De la pesca y el salado (y 2) (Retales de la Historia - 207)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 12 de abril de 2015).
 
 
 
          Al considerarse el pescado salado un producto apetecido e imprescindible, la demanda que en ocasiones alcanzaba hacía que el precio aumentase hasta límites abusivos. Para tratar de evitarlo el ayuntamiento señalaba una postura o precio máximo, que forzosamente debía aplicarse en lo que podríamos llamar puestos oficiales de venta. En 1796 se señaló por tal “Pescadería Púbcª el parage que llaman Boquete del Muelle a donde hasta ahora se ha acostumbrado vender.” No obstante, el precio sería libre para el pescado que se vendiera en las barcas o en la misma playa.
 
          También se prohibió la venta de pescado a revendedoras y regatonas, a las que en 1797 el síndico personero José Víctor Domínguez atribuía la carestía de los comestibles en general, hasta el punto de que a los que traían productos para su venta, ya fueran del campo o de la mar, se les obligaba a ofrecerlos en la plaza de la Pila hasta las diez de la mañana, a partir de cuya hora podían ofrecerlos a los que tuvieran ventas establecidas, pero nunca a revendedoras o regatonas, bajo multas y sanciones que se establecían.
 
         Cuando había necesidad no se dudaba en requisar. En abril de 1800, habiendo fondeado en la bahía el bergantín San José cargado de pescado salado procedente de la costa de Berbería, se hizo saber al patrón que debía poner toda la carga en tierra, con apercibimiento de lo que haya lugar.
 
          Pero los problemas relacionados con la venta del pescado no cesaban. Como el precio era libre en las barcas o en la playa casi no llegaba el pescado al interior del pueblo ni a la entrada del muelle y rastrillo del castillo principal, que era el lugar oficialmente señalado para su venta, por lo que en 1804 el alcalde pidió al comandante general marqués de Casa-Cagigal que la guardia del principal vigilase que sólo se vendiera el pescado en los sitios señalados. Como es natural el militar contestó que ello no era posible, pero que siempre se prestaría ayuda a cualquier diputado o individuo de justicia que se la pidiera. Se discutía la necesidad de crear una pescadería o si se seguía vendiendo el pescado en el lugar acostumbrado, es decir en el rastrillo del muelle, considerando muelle del rastrillo hacia afuera.
 
        Se comienza a hablar por entonces de los privilegios que se otorgaba a los pescadores matriculados, lo que llevaba al comandante de Marina a considerarse autorizado para intervenir en cuantos asuntos tuvieran relación con el trabajo de estos hombres. Ello hizo que en 1805 el diputado del común tuviera que intervenir por injerencias en el precio de venta del pescado del capitán de puerto Carlos Adan, al que se informó que desde muy antiguo correspondía al ayuntamiento el arreglo de la venta del pescado junto a la tablilla de precios colocada en el rastrillo y, habiéndose consultado con la Real Audiencia, así se seguiría haciendo hasta que llegase contestación del superior tribunal. El comandante de Marina protestó y el alcalde le dijo que la única autoridad que reconocía en el rastrillo era la del comandante general, participando que se habían acordado sanciones, multas y hasta cárcel y pérdida del pescado a los que infringieran las posturas, lo que se publicó en un bando fijado a la entrada del muelle.
 
          Es curioso constatar que a principios del siglo XIX la mayoría del tráfico y recalada del salado se situaba en el puerto de Santa Cruz, hasta el punto de que estaba prevenido que todos los barcos estaban obligados, como recordaba el escribano de Cámara de la Real Audiencia al alcalde de Santa Cruz Nicolás González Sopranis, “a llevar a la isla de Canaria la pilla que está prevenida.” El término "pilla" es un portuguesismo que alude a las pilas en que se amontonaba el pescado seco y salado en las bodegas de los pesqueros canarios, bodegas que disponían de tres espacios, a los que también se daba el nombre de "pilla", correspondiendo aproximadamente a una tercera parte de la carga.
 
          En abril de 1815, terminadas las obras de la plaza de la Pila y trasladada la fuente junto al castillo de San Cristóbal, se prohibió la venta del salado en aquel lugar principal, al que daba frente la casa consistorial, disponiéndose que sólo se pudiera vender en la calle de La Palma, lo que dio lugar a controversia con el comandante general La Buria por haber autorizado este la venta en el muelle, como se hacía anteriormente. Lógicamente los vecinos de la calle La Palma no estuvieron conformes con el nuevo punto de venta, que pronto fue ampliado a parte de calle de La Luz.
 
         Terminada este mismo año la construcción de la primera recova, junto a la desembocadura del barranquillo del Aceite, quedó pendiente la nueva pescadería que iría situada a espaldas de la misma, junto a la muralla defensiva de la marina.
 
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