El Cabo y Los Llanos

 
A cargo de  Luis Cola Benítez  (Pronunciada en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife el 10 de diciembre de 2015, en la conmemoración del Centenario de la creación del Real Unión de Tenerife).
                                     
 
          La ciudad, bajo su primigenio nombre de Lugar y Puerto de Santa Cruz de Añazo, nació y comenzó a formar su caserío marinero en la franja de una pedregosa playa que comprendía la desembocadura del barranco de Santos, entre este y el llamado barranquillo del Aceite o Cagaceite. Según las crónicas primeras, después de haber desembarcado más hacia el Sur por el lugar conocido como Puerto de los Caballos o Caleta de Negros, y conscientes de que llegaban a territorio hostil, los castellanos establecieron su primer campamento protegiendo sus flancos por los dos barrancos citados, que en los primeros momentos, si ello fuera necesario, les servirían de trincheras naturales.
 
          Aunque el profesor Cioranescu aduce documentación notarial que asegura que hacia 1583 todavía no existían en el barrio del Cabo casas de habitación, es lógico que si el desembarco de tropas, caballos y material se realizó por allí, algunos hombres tuvieron que quedar a cargo de la impedimenta, si no en las que podrían considerarse casas de vecindad a efectos de los primeros censos y empadronamientos parroquiales, sí en los almacenes, pabellones o tinglados a toda prisa construidos para albergar y proteger el material. Por tanto, queda claro que el que más tarde se denominó barrio del Cabo, situado como su nombre indica al cabo o al extremo del poblado, existió desde el mismo momento y al mismo tiempo que nació Santa Cruz de Añazo. Mejor dicho, era parte de él. Y, poco después en el tiempo, lo mismo ocurriría con Los Llanos, llamados de Regla, de Las Cruces o de Los Molinos, pues por todos estos nombres han sido conocidos. De Regla, por la ermita construida como oratorio de la guarnición del castillo de San Juan Bautista; de Las Cruces, por las de madera que orillaban el camino a modo de Vía Crucis; de Los Molinos, por los de viento al que era propicia la zona.
 
          Y fue precisamente la incidencia de los vientos lo que en gran parte marcó el marcó el destino de aquellos barrios y no siempre para bien. Como es sabido, los vientos dominantes de la zona son los alisios, que entrando por el Nordeste barren toda la franja costera hacia el Sur. Es decir, cruzan todo el espacio urbano de Santa Cruz desde los escarpados litorales de la cordillera de Anaga en dirección a Guadamojete y Candelaria, desde donde siguen su recorrido hasta perderse en los confines de la Isla. Por ello, se contaba con este factor natural pensando que en caso de incendio en aquellos barrios a la derecha del barranco de Santos, además del obstáculo  natural que el mismo barranco representaba,  las  llamas  serían  aventadas en dirección contraria al centro de la población. Se trataba de una penosa contribución que los sufridos vecinos del Cabo y Los Llanos pagaron durante muchos años, al aceptar más o menos forzosamente el establecimiento de herrerías, hornos, tahonas y cualquiera otra industria o actividad que precisara del fuego. Y testimonio de ello son los nombres de calles de aquellos barrios, algunos ya desparecidos, como las calles de Humo, de las Tahonas, de las Panaderas y otras, que nos recuerdan sus orígenes. Sólo por esta razón los antiguos habitantes de los barrios del Sur se merecen el agradecimiento y homenaje del resto de la población.
 
          Pero hay más, pues al motivo de preocupación que representaba la posibilidad de incendio en un entramado urbano en el que la madera era el principal elemento constructivo, había que sumar otras circunstancias, ninguna de ellas demasiado gratas para los vecinos de la zona. Por ejemplo, los almacenes de guano, los vertederos, los hospitalillos provisionales de aislamiento y los lugares improvisados a toda prisa para enterramientos de los fallecidos en las epidemias, incluso el primer cementerio municipal de San Rafael y San Jorge, los secaderos de pescado salado. Recordemos que el local en el que se instaló el lazareto fue en sus orígenes un secadero de pescado y,  más  recientemente,  algunas  industrias  químicas  de  molestos e indeseados efluvios  también  encontraron  ubicación  por aquellos solares. ¡Ah! y para que todo no sea negativo, en aquellos llanos se levantaron los primeros molinos de viento del pueblo, que dieron nombre que aún perdura a una de sus calles y que evitaron tener que llevar a moler el grano a La Laguna, como se hacía en los primeros tiempos, aunque es de suponer que a nivel doméstico se seguiría utilizando el molino de mano de los guanches. Y todo ello, debido a los benditos vientos alisios.
 
