y sintetiza el espíritu de la Ilustración: SAPERE AUDE! ¡Atrévete a saber! Y para saber, ¡Atrévete a pensar! Es decir utiliza tu propio entendimiento, piensa por tí mismo, no te dejes guiar como un borrego. No sé cuantas veces habrán oído los alumnos que se encuentran en esta sala esa exhortación, esa arenga intelectual que, de verdad lo creo, debería ser la primera lección que recibieran al entrar por la puerta de la Universidad, y la última el día de su graduación para que no crean que con el título en las manos ya está hecho todo.
 
          Pero, reconozcámoslo: Es muy cómodo ser menor de edad. Y no me refiero solo a la biológica, sino, en este caso estamos, a la intelectual. Es muy descansado que te den “digerida” la información, es decir, orientada a las conclusiones a las que el informante (periodista, político, agente comercial…) desea que tú llegues. Es muy cómodo y descansado que te “orienten” el pensamiento para que opines lo “políticamente correcto”. Es muy fácil estar de acuerdo con lo que opina (o dicen que opina, que no es lo mismo) la mayoría… ¿Para qué complicarte la vida?  Y así nos va.
 
          Porque, claro, pensar por tu cuenta, utilizar tu propio entendimiento como pedía Kant, en definitiva “querer saber”, cuesta trabajo. Leer, aunque sea una sencilla novela, supone un esfuerzo intelectual: uno debe prestar atención a los conceptos y las descripciones; imaginarse cómo serán los personajes, cómo los escenarios en que se desarrolla la acción y todos los detalles que ustedes quieran. Pero si esa misma novela la vemos llevada al cine o a televisión, el esfuerzo intelectual es mucho menor, pues todo lo que con el libro en las manos debíamos imaginar, ya lo ha hecho alguien por nosotros, los actores son como ese alguien quiere y los escenarios los que ese alguien elige… No nos queda más que abrir ojos y oídos y olvidarnos del entorno durante un par de horas. Así de sencillo… y de cómodo. No diremos nada si se trata de algo más profundo, como un ensayo, etc. Sí, aprender cuesta trabajo.
 
          Pero estamos, están ustedes, especialmente, en una Universidad, no en un colegio de primaria. Hora es que abandonen la mano imaginaria de aquella señorita Marta, Ana o Paula, como se llamara, de la que tan buenos recuerdos guardan y con la que tan cómodos se sentían, y se decidan a caminar solos; abandonen la minoría de edad intelectual, atrévanse a pensar por sí mismos. 
 
          ¿Y si, como nos pedía Kant, hoy hiciésemos un ejercicio de madurez intelectual y nos atreviéramos, nos decidiéramos, a saber algo, o algo más, sobre las relaciones entre la Iglesia católica y la Ilustración en Canarias? A muchos, mientras nos llevaban de la mano, nos han dicho, o hemos leído, o hemos visto en TV que el atraso en que, supuestamente estaba inmersa España, y con ella Canarias, durante los siglos XVIII y sucesivos se debía en gran parte a la enorme influencia de la Iglesia católica en la sociedad y en la política. Y en concreto, entrando en el tema de este ciclo, que la Ilustración española y lógicamente la canaria, estuvieron lastradas por la rémora que suponían las ideas de los hombres de Iglesia.
 
          Por ello les propongo que, en estos minutos que vamos a pasar juntos, apliquemos la máxima del SAPERE AUDE para comprobar por nosotros mismos, merced a nuestros propios entendimientos, lo que hay de cierto en esa aseveración, especialmente en lo que se refiere a estos 7 roques que existen en medio del Atlántico.
 
LA  ILUSTRACIÓN  EN  CANARIAS
 
          Y empecemos por…
 
El nivel cultural
 
          No se puede considerar que el nivel cultural del europeo medio a mediados del siglo XVIII se pudiese comparar a una tierra fértil y abonada que solo espera la semilla de una idea para germinar. No se dispone de demasiada información al respecto, pues prácticamente los datos del XVII y XVIII se refieren casi en exclusividad a las tasas de analfabetismo, es decir, a lo que se consideraba el nivel elemental de instrucción. Pero, aún así, no es descabellado afirmar, refiriéndonos a a estas tierras, que aquí en Canarias, con una población que no alcanzaba los 140.000 habitantes y en su gran mayoría campesina, el nivel era bajísimo, Hubo un Regente de la Audiencia de Canarias que en aquel XVIII llegó a afirmar que los canarios “eran sinónimo de ignorancia, barbarie y rusticidad”.
 
          No creamos que aquella incultura era privativa de las Islas, si bien hay que reconocer que los índices de ignorancia eran muy altos aquí. Fíjense que hacia 1860 de cada 100 canarios adultos, 82 no sabían leer. Es de suponer, por tanto, que a lo largo del XVIII ese triste dato seria aún más penoso.
 
          Luis Cola en uno de sus artículos, agrupados en un magnífico volumen que se titula Retales de la Historia de Santa Cruz de Santiago de Tenerife, escribía: “Señala el profesor Cioranescu que en tiempos pasados la enseñanza elemental respondía a tres aspectos: oficial, eclesiástico y particular. Por la pobreza de las islas nada se supo de la primera hasta el siglo XIX, a pesar de las buenas intenciones de la Ilustración; la eclesiástica no pasó del esfuerzo de algunos frailes para enseñar el catecismo y las más elementales nociones de lectura y escritura; por último, respecto de la particular, existió algún iluso que pensó en ella como medio de vida cobrando a los alumnos pudientes, pero como estos eran los menos, la realidad se imponía y la supervivencia resultaba problemática, por no decir imposible.”
 
          Hay otro dato escalofriante, también recogido por Luis Cola. En la segunda década de los 1800, en Santa Cruz, con unos 6 o 7 mil habitantes, tan sólo recibían nociones básicas de instrucción unos 300 niños y niñas, y en 1822 se calculaba que otros 400 niños y 500 niñas no podían recibirla. Y, lógicamente, podemos extrapolar esos datos a toda Canarias.
 
          Pero también había otros canarios, aunque fuesen un grupo minoritario, o mejor dicho, varios grupos minoritarios, formados por las elites sociales y una embrionaria clase media (comerciantes, religiosos, militares, hombres de leyes…) -“nivel social intermedio” lo denomna el profesor Manuel Hernández González, de esta Universidad.- que sí iban a conformar ese terreno fértil y abonado para las ideas ilustradas.
 
