Aura

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el Diario de Colima, de la ciudad mejicana del mismo nombre, el 2 de abril de 2017).
 
 
 
          El 15 de marzo lees con deleite Aura, el relato de tu tocayo mexicano Carlos Fuentes; una novela corta, macabra… perfecta. Quedas francamente impresionado por la elección que hace de la segunda persona para desarrollar la trama. Reflexionas sobre su originalidad y el efecto hipnótico que produce en el lector la utilización de esa segunda persona. Nunca habías leído nada igual.
 
          Pasados unos días, sigues con tu programa de publicar, donde sea, lo que has hecho a lo largo de tu vida. Todo ello, sin pensar en más premio que alcanzar a un puñado de gente. Piensas en que, al fin y al cabo, no es ni tanto, ni para tanto, lo que tienes guardado. Recuerdas que siempre te dijiste que no merecía la pena escribir aquello que no mereciera ser escrito.
 
          Das por concluido un relato tuyo, que tenías esbozado desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, es ahora, cuando presientes que estás pasando (o has pasado) el ecuador de tu vida, que quieres sacar afuera todo lo que habías dejado abandonado en los cajones, llevado, año tras año, por un sentido erróneo, francamente erróneo, del pudor y de la existencia. Nunca intentaste nada al respecto, y es ahora (ahora o nunca) cuando has de darle aire a tus escritos si quieres averiguar, antes de verte cercado por los achaques o sorprendido por la muerte, si lo que escribiste sirve para algo. Si no estabas equivocado. Vuelve a tu mente la vieja idea de que la Literatura pivota en la fórmula emisor-receptor. Que lo escrito ha de ser leído, para completar su sentido.
 
          El martes 21 de marzo se te ocurre una idea: poner en tu muro de Facebook un anuncio pidiendo ayuda a tus amigos. Tienes muchos  y piensas que entre ellos puede haber alguien que te preste esa ayuda; al menos en forma de consejo. La gente empieza a aportar cosas. Crees que al final no estás tan solo. Crees, también, que tarde o temprano surgirá un buen plan.
 
          En tu muro escriben desde México. Es una usuaria amiga con un extraño nombre, Paat Margesp, que siempre creíste de origen escandinavo, y que ya viste varias veces en su momento apoyando los escritos de tu muro. Patricia, que así se llama en realidad, se presenta como propietaria de un periódico mexicano, el Diario de Colima, del que su hija es subdirectora, y te ofrece, no una idea, sino su ayuda directa. Miras con estupefacción que te ofrece publicar tu cuento en su periódico. Que le gusta lo que escribes. La idea te parece formidable e irrenunciable. La mejor de todas.
 
          Te enteras de que el Diario de Colima es el número uno de su Estado y que, además, se distribuye en toda la Región Oeste de México, que, con más de veinte millones de personas, engloba otros tres Estados, incluido Jalisco, el de la canción que tantas veces cantaste a pleno pulmón. No sabes dónde está Colima y haces una búsqueda en internet. Ves que se trata de un precioso Estado costero del Pacífico, con edificios de estilo colonial, una biodiversidad considerable, un buen clima, un hermoso volcán como el Teide, y una población similar a la que puedan tener Tenerife o Gran Canaria. Eso te hace pensar en su parecido con tus Islas Canarias. Eso te hace pensar que también hay otros lugares bendecidos en el mundo. Que está bien amar tu tierra, pero que también hay otros sitios más allá del tuyo.
 
          Traspasado por un sentimiento de universalidad piensas en esa otra gente que vive al otro lado del Charco. En todos esos seres que, con matices, son iguales a ti y a los que te rodean. Crees que te han dado una oportunidad de conectar con ese más allá representado por México. Piensas entonces en aquella frase que dice que “la única patria es la lengua”. Te das cuenta que tiene buena parte de verdad, que lo que realmente aproxima a la gente es la palabra nuestra de cada día, con la que nos es posible sondear los vericuetos del alma ajena. Sabes que tienes la oportunidad de hablar a los de la otra orilla de todo lo que nos une a ellos, de lo común, de lo de todos los días.
 
          Y entonces te viene a la mente que en tu isla, La Gomera, hay también una Virgen de Guadalupe. Y es entonces cuando recuerdas que hay piezas de arte traídas hasta aquí desde México que son auténticas maravillas. Te acuerdas, entonces, de la Historia común, de los cuentos de emigrantes. Te comentan que Carlos Fuentes, el fabuloso escritor del que leíste hace no tanto Aura, la novela hipnótica desarrollada en segunda persona, tenía un abuelo de La Laguna, en Tenerife, la ciudad en la que vives. Sabes por la prensa antigua que vino hasta aquí, desde el más allá del Charco. Te das cuenta que era un hombre, que como tú y otros muchos, tenía el don de la curiosidad. Es entonces cuando decides hacer un pequeño homenaje a su figura y a su país, escribiendo este artículo en segunda persona… el segundo que envías a México, la nación hermana de lengua, con la esperanza de que guste y de que de algo les sirva.
 
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