Tributo al verdadero heroísmo. La mujer de San Andrés en el amanecer del 22 de julio de 1797

 
Por Daniel García Pulido  (Publicado en El Día / La Prensa el 11 de marzo de 2017).
 
 
"Il y a femme à l´origine de toutes les grandes choses
"Hay una mujer al principio de todas las grandes cosas"
 
[Alphonse de LAMARTINE, Historie des Girondins, 1847]
 
 
          No deja de resultar inusual comenzar un estudio histórico afirmando, con total franqueza, la imposibilidad actual de esclarecer la identidad de un personaje decisivo aunque envuelto en las entretejidas brumas de la Historia. No cabe duda que uno de los componentes propios de cualquier investigación, sea del ámbito que sea, radica precisamente en enfrentarse a esa realidad negativa como uno de los fundamentos de salida a la hora de afrontar el análisis de un acontecimiento, biografía o contexto del pasado, pero que un estudio afirme y anticipe, desde el primer momento, a plena conciencia, su firme convencimiento acerca de la dificultad mayúscula que existe en alcanzarse esa veracidad podría suscitar un componente de frustración o de desinterés en las apetencias del lector.... pero no ese nuestro objetivo, ni mucho menos.
 
          Estas líneas han surgido, moviéndose siempre en ese frágil equilibrio que otorga la realidad histórica cuando se trabaja con razonamientos e hipótesis de trabajo, para avanzar, siquiera a tientas, en esa línea delicada de la interpretación de nuestro pasado aspirando transgredir ese horizonte de lo imposible, aceptado ya de antemano, en un intento esperanzador de acercarnos lo máximo posible al esclarecimiento de un hecho y un personaje crucial en un acontecimiento del ayer y con quien nuevamente la musa de la Historia, como ocurre en no pocas ocasiones, no ha sido equitativa en los elogios que sí se llevan otros protagonistas de nuestro pasado.
 
          La Gesta del 25 de julio de 1797, analizada hasta la saciedad por un sinfín de avezados estudiosos, es una fuente inagotable de ejemplos dentro del conjunto global de referentes o marcadores historiográficos. Adentrarse en este episodio es toparse con infinidad de pautas de índole social, económica, política; alusiones biográficas o de claro componente militar; sesgos que aluden a campos como la psicología, la sociología o la ética -esferas apenas trabajadas en relación a esta página de la Historia- o incluso ejemplos que nos acercan a tendencias teóricas sobre cómo narrar el pasado, con testimonios evidentes de las diferentes corrientes imperantes en la evolución del quehacer historiográfico. Esa riqueza, auspiciada por la relativa cercanía del evento a nuestro día a día en comparación con páginas históricas como la conquista o el siglo XVII, ha dado pie a infinidad de acercamientos multidisciplinares al episodio bautizado como la Gesta, acercamientos que abren puertas a su vez a reinterpretaciones y relecturas de lo sucedido. 
 
VISTA DE SAN ANDRÉS 1930  REVISTA ENCICLOPEDIA GRÁFICA Barcelona Custom
 
Vista de San Andrés (1930)  (Revista Enciclopédica Gráfica, Barcelona)
 
          El reclamo que centra este artículo se focaliza en una mujer, una campesina del valle de San Andrés, que debería ocupar, sin lugar a dudas, el pedestal más elevado entre las figuras-clave de este episodio al ser la primera persona en divisar desde tierra la presencia de las barcas británicas que querían tomar tierra entre las localidades costeras de El Bufadero y Valleseco, al este de Santa Cruz de Tenerife, y quien, tras apresurada carrera por la costa, dio la primera y vital voz de alarma a los centinelas del castillo de Paso Alto, abortando así ese primer y mortífero intento (Nota 1). Como aventuramos desde el comienzo de este trabajo, es más que probable que nunca se llegue a conocer el nombre de esta valiente mujer, sufrida en su quehacer laboral y protagonista primordial de este invaluable momento del proceso defensivo, pero algo nos mueve a avanzar al máximo, hasta donde nos permitan nuestros recursos documentales presentes, en un ejercicio de aproximación y reconstrucción de los hechos y personajes para que, quién sabe si en un futuro próximo o lejano, surja un testimonio que refrende o distorsione nuestro acercamiento y que sirva para recolocar a este mujer en su merecido puesto, que es otro que el de heroína, sencilla y única, de esta página de la Historia.
 