La primera mitad del siglo XVIII
 
          Cuando termine el siglo XVII y comience el XVIII, en la sociedad canaria existen distintos grupos sociales y culturales que es lógico que tuviesen diferentes objetivos y puntos de vista. La clase dominante, y con ella la Iglesia, trata de detentar la hegemonía socio-política y, como indica el citado don Manuel Hernández González en uno de sus libros (La Ilustración en Canarias y su proyección en América), no lo hacen a través de la intransigencia, sino practicando la tolerancia, y aún considerando muchas devociones y prácticas populares como supersticiones y muestras “ de una concepción de la fe basada en el derroche, la teatralidad y la fiesta”, las estimulan. Las clases altas se apoyan en el clero regular -las órdenes religiosas- para garantizar su preeminencia social y se convierten en protagonistas “a través de la fundación y patronazgos de conventos y la dotación de capillas y la concesión de tierras.”
 
          Pero no todos los clérigos van a estar de acuerdo con esa política de apoyos mutuos entre la clase dominante y parte de la Iglesia. El clero secular, es decir los sencillos curas y párrocos de pueblos y aldeas, al perder protagonismo en beneficio del clero regular, hace llegar a los Obispos sus quejas. 
 
          ¿Y cuáles eran las Órdenes religiosas que hacían sentir su presencia en Canarias en esa primera parte del siglo XVIII? En cabeza estaban los agustinos, una Orden cuyos miembros, si bien menos nuemrosos que los de las otras,  procedían, en la mayoría de los casos, de ese núcleo social intermedio y que, en buena lógica, era más permeable a las nuevas ideas que pudieran llegar -por la mejor preparación de sus componentes- que los dominicos y los franciscanos, frailes procedentes mayoritariamente de los escalones inferiores de la sociedad. Y, aunque de forma reducida, también estaban en el Archipiélago los jesuitas.
 
          Por medio del Plano de las Islas que dedicó a Carlos III don Francisco Xavier Machado en 1762, podemos conocer  que por aquellos años existían en Canarias uno s 2.100  frailes, monjas y curas. 
 
          Ya he citado que los agustinos podían presumir de cierto “elitismo” y la verdad es que ello se va a reflejar en que sea un fraile de la Orden, Fray Gaspar de Herrera, quien, apenas despuntando el siglo XVIII, en 1701, consiguiera la otorgación de una Bula pontificia abriendo el camino para la creación de una Universidad en La Laguna, aunque habrá que esperar a que Felipe V la instaure en 1742, si bien con la coletilla del famoso “por ahora”. Pero el Cabildo catedralicio (que aboga por la creación de la Universidad en Las Palmas) y los dominicos consiguieron que se suprimiera en 1747, apenas 5 años después.
 
          En esa atracción  por las corrientes innovadoras que ya se empieza a sentir en estas Islas, van a descollar unos cuantos hombres, casi todos religiosos: los agustinos Fray Antonio Jacob Machado, Fray Marcos Alayón y Fray Manuel Pimienta, los dominicos José Clavijo y Agustín Verau, el jesuita Matías Sánchez y el catedrático de Medicina de la agustina Universidad lagunera Domingo Madan. Justo es, creo yo, que, aunque de pasada, citemos su nombres.
 
          En definitiva, en esta primera mitad del siglo XVIII, repito, fueron los grupos sociales intermedios y la nobleza de segundo orden, estratos de los que se nutrían especialmente los agustinos, una especie de pelotón avanzado en la instrucción de la sociedad canaria de aquel tiempo. Van a ser la tierra más permeable a las nuevas corrientes ideológicas. En Tenerife aparecerán dos figuras en la primera mitad del XVIII que simbolizan el inicio de la Ilustración en el Archipiélago. Me refiero a Cristóbal del Hoyo y Juan de Iriarte. El primero, Marqués de la Villa de San Andrés, era hijo de un aristócrata, y el segundo de un administrador de aduanas del Puerto de la Cruz.
 
          De Cristóbal del Hoyo, nacido en 1677, destaca su audacia en leer, hablar y escribir de todo lo que le apetecía, sin que las normas y actuaciones de la Inquisición  le importasen un bledo. Educado en Francia e Inglaterra y empedernido viajero, fue un continuo crítico del poder del clero, con una mente abierta al desarrollo de las artes y partidario de un comercio lo más intenso posible, que debería traer consigo nuevos usos y costumbres. También era favorable a todo tipo de reformas, excepto, claro está, aquellas que afectasen a sus nobiliarios privilegios. Tuvo un par de problemas con la Inquisición, (por celos de una sobrina, acusaciones de un criado…) Era militar, por lo que una de las veces se le encarceló en Paso Alto. Cuando tenía más de 80 años se le condenó a pasar un mes en un convento de Las Palmas haciendo ejercicios espirituales, condena que a mí más me parece reprimenda paternal que castigo ejemplar.
 
          También Juan de Iriarte había estudiado en París y llegó a ser, desde su puesto de bibliotecario de la Real Biblioteca, uno de los intelectuales más influyentes de España.
 
La segunda mitad del siglo XVIII
 
          En la segunda mitad del siglo, nos vamos a encontrar con dos circunstancias trascendentales para el desarrollo de la Ilustración en España y en Canarias. Una, positiva o favorable, la constituye el reinado de Carlos III, en el que todos aquellos pequeños arroyos de nuevos pensamientos, ideas, usos y modas, que han surgido a lo largo y ancho de España, van a confluir en una corriente centralizada, coordinada y eficaz. La otra negativa, con efecto de freno de mano, es la trágica situación en Francia tras la Revolución de 1789, pues surge el miedo a la aplicación  de las ideas ilustradas visto lo sucedido en el país vecino. La coincidencia en el tiempo con la muerte de Carlos III y la manifiesta inoperancia de su hijo y sucesor, van a suponer un parón brutal a las reformas.
 
          Pero tampoco hay que olvidar otro factor, también desacelerador, esbozado apenas cuando hablé de don Cristóbal del Hoyo. Quienes promovían los cambios eran hombres, en su mayoría, de las clases dirigentes -aristócratas, comerciantes…-y van a ser ellos mismos quienes pongan límites a la Ilustración, que progresará justamente hasta que afecte a sus propios intereses de clase en lo referente a la propiedad de la tierra, el comercio, etc. Y, como no, e importante, las trabas de la Inquisición.
 
