José Hernández Arocha, el héroe tinerfeño de "Los últimos de Filipinas"

 
Por Miguel Ángel Noriega Agüero (Publicado en asotavento.com el 2 de abril de 2016).
 
 
          He de confesar mi pertenencia al clan de los “ministericos”. Esa masa de telespectadores que cada comienzo de semana se aferra al televisor, al monitor de su ordenador o a la tableta, ávidos de aventuras temporales a través de la historia de España. Hace poco más de un año comenzó mi enganche a una serie, “El Ministerio del Tiempo”, de guión ingenioso y relatos ocurrentes. El Empecinado, Cervantes, El Cid, Lope de Vega, Napoleón, Heinrich Himmler, Lorca, y muchos otros personajes de nuestra historia han llegado a las pantallas a lo largo de las dos temporadas de esta serie de culto, talento y personalidad. Y los que quedarán por llegar, porque el segundo ciclo de capítulos aún no ha acabado.
 
          El pasado lunes 28 de marzo de 2016 “El Ministerio” se trasladaba, y nos llevaba con él, a la Filipinas de 1898. En esa colonia española al otro lado del globo se llevó a cabo parte de aquel Desastre del 98 con el que (por fin) acababa un siglo, el XIX, que comenzaba con la derrota en Trafalgar y nos sumía en guerras, alternancias de gobernantes y jefes de estado y retraso en el camino a la modernidad que otros países europeos ya comenzaban a recorrer.
 
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          A finales de 1897 el Pacto de Biak-na-Bató llegó a apaciguar el conflicto que España mantenía contra los rebeldes filipinos que luchaban por su independencia y eso trajo consigo la salida de tropas españolas del archipiélago. De ahí que se “relajaran” las labores defensivas militares y, entre otras cosas, los alrededor de 400 hombres que custodiaban Baler fueran relevados por una guarnición de unas decenas de efectivos. Iba avanzando el primer semestre de ese año 98 y se encadenarían una serie de episodios que llevarían a nuestro país a entrar en guerra contra los EEUU. Estos rearmaron y financiaron a los insurrectos filipinos que volverían a actuar contra el destacamento español. Los hombres que seguían en Baler, bajo el mando del Capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi, desconocían esta nueva situación y el 30 de junio de ese 1898, al verse atacados por los tagalos, decidieron refugiarse en la Iglesia de San Luis de Tolosa, el edificio más fortalecido de todos los que existían en el poblado en ese momento. (Había sido construido con gruesos muros exteriores ya que la anterior parroquia había sido destruida por un tsunami años antes).
 
          Así, ajenos a la realidad bélico-política (Filipinas ya estaba independizada desde varios días antes, el 12 de junio) comenzaron una defensa numantina de su modesto fuerte durante 337 largos y tediosos días, hasta el 2 de junio de 1899. Racionaron las municiones y, por supuesto, la comida. Tenían una relativa buena despensa de garbanzos, arroz, latas de sardinas, pero a medida que fueron pasando los meses tuvieron que basar su dieta en hierbas y matas cocidas, ratas, serpientes, lechuzas, perros y todo bicho viviente que discurriera por esos reducidos lares.
 
          Durante esos 12 meses de asedio, concluyó la Guerra Hispano-Estadounidense al firmarse el Tratado de París el 10 de diciembre, comenzó otra en febrero siguiente entre los EEUU y Filipinas, que duraría hasta 1902, y España, mientras, trataba de liberar a aquellas decenas de compatriotas sitiados en una humilde iglesia, que pasarían a ser reconocidos popularmente en la historia como “Los últimos de Filipinas”.
 
         Durante esas 50 semanas de los 60 hombres, entre militares, sanitarios y religiosos que se refugiaban en Baler, 15 murieron de beriberi o disentería, 2 por heridas de combate, 6 desertaron y 2 fueron fusilados tras ser declarados culpables de intento de deserción.
 
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Uno de los supervivientes, el entonces Teniente Martín Cerezo,  llegó a relatar aquellos días de asedio en "El sitio de Baler" que en esta edición fue prologada por Azorín
 
          Dentro de la ilustre lista que componen los 35 supervivientes del sitio de Baler aparecen dos canarios, uno de cada provincia (en aquel destacamento figuraban también los soldados Rafael Alonso Mederos, de La Oliva, y Manuel Navarro de León, de Las Palmas, pero ambos fallecieron de beri-beri el 8 de diciembre y el 9 de noviembre de 1898, respectivamente).
 
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Foto de 32 de los supervivientes del "Sitio de Baler" (falta el médico Rogelio Vigil de Quiñones). José Hernandez Arocha: nº 22 Eustaquio Gopar Hernández: nº 23
 
          Uno de ellos era Eustaquio Gopar Hernández, nacido en Tuineje el 2 de noviembre de 1876. Este joven labriego se embarca rumbo a Filipinas tras enrolarse en el ejército, regresando, tras su valiente actuación en el asedio, a su isla natal en donde moriría el 25 de octubre de 1963, habiendo llegado a ser alcalde de Tuineje en dos ocasiones e incluso juez de paz. El otro de los canarios que sobrevivió en Baler fue el tinerfeño José Hernández Arocha. Hijo de Eulogio Hernández y Antonia Arocha este joven campesino lagunero, nacido el 18 de septiembre de 1876, se enrola como quinto en 1895, formando parte más tarde de las tropas que marchan a Filipinas como soldado de 2ª.
 
          José había llegado meses antes a Filipinas combatiendo, entre otros lugares, en Parañaque e Imús. Junto a sus ya célebres compañeros fue destinado a Baler saliendo hacia ese poblado el 7 de febrero de 1898, a donde llegarían seis días más tarde. Formaba parte de un destacamento de 54 hombres, bajo el mando de un capitán, dos segundos tenientes y un médico. Durante esos casi 12 meses, Hernández colaboró en la vida y defensa de una guarnición sitiada por los insurrectos filipinos y necesitada de víveres y agua. Precisamente él fue quien participó en la excavación de un pozo que se realizó en el patio de la casa del cura (que estaba adosada a la iglesia) logrando agua para todos los días de estancia en su refugio. Además, el joven soldado construyó un horno realizado con materiales del piso de la iglesia y tierra.
 
          Ambos jóvenes canarios regresan a España junto al resto de supervivientes, llegando a Barcelona a bordo del vapor Alicante al mediodía del 1 de septiembre de 1899, retornando cada uno con sus familias en los días siguientes. José y Eustaquio tomaron en la ciudad condal el vapor correo Cataluña (de la Compañía Transatlántica) que hacía escala en Tenerife, en su viaje a Buenos Aires. Así, llegan a la isla el 9 de septiembre y José vuelve a ver por fin a su familia.
 
          De nuevo en Tenerife, y desde recién llegado el joven soldado a su lugar de origen, comienza a prepararse un concierto en su honor, a iniciativa del Capitán General Aizpurua y Lucas Vega, Alcalde de La Laguna. Además, la recaudación de este acto sería entregada a Hernández como premio a su heroísmo y valentía. El recital tuvo lugar el sábado 7 de octubre en el Teatro Viana, que estaba situado en la lagunera calle Juan de Vera. El soldado ocupó plaza en el privilegiado palco presidencial junto al Capitán General y el Alcalde y frente a ellos, el escenario coronado por una pancarta que decía: “A José Hernández Arocha, su pueblo natal”. A mitad del concierto el periodista Guillermo Perera leyó un escrito preparado para tan magno momento y así ensalzar la hazaña del joven lagunero en Filipinas. Gracias a este evento fueron recaudadas unas 2.500 pesetas que le fueron entregadas al joven militar. 
 
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Programa del concierto homenaje a Hernández Arocha del 7 de octubre de 1899 (Teatro Viana, La Laguna)
("Diario de Tenerife", 7 de octubre de 1899)
 
          Además de lo obtenido con el concierto, a José le fueron entregadas unas 1.000 pesetas, fruto de la colecta organizada por el Capitán General Aizpurua entre sus compañeros de armas en la isla. Sumado a esto, se añaden las 100 pesetas que le fueron dadas, a él y a Eustaquio Gopar, por la Comisión Provincial, así como un obsequio de 125 pesetas concedido por el Ayuntamiento de La Laguna (aprobado en pleno del 15 de noviembre de 1899).
 
          Pero no acaban aquí los donativos. El 16 de noviembre, ante el notario de Blas Cabrera Topham, procede a escriturar la casa que, como recompensa, se le dio como regalo de boda. Esta casa sigue aún en pie en el lagunero barrio de Taco, precisamente frente a la plaza que actualmente lleva el nombre de José Hernández Arocha.
 
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          Curiosamente, tres meses más tarde, se le obliga a abonar 365 pesetas como pago de los derechos de tales escrituras. Así publicaba la noticia la prensa del momento:
 
               "La Región Canaria, 22 de febrero de 1900.
 
               Según se nos dice, ha sido notificado, por el Agente Ejecutivo de esta Zona, el soldado perteneciente al heroico destacamento de Baler, José Hernández Arocha, para que inmediatamente satisfaga la cantidad de 365’01 pesetas, importe de los derechos que le corresponden por la escritura de la casa que sus paisanos y la guarnición de Tenerife le han regalado en esta Ciudad. ¡¡365 pesetas! ¡Bonita recompensa para el infeliz repatriado que no posee otros recursos más que aquellos que le proporciona un mezquino sueldo en el Ayuntamiento, con el cual tiene que atender á la subsistencia de sus padres, pobres y desvalidos!
 