          Dice, y con sobrada razón, mi compañero de Tertulia Paco Tovar -que, por cierto, es el culpable de que hoy me tengan que soportar poniendo a prueba la paciencia de todos ustedes- que las tierras aledañas a la desembocadura  de nuestro principal barranco no eran muy propicias para la agricultura, por lo que por allí se asentaron algunos pocos mercaderes, pescadores y marineros y, sobre todo, artesanos tales como herreros, toneleros, carpinteros de ribera, calafates, rederos, cordeleros, etc. Pero, ciertamente, también tenían protagonismo como elementos en cierto modo dinamizadores de la zona los establecimientos de beneficencia -Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, Hospicio de San Carlos-, y las instalaciones militares de aquel sector de la línea defensiva, que empezando en la batería de San Telmo, junto a la ermita de su advocación, seguía por la de San Francisco, y continuaba hasta el castillo de San Juan Bautista y la Casa de la Pólvora.
 
          Y vuelvo a aprovecharme del mucho y justo saber de mi amigo Paco Tovar, al tomarle prestadas las certeras palabras con las que nos presenta una fidelísima semblanza de los vecinos de El Cabo y Los Llanos, cuando dice:
 
                   “Hogar de gentes humildes, de trabajadores que desarrollaban su vida practicando los valores de la gente de mar, la solidaridad, la igualdad, la tolerancia, la laboriosidad, el tesón, la admiración por el conocimiento, la libertad para que  cada uno sea lo que quiera y pueda, en la forma que pueda o quiera…". "Y sobre estos valores, añade Tovar, construye Santa Cruz su carácter, aportando estos barrios su espíritu asociativo, su espíritu de unión, que en algún caso perdura en el tiempo. Se crean sociedades y círculos, y la inquietud por la cultura, el arte y el deporte permiten la fundación de dos emblemas que surgieron de la voluntad de unos pocos y que otros muchos han tenido el empeño de mantener: la Unión Artística de El Cabo, y la Sociedad 1º de Abril para el Fomento de El Cabo, que andando el tiempo pasará a denominarse Real Unión de Tenerife“.
 
         Que me perdone Paco que le robe las anteriores acertadas frases y las utilice aquí, porque es muy difícil expresar mejor que como él lo hace el espíritu y el carácter que forjaron la historia de aquellos santacruceros, que con humildad y tesón, contra viento y marea –inmejorables símiles para referirnos a barrios marineros- fueron capaces de superar la brutal y traumática amputación, podría decirse que casi la total desaparición, de su espacio físico vital. Y, asombrosamente, bajo el sostenido impulso de la Unión Artística y del Real Unión, y seguro que también contando con el amparo de sus protectores San Pedro González Telmo, Vírgenes del Carmen, del Buen Viaje y de Regla, no sólo han sabido conservar el espíritu cívico de unión de sus barrios, hoy ya físicamente inexistentes, sino que lo han sabido transmitir a sus descendientes, a las jóvenes generaciones, como puede apreciarse todos los años en las festividades  respectivas, en las que asombra la gratificante escena que presentan abuelos, hijos y nietos, en solidaria unión junto a sus  citados patronos, que ellos, aunque ahora residan en otros barrios de la ciudad distantes de sus orígenes, continúan considerando sus abogados y protectores. Yo me permito sugerir a todos los habitantes de Santa Cruz que no lo hayan hecho, que acudan a las fiestas anuales de estos barrios, que son un ejemplo de convivencia ciudadana.
 
          Pertenecer al antiguo barrio de El Cabo debió ser algo muy especial. Yo llegué  tarde  y  apenas  mantengo  nebulosos  recuerdos  en  mi  cada  vez  más   enflaquecida memoria.  Sin  embargo,  mi  padre,  aunque  vivía en el Toscal, junto a la plaza de San Francisco, me contaba y me hablaba de sus andanzas por este otro barrio, al otro lado de la frontera límite del barranco, sus correrías juveniles, su caza de ranas en las escorrentías y sus chapuzones en el Charco de la Casona. Y el viejo puente –mejor es no hablar del recientemente instalado-, el antiguo Hospital, la histórica ermita y lo que todo ello representaba para sus vecinos, que hacía vibrar las más profundas raíces de amor a su terruño, a sus gentes, al espíritu de su comunidad.
 