Circunstancias que favorecieron la Ilustración en Canarias
 
          Son diversos los factores que allanaron el terreno para que la Ilustración aterrizara y se abriera camino en Canarias. Todos los autores que tratan el asunto suelen coincidir en los que relaciona don José Evora Molina en su trabajo Aproximación  a la Ilustración en Canarias, y que vamos a repasar a continuación.
 
a) Las tertulias de amigos
 
          Al remontarse a los orígenes de la Ilustración se llega como embrión o ancestro más remoto a las tertulias de amigos que, normalmente, se reunían en domicilios particulares para compartir la información que recibían a través de cualquier medio (periódicos, libros, contactos epistolares o personales,,,) y discutir los temas a que se referían aquellas informaciones.
 
          La mayoría de los autores fijan sus ojos en dos tertulias tinerfeñas: una en el Puerto de la Cruz, la de los Iriarte, y otra en La Laguna, la de Nava
 
          La primera estaba favorecida por los intercambios comerciales de la familia, que le permitían entrar en contacto con muchos extranjeros, algunos de los cuales se asentaron en el propio Puerto de la Orotava.
 
          En cuanto a la de Nava, su primer anfitrión -hacia 1760- fue Tomás de Nava Grimón y Porlier, V Marqués de Villanueva del Prado. En su casa-palacio se reunía, en palabras de Alfonso Armas “la flor y nata de la aristocracia intelectual de aquellos tiempos”, cuyo “listado” recoge don Antonio Rumeu de Armas en su extenso prólogo a la obra del Dr. Buenaventura Bonnet sobre la Junta Suprema de Canarias. De ese prólogo entresaco un párrafo para que nos hagamos una idea del ambiente de aquellas Tertulias:
 
                    “El Marqués obsequiaba a sus contertulios con el ya clásico chocolate y luego se departía largas y largas horas. Se hablaba de todo lo humano y divino: teología, filosofía, historia, literatura, etc.; se discutía de política internacional y nacional, leyéndose los últimos Mercurios y Gacetas llegados de Inglaterra, Francia y España; se despotricaba contra las autoridades metropolitanas… y cada cual lucía sus habilidades interpretando música, recitando poesías, leyendo ensayos, etc. etc. A veces las reuniones adquirían un tinte de misteriosa clandestinidad: era cuando llegaban los navíos extranjeros con su contrabando bibliográfico, y cada cual lucía sus últimas adquisiciones de libros prohibidos. Las obras de Voltaire, Rousseau. Montesquieu y los volúmenes de la Enciclopedia desfilaban de mano en mano, sin que por ello escandalizase al complaciente abate Viera, el más vertiginoso devorador de todos ellos.” 
 
          Precisamente ese tertuliano, el sacerdote don José de Viera y Clavijo, que se había incorporado a la Tertulia a los pocos años de su creación, fue el miembro más activo de la misma hasta su marcha a Madrid en 1770.
 
          Tras el fallecimiento de don Tomás, su hijo Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo, VI Marqués de Villanueva del Prado, seguirá manteniendo encendida la antorcha de la Tertulia. Este don Alonso será, en 1808, el Presidente de la Junta Suprema de Canarias.
 
          Existieron otras Tertulias de menor importancia en La Laguna, mientras que en Las Palmas hubo otras dos de relevancia (sin llegar a la altura de la de Nava): la de los Escobar, enfocada hacia la política y la literatura y la de la Plaza de Santa Ana, en la que, de vueltas de su época nacional y europea, va a ser también principal animador Viera y Clavijo, y a la que asistían médicos, abogados, curas, etc.
 
b) Las Reales Sociedades Económica de Amigos del País
 
          Merced al impulso de la Corte, y en muchos casos también a partir de las propias tertulias, y en toda España, van a nacer las Sociedades Económicas de Amigos del País, y al contrario de aquellas que no pasaban de ser unos foros de debates en círculos íntimos, las Económicas van a buscar resultados prácticos, útiles, concretos, que vayan en pro de la prosperidad del País.
 
          En el Archipiélago se crearon cuatro:
 
               - La de Tenerife en La Laguna (1777) con la mira puesta en las mejoras de la agricultura, el comercio y las artes.
 
             - La de Gran Canaria en Las Palmas (1776, pero puesta en marcha al año siguiente por el obispo Cervera). Uno de sus más importantes miembros será el ya tan citado Viera y Clavijo, mientras desempeñaba en el Cabildo catedralicio el cargo de Arcediano de Fuerteventura.
 
               - La de La Gomera.
 
               - La de La Palma
 
          Las dos primeras siguen teniendo una intensa vida cultural, mientras que la de La Palma se está recupoerando de un largo letrago y la de La Gomera prácticamente se ha extinguido.
 
          Existió una quinta, creada bien entrado el XIX en Santa Cruz de Tenerife, pero tuvo una corta vida.
 
c) El nacimiento del periodismo
 
          También al socaire de los aires renovadores de las tertulias nacieron los primeros periódicos canarios. A Viera (otra vez sale a colación el cura Viera) se deben la aparición de...
 
               - El Papel Hebdomadario (1758-59), que publicaba noticias sobre Historia Natural, Física y Literatura.
 
              - El Personero (1764), que proponía reformas en “educación, instrucción y felicidad común”.
 
               - La Gaceta de Daute, publicación satírica-burlesca.
 
          También existieron algunos otros, como El Correo de Canarias, de un erudito autor anónimo y del que se publicaron 6 números (1762).
 