               ¡¡365 pesetas!!  ¡Bien, Sr. Estremera! Merece V… escapulario."
 
          Unos días más tarde de aquel suceso, el joven soldado, de 23 años en ese momento, contrajo matrimonio con la también lagunera (ambos de Taco), Juana González y Díaz, de 20 años. Ambos llegaron a tener cinco hijos, falleciendo ella en 1918, teniendo el más pequeño de los niños solo cuatro añitos en el momento de la muerte de Juana.
 
          Los ingresos en esa casa eran escasos y se vieron mejorados gracias a la pensión vitalicia de 60 pesetas mensuales que les fue otorgada a los supervivientes de Baler que seguían vivos en ese momento. Así José y Eustaquio se beneficiaron de esta paga desde el 7 de marzo de 1908.
 
         Ya con 43 años y viudo, en agosto de 1919, José Hernández pasa a trabajar de jardinero en Santa Cruz de Tenerife. Desempeñó sus labores en el parque de la Plaza Weyler, precisamente frente a la sede de Capitanía, sustituyendo al anterior en ese puesto, Plácido Pimienta.
 
         A punto de ser septuagenario, en 1946, y debilitado de salud le fue concedido el título de Teniente Honorífico.
 
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De izquierda a derecha: Bauza, Hernández y Gopar
 
          Y me gustaría concluir el artículo dedicado a estos héroes del Sitio de Baler, y en especial al lagunero Hernández Arocha, con una carta que este publicó en el periódico La Gaceta de Tenerife del 18 de octubre de 1919 en respuesta a otra aparecida en ese mismo medio siete días antes y redactada por otro superviviente de Filipinas, el mallorquín Antonio Bauza Fullana, que ese otoño del 19 se encontraba en Candelaria. Emotivas y cariñosas líneas de dos valientes héroes de guerra que, a pesar de que hacía dos décadas que no se veían, conservaban una estrecha amistad y unos recuerdos imborrables de aquellos meses de asedio y defensa.
 
               "Recuerdos de la campaña de Baler.
 
               Contestando una carta
 
               Sr. Director de Gaceta de Tenerife.
 
                Respetable y distinguido Sr. mío:
 
               Le ruego tenga a bien, favor que le agradecería muchísimo, insertar en las columnas de ese periódico la adjunta carta que le remito, como contestación a la que me ha sido dirigida por mi queridísimo amigo y compañero Antonio Bauza Fullana, publicada en ese diario el día 11 del actual.
 
                    Le dá por ello un millón de gracias y le vive agradecido su más atto. s. e. q. e. s. m.  José Hernández Arocha.
 
                    Santa Cruz de Tenerife, 19 de Octubre de 1919."
 
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                    “Al valiente Mallorquín, al héroe del Sitio de Baler (Filipinas) al mártir de la Patria, a mi querido amigo Antonio Bauza Fullana.
 
                    Queridísimo amigo Fullana: si grandes sorpresas recibí cuando juntos peleábamos en Filipinas en la Iglesia del pueblo de Baler, donde sitiados por un numeroso enemigo en aquel heroico sitio juramos morir antes que rendirnos, más grande aún la recibí hace días al leer en el periódico Gaceta de esta benéfica mil veces para mí y humanitaria Capital de Santa Cruz de Tenerife, la carta que me has escrito, la cual te contesto, con bastante alegría en el día de hoy, sintiendo que no esté tan bien escrita como la tuya; pero debe conformarte, porque no sé hacerlo mejor.
 
                    ¿Pero es verdad que aún vives?; veo que no has perdido nuestra antigua amistad, y el cariño que como compañero de aquellos inolvidables meses de calvario pasamos juntos en aquel inmortal y heroico sitio de Baler, donde cumpliendo aquel juramento que dimes cuando la patria nos llamó para defenderla, derramamos nuestra sangre, gota a gota en defensa de ella; poca me queda ya, pero si hiciera falta, estoy dispuesto, como tu también, a darla como buen Español.
 
                    Hace 21 años que no nos vemos, hace 21 años que nos separamos en Barcelona y recuerdo muy bien que me dijiste; ¡Adiós, José! salud y suerte; ya no nos volveremos a ver más; aquella despedida, amigo Fullana, fué para nosotros triste, muy triste; abrazados en el muelle en el momento de partir para mi tierra, nos despedimos para siempre, porque como peninsular que eres, no creí volverte a ver jamás, como así ha ocurrido con todos los demás compañeros del sitio.
 