          Todo empieza y termina, en cuanto a referentes documentales directos se refiere, con el párrafo que le dedica a esta valerosa fémina el que fuera en aquel entonces alcalde real de Santa Cruz de Tenerife, Domingo Vicente Marrero:
 
                    “A este tiempo [primeros instantes del amanecer] una agreste que venía del Valle de San Andrés con sus frutos a vender que vio aquel tumulto de lanchas avivó el paso antes que se lo impidieran y al pasar por el castillo de Paso Alto [...] vio que en aquel fuerte no había nadie por lo que gritó hasta que salió un soldado, a quien enseñó la mujer los botes...” (2).
 
          La primera aclaración que debemos hacer es la utilización de la palabra "agreste" -más usual en la actualidad en su utilización como adjetivo-, para referirse a esa campesina venida del valle de San Andrés. Consultando el Diccionario de la Real Academia Española para la fecha más cercana a la cronología del evento (1793), vemos que, al referirse a este vocablo, nos comenta que “se aplica a veces al hombre, o gente de campo” (3); es, por tanto, evidente que el alcalde Marrero nos está aclarando que se trata, en definitiva, de una "vendedora ambulante", “gangochera” o “vendedera” -como podemos leer en documentación de la época-, una mujer que se había trasladado desde la vecina localidad de San Andrés, separada unos 10 km. del entonces puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, con un cesto de frutos a la cabeza para vender en esta última población citada (4).
 
          Para definir en esencia la figura de esas sacrificadas mujeres dedicadas a la venta al por menor no creemos que exista mejor descripción que la efectuada por el comerciante y dibujante británico Alfred Diston, quien en sus valiosísimos apuntes costumbristas nos describe así a la “vendedora ambulante” para Tenerife: 
 
                    “Las esposas y las hijas de los marineros del Puerto [de La] Orotava obtienen su sustento abandonando al alba su población con una cesta de pescado fresco o salado y otros artículos que se solicitan en el campo. Una vez allí ellas lo cambian por verduras y fruta, volviendo a la ciudad al atardecer pregonando de casa en casa o vendiéndolos a los comerciantes para su consumo en los próximos días. Estas mujeres asimismo llevan una vida muy dura a cambio de pocos beneficios, recorriendo normalmente hasta 3 ó 4 leguas desde el Puerto y regresando completamente cargadas con una gran cesta llena de calabazas, cebollas, papas y otras verduras. A todo esto hay que añadir que ellas siempre van descalzas por caminos en mal estado y solo se ponen sus zapatos cuando llegan a un pueblo o regresan al Puerto; el resto del tiempo los llevan en la cesta. Es normal encontrar grupos de 10 ó 12 de estas pobres criaturas que regresan juntas a casa al anochecer, cantando a coro con malas voces pero con buen oído, hasta que se cansan de ello y entonces empiezan a rezar en alta voz.” (5)
 
 AGUADORA ISLEÑA  GRABADO DE JAMES J  WILLIAMS SOBRE DIBUJO DE ALFRED DISTON  1830 Custom
 
Aguadora isleña. Grabado de James J. Williams sobre dibujo de Alfred Diston (1830)
 
         
          Sobre este singular oficio encontramos expresiones características que se repiten en el transcurso de los siglos, como las recogidas por el periodista y cronista Gilberto Alemán en sus trabajos etnográficos sobre el particular, donde leemos que estas gangocheras “al amanecer se lanzaban por trochas y caminos en dirección a las ciudades, para vender en calles y mercados», o que "con un trozo de tela hace la mujer el “ruedo”, que coloca sobre la cabeza para recibir la carga que llevará hasta la ciudad»; en definitiva, «mujeres de la costa, de recia y morena estampa, de brazos desnudos, piernas firmes, acostumbradas a caminar sobre los cantos rodados de la costa...” (6)
 
          Analizando el breve apunte que nos ofrece el citado alcalde real Marrero debemos corroborar que la alusión que hace a que "avivó el paso antes que se lo impidieran y al pasar por el castillo de Paso Alto", nos está certificando que esta vendedera fue, sin lugar a dudas, la primera persona desde tierra en observar la amenazadora presencia del contingente de lanchas de desembarco inglesas, que llevaban como rumbo las playas situadas entre El Bufadero y Valleseco, y que de no haberse apresurado en adelantarse corriendo por la costa, dichas embarcaciones podrían haberle cortado su avance hacia Santa Cruz. Solo imaginarse la desesperación y el miedo sufridos por esta valerosa mujer en esa carrera a oscuras por aquella peligrosa ribera la hacen merecedora de todo nuestro reconocimiento.
 
