Funciones nocturnas (Retales de la Historia - 258)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 3 de abril de 2016).
 
 
          Pongámonos en situación. Finales del siglo XVIII y primeros años del XIX, ¿cómo eran las iglesias? Y, concretamente, refiriéndonos a lo que nos toca más de cerca, ¿cómo eran las iglesias en Santa Cruz?
 
          Se contaba ya con la iglesia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, que sería la construcción religiosa más antigua de Santa Cruz si no hubiera sufrido un voraz incendio que la destruyó casi en su totalidad en 1652. A pesar de la precariedad de medios inmediatamente se inició su reconstrucción y se pudo continuar el culto en corto plazo, pero las obras se prolongaron durante los siguientes siglos, hasta que a finales del XVIII ya presentaba el aspecto que en la actualidad tiene. Llama la atención, y hay que agradecerlo, la armonía constructiva del conjunto a pesar de haberse extendido su reconstrucción durante cerca de tres siglos.
 
          En aquellas iglesias, en las que si exceptuamos retablos y elementos de culto o decorativos interiores, los que podrían catalogarse como mobiliario de uso para los fieles -bancadas, sillas, reclinatorios- eran muy escasos o brillaban por su total ausencia, hasta el punto de que los fieles o instituciones que lo deseaban o podían hacerlo los llevaban desde sus domicilios y volvían a retirarlos al terminar la función. Además, para las funciones de madrugada o las de última hora del día, cuando el sol ya había declinado, era inevitable una deficiente o a veces inexistente iluminación, que trataba de contrarrestarse con muy escasos puntos de luz, cuando se contaba con fondos para costear la cera para velas y bujías.
 
          No sería de extrañar que a esas horas de escasa luz natural el aspecto del lugar fuera sombrío, en el que podían darse oscuros rincones. Las puertas de los templos no se solían cerrar, pues se contaba con el hecho de que las iglesias no eran sólo lugares de oración sino también de acogida y refugio para peregrinos y viajeros. Esto explica la existencia de un curioso funcionario municipal, el caniculario, destino que pidió en 1842 para la iglesia matriz el sepulturero José Duranzán. El trabajo se este funcionario consistía en evitar la entrada de perros en el templo. No cabe duda de que debía ser un trabajo bastante más descansado que el de abrir fosas y sepulturas. Algunos de estos empleos eran otorgados por el beneficiado, el vicario o el obispado, pero los pagaba el municipio, lo que llevó al alcalde Matías del Castillo a consultar al Gobierno “si sochantres, organistas, sacristanes, monaguillos, caniculares, campaneros, etc. que son pagados por fondos públicos, también deberían ser nombrados por el organismo público que les paga.”
 
          A todas estas circunstancias había que sumar las fiestas y romerías que tradicionalmente se celebraban a las puertas del templo, tal como ocurría en la plazuela del Pilar en su festividad de octubre, en la fiesta del Santo Cristo de Paso Alto y hasta en la misma parroquia matriz, fiestas que se prolongaban hasta altas horas de la noche. En 1809 nos cuenta Juan Primo de la Guerra que había “concurrencia de gentes, nevería, violín y guitarras y bailes y el demás aparato que llaman aquí patios. El mismo cronista nos habla también de la fiesta del Pilar y nos cuenta que “anoche hubo luminarias y ha habido concurrencia de gentes de este pueblo y de otros de la isla”.
 
          Esta concurrencia de gentes y las costumbres populares imperantes -damas tapadas y mozos embozados- favorecían sin duda situaciones no acordes con los verdaderos motivos del acto religioso. Sin querer nos viene a la memoria Leopoldo Alas "Clarín", La Regenta y el Magistral de la Catedral y Provisor en la Diócesis de Vetusta. En 1813 el beneficiado de la parroquia trató de poner orden en estas funciones sin demasiado éxito y la situación siguió igual y trascendió del reducido ámbito local. Ello hizo que en 1820 se considerara obligado a intervenir el gobernador del Obispado de Canaria que procedió a prohibir las funciones nocturnas en las iglesias de Santa Cruz “por las situaciones indecorosas que se producen”, lo que provocó la inmediata protesta del alcalde Patricio Anran de Prado por "la singularización realizada a este pueblo". El Deán contestó a la protesta municipal en términos no aceptables para el Ayuntamiento, y se acordó llevar el asunto a la Real Audiencia, pero todavía en 1829 este superior tribunal trataba de “medidas a tomar ante las irreverencias en los templos”, aunque en esta ocasión no se singulariza en población alguna.
 
          No sabemos cómo acabó la reclamación, pero durante bastante tiempo el Ayuntamiento dejó de asistir en cuerpo a las funciones sin atender a las invitaciones, incluso las más importantes, como las del comandante general por el día de San Fernando, “onomástica de nuestro glorioso, justo, benéfico y soberano monarca, por persistir las circunstancias en que se encuentra el Ayuntamiento”. Sin embargo, en 1848, cuando el obispo tenía que dar los Santos Óleos y se terminaría muy tarde, se acordó “dar un refresco en la sacristía para los concejales e invitados”.
 
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