La sonrisa pícara de un viejo sabio.

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en La Opinión el 4 de agosto de 2016).
 
 
          La vida sólo te impone una exigencia, al menos esta terrenal que conocemos, la inexcusable obligación de abandonarla un día. Abrimos los ojos con un llanto que es toda una declaración de intenciones. ¡Aquí estoy; he llegado! Hay gente que llega, pasa y se va y apenas deja huella en el camino. Pero los hay que dejan una huella bien  profunda, una marca grabada en la piedra de la historia.
 
         Es el caso de Luis Cola Benítez, amigo y maestro, que nos dejó la noche del pasado martes 2 de agosto. Luis nació en Santa Cruz de Santiago de Tenerife en 1933, desde joven, quizá desde niño, sintió una intensa vocación por la investigación histórica, particularmente aquella relacionada con su tierra natal. Tanto fue así, que compaginó su actividad profesional como agente comercial con la investigación, que le indujo a escribir decena y media de libros y varios cientos de artículos en prensa, entre ellos sus inolvidables Retales de la historia, que cada domingo, durante varios años, fueron publicados en La Opinión de Tenerife, donde nos narró tanto anécdotas curiosas, como hechos trascendentes de la ciudad que le vio nacer. Su consagración como historiador, conocedor y divulgador de los anales de nuestra capital, así como la defensa a ultranza de su patrimonio cultural, le llevó a ser nombrado cronista oficial de Santa Cruz, el 20 de junio de 2011.
 
          Siempre estará unido el nombre de Luis Cola a la recuperación del más importante capítulo de la historia de nuestra capital, así como de Canarias en su conjunto (luego de la conquista de las Islas por el reino de Castilla), la Gesta del 25 de Julio de 1797. Su labor de investigación, junto a otros miembros de la Tertulia Amigos del 25 de Julio -de la que fue cofundador, en 1997-, nos mostró con detalle cada página, cada anécdota, cada circunstancia de aquellas gloriosas jornadas del 22 al 25 de Julio (del que haremos 220 años en 2017), de sus antecedentes y sus consecuencias; así como rescató del olvido el mérito de aquellos héroes que la hicieron posible, muchos de ellos prácticamente anónimos.
 
          Recuerdo una ocasión, frente a la iglesia de la Concepción, durante la celebración del día de Santiago Santo de 2015, en la que Luis me contó que fue su padre quien le inoculó el amor tan profundo que sentía por Santa Cruz, cuando desde muy pequeño, paseando con él de la mano por sus calles y plazas, le iba descubriendo tal y cual historia que cada rincón le recordaba, y que lo que con su padre había aprendido le hacía sentirse profundamente chicharrero y profundamente español.
 
         Tuve el gran honor y la enorme satisfacción de contar con su amistad. Siempre aprecié en él un hombre fundamentalmente bueno, amable, servicial y humilde, sobre todo humilde. Luis Cola fue un artesano de la investigación histórica y de las letras, hecho a sí mismo, lo que encumbra aún más sus muchos méritos.
 
          Hoy, Luis estará, seguro, allá arriba, junto a Santiago Santo, a la espera de un escritorio cerquita del más secreto de los archivos, deseando indagar entre los infinitos legajos de historias escritas y por escribir. Ahora lo imagino mirando el mundo desde las alturas, con aquella sonrisa pícara de viejo sabio. Descansa en paz, querido amigo, querido maestro.
 
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