CAMINO DE SAN ANDRÉS HACIA SANTA CRUZ 1930  REVISTA ENCICLOPEDIA GRÁFICA Barcelona Custom
 
Camino de San Andrés hacia Santa Cruz (1930) (Revista Enciclopédica Ilustrada, Barcelona)
 
         
          En nuestro afán por buscar la identidad de esa vecina de San Andrés consultamos sin éxito todas las fuentes documentales asociadas al episodio bélico, en las que apenas tienen eco los sacrificios y esfuerzos desplegados por las mujeres en aquellas aciagas jornadas de julio de 1797. Únicamente podríamos reseñar la peculiaridad de encontrarnos el nombre de tres féminas en el listado del centenar largo de paisanos que entregaron armas capturadas a los ingleses -Antonia Francisca haciendo entrega de un sable; Josefa Cabrera, de un fusil; y María Perera, de una bayoneta-, si bien ninguna de ellas ni sus apellidos se corresponde con los del conjunto de mujeres censadas en San Andrés entre las cuales debería hallarse la identidad de aquella valiente amazona. (7)
 
          Es ahora, cuando tratamos de adentrarnos a conocer la identidad de esta heroína, cuando nos topamos con el aspecto más difícil y desalentador de este episodio. Para ese ambicioso objeto solo podemos contar actualmente con los dos únicos censos de población históricos que existen sobre la población de San Andrés, uno fechable en torno a 1779/1780 y otro de marzo de 1804, cada uno con sus singularidades. El primero, separado casi una veintena de años de nuestro episodio en cuestión, y el segundo, más próximo cronológicamente al haber sido realizado por el escribiente Esteban Lartigue el 20 de marzo de 1804, pero centrado únicamente en registrar todos aquellos “hombres capaces de tomar las armas”, con escasas indicaciones por tanto a las mujeres, que aparecen solo en el caso de ejercer como madres viudas con hijos a su cargo. (8)
  
          De ambos documentos el que nos otorga más “juego” y posibilidades de análisis es el custodiado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (fechado hacia 1780) (9), y será precisamente con él con el cual trataremos de entresacar ese grupo de féminas que nos sirvan para acortar las efímeras opciones que tenemos de identificar a nuestra particular heroína. A tal efecto procederemos a suprimir en nuestro filtro a todas aquellas mujeres de edad madura o avanzada ya para esa fecha de 1780, pues en 1797 tendrían 17 años más y no pensamos que respondan así al perfil de esas ágiles vendedoras ambulantes que se enfrentaban al duro recorrido costero entre San Andrés y Santa Cruz de Tenerife. No cabe duda que en este intervalo temporal bien pudieron haberse mudado a San Andrés otras familias y mujeres que escapen a nuestras pesquisas, hándicap o pauta que dejamos reflejada aquí para un acercamiento más fidedigno a la realidad de esta cuestión y sobre la que no tenemos control alguno(10). El resultado de esta búsqueda se aprecia en la tabla adjunta.
 
           Nombre                      Edad (en 1780 – 1797)
 