          El barrio de El Cabo, como tantos otros de la isla toda, formó parte en tiempos difíciles, de escaseces y penurias, de la inevitable corriente emigratoria en busca de mejores perspectivas familiares e individuales. Y cuentan que cuando el barco doblaba la punta del muelle y enfilaba la ruta hacia las Américas, más de uno no podía contener la emoción al pasar frente al barrio de toda su vida, y lanzaba al viento:
 
                    "Adiós puente y adiós Cabo,  //  adiós Hospital famoso,  //  adiós Virgen del Buen Viaje  //  y adiós San Telmo Glorioso."
 
          Y ya que hablamos de San Telmo, no debemos pasar de largo sin referirnos a la  actual situación de su ermita. No sé si todos ustedes conocen que cuando comenzó la transformación urbanística de la zona a base de destruir la totalidad del barrio, con lo que al mismo tiempo se borraba y desaparecía parte de la historia de Santa Cruz, la ermita de San Telmo también estuvo a punto de desaparecer. El obispado la ofreció al ayuntamiento para el ensanche urbano que estaba en marcha, a cambio de la construcción  de otro templo,  de mayor capacidad, en la entonces  recién abierta Avenida 3 de Mayo, nuevo templo para el que se respetaría el mismo nombre de San Telmo. Afortunadamente, la desgraciada idea no se llevó a cabo, se decidió  conservar la  histórica ermita, y la nueva iglesia es la actual de Santo Domingo de Guzmán.
 
          La de San Telmo es posiblemente la construcción más antigua de nuestra ciudad. En el ámbito religioso la primera fue la ermita de la Consolación, levantada sobre la lengua de lava volcánica que cerraba por el Norte el primer desembarcadero del puerto, la Caleta de Blas Díaz, que fue demolida para la construcción del castillo de San Cristóbal, donde hoy está la “malograda” plaza de España. Luego, la parroquia de la Santa Cruz, hoy de la Concepción, que destruida por el fuego fue reconstruida en su totalidad  a mediados del  siglo  XVII.  Es posible  que la dedicada a  San Sebastián sea coetánea de San Telmo, pero no hemos encontrado datos que lo confirmen, además de que ha sufrido tan decisivas modificaciones y aditamentos, empezando por la torre, la sacristía  y  la  puerta  de acceso,  originalmente  abierta  hacia  arriba,  como  dando  la bienvenida a los que bajaban desde La Laguna. En cuanto a la de Nuestra Señora de Regla, primer oratorio para la guarnición del castillo de San Juan, su construcción se data hacia 1643.
 
          Hoy, con su modesta, emblemática y singular presencia, San Telmo es el único testimonio físico superviviente del  que fuera el primer barrio de pescadores y hombres de mar de Santa Cruz, que desde muy temprana fecha, primer tercio del siglo XVI,  dedicaron este pequeño templo al santo patrono de los mareantes San Pedro González Telmo, cuya Cofradía ya existía en 1549. y al que profesaban una profunda devoción. Es fama que, cuando los hombres del barrio iban a la pesca en el banco africano, llevaban una hucha para el santo, que tenía derecho a una soldada como si de  un  marinero más se tratara.  Su fiesta fue en siglos  pasados  una  de las principales de Santa Cruz y de las de mayor arraigo en la devoción popular.
 
          El patronazgo de San Telmo para las gentes de mar es muy anterior al de la Virgen del Carmen, que comenzaría en la segunda mitad del siglo XVIII. Aquí,  a  nivel  popular,  se  llegó a dar  una  cierta  rivalidad, como si fuera posible que ambas advocaciones se disputaran su presencia y arraigo en la devoción de pescadores y marineros. Pero si en el imaginario colectivo del pueblo se podía admitir dicha circunstancia, la misma sabiduría popular encontró pronto el remedio, y la paz fue firmada, como lo atestigua la copla que dice:
 
                    "La Virgen del Carmen tiene  //  unos zapatitos blancos,  //  que se los hizo San Telmo  //  con las velas de su barco."
 
          En la ermita de San Telmo intentaron fundar convento los franciscanos de La Laguna hacia 1650, iniciando una construcción junto a ella a la que trasladaron la imagen del Santo. Las protestas de los habitantes del barrio, encabezadas por el beneficiado de la Concepción, de la que dependía, y el mayordomo de la Cofradía, llevaron a entablar pleito que llegó a la Corte y que, dos años más tarde, dio la razón a los vecinos, obligando a los frailes a  derruir la obra levantada y devolver  el santo a su ermita de siempre. 
 
