Cuando la Ilustración llegó a Tenerife (Gracias, rey Carlos)

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en el número 546 de Tenerife News, 11 a 24 de marzo de 2016). Traducción de Emilio Abad.
 
 
  
          El siglo XVIII supuso para toda Europa una época de crecimiento intelectual, lo que se conoció como la Ilustración, cuando la gente, con espíritu investigador, deseaba conocer mejor el mundo en que vivía. Por lo que se refiere a España, el movimiento alcanzó su culmen entre 1759 y 1788, es decir durante el reinado del monarca Carlos III, al que se ha considerado “el más ilustrado de los Borbones del siglo XVIII” 
 
         Carlos III de España, miembro de la borbónica Familia Real francesa, había nacido en 1716 y subió al trono de España en 1759. Era igualitario por naturaleza, circunstancia bastante rara entonces, y conducía su propio coche, contestando a los saludos de quienes con él se cruzaban en señal de mutuo respeto. Además de su retrato oficial en vestimenta real, encargó otro en el que parece vestido con las sencillas ropas que usaba para cazar, lo que daba la apariencia de un hombre del pueblo.
 
          En una época de “absolutismo ilustrado”, cuando el deseo del monarca era una orden para todos, Carlos III dio muestras de ser un dirigente firme y consistente que tenía la rara habilidad de elegir ministros honrados y eficaces y que, con su sencillo estilo de vida, se ganó el respeto de su pueblo. A lo largo de los años reformó e incrementó la economía nacional española, especialmente al liberalizar el comercio del grano y al aprobar las leyes de libre comercio de 1778. Impulsó la realización de reformas sociales y en los gobiernos locales, lo que significó para las Islas Canarias el establecimiento de una “diputación común” (una especie de parlamento) y la elección de magistrados por los votantes (naturalmente votantes seleccionados). Reafirmó la autoridad de la Corona sobre la Iglesia, destacando la expulsión, en 1767, de unos 5.000 jesuitas de España y su Imperio. Pero no sólo fueron las reformas legislativas del gobierno lo que condujo al crecimiento de la economía española, sino también otras medidas prácticas como la mejora, mediante Real Decreto, de la red nacional de carreteras, lo que facilitó el desarrollo de la agricultura y un más amplio comercio interior. Estas reformas incluyeron las Islas Canarias y fueron gustosamente llevadas a cabo, 
 
          El rey tenía un gran interés personal en promover las ciencias y la investigación universitaria. Sin la dominante influencia de los jesuitas, se hizo posible la reforma de las Universidades, lo que supuso un valor añadido al espíritu investigador ilustrado. Fue por este tiempo cuando apareció en Tenerife el primer periódico impreso, lo que contribuyó a la rápida difusión de las ideas. El Semanario Enciclopédico Universal de 1781 fue el continuador de diarios manuscritos que sólo alcanzaban a ser leídos por un puñado de personas. Los isleños no guardaron su entusiasmo e ilustración para ellos mismos, pues varios canarios obtuvieron el reconocimiento nacional, como por ejemplo Juan de Iriarte, que llegó a ser director de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
 
         La incipiente curiosidad y el espíritu investigador se extendieron en muchas direcciones, una de las cuales fue el establecimiento de jardines para la aclimatación de plantas exóticas recogidas por todo el mundo. Pero existía un límite que debía superarse. En muchos casos, la  aclimatación de plantas muy jóvenes en los duros climas de Aranjuez y Madrid, en la España peninsular,  había resultado ser imposible y por ello, el 17 de agosto de 1788, el rey Carlos expedía una Real Orden que permitía a don Alonso de Nava y Grimón, sexto marqués de Villanueva del Prado,  la creación de los Jardines de Aclimatación, o el Jardín Botánico como se le conoce hoy día, de el Puerto de la Cruz y La Orotava. Pero la construcción de un jardín de 20.000 metros cuadrados en el Puerto de la Cruz no empezó hasta 1791, tres años después de la muerte de Carlos. Pero poca gente conoce la existencia de su hermana menor, la Hijuela del Botánico en La Orotava. Este pequeño oasis comprendía tan sólo 4.000 metros cuadrados, pero estaba perfectamente situado para que los residentes en la villa pudieran hacerle una visita. Además, el Puerto de la Cruz no tenía mucha importancia en aquel momento, puesto que era tan sólo el puerto de La Orotava, y de todas formas, los jardines estaban a bastante distancia de la población.
 
