Agatha Christie y "El hombre del mar"

 
Por Alastair F. Robertson (Publicado en inglés en el número 557 -19 de agosto a 1 de septiembre de 2016- de Tenerife News). Traducción de Emilio Abad
 
 
 
          Estoy seguro de que todo el mundo en Tenerife sabe que Agatha Christie visitó las Islas Canarias, donde terminó, sin que disfrutara mucho escribiéndolo, El misterio del tren azul, uno de sus libros. Lo más destacado para nosotros es que permaneció en el Puerto de la Cruz, donde, buscando una ligera evasión, o quizás como un exorcismo, escribió un relato corto sentada en el jardín del Sitio Litre. Esa narración se tituló El hombre del mar y se convirtió en uno de los seis capítulos de un libro de relatos cortos que llevaba por nombre El misterioso Mr. Quin
 
Mr Quin Custom
 
          Pero, ¿cuántas personas han leído ese libro? Como todos, desde hacía años sabía de su existencia, pero fue tan solo hace unos pocos meses cuando me decidí a comprar un  ejemplar. Nunca lo había visto en tiendas de libros de segunda mano o en mercadillos con fines caritativos, pero lo compré “on line” sin el menor problema. En algún momento, el precio del libro de segunda mano fue de 10 peniques, como pueden ver ustedes en la cubierta, pero mi algo ajado ejemplar me costó un poco más.
 
          Es una obra algo extraña si la comparamos con los estándares normales de la producción de Agatha Christie, pues en El hombre del mar aparece un elemento sobrenatural al aludir Mr. Quin a un “encargo” de un hombre muerto. Naturalmente Harley Quin se basa en un arlequín, un personaje teatral, un fuego fatuo que aparece y desaparece inopinadamente, lo que siempre anuncia un misterio, a menudo relacionado con el amor, la tristeza y la muerte, que será desentrañado por el personaje central, el elitista, tranquilo y aún así sociable y popular Mr. Satterthwaite. La aparición de Mr. Quin en una historia siempre coge por sorpresa a Mr. Satterthwaite, pues surge cuando y donde no se le esperaba y a menudo con su cara medio sombreada como la máscara de un arlequín, y la luz, de la luna o de un farol de la calle, produce que su ropa parezca diseñada como la vestimenta diamantada del arlequín.
 
          En la cubierta posterior del libro se lee: “El misterioso Mr. Quin, como el invisible Arlequín de los cuentos, aparece solo cuando los amantes está en problemas o la muerte se ha equivocado. En doce complicados casos de asesinato, escándalo y suicidio Mr. Satterthwaite descubre la verdad y consigue que, por lo que se refiere a los falsamente acusados, la justicia resplandezca – con la ayuda de Mr. Quin…”
 
          Mientras lee El hombre del mar, a través de las descripciones del entorno en que se desarrolla la acción, el lector puede contemplar el Sitio Litre, la playa Martiánez, dominada por La Paz en lo alto del acantilado y el Puerto de la Cruz en su conjunto. Y cuando uno relaciona el meollo del relato, que recoge la amargura de una mujer ofendida, con lo que estaba sucediendo en la vida de Agatha Christie en aquel momento, se percata de que la realidad se está reflejando en la ficción. Su matrimonio con Archie Christie se estaba rompiendo, incluso aunque aún ella lo quería, y esperaba el divorcio que se formalizó en abril de 1928. Con el corazón destrozado, sin ilusión, emocionalmente en huída, ella se preguntaba sobre si la vida valía la pena. El permanente aburrimiento de Mr. Satterthwaite, su sensación de estar envejeciendo y el deseo de sentirse “seguro y confortable” que se expresan al principio de la obra bien podían ser un reflejo de lo que sentía la autora. 
 
          En El hombre del mar se conjugan el amor perdido, la desilusión, las dudas sobre el sentido de la vida, el vacío, la muerte y la idea del suicidio, pero, así y todo, la obra termina con un cálido resplandor de esperanza en el futuro, el claro final con que siempre nos encontramos en sus obras.
 
          No sabemos si eso era lo que Agatha Christie deseaba para sí misma, o si simplemente sucede que no iba con su estilo el acabar un relato con un final triste y desesperanzado. Pero para la nostalgia queda la gentil atmósfera que se viviría en el Puerto de la Cruz de los años  20 del siglo pasado.
 
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