Las conversaciones de Sócrates y la vieja bruja (Relatos del ayer - 9)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en el número de febrero de 2017 de la Revista NT de Binter).
 
 
 
          Atardecía -fresco el día en Las Palmas- el sábado 28 de febrero de 1976, cuando por la calle Juan Rejón, camino del Castillo de la Luz, paseaba el gran Sócrates en animada conversación con una bruja de aguileña y afilada nariz, tocada de una negra y peluda verruga. El sabio ateniense, que cubría su fornido cuerpo con una rústica toga, caminaba despacio, atendiendo a quién sabe qué explicaciones le daba la bruja de la fea verruga. Podíamos decir que, a tenor de los aspavientos de la vieja hechicera y el fruncido entrecejo del griego inmortal, de gran interés les suponía a ambos el contenido del debate. Entre tanto, algunos viandantes les señalaban y saludaban, sonrientes, y los había que hasta soltaban unas risotadas, en absoluto disimuladas. Curiosamente, no parecía molestar a ninguno de los contertulios aquellas expresiones descaradas de los paisanos, por el contrario, aparentaban disfrutar con las expresiones espontáneas de la gente. Se limitaba el gran filósofo a saludar alzando la mano con parsimonia, cual lo hacen los reyes aclamados por el pueblo, asintiendo con la cabeza, señorialmente. La bruja sacaba la lengua, sobre todo a los niños que se acercaban con ojos curiosos y expresión de asombro, y agitaba las manos mostrando las largas y afiladas uñas, emitiendo agudas y roncas risas de cuento. Algún que otro pequeño, asustado, corría a los brazos de los padres que, lejos de molestarse con la vieja, reían a la vez que consolaban al chiquillo. Un mozalbete, que trató de tocar la larga nariz de la bruja, recibió en el trasero un sonoro escobazo, cuando un guardia municipal saludaba al sabio ateniense, que respondía al saludo estrechándole la mano con gesto complaciente. 
 
          Así transcurría el paseo de la insólita pareja, a quienes se unieron muchos transeúntes, camino del Castillo de la Luz, donde se habían congregado varios centenares de vecinos. Y allí, junto a la antigua fortaleza, donde se había levantado un escenario, departían alegres los paisanos, en especial los de la Asociación de Vecinos de La Isleta, que capitaneados por el entusiasta Manolo García Sánchez, habían rescatado para la capital de Gran Canaria el Carnaval suspendido durante las últimas cuatro décadas. Aquella tarde se anunció la buena nueva, y los vecinos aplaudieron las actuaciones de la comparsa Los Caribe y del grupo folclórico Los Gofiones, y hasta se eligió a la Reina de aquel primer renacido Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, Rosa Delia González, que saludó al público henchida de felicidad. Del 1 al 6 de marzo se celebraron las fiestas, y su consiguiente cabalgata, que partió del Castillo de La Luz y transcurrió por las calles Juan Rejón, Albareda, el Parque Santa Catalina y Sagasta. 
 
          No hubo un día que el sabio Sócrates y su amiga la bruja de la negra y peluda verruga no pasearan por aquellas calles, inmersos en sus geniales interpretaciones, como tantos otros vecinos, en el urbano escenario de tan añorado Carnaval. 
 
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