1.- “Sobrina de Juan de  Morales” (25 – 42)
2.- “Josefa, hija de María Josefa de Vera” (23 – 40)
3.- “Lucía, hija de Melchora de los Reyes  (25 – 42)
4.- Isabel Hernández  (18 – 35) 
5.- Josefa del Jesús Hernández  (10 – 27)
6.- Flora María Hernández  (8 – 25)  
7.- “Sobrina de Gabriel Hernández”  (-- - --)
8.- Josefa Martín  (22 – 39)
9.- María del Jesús Ramos Núñez  (22 – 39)
10.- Gracia María Ramos Núñez (14 – 31)
11.- Bárbara Vivas (23 – 40)
12.- “Sobrina de Bárbara Vivas” (8 – 25)
13.- “Sobrina de Bárbara Vivas”  (6 – 23)
14.- “Hija de Juan Lorenzo Tejera”  (4 – 21)
15.- “Hija de Juan Lorenzo Tejera”  (3 – 20)
16.- Florencia Eulalia Lorenzo Tejera  (19-36)
17.- Josefa Veloso  (19 – 36)
18.- Antonia Juana González Peña  (3 – 20)
19.- Isabel González de Acevedo  (5 – 22)
20.- Antonia González de Acevedo  (2 – 19)
21.- Rosa, hija de María Álvarez  (5 – 22)
22.- Antonia, hija de María Álvarez  (1 – 18)
23.- Rosa Melián Alberto  (17 – 34)
24.- Jacinta Melián Alberto  (13 – 30)
25.- Josefa Melián Alberto  (11 – 28)
26.- Águeda Melián Alberto  (9 – 28) 
27.- Ana María, hija de María Candelaria  (16-33) 
28.- Josefa de Vera García (25 – 42)
29.- Sebastiana de Vera García  (22 – 39)
30.- Rosa de Vera García  (1 – 18)
31.- Magdalena Veloso  (29 – 46)
32.- Josefa Jorge Veloso  (8 – 25)
33,. Cándida Jorge Veloso  (5-22)
34.- María Morales  (13 – 30)
35.- Gabriela Morales  (14-31)
36.- Clara Morales  (4 – 21)
37.-Juana Morales  (1 – 18)
38.- Elena, esposa de Manuel Gómez  (22 – 39)
39.- Josefa López de Vera  (19 – 36)
40.- María de la Peña López de Vera  (7-24)
41.- Antonia Tejera  (5 – 22)
42 – 45.- Cuatro hijas de Ana Rodríguez, viuda  (20-47, 15-32, 12-29 y 8-25)
46.- Josefa, hija de Juana Rodríguez de Vera  (25 – 42)
47 - 50.- Cuatro hijas de Cristóbal de Baute y Rosalía Peña (27-44,25-42, 4-21 y 3-20)
51.- Águeda Álvarez  (28 – 45)
52.- Jacinta, pariente de la anterior  (20 – 37)
53.- Josefa Robayna Mejías  (18 – 35)
54.- María Robayna Mejías  (8 – 25)
55.- María Núñez Cabrera  (10 – 27)
56.- María de Rojas  (20 – 37)
57.- Ana González Goleta  (15 – 32)
58.- María González Goleta  (12 – 29)
59.- ----- González Goleta (no se consigna el nombre)  (1 – 18)
60.- Tomasa Ramos de Armas  (18 – 35)
61.- María de Rojas  (20 – 37)
62.- Josefa de Rojas  (16-33)
63.- Josefa, hija de Gregoria García  (6-23)
64.- Juana Tomasa, hija de Luisa Peña  (18 – 35)
65.- Clara Amador  (14 – 31)
66.- Tomasa Amador (7 – 24)
67.- María Rojas  (6 – 23)
68.- María González Núñez  (10 – 27)
 
          A estas 68 féminas debemos añadir el nombre de dos más, Rosa Alcuña y Mariana Miguel, viudas ambas, que aparecen en el censo de 1804 y no en el anterior, aunque desconocemos sus edades al no aparecer reflejadas en el pertinente documento. Como puede observarse nos encontramos con unas potenciales 70 mujeres para identificar hipotéticamente a aquella "agreste del valle de San Andrés" que diera la voz de alarma a los centinelas de Paso Alto. Aunque parezca una misión imposible, de todo este contingente sobresale o se distingue una sola familia (nº 42/45), la constituida por las “cuatro hijas de Ana Rodríguez, viuda” -cuyos nombres no se recogieron en el empadronamiento estudiado-, ya que se da la curiosa circunstancia de que, en el apartado de observaciones del censo, se especifica que “todas se ejercitan en ir a vender ollas de este mismo país al de Santa Cruz”. Es la única referencia dentro de todo el padrón de habitantes a mujeres que se desplazaran al puerto y plaza y ese dato no deja de ser tremendamente ilustrativo. 
 
