Apuntes Carnavaleros (1) (Retales de la Historia - 229)

 

Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 13 de septiembre de 2015)
 
 
           ¿Desde cuándo se celebran Carnavales en Santa Cruz? Es curioso que en la ciudad que presume de disfrutar de una de las fiestas de más renombre de nuestro entorno, poco se sepa de sus primeros compases como multitudinario, popular y alegre  desenfreno, en el que el pueblo, siempre sabio (?), daba rienda suelta a impulsos soterrados todo un año bajo el rutinario y fatigoso esfuerzo cotidiano por la supervivencia. Sin embargo, las carnestolendas, carnavales o fiestas carnales se celebraban, con mayor o menor prestancia de acuerdo con los distintos niveles sociales, seguramente desde los primeros momentos de la llegada de los europeos, aunque no es hasta el siglo XVIII cuando se empiezan a encontrar los primeros datos documentados.
 
          Puede parecernos curioso, o tal vez no lo sea tanto, que las iniciales noticias sobre estas fiestas se nos muestren relacionadas con celebraciones de índole religiosa. Por ejemplo, son frecuentes las reales cédulas prohibiendo “la práctica de danzas, gigantes y tarascas en las procesiones del Santísimo, Corpus y demás funciones”. También hay bandos de la alcaldía dictados en septiembre, fecha que nada tiene que ver con los carnavales, prohibiendo “disfrazarse y taparse por las noches ante la proximidad de las fiestas de Nª Srª de Regla, Santo Cristo de Paso Alto y Nª Srª del Pilar.” También hay constancia de que desde finales del siglo XIX la temporada de bailes de disfraces comenzaba el 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada, bailes que se celebraban en el Teatro, Casino, Círculo de Amistad y otras entidades.   
 
          Era grande el arraigo de estas fiestas en la sociedad chicharrera y mientras que el pueblo llano las celebraba en las vías públicas, en las que tenían lugar en las casas  de la alta burguesía constituía todo un espectáculo el solo hecho de ver desfilar a los asistentes por las calles. Así, el cronista Lope Antonio de la Guerra nos cuenta que en 1778, “en los meses de Febrero y Marzo con motivo del Carnaval a avido algunos Saraos en el Puerto de Sta. Cruz á que ha concurrido el Comte. Gral. y cosa de treinta damas adornadas a la moda.” El primer sarao tuvo lugar en su onomástica, el 24 de febrero, en casa del teniente de Rey D. Matías Gálvez; el segundo el día 26, “jueves de Comadres”, en la de D. Josef Víctor Domínguez; el tercero, “el domingo de Carnestolendas”, en la del veedor D. Pedro Catalán; el cuarto, el lunes, en casa del  capitán D. Josef Carta; y el último, el martes, en la del comandante general marqués de Tabalosos. A estos “saraos” concurrieron también personajes de La Laguna, pues el cronista añade que “fueron convidados varios de la Ciudad y algunos viajaron”.
 
          Lo importante era prevenir y evitar los escándalos, lo que se hacía con todo rigor según se desprende de las penas que se imponían, pero con un extraño criterio en cuanto a lo que se entendía por escandaloso. Por ejemplo, en 1782 el alcalde Tomás Cambreleng prohibió, bajo multa de 4 ducados y pena de 8 días de cárcel, disfrazarse del otro sexo y, cuando se le prendiera, se ordenaba, “se les desnudará públicamente en la calle”. También el corregidor intervenía prohibiendo las máscaras, especialmente, decía, los que van “tapándose sus caras, con cuya precaución quieren imposibilitar la averiguación de sus crímenes…” En 1799 es José Mª de Villa el que prohíbe las máscaras tanto en público como en casas particulares y, en el mismo bando, curiosamente, también que se fíe a los marinos franceses.

 

          Los años siguientes siguen y aumentan las prohibiciones al compás de los vaivenes de la situación política, y cuando el alcalde dice que “se había propuesto disimular en estos días la diversión de máscaras, persuadido de que salvo algunos individuos aislados el resto sabría comportarse”, el comandante general hace saber la prohibición de “toda máscara y disfraz bajo pena de 15 días de prisión y 50 ducados de multa”. La situación debía ser seria y se reconocía que las máscaras andaban por el pueblo “particularmente por las noches”, y se ordenaba encarcelar a los infractores. En tiempos de Casa-Cagigal estos bandos se publicaban a “tambor batiente”. Sin embargo, en un Retal anterior ya vimos como cuando el alcalde González Sopranis pidió al comandante general O’Donnell que prohibiera los carnavales, este le contesta que consideraba la medida contraproducente “pues este es un pueblo pacífico y bastará que algunas patrullas celen y guarden el orden.”
 
          A las prevenciones de alcalde, jefe político o comandante general se suman en 1809 las del vicario Josef Hilario Martinón, que extiende la situación a las ferias  en honor de algún Santo, las que considera que “son otros tantos lupanares y citios de prostitución en donde se cubren con el velo de la Religión Santa los más graves pecados…”.

 

 
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