          La libertad económica recién adquirida llevó a un incremento generalizado de la confianza y el optimismo, y la paz que siguió al Tratado de Versalles de 1783, tras la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, en la que España tomó parte en contra de Inglaterra, animó más los ánimos. La paz en alta mar condujo a un incremento en las exportaciones comerciales españolas hacia sus colonias y América del Norte. Por su parte, ello influenció en el equilibrio de la sociedad, como consecuencia del aumento de la influencia de la clase media, la clase mercantil, con su riqueza, su habilidad para los negocios y sus ansias de mejora. Con esta apertura de las mentes se popularizaron los grupos no oficiales de debates culturales, o “tertulias”, que a menudo evolucionaron hacia “asociaciones económicas” que estaban preocupadas por algo más que por la economía.
 
          El movimiento creador de las “Reales Sociedades Económicas de Amigos del País” comenzó en 1764 con la fundación de la Real Sociedad de Madrid, constituida con la aprobación del rey Carlos. Sus fundadores se encontraban entre la clase noble, pero el espíritu de la Ilustración impregnaba todos los niveles de la sociedad. Las Reales Sociedades buscaban modernizar España impulsando mejoras en todos los aspectos de la vida pública y en todas las áreas del conocimiento. El movimiento llegó a Tenerife en febrero de 1777 con la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife.
 
          La asociación supuso el enlace entre la evolución iniciada por la Tertulia de Nava, un grupo de debate que se reunía en el lagunero Palacio de Nava, y la Junta Suprema de Canarias, el primer gobierno autónomo de las Islas. En 1778 el rey Carlos autorizó a la Real Sociedad de Tenerife a ocupar “los locales solicitados para sus reuniones y la instalación de archivo y biblioteca”. Se trataba del número 23 de la calle de San Agustín, en La Laguna, donde hasta nuestros días, con la excepción de cortos períodos, ha permanecido ubicada la Sociedad.
 
          Entre sus muchos logros, la Real Sociedad contribuyó al establecimiento del Jardín Botánico y a la creación de la Universidad de La Laguna y del Obispado de Tenerife. Una de las actividades prácticas fundamentales que llevaba a cabo la asociación era la realización de un recorrido de la Isla por parte de sus miembros con el fin de estudiar, de una manera científica a la vez que compasiva, lo que veían. Uno de los resultados fue que, entre 1778 y 1780, la Sociedad produjo veintisiete censos de Tenerife, en los que se detallaba la edad y la ocupación de cada vecino, así como las relaciones existentes entre los habitantes de una misma vivienda. Con ello, la Sociedad se adelantó en 60 años a la realización del primer censo británico. 
 
          Las Islas Canarias se diferenciaban de la España peninsular en que la influencia foránea en la sociedad era mucho más fuerte, debido a los lazos del comercio marítimo y al elevado número de hombres de negocio extranjeros que se trasladaban a vivir aquí. En gran manera, la riqueza del comercio exterior fue la causa del cambio en el aspecto de los centros urbanos y sufragó los gastos de construcción de muchas grandes casas del siglo XVIII, por ejemplo las de La Laguna, donde el importado estilo neoclásico romano y griego influyó en la arquitectura isleña. Se mejoraron también los espacios públicos, y en las ciudades se abrieron calles y aparecieron avenidas flanqueadas por árboles. Un ejemplo lo constituye el Paseo de la Alameda, construido en Santa Cruz en 1787, donde la entrada a una avenida arbolada se hace a través de una triple arcada en lo que hoy es la Plaza de España-
 
 
          Por desgracia, esta etapa de “relativo esplendor” terminó al fallecer Carlos en 1788, cuando la ascensión al trono de su hijo Carlos IV fue seguida muy de cerca por la convulsión que sufrió Europa como consecuencia de la Revolución Francesa y los veinte años de las guerras napoleónicas. Sin embargo, en la cúspide de la Ilustración europea, el rey Carlos III de España, por su personalidad, su fuerza de voluntad y su propia actitud ilustrada se hizo acreedor a ser considerado “probablemente el mandatario europeo más importante de su generación”.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - -