El grumete testigo de la derrota de Nelson

 
Por Juan Carlos Monteverde (Publicado en El Día el 23 de julio de 2015).
 
 
          Aquel 22 de julio al comandante general de Canarias, Antonio Gutiérrez, le pintaba bastos en el juego inicial de la contienda. Con recursos menguados, tanto en armamento como en soldados profesionales expertos, no tenía más alternativa que solicitar ayuda de todos los municipios cercanos al, todavía, puerto de La Laguna, como así lo hizo y sucedió, pese a la premura de la presencia enemiga y la dificultad de las comunicaciones para acceder a la Plaza y defenderla como mejor podían. La presencia de una división de la flota de Jervis, mandada por el entonces contralmirante Horacio Nelson y avistada previamente por los vigías de Anaga mientras barloventeaba amenazante, había puesto en pie de guerra a toda la Isla.
 
          No era para menos, ya que en un espacio de mes y medio los corsarios ingleses se habían apoderado de la fragata de la Compañía de Filipinas, Príncipe Fernando, y de la corbeta corsaria francesa La Mutine, aliada entonces de España y, por tanto, enemiga de los británicos. Ambas, en sendos ataques sorpresivos, fueron asaltadas y remolcadas fuera de la bahía y del alcance del fuego de las baterías. Y fue ese ejemplo de vulnerabilidad el que animó a Nelson a repetir la intentona con la segunda fragata surta en la bahía; aunque la indefinición de los datos, el estado de la mar y el clima tórrido, aunados con los errores tácticos, hicieron fracasar a sus fuerzas en primera y segunda instancia.
 
          Fueron, pues, estos dos fiascos los que determinaron al mismo contralmirante a desembarcar por la parte mejor protegida de la población. Una operación arriesgada que le costó la pérdida de su brazo derecho, la muerte del capitán Bowen y la baja del teniente Fremantle. De lo sucedido después, hasta el amanecer del día 25 de julio, por las calles santacruceras, la historia las ha relatado con suma precisión, sin obviar el más mínimo detalle. Todo ello hasta la capitulación final, el auxilio de los heridos y el regreso a las naves, de donde nunca debieron desembarcar.
 
          Cargando con la derrota insospechada, los chasqueados asaltantes orientaron los mástiles de sus naves de regreso a Cádiz, mientras observaban cómo la silueta de la Isla, con el imponente Teide como referente náutico, se iba empequeñeciendo a medida que se alejaban. Acodado en la popa del Theseus, el grumete de 14 años William Porton contemplaba estas imágenes al tiempo que bajo sus pies, en la cámara principal, un exhausto Nelson sobrellevaba con estoicismo los terribles dolores de la amputación de su brazo, mientras ensayaba el aprendizaje de la escritura con la única mano que le quedaba disponible. Este grumete, testigo de la derrota en Tenerife, había nacido un 12 de agosto de 1783 a bordo del tres puentes Saturn, cuando navegaba a la vista de Gibraltar. Además de esta incidencia, continuó prestando servicios en la Royal Navy en otros conflictos, siendo trasladado a los 22 años del Bellorophon al Victory, donde el azar lo hizo reencontrarse con su superior en la batalla de Trafalgar y ser testigo del balazo que le ocasionó la herida mortal, además de ayudar a bajar su cuerpo a la enfermería, en donde falleció desangrado.
 
          Porton abandonó la Armada veinte años después y se estableció en Wolverhampton, en donde trabajó hasta su fallecimiento el 1 de noviembre de 1883, a la insólita edad de 100 años. Es presumible que en el momento de su muerte tuviera algún recuerdo fugaz del admirado marino y su derrota en Santa Cruz, además de su gentileza comprometiéndose a llevar a las autoridades españolas el parte del triunfo de la Gesta tinerfeña. Efeméride que hoy resaltamos 218 años después.
 
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