         Todos ellos eran manuscritos, de los que luego se hacían copias que circulaban de mano en mano. El primer periódico impreso va a ser el Semanario Misceláneo Enciclopédico Elemental al que seguirán muchos otros. Es interesante destacar en este aspecto de la prensa isleña que, a mediados del XIX,  Canarias era la 5ª  provincia española por el número de publicaciones periódicas, tras Madrid, Barcelona, Cádiz y Sevilla.
 
d) Los contactos
 
          En cuarto lugar la implantación de la Ilustración en el Archipiélago se vio favorecida por los contactos con otros ilustrados, tanto dentro de Canarias (comerciantes, emigrantes,…) como fuera de las Islas, en España (caso de Viera, los Iriarte, Cristóbal del Hoyo,…) y en Europa (Viera, Agustín de Betancourt…).
 
e) La lectura de libros “ilustrados”
 
          Pero, sin duda alguna, van a ser los libros, especialmente los llamados “libros prohibidos”, la principal baza para la introducción de las ideas de la Ilustración en el Archipiélago. Claro que ese impulso va a topar con un dique importante: la Inquisición. El Tribunal trató de detener esa avalancha de “novedades” con la publicación del Índice de Libros Prohibidos y sus requerimientos a los más notorios de los ilustrados isleños (como ocurrió con el V Marqués de Villanueva del Prado, con Domingo Savignón, Segundo Franchy, etc.) para que confeccionasen un listado de los libros que tenían en sus bibliotecas particulares. Escribe José Évora Molina en el trabajo que cité hace unos minutos que “la relación de encartados, de recogida de libros, de prohibición de libelos durante la época que nos ocupa -2ª mitad del siglo XVIII- sería extensa”. Pero, a renglón seguido, el mismo autor añade que “el Tribunal ya se sentía impotente para contener el alud de libros innovadores… Incluso parece que, en ciertos momentos, la Inquisición hacía la vista gorda ante determinadas situaciones.”
 
          A partir de esos años la situación parece aclararse, pues a la gran cantidad de libros que se recibían se unía la incapacidad de la Inquisición para detectarlos y confiscarlos. Los libros llegaban “de contrabando” hasta en un doble fondo de las barricas vacías destinadas a la exportación de los afamados vinos de malvasía tinerfeños.
 
          Un inciso. Ya saben que en las Cortes de Cádiz, en 1813 se abolió el Tribunal de la Inquisición, y mucho tuvo que ver en ello la actuación de otro sacerdote canario, Antonio José Ruiz de Padrón, del que luego hablaremos, con su famoso alegato en el que calificaba al Tribunal de “antipolítico y anticristiano… que tanto insultaba a la religión de Jesucristo”. La noticia se acogió con gozo en Canarias, destacando las expresiones públicas del entonces Obispo de la Diócesis don Manuel Verdugo y del Cabildo Eclesiástico, del que comenta Millares que “muchos individuos leían en lo más oculto de su gabinete de estudio la famosa Enciclopedia”.
 
          El restablecimiento del absolutismo en 1814 trajo consigo la reinstauración del Tribunal, que siguió erre que erre con su afán de recogida de libros y la persecución de quienes, especialmente clérigos, los tenían en su poder. Poco duró esta nueva época pues en 1820, al inicio del Trienio liberal, desaparecería definitivamente.
 
f) La creación del  Seminario Conciliar
 
          He dejado para el final de esta relación de circunstancias y hechos que favorecieron la Ilustración en Canarias el nacimiento, al amparo de la Iglesia católica, del Seminario Conciliar, amparo personificado en la protección que le dispensó la mayoría de los Obispos de la diócesis. Nació en Las Palmas en 1777, en parte por la eterna lucha de la implantación de una Universidad en Canarias, y alcanzó tal importancia que se llegó a considerar como el primer centro de enseñanza del Archipiélago.
 
          Antes de que existiera el Seminario, Viera y Clavijo había criticado con dureza la enseñanza que, prácticamente en manos de los agustinos, como ya hemos dicho, se impartía, especialmente en lo que se refería a la Teología y la Filosofía. Pero tras su creación, se produjo un cambio importante. En las Constituciones o estatutos que, inspiradas por el obispo Cervera, marcaban su funcionamiento se dejaba de lado la Escolástica (es decir, la utilización de los principios filosóficos grecolatinos para entender los puntos esenciales del cristianismo), convirtiéndose el centro en un foco de difusión de las nuevas ideas y del pensamiento ilustrado. Si a ello unimos el carácter librepensador de gran parte del profesorado, no es de extrañar que, en consecuencia, el Seminario y la Inquisición chocasen con harta frecuencia y varios de sus enseñantes, incluidos más de un Obispo, fuesen investigados por el Santo Oficio por la tenencia y la lectura de libros prohibidos.
 
          También el Seminario fue sede de la primera biblioteca pública de Canarias que, tres años antes de la apertura del centro, había sido ordenada crear por Carlos III. Y en sus aulas no sólo se formaron los futuros sacerdotes, porque por ellas pasaron también intelectuales de la talla de Agustín Álvarez Rixo, o Gregorio Chil y Naranjo.
 
          Fue, sin ningún lugar a dudas, por su empeño en propagar y difundir las nuevas ideas, el foco más importante de la cultura ilustrada de las Islas, pues la educación que en él se impartía se caracterizaba por su talante liberal e ilustrado. Y su labor se vio reforzada no sólo por la categoría intelectual de muchos de sus rectores y profesores, sino también por el apoyo prestado, como dije un poco antes, por los Obispos, cuya actuación supone el último, pero no el menos importante de los factores que favorecieron la Ilustración en Canarias. Pero dejamos para más tarde decir algo de ellos.
 
LOS  ILUSTRADOS  CANARIOS
 
Las tres generaciones de Morales Lezcano
 
          Creo que ha llegado el momento de que hablemos, siquiera sea con brevedad de personajes de la Ilustración canaria. Vamos a proyectar, en primer lugar, únicamente sus nombres, fechas de nacimiento y fallecimiento y, siguiendo a don Víctor Morales Lezcano en su trabajo “La Ilustración Canaria”, publicado en el Anuario de Estudios Atlánticos de 1965, los agruparemos en las tres generaciones en que aquel ilustre profesor de esta Universidad consideraba que podía dividirse el “siglo de oro” de la cultura canaria. Quiero resaltar que los nombres que recoge Morales Lezcano son los que, prácticamente sin variación, son mencionados con mayor o menor extensión o importancia por todos los autores que he consultado para este trabajo. 
 