          Si bien el siguiente paso debería haber sido ir perfilando todas y cada una de estas identidades a través de los registros parroquiales custodiados en el Archivo Histórico Diocesano, por si fallecieron o se marcharon de San Andrés antes de 1797, el pésimo estado de conservación de los primeros libros parroquiales de esta iglesia nos imposibilita esta interesante opción, aunque hemos llevado al máximo nuestros esfuerzos para entresacar, entre párrafos desvaídos, lo poco que puede leerse de la primitiva historia de los pobladores de San Andrés en el Setecientos.
 
          Invariablemente hemos de seguir el rastro de esa familia de gangocheras, que nos hace concebir cierta esperanza al tratarse de un oficio que tradicionalmente pasa de madres a hijas, y que se perpetúa en la familia al acostumbrarse al tránsito, a las veredas, a las caminatas en la madrugada. Ya Gilberto Alemán avisaba de este componente conservador en los oficios isleños tradicionales ambulantes, “tres generaciones de lecheras: abuela, madre e hija. Pocos cambios en la vida campesina” (11). En nuestro afán por adentrarnos en las referencias históricas de ese grupo familiar, en primer lugar, tuvimos la suerte de identificar a la viuda Ana Rodríguez, desposada en San Andrés el 26 de septiembre de 1752 con Juan Ángel Fragoso, tal y como poder apreciar en la partida de casamiento que transcribimos: 
 
                    “En veinte y seis de septiembre del presente año de mil setecientos cinqta. y dos yo, don Clemente Lorenzo Cabrera, cura / de la iglecia parroquial del Sor. Sn. Andres del Valle de Salazar de esta ysla, casé a Juan Angel, viudo de Juana / Zambrana a tiempo de mes y medio, con Anna Rodrigues, hija lexª. de Juan Manuel Rodriguez y de su mu- / jer, Josefa Ribera, naturales del lugar de Sta. Cruz y vos. deste dicho lugar, aviendoles oido y entendido / su mutuo consentimiento y presedido las tres proclamas que dispone el Sto. Concilio, y no resultando / impedimento que a mis noticias llegara, habiendo (roto) en la doctrina cristiana (roto) / las demás diligencias que se disponen (roto) fueron sus // (fol. sig) // padrinos Juan Manuel Rodrigues, su padre, y Manuela, su hermana de la contrayente, siendo testigos Joseph Cabeza / de Vaca, Salvador Cabrera [y] Gabriel Fernandes, vos. de dho. lugar, y por ser verdad, lo firmo, Clemente Lorenzo Cabrera (firmado rubricado)(12).
 
          Analizando esta partida sacramental podemos observar que ambos contrayentes, tanto Juan Ángel Fragoso como Ana Rodríguez, son naturales de Santa Cruz de Tenerife (13), localidad con la que, sin duda, guardarían vínculos familiares próximos, factor este muy importante a la hora de facilitar el traslado y la comunicación entre ambos núcleos poblacionales. Sobre la identidad de sus cuatro hijas hemos logrado discernir lo siguiente: 
 
     (1). Micaela Josefa, hija de Juan Ángel Fragoso y de Ana Rodríguez, nació el 23 de febrero de 1758, siendo bautizada el 27 de febrero siguiente (14). De todas las hijas de este matrimonio es de la que más referencias hemos hallado pues, de hecho, sabemos que tuvo un hijo natural (15) con el soldado miliciano Pedro Marrero -natural de San Juan de la Rambla-, con quien se desposaría entre septiembre y diciembre de dicho año 1779 (16) y otra niña, María Micaela, que vería la luz el 28 de septiembre de 1781 -recibiendo las aguas bautismales el 7 de octubre siguiente- (17)
 
     (2). María de la Concepción, nacida en dicha localidad de San Andrés el 24 de diciembre de 1761 y bautizada el 26 de diciembre siguiente (18).
 
    (3). Josefa de la Trinidad, que vio la luz en ese enclave costero el 17 de junio de 1764, recibiendo las aguas bautismales el 21 de junio siguiente (19).
 
   (4). Y sobre la identidad de la cuarta hija tenemos dudas ya que pensamos que debería ser Antonia Josefa del Sacramento, que aparece en los documentos parroquiales como hija de Ana Rodríguez y “de padre no conocido” -nacida el 16 de junio de 1767 y bautizada dos días después- (20), aunque también podría ser aquella María Magdalena Rodríguez que en 1804 aparece residiendo en la vivienda familiar de la misma calle donde estaba censada su madre viuda, Ana Rodríguez, en 1780.
 
          Atendiendo a sus respectivas edades en 1797 (Micaela, 39; María de la Concepción, 36; Josefa, 33; y Antonia, 30) (21) se alimenta nuestra ilusión, acaso vanamente, solo de pensar que cualquiera de ellas pudo haber sido aquella “agreste” de San Andrés, siendo las más jóvenes quizás las que acaparan más posibilidades de adecuarse al perfil de aquella valiente y ágil gangochera. Ojalá esta aproximación, acertada o no, consiga despertar esa inquietud por esclarecer este agravio histórico singular, donde la figura de esta mujer valerosa ha quedado en segunda fila por su carácter anónimo y circunstancial.
 
Conclusiones
 
          En 2012 el Mando de Canarias sufragó la colocación de una modesta placa en el paseo próximo a Paso Alto en recuerdo a esta campesina de San Andrés que alertó a los centinelas de aquella fortaleza del primer desembarco inglés en la madrugada del 22 de julio de 1797 -con dibujo alegórico realizado por la artista y amiga Gladys de Armas Trujillo, miembro de la Tertulia de Amigos del 25 de Julio-. Hoy, al amparo de estas sencillas líneas, hemos querido rendir tributo a su memoria una vez más, enfatizando la relevancia de su aportación, absolutamente vital para la eficacia de la defensa frente al asalto británico. Cuando ella aceleró su paso para alcanzar con presteza el abrigo del castillo de Paso Alto, dando aviso a sus artilleros del inminente peligro del desembarco enemigo, desconocía las consecuencias futuras de un gesto que, sin dejar de ser natural ante la angustia y la pesadumbre tan próximas, iba a cambiar para siempre nuestra realidad actual, influyendo en el devenir histórico de Santa Cruz de Tenerife al abortar de raíz la perentoria amenaza.  Como escribiese la periodista María del Pino Fuentes de Armas,
 
                    "La mujer del valle de San Andrés tuvo un papel crucial en la Gesta, pero su identidad y su memoria se perdieron en el anonimato de una contienda en la que carpinteros, campesinos, herreros, mercaderes y gentes de la mar se despojaron de sus herramientas de trabajo y se hicieron con un fusil dispuestos a defender la ciudad del ataque de los ingleses. Hoy cabe preguntarse si sobrevivió, pues en el oscuro olvido de las crónicas nadie pronunció su nombre" (22).
 
          Es curioso que haya sido la Literatura, el mundo de las Letras, a través de la mencionada María del Pino Fuentes y del novelista y también tertuliano Jesús Villanueva Jiménez (23), quienes hayan reclamado la atención de los lectores sobre esta fémina desconocida, pugnando siempre porque ojalá llegue el día en que podamos conocer la identidad de esa «agreste» de San Andrés, con quien esta capital, la isla y todos estaremos siempre en deuda. La Historia, celosa guardiana de innumerables secretos, nos brindará entonces su cara más amable, su tez más justa y digna. Hasta que llegue ese momento, y tal y como escribiera Mario Benedetti, nos conformaremos sabiendo que nunca dejará de ser cierto que "el olvido está lleno de memoria"
 
