El poblado de La Albarrada. Una oportunidad y un espacio para viajar en el tiempo

 
Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día / La Prensa el 20 de julio de 2014).
 
 
Introducción
 
          El estudio y el conocimiento de las realidades que se vivieron en los primeros momentos del poblamiento de las Islas Canarias es posiblemente uno de los episodios del pasado más interesantes dentro de nuestro panorama historiográfico. Las razones que sustentan esta aseveración descansan primordialmente en que esas bases estructurales fijadas en los albores del repoblamiento insular constituyen los cimientos de nuestra idiosincrasia y cultura en infinidad de parcelas tan diversas y diferenciadas como es el caso del habla, de la arquitectura, de la genealogía, así como de facetas como la economía, la agricultura o el estudio del ocio, entre muchos otros aspectos, a lo que debemos de añadir esos componentes de "heroicidad" y romanticismo asociados a esa lucha anónima con el medio y las circunstancias, en una época donde el individuo debía empezar desde cero su relación con la naturaleza canaria, con el paisaje insular y con sus nuevos vecinos.
 
          Todas las crónicas de la época de la conquista del Archipiélago albergan pasajes destinados a tratar de plasmar esos instantes iniciales de localidades tales como Santa Cruz de Santiago de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria o San Cristóbal de La Laguna, reiterando una y otra vez la cortedad de recursos iniciales, la escasez de pobladores, de materiales, y por momentos no es fácil hacerse una composición ajustada de la apariencia de esos primeros núcleos habitados en cada una de las islas. Una de las opciones recurrentes ha sido rescatar imágenes, entresacadas de las diferentes narraciones existentes, con las cuales crear espacios convergentes que identifican elementos que sin duda estuvieron presentes en esos primeros días: chozas y cabañas de piedra seca con techumbres pajizas, corrales, pozos artesanales, acaso alguna noria primigenia... sin faltar la alusión a un primer oratorio construido con maderas nobles y bajo una cubierta de hojas de palmera. No obstante, existe una alternativa mucho más intensa e ilustrativa para acercarnos a esos primeros días del poblamiento insular, una propuesta de gran valor que nos brinda la oportunidad impagable incluso de transitar y perdernos por un ejemplo de lo que fueron aquellos poblados que marcaron el inicio de la colonización castellana de las Islas. Esa opción, estancada en el tiempo, como muchos pueden haber adivinado ya, reside en El Hierro, refugio y remanso de quienes adoran desconectar del agotador trasiego contemporáneo, donde el antiguo caserío de La Albarrada, entre algunos otros, se configura como ejemplo paradigmático de esa realidad anclada en el devenir del tiempo, una auténtica fotografía de la protohistoria arquitectónica y urbanística de las Islas con una supervivencia de estructuras iniciales que nos acercan como pocos sitios a una realidad temporal ancestral.
 
 
Descripción
 
          La Albarrada, junto a los poblados de Guinea, Las Montañetas o Tesbabo Viejo, plasma esa vinculación y confluencia de las coordenadas espacio-tiempo de una forma singular, propia solo de enclaves que no han sufrido apenas alteración antrópica en sus casi seiscientos años de existencia. La posibilidad de comprobar in situ esa geometría pétrea vinculada a efectos demográficos y económicos, de tener al alcance y a la vista un ejemplo tan notable de esas primeras páginas del «poblamiento pensado y equilibrado de un territorio» es de un valía tan notable que poco podemos añadir que ilustre más o mejor ese tesoro patrimonial.
 
          El topónimo, bajo su significado de "pared de piedra seca" y que alude directamente al necesario proceso de despedregramiento del terreno, nos traslada ya de por sí al Quinientos, pues es un vocablo que se utilizó particularmente en las islas a lo largo del siglo XV. No es muy usual su presencia en la toponimia canaria y únicamente conocemos su uso en una de las "datas" [concesiones de tierras y aguas tras la conquista] otorgadas en Tenerife, al citarse el barranco de la Albarrada en Acentejo -hoy, barranco de San Antonio-, o el testimonio ancestral del nombre de la Banda de la Albarrada, en Alajeró, La Gomera. La razón de la elección de este paraje en concreto para la ubicación del poblado herreño suele responderse desde la óptica de la trashumancia pastoril, sin descartar la proximidad de una referencia vital en la isla -el árbol santo Garoé y su red de estanques-, que durante las primeras centurias tras la colonización de El Hierro se constituyó en el principal recurso de abastecimiento de agua insular.
 
          La mejor descripción del Poblado de La Albarrada y de sus elementos-clave nos la ha aportado el técnico especialista en materias patrimoniales Sixto Sánchez Perera, quien en su artículo "Piedras en el olvido", editado en "Rincones del Atlántico", nos brinda una poderosa llamada de atención sobre la potencialidad y especificidades de este enclave, y es en su escrito en el cual nos basamos principalmente para fundamentar este breve texto incluyendo varias transliteraciones que consideramos esenciales para una mejor comprensión de la realidad del lugar. 
 
          La Albarrada, en la que destaca ese "mimetismo de las ruinas en el entorno volcánico", está situada en el sector nororiental de la Meseta de Nisdafe, sobre la cota de altitud de los 1.000 metros sobre el nivel del mar, rodeada de un ecosistema apto para las labores pastoriles y agrarias que definieron el arranque de nuestra subsistencia económica en el Archipiélago. De manera curiosa y enormemente reveladora, Sánchez Perera reconoce que la antigüedad de La Albarrada está más presente en la tradición oral y etnográfica de la isla de El Hierro que en la propiamente documental, con versos, anécdotas y detalles anclados en la memoria de los mayores del lugar, entre quienes rescata la voz del antiguo cronista herreño José Padrón Machín.
 
          De su componente descriptivo han de destacarse, a tenor de los textos que ilustran los paneles ilustrativos ubicados en la entrada de este enclave ancestral, tres elementos-clave, que actúan como ejes primordiales, dentro del poblado de La Albarrada, englobando precisamente los tres ámbitos que coexisten en su conformación (vecinos, cultivos y ganadería): por un lado, el camino central, vertebrador de los espacios vitales y de utilización común para la comunidad; por otro, la pared delimitadora o cerco global de todo el conjunto; y en último punto, el terreno para «alar» [o marcado de reses]. Precisamente, de la primera de ellas se nos refiere que funciona como arteria de la que se nutren y a la que se conectan los diferentes accesos de todas y cada una de las viviendas y huertas, constituyendo el nexo entre esos dos planos, el general y el de un subconjunto individualizado, en auténtico régimen «autárquico», donde junto a la morada habitacional aparece todo un conglomerado de dependencias anejas secundarias ("huertos, chiqueros, aljibes, cuadras, corrales, palomares"). Del segundo de los elementos, ese muro delimitador global de todo el poblado de La Albarrada -y que muy posiblemente es el que da nombre al conjunto-, se infiere que presta la valiosa función de "evitar la entrada de ganado a las tierras agrícolas". Por último, en la vertiente norte, el tercero de los focos de atención de este enclave patrimonial se centra en una zona reservada para esos espacios destinados para la marca y clasificación del ganado en determinados momentos del año -conocidos bajo el nombre de «alares»-.
 
          Pueden precisarse en base a lo conocido las características esenciales de esa arquitectura austera, con viviendas construidas en módulo de planta rectangular, de una sola altura, paredes de piedra seca -sin revestimiento exterior- y techumbre a dos aguas con cubierta vegetal de paja de centeno, con una sola entrada o apertura, carpintería rudimentaria y la perentoria presencia del «aljibe», si bien advirtiendo que "el estado de abandono en que se encuentra este antiguo núcleo impide el recuento exacto de las estructuras arquitectónicas que lo integran y llega incluso a dificultar la identificación de los restos que se contemplan"
 
 
Propuesta
 
          Desde estas líneas quisiéramos retomar la idea lanzada por Sixto Sánchez Perera de aventurar, a modo de propuesta, que se "reconvierta" el poblado de La Albarrada, así como el de Las Montañetas, ambos totalmente abandonados, en campo y taller para excavaciones arqueológicas históricas, como elementos "vivos", didácticos, donde impartir en aulas abiertas esa enseñanza que solo emana de la práctica y del conocimiento directos. Tan solo como espacio para acercarse al fascinante mundo del proto-urbanismo insular, con todo su universo de medidas, de formas, de esquemas y estrategias constructivas, abre una formidable oportunidad de uso -al tiempo que de salvaguarda efectiva- a todo este enclave. En definitiva, se trataría de estudiar las posibilidades para incluir este ancestral poblado dentro de esa serie de recursos vinculados a la formación tanto de especialistas como de todas aquellas personas interesadas en conocer mejor el pasado de las Islas, y más aún aprovechando su estratégica localización en el camino de acceso a la tradicional visita al Garoé, uno de los reclamos turísticos herreños por antonomasia.
 
          Actualmente, merced a las directrices definidas en el Plan Insular de Ordenación de El Hierro (PIOH), La Albarrada goza de un marco normativo de protección específica bajo la etiqueta de su singularidad patrimonial arquitectónica, y particularmente, queda definida como Área Territorial de Interés Arqueológico y Paleontológico, bajo la denominación de Malpaís de Solimán - La Albarrada,  siendo una zona de especial relevancia desde el punto de vista etnográfico, con la consideración como Área de Protección Integral en su conjunto, lo que veta cualquier tipo de remodelación y de obras de nueva planta en el entorno protegido. Con ese trasfondo normativo cubierto es el turno ahora de la iniciativa y el rescate de este espacio singular, tan rico en matices y en oportunidades. 
 
 
Conclusión
 
          Vivimos tiempos en los que la propia sociedad isleña, incentivada por el motor del turismo y de la globalización, busca con infinito apego reconocer y potenciar unicidades, detalles diferenciales dentro de cada territorio, de cada municipio, de cada isla, que la ayuden a perpetuar la esencia de su cultura e idiosincrasia como elementos claves de su identidad. El poblado de La Albarrada, inmerso en ese ajedrez de cantos basálticos, dibujando en piedra una página del pasado arquitectónico y vital de nuestra historia ancestral, dentro de esa isla de El Hierro, auténtico baluarte de secretos patrimoniales, surge ante nosotros como un eslabón de enorme trascendencia para avanzar en esa línea de salvaguarda del patrimonio material e inmaterial de las Islas, ese que nos define y nos diferencia de forma palpable en cualquier rincón del planeta a donde viaje una imagen, una persona o un detalle isleño. 
 
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