          En la que don Víctor llama “Primera generación” incluye los siguientes nombres:
 
               - Juan de Miranda (1728-1805)
               - José de Viera y Clavijo (1731-1813)
               - Diego Nicolás Eduardo y Villarreal (1734-1798)
               - Manuel Verdugo y Abiturría (1749-1816)
 
          En la “Segunda generación” recoge a 
 
               - Bernardo de Iriarte y Nieves Ravelo (1735-1814)
               - Domingo de Iriarte y Nieves Ravelo (1746-1795)
               - Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo (1750-1791)
               - Agustín de Betancourt y Molina (1758-1824)
               - José Clavijo y Fajardo (1726-1806)
 
          Y en la “Tercera generación” relaciona a:
 
               -  José Luján Pérez (1756-1815)
               -  Antonio José Ruiz de Padrón (1757-1823)
               -  Pedro José Gordillo y Ramos (1773-1844)
               -  Graciliano Afonso Naranjo (1775-1861)
 
          Sé que la mayoría de ustedes son “de Letras”, no “de Ciencias”, como me ocurre a mí. Y quizás por esa “deformación de formación”, quise comprobar si efectivamente esos tres grupos se podían considerar que pertenecían a tres “generaciones” distintas, cronológicamente hablando. Ya saben que Ortega y Gasset y su principal discípulo, Julián Marías, opinaban que las distintas generaciones culturales se suceden cada 15 años, y ponen numerosos ejemplos que avalan su teoría. Pues bien, simplemente hallando las medias de las fechas de nacimiento y fallecimiento en cada uno de los tres grupos obtuve los siguientes resultados:
 
               - Primera generación: 1735 – 1808
               - Segunda generación: 1743 – 1806
               - Tercera generación: 1765 – 1836
 
          Vemos que la media de esas fechas de los componentes del primer grupo nos da que nacieron en 1735 y fallecieron en 1808; las del segundo grupo, 1743 y 1806; y las del tercer grupo, 1765 y 1836. Queda claro que hay muy poca diferencia entre los componentes del primero y segundo grupo como para que puedan considerarse de generaciones distintas, Sí la hay entre el primero y el tercer grupo (30 años en los nacimientos y 28 en las defunciones que reflejan una separación casi exacta a la que preconizan los citados Ortega y Marías).
 
          ¿Por qué causa incluyó don Víctor en el segundo grupo a aquellos cinco hombres cuando no había razón cronológica para ello? Creo que la razón estribaba en que el profesor Morales Lezcano optó por una clasificación que llamó generacional, pero no en base a “medidas de tiempo” sino a determinadas características personales, profesionales, de ámbito de influencia de su trabajo, etc.  
 
          Y tuvo que ser así, sin duda, si repasamos brevísimamente las biografías de los componentes del segundo grupo:
 
               - Los hermanos Iriarte: Bernardo, que marchó a Madrid a los 15 años y fue político, diplomático y consejero de Indias y de Estado; Domingo, que también dejó su Puerto de la Orotava natal a los 15 años y fue diplomático en puestos de gran responsabilidad y representante español en la firma del Tratado de Basilea; y Tomás, que con un año menos que sus hermanos marchó a Madrid, fue traductor de lenguas clásicas, autor teatral, músico y, sobre todo, autor de las famosísimas Fábulas literarias
 
               - El sabio ingeniero militar portuense, Agustín de Betancourt, uno de los científicos europeos más destacados de su época, que marchó a Madrid con 20 años para nunca regresar a casa. Desarrolló su carrera en España, Francia, Inglaterra y, sobre todo, Rusia, donde estuvo 17 años y hoy en día sigue siendo reconocido como uno de los extranjeros que más ayudó al desarrollo de aquel país a lo largo de toda su Historia (edificios como El Picadero de Moscú, Catedrales, el plan urbanístico de S. Petersburgo, fundiciones, fábricas de armamento, astilleros, fortificaciones… fueron obra del portuense Betancourt) En España resumo diciendo que fue el principal responsable de la elevación en Madrid del primer globo aerostático, director de numerosas obras y proyectos hidráulicos, fundador de la Escuela de Ingenieros de Caminos… 
 
               - Y José Clavijo y Fajardo, lanzaroteño, que estudió en Las Palmas con los dominicos y con 19 años marchó a Madrid. Fue un enamorado de la Historia Natural, científico, director del Real Gabinete de Historia Natural, amigo personal de otros grandes científicos europeos, difusor de la riqueza mineralógica de España en Europa.
 
          Es un grupo perfectamente estructurado por Morales Lezcano: Ninguno fue clérigo. Todos se fueron muy pronto de Canarias (uno con 14 años, dos con 15, otro con 19 y el último con 20). Ninguno volverá a las Islas. Todos desarrollan una gran labor intelectual y profesional (ingenieros, científicos, literatos…) en la Península y en Europa, y son reconocidos aún hoy en día dentro y fuera de nuestras fronteras… Sí. Todos son ilustrados canarios, pero no van a contribuir de forma directa al desarrollo de la Ilustración en las Islas. 
 
          Sin embargo eso no ocurre con los otros dos grupos, que, además, de respetar la teoría orteguiana de separación entre las generaciones cronológicas, van a desarrollar su trabajo enfocado directamente hacia el desarrollo de la Ilustración en Canarias. Vamos a repasar brevemente sus biografías y su contribución a que aquellos años pasasen a denominarse el “el siglo de oro de la cultura canaria”.
 
         Repasemos el primer grupo, "la primera genración", empezando por el mejor pintor canario del XVIII, Juan de Miranda, prolífico artista, de vida difícil. Vivió en Las Palmas, Santa Cruz, Orán (preso), Sevilla, Madrid, Valencia, Alicante y Santa Cruz (sus últimos 32 años).
 
          La mayoría de sus obras son de temática religiosa, con especial predilección por la Inmaculada, aunque también tiene cuadros históricos. Sus críticos destacan que era buen dibujante, magnífico colorista y que tenía predilección por los grandes lienzos. Pueden encontrarse muchas de sus obras en iglesias, museos y colecciones particulares de Canarias
 
          Luego aparece el nombre de José de Viera y Clavijo, nacido en Los Realejos y sin duda la figura más importante de la Ilustración canaria. Fue sacerdote, escritor, historiador, biólogo y  pionero del periodismo en las Islas, como dijimos hace un rato. Su vida se puede dividir en tres etapas: Tenerife (29 años), Madrid (con varios viajes por Europa, 14 años) y Las Palmas (29 años). 
 
          Fue autor de numerosas obras históricas y científicas, en prosa y en verso. Destacan Noticias de la Historia general de  Canarias,  Diccionario de Historia Natural, varios poemas épicos (Los vasconautas, Cortés en Nueva España, La rendición de Granada, Oda a la victoria…). Y en línea con un pequeño librito que escribí hace unos años, quiero destacar que fue un gran patriota. Su afrancesamiento en preferencias culturales no fue óbice para que, cuando Napoleón invadiera España, Viera luchase a favor de la independencia nacional con su mejor arma: la pluma. Y algo similar ocurrió en la ocasión del ataque de Nelson a Tenerife.
 
          Manuel Verdugo Barlett, artillero y poeta, lo dibujó en el siguiente soneto;
 
               "Ese clérigo inquieto y cortesano,  //  que traduce a Voltaire y a Cristo reza,  //  tiene en su enjuto rostro la firmeza  //   y la astucia de un viejo castellano.
                No aspira a ser obispo, sí arcediano,  //  cimenta en el estudio su grandeza  //  buscando la verdad y la belleza…  //  Es poeta, filósofo y cristiano.
                Espíritu insaciable y luminoso  //  sondea en el pasado, y, victorioso,  //  nos lega de Canarias la alta Historia.
                En ella cada página admirable  //  es un recio sillar, firme, inmutable,  //  para el gran monumento de su gloria."
 
          Le sigue Diego Nicolás Eduardo y Villarreal, sacerdote y arquitecto, nacido en La Laguna y fallecido en Tacoronte. Fue el principal difusor del ideal neoclásico en la arquitectura canaria y componente de una de las primeras promociones de la ULL.
 
         Entre 1761 y 1777 estuvo en la Península, en Madrid, Sevilla y,  como artillero que soy, quiero destacar que este hombre fue uno de los primeros capellanes del Real Colegio de Artillería de Segovia, donde permaneció algo más de 7 años, empapándose de la Ilustración que se respiraba allí, en aquella academia militar que, creada en 1762, es el centro de ese tipo que sigue en activo más antiguo del mundo.
 
          Regresó a Canarias, a Las Palmas, donde en 1781 le nombraron arquitecto de la Catedral de Santa Ana. Sería también designado Director de la Academia de Dibujo de las Palmas (creada por la RSEAPGC) y, poco antes de su muerte, volvió a Tenerife.
 
         Y, finalmente, Morales Lezcano incluye a un cuarto ilustrado en este grupo de la primera generación; el famoso obispo don Manuel Verdugo, nacido y fallecido en Las Palmas, el primer canario que ocupó la sede de la diócesis, hombre abierto a las nuevas ideas y profundamente convencido de la necesidad de sacar de la miseria -física y espiritual- al pueblo canario. De él hablaré después un poquito más.
 
          No se les puede haber escapado que de los cuatro personajes, tres fueron hombres de la Iglesia católica (Viera, Eduardo y Verdugo), lo que corrobora lo que llevo queriendo significar desde un principio. Y tampoco que los cuatro (de Verdugo lo diré luego) estuvieron completando su formación en la Península y en períodos bastante dilatados, para luego “realizarse”, como se dice ahora, en Canarias, volcando lo mejor de su saber y entender en el progreso intelectual y social del Archipiélago. Efectivamente, conforman una generación muy homogénea por sus trayectorias vitales y profesionales.
 
          Y vamos con el tercer grupo. Igual que en el primero, comienzamos con un artista: el escultor José Luján Pérez, nacido y fallecido en Santa María de Guía (Gran Canaria), máximo representante de la escultura en Canarias, y que está considerado el imaginero canario de mayor relieve. Fue un hombre de un profundo sentido religioso, lo que influyó, junto con el hecho de que la mayoría de las obras artísticas de la época las encargara la Iglesia, en que su producción estuviera casi en exclusiva referida al arte sacro. Técnicamente, su obra tiene influencias del barroco y el rococó. Se conservan casi 140 de sus obras en Gran Canaria y más de 40 en Tenerife,
 
          Seguimos con otro sacerdote que tuvo una gran participación en las Cortes gaditanas: Antonio José Ruiz de Padrón. Nacido en San Sebastián de la Gomera, empezó sus estudios con los franciscanos de la isla colombina. A los 16 años los continuó en La Laguna, en el convento de la misma Orden de San Miguel de las Victorias. Se ordenó sacerdote en 1781, con 24 años, e ingresó en la RSEAPT. En 1785 decidió viajar a La Habana, pero el barco encalló en costas de los EE. UU. En Filadelfia conoció a Benjamín Franklin y George Washington y defendió desde el púlpito a la Iglesia Católica en una ambiente dominado por el protestantismo y la masonería. A la vez atacaba a la Inquisición, lo que asombraba a sus oyentes norteamericanos.
 
          Al año siguiente se trasladó a Cuba, donde en sus homilías combatía la esclavitud. Ya en 1887 regresó a Madrid y dejó la Orden franciscana (pero siguió siendo sacerdote). Viajó por Europa y fue nombrado párroco de un pueblo de León. Cuando se produjo la invasión napoleónica, organizó la resistencia en la zona, aunque él no tomó las armas. Se le encargó la dirección de un hospital militar. 
 
          Tras la guerra fue nombrado diputado por Canarias en las Cortes gaditanas. Enemigo acérrimo de la Inquisición, lanzó en ellas un alegato durísimo en el que, por ejemplo, resaltaba que el Santo Oficio “… con el pretexto de conservar la fe, se ha alzado con una porción de los derechos episcopales y ha sido el espanto y el terror de los pueblos.” Sin duda alguna fue uno de los diputados doceañistas que más influencia tuvo en la desaparición de la Inquisición. Y tampoco se puede olvidar que junto a otros diputados como Santiago Key y Fernando Llarena, fue defensor a ultranza de la reapertura de la Universidad en La Laguna.
 
          En definitiva, como resumen, se puede decir de Ruiz de Padrón que fue teólogo, gran predicador, político, economista, culto e ilustrado y que se caracterizó por su permanente defensa de la libertad y por su lucha en defensa de los derechos humanos. Nunca volvió a su Gomera, aunque muchas veces dejó bien claro que quería volver a ella “para comer gofio y pescado fresco.”
 
          Y vamos con el tercer hombre de este tercer grupo: el sacerdote grancanario Pedro José Gordillo y Ramos, natural como Luján, de Santa María de Guía. De niño recibió enseñanzas de Viera y Clavijo. No empezó a destacar en política hasta que, durante la Guerra de la Independencia, se constituyó en permanente el Cabildo de Gran Canaria, opuesto a la Junta Suprema creada en Tenerife y que se había arrogado el control político del Archipiélago. En 1811 fue nombrado diputado de su isla en las Cortes de Cádiz, de las que, en 1813, llegaría a ser Presidente.
 
          De ideas liberales, siempre defendió a Gran Canaria para la que reclamaba cambios políticos y sociales, entre los que destacó la reivindicación de la creación de una Universidad en aquella isla. A escala insular patrocinó la apertura de pozos en el Sur de Gran Canaria y la homogenización de pesos y medidas entre las islas del Archipiélago. Y siempre intentó conseguir, sin éxito, que Las Palmas fuese la capital del Archipiélago.
 
          Emigró a La Habana, donde fallecería en 1844 tras ocupar importantes cargos en el cabildo catedralicio.
 
          Y, por fin dirán ustedes, llegamos al cuarto y último de este tercer grupo de ilustrados canarios. Se trata de Graciliano Afonso Naranjo, orotavense de nacimiento, sacerdote, doctor en Leyes, político, poeta, traductor y estudioso de la Literatura.
 
          Siendo niño, su familia se trasladó a Las Palmas, donde Graciliano estudiaría en el Seminario en tiempos del obispo Tavira. Concluyó sus estudios en Alcalá de Henares, doctorándose en Leyes. Regresó a Las Palmas con un importante puesto en el Cabildo catedralicio y alcanzó un gran predicamento en la diócesis. Durante el Trienio Liberal, y debido a su orientación política, es nombrado Diputado a Cortes, defendiendo encarnizadamente los derechos de la diócesis de Canaria frente a los de La Laguna.
 
          Al restablecerse el absolutismo, en 1823, es condenado a muerte, por lo que se exilia, viviendo en Puerto Rico, Trinidad y Venezuela, Al morir Fernando VII regresa a Gran Canaria, se reintegra a su puesto en la Catedral y se dedica a la enseñanza, Destacan sus biógrafos que tuvo una destacada actuación en la epidemia de cólera de 1834. Tradujo obras de autores clásicos y contemporáneos y escribió varias obras de entre las que destaca su Oda al Teide. Falleció en Las Palmas en 1861, a los 86 años de edad.
 
          ¿Qué hizo, en mi opinión, que Morales Lezcano agrupase a estos cuatro hombres en lo que él llamó “Tercera generación”? Hemos visto que los cuatro vinieron al mundo en la segunda mitad del XVIII y aparecieron en la vida pública, política y cultural de España en los primeros años del XIX. Se involucraron de forma total en la vida española del momento, pero siempre defendiendo los intereses del Archipiélago o de las islas que representaron en Cortes. Y, otra vez, tres de los cuatro, Ruiz de Padrón, Gordillo y Afonso, fueron hombres de Iglesia. Se puede asegurar que fueron los más significados representantes de la integración de Canarias en la evolución cultural ilustrada de la comunidad nacional. Y, en las defensas de las nuevas ideas, creo que el más destacado de ellos fue Ruiz de Padrón.
 
          Bien, y tras este repaso a los tres grupos que comprenden a los más importantes de los ilustrados canarios, hora es que de hagamos un pequeño ejercicio para tratar de determinar cuál tuvo mayor influencia en la Ilustración canaria.
 
          En el primer grupo (Miranda, Viera, Eduardo y el obispo Verdugo), los cuatro nacieron aquí, se formaron aquí y fuera, desarrollaron buena parte de su labor difusora aquí y, finalmente murieron aquí.
 
         Por el contrario en el segundo, (los tres Iriarte, Betancourt y Clavijo) aún cuando los cinco nacieron aquí, muy pronto (entre los 14 y 20 años) marcharon fuera, donde desarrollaron una importantísima actividad intelectual, política, etc. pero nunca volvieron. 
 
          En cuanto al tercero (Luján, Ruiz de Padrón, Gordillo y Afonso), los cuatro nacieron aquí, se formaron aquí y fuera, desarrollaron una gran labor en pro de Canarias fuera de las Islas, dos la continuaron aquí y otros dos no regresaron. 
 
          Si hubiera que colocarlos siguiendo un orden de importancia en la difusión de la Ilustración en Canarias, mi quiniela sería 1-3-2, es decir, que colocaría en primer lugar al equipo de los Miranda, Viera, Eduardo y Verdugo, en segundo al de los Luján, Ruiz de Padrón, Gordillo y Afonso, y en tercero al de los Iriarte, Betancourt y Clavijo.
 
          Y, claro siempre según mi criterio que puede no coincidir con el de ustedes, caigo en la cuenta al mirar la "clasificación general" que, de que entre los ocho que son casi unánimemente considerados principales difusores de la Ilustración en Canarias, nada menos que seis (Viera, Eduardo, Verdugo, Ruiz de Padrón, Gordillo y Afonso) fueron hombres de Iglesia, y los otros dos (el pintor Miranda y el escultor Luján) estuvieron estrechísimamente relacionados con ella. Y no hemos hablado todavía de los obispos ilustrados.… 
 
Los Obispos ilustrados
 
          Precisamente a esta misma hora, mañana doña María Inés Cobo nos va a hablar de lo Obispos ilustrados, en especial de uno de ellos, por lo que no quiero en absoluto adelantar nada a lo que la profesora Cobo nos dirá. Únicamente voy a resaltar algo de las biografías de quienes ocuparon la silla episcopal canariense en aquellos tiempos que van desde 1769 a 1816, y como ven, uno de ellos, el grancanario Verdugo, ya apareció en la clasificación del profesor Morales Lezcano, pero justo es que citemos, aun cuando en estos casos no nacieran en el Archipiélago, a otros cuatro.
 
          Estos son los cino obispos a los que voy a hacer referencia, con los años en que ocuparon la silla episcopal de Canarias:
 
               - Fray Juan Bautista Cervera, franciscano (1769-1777)
               - Fray Joaquín Herrera, cisterciense (1779-1783)
               - D. Antonio Martínez de la Plaza (1785-1791)
               - D. Antonio Tavira y Almazán (1791-1796)
               - D. Manuel Verdugo y Albiturría  (1796-1816)
 
El obispo Cervera
 
          Apoyó la creación del Seminario e impulsó la redacción de sus Constituciones y Estatutos, que iban a suponer la apertura de un nuevo camino en el campo de la cultura eclesiástica, pues las ideas progresistas empezaron a debatirse en las aulas del Seminario.
 
          Luchó porque, además de lo relacionado directamente con la Teología y el Pensamiento, se iniciaran los estudios de otras materias, como matemáticas, astronomía, física, historia natural y botánica. Impulsó la creación de hasta nueve Cátedras en el Seminario y, aunque no pudo ver, ni mucho menos, culminada su labor, dejó un grato recuerdo y un camino abierto cuando en 1777 tuvo que marcharse a ocupar la sede episcopal de Cádiz.
 
El obispo Herrera
 
          Defensor decidido del conocimiento de “las nuevas luces”, supo rodearse de personajes tan decisivos como su secretario Antonio Torres, que se convertiría en una persona imprescindible en cualquier debate teológico o el bibliotecario Rodrigo Raymond.
 
          En los debates alentados por el obispo Herrera, se llegaron a discutir temas tan resbaladizos como la infalibilidad del Papa o la preeminencia de los Concilios sobre la jurisdicción pontificia.
 
          Naturalmente el Santo Oficio acusó a los personajes citados hace un momento (el secretario Torres y el bibliotecario Raymond) de difundir ideas perniciosas para la doctrina de la Iglesia y de la posesión y lectura de libros prohibidos. El obispo Herrera los defendió ante el Inquisidor General acusando al Tribunal de querer “someter al Seminario y a sus profesores” y quejándose de que “en aquellas circunstancias no se podía impartir la instrucción que necesitaban las Canarias”. La respuesta del Inquisidor General dejaba claro a los inquisidores canarios que no debían obstaculizar la labor docente del Seminario, pero también advertía al obispo que no se debía tolerar la lectura de ciertos libros y de que “es mucha temeridad dejarse conducir por las novedades”.
 
          A finales de 1883 murió el obispo Herrera, pero el Rector del Seminario, don Luis de la Encina, dejó en vigor el plan de estudios diseñado durante la vida del prelado.
 
El obispo Martínez de la Plaza
 
          En sus casi 6 años, este obispo no quiso problemas, conflictos o polémicas. De él dice don Dacio Darías Padrón que “procuró instaurar en el Seminario la buena doctrina”. En consecuencia, se vivieron unos tiempos de calma aparente hasta la llegada de un nuevo prelado.
 
El obispo Tavira y Almazán
 
          Como de este personaje nos hablará en extenso mañana la profesora Cobo, únicamente quiero decir que desde que ocupó la silla episcopal, se convirtió en el más acérrimo y entusiasta defensor de las nuevas ideas, a la vez que en denodado protector de los ilustrados canarios.
 
El obispo Verdugo
 
          Fue el primer canario nombrado obispo de Canarias. Nacido en Las Palmas, ingresó en el convento de Santo Domingo y estudió en Alcalá de Henares, Valladolid y Valencia.
 
          Cuando contaba 47 años fue designado (después ocupar varios cargos eclesiásticos en la Corte y en Las Palmas), Obispo de Canarias. Se rodeó de personajes como Viera, Afonso y otros en los que se apoyó para mejorar la educación del pueblo. Se preocupó, y mucho, del bienestar material de las gentes, contribuyendo con su fortuna personal a mejorar hospicios, escuelas, conducciones de agua, cementerios y sufragando incluso un puente de piedra sobre el barranco de Guiniguada.
 
          Fue un partidario acérrimo de la abolición de la Inquisición.
 
 
CONCLUSIÓN
 
          Vamos a ir acabando. ¿Qué nos ha quedado de este rato en que nos hemos “atrevido a pensar” sobre la Ilustración en Canarias?
 
          En primer lugar que, si bien el panorama de la cultura en las islas a lo largo del XVIII -y muchos años más- era deplorable (pocas escuelas, analfabetismo generalizado, escasísimos centros superiores…), resulta sorprendente el elevado nivel cultural de determinadas personas vinculadas con la Iglesia -especialmente-, con la nobleza, con la pujante burguesía comercial o con la milicia, derivado en muchos casos por frecuentes contactos con individuos afines en Europa o en la Península y también porque la vinculación comercial de Canarias con el mundo exterior y la residencia aquí de élites comerciales extranjeras facilitó la entrada de nuevas ideas.
 
          Esas personas desarrollaron una ingente labor difusora de la cultura en el Archipiélago (recuerden las primera y tercera generaciones de Morales Lezcano que hemos repasado); personas rodeadas sin duda, además, por otras cuyos nombres no alcanzaron tanta importancia, pero que fueron la base sobre la que se sustentó la enseñanza y la herencia de las más famosas.
 
          También hemos visto como, pese a las trabas que imponía la Inquisición, en horas bajas a partir de la segunda mitad del XVII, todas esas personas fueron consecuentes con sus compromisos (de los que no era desdeñable el voto eclesiástico de obediencia a la jerarquía de la Iglesia en el caso de los clérigos, por ejemplo), y a la vez con lo que sus conciencias les dictaban. Así, atreviéndose a saber, supieron conciliar sus ansias de conocimiento y de difusión de ese conocimiento con el mantenimiento de su Fe, la principal característica, como todos ustedes saben, de la Ilustración española.
 
          Y creo que, sobre todo, debemos conservar la idea de que la Ilustración en el Archipiélago llegó, en gran manera, de la mano, de la Iglesia católica. Desde las humildes escuelitas de agustinos, franciscanos, dominicos y jesuitas, con todos los defectos que queramos (pero que fueron donde aprendieron las primeras letras muchos de los ilustrados canarios) pasando por las Tertulias y Sociedades Económicas -con la frecuente presencia en ellas de clérigos- hasta llegar al Seminario Conciliar de Las Palmas y a la Universidad de La Laguna, innumerables hombres de Iglesia se aplicaron al SAPERE AUDE. Y si es cierto que la Inquisición en muchos momentos fue una rémora, no lo es menos que fueron los propios religiosos, empezando por los Obispos, quienes más piedras quitaron del camino y más aceite echaron en los ejes de las ruedas del vehículo que condujo al saber a los canarios en unos tiempos que muchos han calificado como el siglo de oro de la cultura en nuestras islas.
 
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Bibliografía
 
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- Rumeu de Armas, A. Prólogo a La Junta Suprema de Canarias, de B. Bonnet y Reverón. La Laguna 1948.
 
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