Bañarse es bueno para la salud (Retales de la Historia - 172)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 3 de agosto de 2014).
 
 
          No cabe duda que bañarse es una práctica saludable para quien lo hace y que también beneficia y agradece su entorno más inmediato. Pero en tiempos pasados, en Santa Cruz, con deficiencias y escaseces de agua, bañarse, lo que se dice bañarse de cuerpo entero, no debía ser nada fácil. No obstante, nunca han tenido los chicharreros fama de gentes sucias y se bañaban o lavaban, como podían, en el charco de la Casona o en los de otros barrancos, o tomando el agua en los chorros públicos, cuando empezó a haberlos. Pero, además, tenían el mar, que era patrimonio de todos.
 
          Y en el mar sí que se bañaban, empezando por la chiquillería. Recordamos ver cómo pedían al turista de turno que les arrojara una moneda al agua para zambullirse tras ella desde la antigua ubicación de la marquesina del muelle. Algunos eran auténticos especialistas que hoy podrían ser profesionales de ese extraño deporte que llaman apnea. Pero también se bañaban en las playas y caletas del litoral los mayores, tanto hombres como mujeres, lo que obligó al alcalde a publicar un bando sobre las horas de baño de ambos sexos, siendo el primero de que tenemos noticia de 1814, dictado por José María de Villa.
 
          Pero la promiscuidad daba lugar a situaciones "non sanctas" a las que había que poder remedio. Por ello al cabo de varios años se estableció que las mujeres podían bañarse en la playa de la Alameda desde el toque de Oración hasta las nueve de la noche y los hombres desde esta hora hasta que se cerraran las puertas del muelle. Más adelante hasta se estableció un horario especial para las mujeres enfermas a las que los médicos prescribían baños de mar. En 1861 el periódico El Eco del Comercio se lamentaba: “...jamás ha habido entre nosotros establecimientos públicos para baños, á pesar de ser este un adelanto que imperiosamente reclama nuestra Capital.”
 
         La costumbre de los baños de mar de las señoras se consolidó, a pesar de los inevitables "mirones", y seguramente era uno de los pocos atractivos que ofrecían los atardeceres veraniegos santacruceros. Tal fue así, que uno de los principales argumentos que esgrimió la alcaldía en 1863 para oponerse al derribo de la Alameda de la Marina, fue que era un legado honroso de nuestros antepasados apreciado por todos y, además, “el punto donde en el verano se pasean las Sras. después del baño del mar de cuyo solaz se verían privadas.” Está claro que se trataba de un contundente argumento.
 
          Pero no todos, según su status social, podían bañarse en las playas. Así sucedió en 1820 con la esposa del comandante general Juan de Ordavás, a la que los médicos prescribieron baños, por lo que pidió se le concediera “media hora de agua cada dos noches con motivo de tener que bañarse mi mujer en veneficio de su salud”, lo que se le concedió. Pero transcurridos casi tres meses, por la enorme sequía que se padecía y la escasez del imprescindible líquido, el alcalde del agua Antonio Cifra preguntaba por cuanto tiempo había que mantener la concesión, porque cuando se surtía a la señora para los baños que por medicina se le han ordenado, no llegaba el agua a la Pila pública.
 
          El antiguo Hospital de los Desamparados, que es de suponer que disponía de aljibe para el agua de uso general, hasta 1847 no tuvo una "tanquilla" especialmente dedicada al baño de los enfermos acogidos, que se surtía de la cercana fuente de Morales, previo aviso al alcalde del agua para que abriera la conexión.
 
          En ocasiones, en la documentación municipal, salen a relucir los baños de funcionarios o personajes. Por ejemplo, en 1850, el secretario informa que el atraso en la presentación de las cuentas del año anterior se debe a estar de baja por enfermedad el oficial primero, Juan Sansón, al que el médico le había recetado "dos horas de paseo, dos de descanso, dos de baño y dos de abrigo después de éste". El alcalde le dio de plazo treinta días para que se reintegrara al trabajo. También, cuando el arquitecto Manuel de Oráa pidió licencia en 1855 para ir a tomar los baños a la Península, y recomendó a Salvador García como técnico que podía reemplazarle, lo que explica la aparición de la firma del sustituto en varios expedientes de construcción o reforma en este año. Y más recientemente, en 1903, hasta un alcalde, Juan Martí Dehesa, se dio de baja por tener que tomar baños por motivos de salud y entregó la alcaldía al primer teniente de alcalde Manuel de Cámara.
 
          Por fin, en 1899, la firma José Ruiz Arteaga pedía preferencia de suministro de agua para su casa de baños e hidroterapia "Las Delicias", pero no se le pudo conceder por la escasez del suministro, en espera de que llegaran a la población las aguas de Roque Negro, cuyas obras estaban en marcha. La casa de baños se inauguraría en 1902 y ofreció sus servicios durante treinta años, hasta que sus instalaciones fueron derribadas en 1935.
 
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