                    Tu sabes muy bien que durante los 11 meses que duró nuestro martirio que es increíble, éramos los amigos inseparables, que nos contábamos nuestras penas, nuestras desdichas, nuestros sufrimientos, nuestras calamidades y nuestras amarguras ¡que eran muchas por desgracia!
 
                    Me dices en tu carta que soy un héroe y que debo estar entre laureles porque es la flor con que debo estar adorado; tú también, amigo Fullana, debes estar aún más que yo entre laureles, porque fuiste un héroe de verdad, un valiente y un mártir de nuestra patria.
 
                    Yo recuerdo, amigo Fullana aquél triste y amargo día en que hallándose el destacamento muerto de hambre, dispuso nuestro Jefe don Saturnino Martín Cerezo (dices muy bien en tu carta) el mil veces héroe y mártir de la Patria, una salida al bosque de uno de nosotros para ir en busca de unas hojas de calabacera para poder comer aquel día tan amargo y tú al oír que era menester que uno se separara (lo que nunca) de nuestro lado, para traernos que comer, dirigiéndote al Teniente te oí decir: 'mi Teniente, yo voy en busca de comida para V. y para el destamento; sí muero, bien está, es por mi patria, pero si escapo viviré satisfecho de haber salvado la vida de todos mis compañeros, pues como V. comprende es imposible seguir por más tiempo comiendo tantas cosas asquerosas' (no quiero decirte en esta carta porque tu sabes tan bien como yo, lo que comíamos).
 
                 Me acuerdo, amigo Fullana, que antes de salir, estabas casi desnudo y qué té acercaste a mí en aquel rinconcito del Captisterio donde me encontraba malo de aquella perra enfermedad del «Beriberi», y abrazándote de mi me dijiste: 'adiós amigo Arocha, voy a buscar comida para el destacamento; sí caigo en poder del enemigo, ya sabed que muero, reza por mí, ya nos veremos arriba, donde se ven los buenos, en el Cielo…. porque tu también vas a morir, porque estás muy hinchado.'
 
                    A los pocos momentos te vi regresar, alegre, triunfante, con un saco de aquellas sabrosas hojas: venias andando de cuatro patas y tu cuerpo era un manantial de sangre porque traías en él, qué se yo cuantas astillas que se te habían clavado en el Bosque.
 
                    Tú fuiste también uno, de los que en unión de 10 compañeros más, saliste a prender fuego al barracón donde estaba atrincherado el enemigo. ¡Que día más feliz aquél y más alegre para todos nosotros! Todo fué quemado y el enemigo corría sin saber a donde; tú fuiste también el que con tus certeros disparos inutilizaste el cañón que tenía éste para destruir la Iglesia donde estábamos sitiados, matando a los dos indios que lo manejaban. (Ese día me salvaste la vida).
 
                    Yo quisiera, amigo Fullana, contarte más hechos, pero no se explicarlos, porque como dices tú muy bien en tu carta, nosotros, pobres soldados, no hemos nacido para eso.
 
                  Me dices que tienes muchas ganas de llorar; yo también las tengo, ¿Pero como lloro, si no puedo? Moriré así sin poder llorar, sin poder desahogar este sufrimiento interior que a cada momento me entristece; sí te digo la verdad, no he tenido valor para leer tu carta; mi hija mayor me la ha leído, una, tres, cinco, que se yó cuantas veces, Antonio; si hubieses visto a estos cinco hijos desgraciados sin calor de madre porque hace un año la perdieron, ¡era lo único que me faltaba!, que apiñados a mi alrededor escuchaban con los ojos llenos de lágrimas lo que mi hija leía; yo me contentaba con mirarlos y con besarlos, pero no pude llorar, solamente cojí entre mis brazos al más pequeño que tiene 5 años y le dije; no se lo que lo dije, no me acuerdo, pero si sé que al siguiente día, cuando me dijo: 'padre, ¿qué me estabas diciendo anoche, dímelo?' Entonces, una de mis hijas contestó. '¿Sabes lo que te dijo padre anoche? que te hicieras un hombre para que cuando fueras grande, des tu sangre y tu vida, como él, en defensa de la patria.'
 
                    Ven lo antes posible a verme que quiero abrazarte. No sé si tendré fuerzas para ello porque estoy muy viejo pero me conformo con que tu me abraces y entonces los dos juntos, eso sí que tengo ánimo para hacerlo, daremos ese grito que tu dices quieres repetir y que mientras viva no lo olvidaré jamás y aún antes de morir si tengo alientos lo gritaré:
 
                    ¡Viva España!
 
                     José Hernández Arocha.
 
                    Taco (Tenerife) 19 Octubre 1919."
 
 
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