          El edificio ha sufrido modificaciones a través del tiempo: en 1893 se sustituyó la vieja espadaña por una pretenciosa torre, que al amenazar ruina fue demolida en 1918, y también se ha visto recortada por el Naciente su única nave para la apertura de nuevas vías. Daba frente a la desaparecida plaza de su nombre, centro neurálgico del antiguo barrio,  en  el  que los pescadores y marineros compartían vecindad con artesanos, herreros y panaderos.El pequeño templo es de muy sencilla construcción, con techumbre de madera y tejas y piso de losas chasneras, pero encierra todo el  encanto de las  construcciones  tradicionales de nuestra tierra. Parece ser que su primera ornamentación fue la imagen del propio santo, colocada en un simple nicho. El retablo es del siglo XVII o inicios del XVIII y posee, a cada uno de  sus  lados,  pinturas  de temas marineros, “La Tempestad” en el lado del Evangelio y “Navegación feliz” en el de la Epístola. La imagen de San Telmo, en la hornacina del Evangelio; en la de la Epístola, San Pedro de las Marinas, ambas de candelero, y Nuestra Señora. del Buen Viaje, en la central.
 
          A pesar de que sus fiestas fueron en pasados tiempos de las más sonadas, la ermita ha pasado por difíciles momentos, sobre todo a caballo de los siglo XIX y XX, cuando abandonado el culto y con motivo de epidemias sirvió de depósito de cadáveres, de hospitalillo de observación y hasta para instalar cocinas económicas para los necesitados. Y, como ya señalé, en los años 40 de la pasada centuria estuvo a punto de desaparecer. 
 
          Junto a su puerta y en algunas épocas en su interior, estuvo colocada la Cruz de la Fundación -después de derruida en 1794 la capilla que la protegía junto a la antigua carnicería-, Cruz que hoy se custodia en la parroquia de la Concepción. Por este motivo durante años, especialmente en el siglo XIX, las fiestas más importantes del barrio y que tenían gran eco en toda la población fueron, además de las de su patrono San Telmo, las de la Santa Cruz en mayo.
 
         Podría seguir hablando mucho más de lo barrios del Cabo y Los Llanos, que hoy son uno solo en la memoria de todos, del antiguo Hospital, de la fuente de Morales, del Hospicio, primero, y luego cuartel de San Carlos, de los restos de la batería de San Francisco –ideal emplazamiento para volver a levantar el monumento a los Héroes de la Gesta-, de la ermita de Regla, del castillo de San Juan y la Casa de la Pólvora, lo que nos llevaría mucho tiempo.
 
         Y para terminar no puedo hacerlo sin plantear una cuestión que preocupa a los antiguos vecinos de la zona y a todos los amantes de nuestra historia. Parece ser que en el espacio anexo a la histórica construcción se va a  proceder,  o  ya  se  está  procediendo, a  soterrar  un  transformador de la compañía eléctrica, empresa a la que el ayuntamiento ha dado licencia  para ello a cambio de la urbanización de aquel entorno. De esta forma se lograría alcanzar y hacer realidad una aspiración de los vecinos y de la Tertulia Amigos del 25 de Julio, como sería, en primer  lugar, dotar del necesario espacio de respeto a todo lo que la singular ermita representa como edificación más antigua de la ciudad, a cuyo amparo se formó y aglutinó el primer núcleo de los que, a base de tesón y trabajo e inspirados por un afán, espíritu y sentimiento de UNIÓN superior al habitual en cualquier otra comunidad, fueron capaces de forjar, arropar y poner las bases de nuestra pujante realidad de hoy.
 
         En segundo lugar, allí, junto a la ermita, en la plaza que ha de rodearla, protegerla y realzarla, será el emplazamiento ideal de un hito, de un monumento, que resalte, reconozca y  agradezca ese espíritu de UNIÓN que aún subsiste en sus antiguos vecinos y sus descendientes, que a pesar de los años transcurridos mantienen el mismo sentimiento de chicharre-  rismo que animó a los primeros habitantes del barrio.
 
          El barrio de El Cabo merece este recuerdo y agradecimiento, para cuyo logro el arquitecto y contertulio Sebastián Matías tiene algunas ideas y estoy seguro de que la Tertulia Amigos del 25 de Julio se comprometerá a colaborar en todo lo que esté a su alcance, pero también tengo la certeza de que todos los que aún atesoran en su interior el espíritu del barrio aportarían su esfuerzo y ayuda para hacer realidad tan merecido homenaje.
 
          Muchas gracias por su atención.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - -