Las Islas Canarias antes de la llegada de los turistas

 
Por Alastair F. Robertson (Publicado en  inglés en Tenerife News, número 530 -24 de julio a 6 de agosto de 2015). Traducción de Emilio Abad
 
 
           A partir de los años 60 del siglo XX, la economía canaria comenzó a ser fuertemente dependiente, dependencia que se ha incrementado con el paso de los años, del turismo, del que un elevado porcentaje es británico. Pero mucho antes de que ello fuese así, las Islas Británicas eran el principal socio comercial para los productos de las Canarias.
 
          En 1489, varios años antes de la conquista de Tenerife, que tendría lugar en 1496, por el Tratado de Medina del Campo, firmado por los Reyes Católicos de España, Fernando e Isabel, se autorizó un acuerdo comercial entre las Islas Canarias e Inglaterra. Pero no entraría en vigor hasta 1519, en tiempos en que su sucesor, Carlos V, estaba intentando ganarse a Enrique VIII de Inglaterra para que se convirtiese en su aliado contra Francia; entonces se constituyó en Bristol una Compañía para comerciar con Canarias, Azores y Malta. Esto llevó al establecimiento de rutas comerciales marítimas y a la creación de “factorías” o estaciones comerciales en las Islas por comerciantes británicos y sus agentes. Uno de estos fue Thomas Nichols, que llegó a Canarias alrededor de 1554, pasó aquí siete años como agente de varios mercaderes londinenses y, a su vuelta a Inglaterra, escribió una descripción de las Islas.
 
          Nació así una notable demanda de los principales productos canarios: azúcar y vino. Los propios ingleses comenzaron la producción de vino en El Hierro, exportándolo a la América hispana y a las colonias inglesas de aquel continente. Este vino canario recibía el nombre de “malvasía” y con esa denominación lo cita, entre otros, Shakespeare. Pero no siempre prevaleció la armonía en esas relaciones comerciales. Los ataques piráticos ingleses contra barcos españoles comenzaron en 1540 y continuaron con acciones similares de Drake y Hawkins. Durante el siglo XVI, con la expansión del protestantismo, la antigua relación política con España se deterioró, especialmente en el reinado de Isabel I de Inglaterra, y las hostilidades se sucedieron, aunque el comercio entre Inglaterra y las Islas Canarias continuó inalterable.
 
         Cien años después, a mediados del siglo XVII, cuando el comercio con las Américas se encontraba en alza y los principales socios comerciales de Canarias eran Inglaterra, Holanda, Escocia, Francia y la ciudad de Hamburgo, estas vulnerables y apetecibles Islas sufrían constantes ataques de extranjeros. Los problemas en aguas canarias crecieron especialmente durante la puritana República inglesa dirigida por Oliverio Cromwell, que consideraba al catolicismo como pagano y, por tanto, un enemigo natural y lógico.
 
         Luego, en 1660, con la llegada al trono de Carlos II de Inglaterra y Escocia, volvió la paz con España, lo que tuvo efectos beneficiosos para Canarias. Se creó la Compañía de Canarias y volvió a entrar en vigor una antigua Acta de 1633 que muy especialmente beneficiaba a Garachico, entonces el corazón del comercio vinícola. Sin embargo, la actuación de la Compañía se basaba en el monopolio del trabajo y el control de los precios, un sistema que dejaba las puertas abiertas a los abusos. Las gentes de Garachico rechazaron aquello de forma tan airada que, en julio de 1666, asaltaron los almacenes ingleses, destrozaron los barriles de vino y el liquido corrió por las calles. Este suceso, conocido como “el derrame del vino “, se conmemora en Garachico con un monumento. Al año siguiente los comerciantes ingleses fueron expulsados y la Compañía se disolvió, lo que llevó a la parálisis del comercio del vino. Hubo luego una ligera recuperación, pero los ingleses fueron gradualmente desplazando el negocio a los vinos portugueses, llegándose a un importante acuerdo entre Inglaterra y las Barbados sobre el vino de Madeira. Con ello se rompía el equilibrio comercial en perjuicio de las Canarias, y los últimos 25 años de aquel siglo presenciaron como se debilitaban las relaciones políticas.
 
          Al comienzo del siglo XVIII, la mayor parte del comercio español, incluyendo el de esclavos se realizaba con Inglaterra, e incluso en la Guerra de Sucesión española (1702-1713), en la que Inglaterra era uno de los participantes, Felipe V concedió a las Canarias una autorización especial para comerciar con los británicos. Mas o menos en la época en que comenzó la guerra, el Archipiélago Canario estaba experimentando un incremento de población, pero de todas formas el XVIII comenzó mal, con las erupciones volcánicas de mayo de 1706 que destruyeron el puerto de Garachico y muchas tierras fértiles; siguió después una serie de desastres: un huracán en 1723, hambruna y plaga en 1748, pésima cosecha de trigo en 1749, y así sucesivamente. Las “Islas Afortunadas” no lo fueron tanto en aquel tiempo.
 
         El intermitente estado de guerra entre España y Gran Bretaña se reactivó en 1739 con “la guerra de la oreja de Jenkins”, que finalizó en 1748 sustituyendo entonces Gran Bretaña a Austria como el mayor enemigo de España, pero, así y todo, volvió a desarrollarse un amistoso comercio. A mediados de aquel siglo, la balanza comercial entre Gran Bretaña y Canarias era otra vez claramente favorable a los ingleses, pues los canarios importaban de Inglaterra más de lo que exportaban. Sus principales exportaciones consistían en vino, “sangre de drago”, orchilla (un liquen para fabricar colorantes) y cuerdas, y las productos importados eran telas, tapicerías y carretes de algodón, cera, cordelería, madera y alimentos. Pero, en general, sin que influyese el estado de las relaciones políticas, el comercio entre Inglaterra y las Canarias se mantuvo durante los siglos XVI, XVII y XVIII, con interrupciones ocasionales a consecuencia de las actividades de los piratas.
 
          A lo largo de siglo XIX continuaron las exportaciones de vino y cochinilla. En concreto, el comercio de la cochinilla era pequeño, aunque importante, pero la aparición, en la Exposición Internacional de Londres de 1862, de los colorantes artificiales, hizo que el precio de aquella cayese casi a la mitad. Se cultivó y procesó tabaco en Tenerife al estilo cubano, lo que llegó a aliviar algo la situación, pero no llegó a solucionarla. 
Y entonces, ya en la última parte del siglo, con la aparición del buque de vapor, que hacía posible la exportación de productos frescos, como el plátano y el tomate, y con Gran Bretaña manteniéndose como el principal cliente (a la vez que el principal inversor), la economía canaria experimentó un fuerte empujón cuando se entraba en el siglo XX. También se hicieron viables los alimentos enlatados, con lo que se expandieron las industrias locales de la pesca y envase; pero surgió la crisis económica mundial de 1929, seguida de la guerra civil española, que redujeron a la mitad las exportaciones. Luego siguió un período de “apretarse el cinturón” y “autosuficiencia” para el Archipiélago, pero finalmente, en los años 60 del pasado siglo, alguien inventó los “paquetes vacacionales” y el resto es ya historia.
 
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