Primer centenario de la Fiesta de Aviación en Santa Cruz

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en La Opinión el 26 de marzo de 2017).
 
 
          El primer proyecto de una compañía destinada a subvencionar una máquina voladora fue presentado por el doctor Celestino Lozano, en la Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en 1871.
 
          En el informe, el inventor destacaba las múltiples ventajas que este medio de comunicación podía reportar para un Archipiélago donde no había ferrocarril, ni telégrafo, ni buques de vapor. El Ayuntamiento de Santa Cruz se suscribió con diez acciones, al precio de 25 pesetas cada una.
 
          Animados por estas noticias, el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz trajo para las fiestas del Gran Poder, de 1910, al piloto francés Maurice Bumet y, ese mismo año, la comisión de fiestas del Santísimo Cristo de La Laguna, al piloto galo Pierron.
 
Programa de Fiesta Aviación Custom
 
          Pierron aprovecharía su estancia en Tenerife para realizar vuelos en el campo de Las Cruces, junto a la ermita de Regla de Santa Cruz. El patio del Matadero Municipal se adaptó para el evento, se solicitó la colaboración de los remolcadores del Puerto, por si el avión caía al mar, y, el 6 de octubre del citado año 1910, más de 5.000 personas se reunieron para presenciar el espectáculo.
 
          El piloto arrancó su motor, comenzó a rodar por la improvisada pista, cuando de repente, los asistentes a la fiesta, ansiosos de ver de cerca el aparato, invadieron el campo de vuelo, lo que motivó que el Gobernador Civil se viera obligado a suspender el espectáculo. Al día siguiente, el piloto, muy enfadado, embarcó en el vapor alemán Henry Woermann.
 
          En el programa de las Fiestas de Mayo, de 1913, el presidente de Fomento del Turismo, don Juan Martí Dehesa, incluyó un nuevo número, hasta entonces desconocido en Santa Cruz de Tenerife, denominado Fiesta de Aviación.
 
          El día 9 del citado mes, a bordo del liner Reina Victoria Eugenia, de la Compañía Transatlántica Española, llegó al muelle el famoso aviador francés Leonce Garnier, de 32 años de edad, acompañado de su esposa María Somech, su mecánico Agustín Mañero y nuestro compatriota Jaime Capanay.
 
          El muelle era un hervidero de entusiastas y curiosos para ver al intrépido piloto y a su avión, un magnifico aeroplano BERLIOT XI, con el que ya había realizado más de 300 vuelos en la Península.
 
          Para campo de vuelo, los aviadores eligieron los terrenos situados cerca de la montaña de Ofra, en el espacio comprendido entre el primer molino y el polvorín viejo. Una cuadrilla de obreros se encargó de aplanar el terreno mientras se colocaban las sillas para acoger a los espectadores. 
 
          Las piezas del avión fueron trasladadas en el tranvía, hasta las cercanías del improvisado aeropuerto. Para ultimar los preparativos del aparato, que había sufrido un accidente en su anterior exhibición en Las Palmas, el piloto recurrió a dos ayudantes tinerfeños, Tomás Fernández y Miguel Reyes.
 
          Aunque el Ayuntamiento había subvencionado con 1.500 pesetas cada vuelo, los asistentes tuvieron que pagar una peseta y media por la entrada de general y 4 pesetas por las sillas. Como las entradas se agotaron rápidamente, la mayoría del público se tuvo que encaramar en los monturrios cercanos al espectáculo. Fue tanta la gente que la Guardia Civil tuvo serios problemas para contenerlos en su deseo de invadir los aledaños del campo de vuelo.
 
          Aunque el programa de mano anunciaba vuelos para el sábado día 10, a las cuatro de la tarde, y el domingo 11, a la diez de la mañana, la exhibición no comenzó hasta las cinco y media. Todo amenizado por la Banda Municipal de Santa Cruz.
 
          El aeroplano fue llevado junto al molino y Gadnier y su acompañante, el ingeniero tinerfeño Juan Santa Cruz, perfectamente ataviados con la vestimenta reglamentaria de la época, se encaminaron hacía el aparato dispuestos a ofrecer el primer vuelo.
 
          Ante un público impresionado por el acontecimiento, el avión inició su carrera por la improvisada pista, durante unos segundos se elevó medio metro del suelo y cayó de nuevo a tierra; a continuación, siguió su rodadura hasta que se levantó por los aires ante los aplausos de los incrédulos tinerfeños.
 
          Miles de ojos seguían perplejos las peripecias del piloto, primero se dirigió a Santa Cruz, giró y volvió rápidamente a sobrevolar sobre la muchedumbre; luego, tomó la dirección de Geneto y cogiendo setecientos metros de altura, dio un nuevo giro y, en una maniobra perfecta, el avión aterrizó suavemente en el campo; pero, cuando iba rodando sobre la pista, un pequeño desnivel existente en el terreno inclinó bruscamente el aparato de morros rompiéndole la hélice, el tren de aterrizaje, el timón, el puente de Gusisman, las válvulas y el cigüeñal del motor. Afortunadamente, ni el piloto ni su acompañante sufrieron ningún daño pero las averías del avión eran tantas que el resto del espectáculo tuvo que ser suspendido y la gente quedó bastante desilusionada.
 
          Leonce Gadnier, con su maltrecho avión, embarcó rumbo a Cádiz en el vapor Delfín, el día 13 de mayo de ese año 1913.
 
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