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NOTAS
 
1.- Las imágenes tanto del pueblo de San Andrés como de la costa entre esa localidad y la capital santacrucera, entresacadas de las páginas del ejemplar de Revista Gráfica dedicado a Canarias, escrito en 1930 por José María Benítez Toledo, las hemos obtenido a través del magnífico recurso-web de "Memoria digital de Canarias", gracias a la mediación siempre generosa y amable de nuestro amigo Agustín Miranda Armas, que nos puso sobre aviso de ellas. 
2.- COLA BENÍTEZ, L.; ONTORIA OQUILLAS; P., GARCÍA PULIDO, D. [1997], Fuentes documentales del 25 de Julio de 1797, Santa Cruz de Tenerife, Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, p. 142.
3.- A través de la web http://www.rae.es/recursos/diccionarios/nuevo-diccionario-historico se puede consultar esa edición (la 4ª), donde además se otorga a esa voz de «agreste» el significado de todo aquello «que produce y cría el campo naturalmente y sin cultura alguna. Lo mismo que silvestre. Rusticus». 
4.- Podríamos acercanos incluso al contenido de su «cargamento» si hacemos caso de los pocos excedentes de producción que a finales del siglo XVIII se daban en el valle de San Andrés: «el mayor ramo es la leña y ollas, y también las patatas y fruta de higos pasados» [censo de 1779/1780, Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (RSEAPT), tomo XXII, ff. 224-233, disponible en línea a través de la web de dicha prestigiosa institución, http://www.rseapt.es/es/archivo/padrones-de-habitantes-digitalizado]. 
5.-Colección particular, Madrid. Aunque Alfred Diston se circunscriba a reflejar la realidad de las vendedoras ambulantes portuenses, esos parámetros y pautas que las definen se repetían de forma idéntica en las diferentes localidades de la isla. 
6.- ALEMÁN DE ARMAS, G. [1995], Lecheras, gangocheras y vendedoras, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, colección Cronos, nº 6.
7.- LANUZA CANO, F. [1954], Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife: relato histórico con arreglo a documentos oficiales de la época Madrid, Talleres del Servicio Geográfico del Ejército, pp. 247-248.
8.- Archivo Municipal de Santa Cruz de Tenerife (AMSCT). 
9.- RSEAPT, ms. cit.
10.-Asimismo hemos de reseñar que no se ha tenido en cuenta el empadronamiento del vecino pago de Igueste de San Andrés al haber hecho el alcalde Marrero exacta relación a ser una campesina del «Valle de San Andrés», topónimo que englobaba entonces solo al pueblo homónimo y sus alrededores.
11.- ALEMÁN DE ARMAS, G. [1995], Op. cit. 
12.- Archivo Histórico Diocesano de Tenerife (AHDT), iglesia de San Andrés, libro I de Matrimonios, fol. ilegible.
13.- El lugar de nacimiento de Juan Ángel Fragoso figura en la partida de casamiento con su primera mujer, Juana Zambrana de la Rosa, tal y como puede comprobarse en el libro V de Matrimonios de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, folio 117v. Posiblemente se velarán en San Andrés en abril de 1747, en cuyo libro I de casamientos solo puede leerse que es una ceremonia en la que se prometen los votos Juan Ángel Fragoso y una contrayente de imposible lectura.
14.- AHDT, iglesia de San Andrés, Libro I de Bautismos, folio 62r.
15.- El niño fue bautizado como Domingo de la Cruz y nació el 7 de mayo de 1779 -AHDT, iglesia de San Andrés, ff. 141v-142r.
16.- El estado deteriorado del libro I de matrimonios nos impide precisar la fecha y el folio de este enlace.
17.- AHDT, iglesia de San Andrés, Libro I de Bautismos, folio ilegible.
18.- AHDT, iglesia de San Andrés, Libro I de Bautismos, folio 45.
19.- AHDT, iglesia de San Andrés, Libro I de Bautismos, folio 51v.
20.- AHDT, iglesia de San Andrés, Libro I de Bautismos, folio 102r.
21.- El hecho de no poder leer los registros de fallecimiento al haberse inutilizado por completo el Libro I de Defunciones de la iglesia de San Andrés, que cubre todo este intervalo temporal del siglo XVIII y principios del XIX, nos ha impedido descartar a ninguna de ellas en este supuesto. Las edades referidas en el censo de San Andrés (47, 32, 29 y 25) suelen ser erróneas, norma casi inherente a la de todos los padrones de habitantes de centurias pasadas al ser meramente indicativas y tomadas del testimonio de la persona que residiese en el hogar en el momento del empadronamiento –que no siempre conocía las edades de todos y cada uno de los inquilinos-. 
22.- FUENTES DE ARMAS, M.del P. [2016], «Una anónima campesina de San Andrés y las aguadoras de Santa Cruz, piezas claves en la defensa de la Isla», en La Opinión, Santa Cruz de Tenerife, 5 de octubre de 2016.
23.- VILLANUEVA JIMÉNEZ, J. [2011], «Los gritos de la agreste de San Andrés. Sobre la Gesta del 25 de Julio de 1797», suplemento de La Prensa, en El Día, Santa Cruz de Tenerife, 23 de julio de 2011. p. V.
 
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