Cementerio de Santa Lastenia. Cementerio Municipal de Santa Cruz de Tenerife

 
Por Sebastián Matías Delgado Campos (Palabras pronunciadas el 27 de enero de 2016 en el acto de conmemoración del Primer Centenario del Cementerio de Santa Lastenia)
 
 
           El 3 de agosto de 1784 una Real Orden de Carlos III determinaba que no se inhumase  en los templos, salvo en casos muy especiales (prelados, benefactores, etc.). Y menos de 3 años después, otra R.O. que lleva la fecha de 3 de abril de 1787 y que va también firmada por el mismo monarca, ordena la construcción de cementerios.
 
            En 1805 hay constancia de que se intentó construir uno en Santa Cruz, junto al Hospital de los Desamparados, pero no pudo llevarse a cabo por la oposición de los vecinos.
 
          En 1810, y como consecuencia de la gran epidemia de fiebre amarilla que asoló Santa Cruz, se decidió inhumar los cadáveres en la apartada ermita de Regla, que muy pronto resultó pequeña, pues se contabilizaron 1.450 fallecidos, el 19% de la población (es decir, que prácticamente uno de cada cinco habitantes fue victima de la epidemia). 
 
         Por ello, se acometió la construcción de un camposanto en una zona ventosa, y así nació el Cementerio de San Rafael y San Roque, que a lo largo del tiempo fue sufriendo sucesivas ampliaciones para dar respuesta no solo a las necesidades derivadas del espectacular crecimiento poblacional (la ciudad más que quintuplicó su población en el siglo XIX) sino también a graves contingencias coyunturales, como fueron las dos nuevas e importantes epidemias de fiebre amarilla (la de 1846, con 387 fallecidos y la de 1862, con 540). En concreto, esta última generó por sí sola una ampliación. Pero, al final, también terminó quedándose pequeño y, lo que era peor, alcanzado y rodeado por las edificaciones próximas, con el consiguiente peligro sanitario para éstas, por lo que hubo de tomarse la decisión de construir uno nuevo.
 
         En 1888 una R.O. concede autorización para buscar el terreno en el que se ha de construir. La noticia se conocerá aquí en febrero del año siguiente, pero pasan los meses sin nada en concreto, hasta que en 1893 otra epidemia, esta vez de cólera morbo (que hizo estragos en barrios como El Cabo y El Toscal y de la que nos ha quedado como recuerdo la procesión del Cristo de las Tribulaciones) viene a agravar la situación.
 
          Por fin, en 1896, y tras buscarlos de forma que reunieran las condiciones necesarias, se eligen unos terrenos cercanos al Barranco del Hierro y se encarga la elaboración de este primer proyecto, que se aprobará en febrero del año siguiente, al arquitecto municipal Antonio Pintor. Los terrenos estaban ubicados dentro del término municipal de La Laguna, que, en principio, se opuso a cederlos. Hubo litigio y al fin se alcanzó un acuerdo, pero ahora la oposición proviene de la autoridad militar porque, tal y como señalaban las ordenanzas, no se respetaba la distancia de seguridad con respecto a la Batería de Alfonso XIII. Hubo, en definitiva, que empezar a buscar un nuevo emplazamiento.
 
          El 15 de octubre de 1909 se formalizaba la compra de un terreno, propiedad del arquitecto Antonio Pintor, en la Montaña de Hoya Fría. La tasación del precio de compra la hizo otro arquitecto ajeno a la institución, Mariano Estanga, quien emitió un informe favorable a las condiciones que reunía este emplazamiento. En 1910 Antonio Pintor elaboraba el segundo proyecto y comenzaban las obras.
 
        Sin que aún estuviera finalizado, el 27 de enero de 1916 se produjo la primera inhumación, la de María Lastenia del Pino Rodríguez, de 16 años de edad. Por esa razón, como era costumbre, se puso a esta necrópolis el nombre de Santa Lastenia, aunque no me consta que exista esta santa, a menos que esté incluida en el “Flos Santorum”.
 
          En febrero de 1926 finalizaron las obras, al contar con su Capilla – Panteón (que primero se denominó “de Hijos Ilustres”, luego “de Hombres Ilustres” y ahora “de Personas Ilustres” -aunque creo que simplemente pudiera decirse “de Ilustres”. Lamentablemente no se materializo en este lugar y se halla en un sepulcro sencillo de la 2ª terraza. 
 
         Y como quiera que la población había crecido espectacularmente, se tuvo que recurrir al sistema de columbario y a la realización de ampliaciones sucesivas, siendo necesario en 1966 adquirir una nueva superficie de terreno para posibilitarlas.
 
El nombre de Lastenia
 
          En cuanto al nombre de Lastenia, viene del griego “lasthenes”, de “lasthes”, que significa burla o injuria. 
 
         Entre los personajes históricos de ese nombre encontramos a una Lasthenia de Mantinea (siglo IV a. C.), discípula de Platón, que junto a Axiothea de Fliunte asistió a sus enseñanzas de la Academia, ambas disfrazadas de varón para burlar la norma de no admitir allí a las mujeres.
 
          También recibe esa denominación un género de plantas herbáceas, glabras, de hojas opuestas, estrechas y capítulos terminales pedunculares de flores amarillas. Comprende 6 especies de California y de las regiones vecinas y de Chile.
 
         Se llama también Lastenia una ciudad de la provincia de Tucumán, (Argentina), en el Departamento Cruz Alta. Cuenta con un club social del mismo nombre, equipo de fútbol (camiseta amarilla y negra a franjas verticales o arlequinado y pantalón negro) y una comparsa carnavalera llamada Bella Flor Lastenia. Igualmente existe un Barrio de María Lastenia en Córdoba (Argentina). En esas zonas citadas es nombre de mujer usado solo, o más frecuentemente precedido de Flor o de María.
 
          En mujeres que ejercen actividades paramédicas se detecta a veces un síndrome llamado de Lastenia, que se caracteriza por astenia, anorexia y anemia hipocóndrica producidas por hemorragias provocadas voluntariamente, aunque la autoagresión sea negada de modo absoluto.
 
          El nombre de Lastenia no ha tenido precedentes entre nosotros. Es presumible que nos llegara de la mano de alguien que estuvo en Hispanoamérica (seguramente en el norte de Argentina o de Chile), Y tampoco tuvo luego fortuna aquí, quizás porque nuestras gentes lo relacionarían solo con el cementerio. Sin embargo, como hemos visto, es no solo el nombre de una célebre mujer de la antigüedad, amante de la filosofía y del saber, sino también el de una bella flor.
 
          Pero para nosotros es, sobre todo, el nombre que llevó aquella flor de 16 años (fallecida por tanto en la flor de la edad) cuyo recuerdo, hoy que se cumple un siglo de su inhumación en este camposanto, evoco, no sin emoción por mi parte, al tiempo que quiero extenderlo a todos aquellos que nos precedieron y aquí yacen.
 
          Ellos nos legaron la ciudad en que vivimos y, por ello, tienen todo el derecho a ser recordados, porque nadie muere mientras haya alguien que lo recuerde. Descansen en paz.
 
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