El Dos de Mayo

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en su muro de Facebook el 2 de mayo de 2014).
 
 
          El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra el invasor francés. El pueblo moría por España en la Puerta del Sol. En el madrileño cuartel de Artillería de Monteleón, los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde (al quienes se unió el teniente Jacinto Ruiz) desoyendo órdenes contrarias de sus superiores, a sabiendas de que iban a una muerte segura, con un puñado de soldados y civiles se atrincheraron e hicieron frente a los franceses, muy superiores en número. Primero apostando un cañón a las puertas del recinto y luego, ya sin munición, a estocadas de sable y culatazos de fusil.
 
          Todos cayeron como héroes, siendo rematados a bayonetazos por los franceses. "¡VIVA ESPAÑA!", gritaron Daoíz y Velarde con la última bocanada de aire que les quedaba. Luego, la Historia la conocemos. Ardió en llamas la Nación y el invasor fue expulsado de España. Una lección que marcó el destino del arrogante Napoleón.
 
          Los orígenes de la Guerra de la Independencia y sus consecuencias son muy complejos, y aquí es difícil de resumir. Pero valga este texto en homenaje a los Héroes del 2 de Mayo de 1808.
Por cierto, parece mentira que apenas se hayan hecho eco los medios de comunicación de esta fecha tan señalada en la Historia de España.
 
          Aquí os dejo un precioso y vibrante poema publicado en 1866, que tuvo un éxito enorme en su momento.
 
 
Oda al dos de mayo
 
               Oigo, patria, tu aflicción,  //  y escucho el triste concierto  //  que forman, tocando a muerto,  //  la campana y el cañón;  //  sobre tu invicto pendón  //  miro flotantes pendones,  //  y oigo alzarse a otras regiones  //  en estrofas funerarias,  //  de la iglesia las plegarias,  //  y del arte las canciones.
 
               Lloras, porque te insultaron  //  los que su amor te ofrecieron  //  ¡a ti, a quien siempre temieron  //  porque tu gloria admiraron;  //  a ti, por quien se inclinaron  //  los mundos de zona a zona;  //  a ti, soberbia matrona  //  que, libre de extraño yugo,  //  no has tenido más verdugo  //  que el peso de tu corona!
 
               Doquiera la mente mía  //  sus alas rápidas lleva,  //  allí un sepulcro se eleva  //  contando tu valentía.  //  Desde la cumbre bravía  //  que el sol indio tornasola,  //  hasta el África, que inmola  //  sus hijos en torpe guerra,  //  ¡no hay un puñado de tierra  //  sin una tumba española!
 
               Tembló el orbe a tus legiones,  //  y de la espantada esfera  //  sujetaron la carrera  //  las garras de tus leones.  //  Nadie humilló tus pendones  //  ni te arrancó la victoria;  //  pues de tu gigante gloria  //  no cabe el rayo fecundo,  //  ni en los ámbitos del mundo,  //  ni en el libro de la historia.
 
               Siempre en lucha desigual  //  cantan tu invicta arrogancia,  //  Sagunto, Cádiz, Numancia,  //  Zaragoza y San Marcial.  //  En tu suelo virginal  //  no arraigan extraños fueros;  //  porque, indómitos y fieros,  //  saben hacer tus vasallos  //  frenos para sus caballos  //  con los cetros extranjeros.
 
               Y aún hubo en la tierra un hombre  //  que osó profanar tu manto.  //  ¡Espacio falta a mi canto  //  para maldecir su nombre!  //  Sin que el recuerdo me asombre,  //  con ansia abriré la historia;  //  ¡presta luz a mi memoria!  //  y el mundo y la patria, a coro,  //  oirán el himno sonoro  //  de tus recuerdos de gloria.
 
               Aquel genio de ambición  //  que, en su delirio profundo,  //  cantando guerra, hizo al mundo  //  sepulcro de su nación,  //  hirió al ibero león  //  ansiando a España regir;  //  y no llegó a percibir,  //  ebrio de orgullo y poder,  //  que no puede esclavo ser,  //  pueblo que sabe morir.
 
               ¡Guerra! clamó ante el altar  //  el sacerdote con ira;  //  ¡guerra! repitió la lira  //  con indómito cantar:  //  ¡guerra! gritó al despertar  //  el pueblo que al mundo aterra;  //  y cuando en hispana tierra  //  pasos extraños se oyeron,  //  hasta las tumbas se abrieron  //  gritando: ¡Venganza y guerra!
 
               La virgen, con patrio ardor,  //  ansiosa salta del lecho;  //  el niño bebe en su pecho  //  odio a muerte al invasor;  //  la madre mata su amor,  //  y, cuando calmado está,  //  grita al hijo que se va:  //  "¡Pues que la patria lo quiere,  //  lánzate al combate, y muere:  //  tu madre te vengará!"
 
             Y suenan patrias canciones  //  cantando santos deberes;  //  y van roncas las mujeres  //  empujando los cañones;  //  al pie de libres pendones  //  el grito de patria zumba  //  y el rudo cañón retumba,  //  y el vil invasor se aterra,  //  y al suelo le falta tierra  //  para cubrir tanta tumba!
 
               ¡Mártires de la lealtad,  //  que del honor al arrullo  //  fuisteis de la patria orgullo  //  y honra de la humanidad,  //  ¡en la tumba descansad!  //  que el valiente pueblo ibero  //  jura con rostro altanero  //  que, hasta que España sucumba,  //  no pisará vuestra tumba  //  la planta del extranjero!
 
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