Paisajes de Santa Cruz: El tiempo y el camino

 
 
Por Enrique Roméu Palazuelos (Publicado en El Día el 5 de mayo de 1994).
 
 
          Primero, ¿qué? Hay que imaginarlo y para imaginaciones, ninguna mejor que la de un poeta. Le robaré a Nicolás Estévanez versos de su canto Canarias:
 
                    “Un barranco profundo y pedregoso,  //  una senda perdida entre zarzales,  //  un valle pintoresco y silencioso  //  de una playa los secos arenales... “. 
 
          Son el primer paisaje guanche de lo que ellos llamaban Añazo. Después, por el Bufadero, la torre que levantó Diego García de Herrera, en la que su hijo Sancho urdió astucias y traiciones. Luego, más cuevas cerca de las ruinas del fortín, hasta que llegó Alonso de Lugo y organizó, a la sombra de una cruz, un campamento militar, con otra torre. Pasados años de lucha, casas modestas con techos de paja y barro, desparramadas sin orden según las “datas” que el adelantado concedía a sus amigos y deudores. Se configuraban obligadas por la costa y los barrancos, que llevaban al mar escasas aguas o basuras. Abicore, Cagaceite, del Chorro, de Tahodio... Por las playas, casamatas y vigías.
 
          No es fácil determinar dónde estuvieron las primeras casas; la de “la sevillana”, que Alonso de Lugo regaló a una mujer de la que sólo sabemos que venia de allí; la de Marcos Verde, del mismo adelantado o de Jácome Ibone de Carmenatis. Las ermitas de Regla, de San Sebastián, la iglesia, el convento franciscano sí que resultan concretos. También “el castillo”... Añazo—Santa Cruz confiaba en el mar y lo temía, pues por él podían llegar los piratas, salteadores de las Islas. La costa desde el Bufadero hasta la Caleta de los Caballos se sembró de reductos, y casi en el centro, semilla y cobijo del poblado. “el castillo”, bajo la advocación de San Cristóbal, lo mismo que la ciudad capital que crecía al otro lado de las montañas. La fortaleza era tosca, maciza, tétrica y eficaz, metida entre las aguas tranquilas de la bahía.
 
          Por 1588, el rey Felipe II envió un ingeniero para revisar las defensas del Archipiélago. Leonardo Torriani dibujó planos evocadores. En el de Santa Cruz hay casitas entre árboles, y árboles, huertas y pozos entre casitas; el diamante del castillo es protagonista. La casa de Ferrera en la Plaza de la Iglesia, que es más calle ancha que plaza, ostenta inusitados lujos. Se pueden ya dibujar dos triángulos o una estrella con los extremos límites del poblado. Uno de La Concepción a San Francisco y el castillo; otro desde la Caleta de los Caballos y el castillete de San Juan al de Paso Alto, famoso, en la historia de Santa Cruz y a los campos donde se comenzaba el camino a La Laguna, terrenos que el capitán Hoyos compró en 1776 para el Ejército, hoy plaza Weyler, de la que partía lateralmente “el camino de los coches”, que el general Benavente organizó en 1616…
 
          La Laguna sería oficialmente la capital, pero las autoridades, los capitanes  generales, los obispos, los jueces de residencia, los corregidores, las armas y las vituallas, entraban y salían por el mar de Santa Cruz. José de Viera resumió esta situación, que ya tenía importancia en el siglo XVII, comparando a La Laguna con la Sevilla de los galones de Indias, que cedía su hegemonía al Cádiz de los mercaderes europeos. 
 
          Después de que Santa Cruz, con la ayuda de unos y de otros, venciera al marino inglés Gennings (1705), un capitán general se pudo hacer esta reflexión: “Si cuando el lugar de Santa Cruz es atacado por los enemigos, hemos de bajar allá, para defenderlo, ¿por qué no estar allá desde antes?”.
 
          Estas y otras varias razones hicieron que el Marqués de Vallehermoso, Lorenzo Fernández de Villavicencio (que no tiene calle con su nombre en la ciudad.), se viniera por el año 1724 a Santa Cruz y con él, oficiales y oficinistas, servicios, etc. Hubo que crear residencias, cuarteles; las calles se alineaban en un parrilla irregular con barrancos y puentecillos de madera; el de Santos tiene en 1754 uno de piedra.
 
Importancia militar
 
          El castillo adquiere mayor importancia militar, residencial y administrativa, y los terrenos cercanos a él originarán una gran plaza a  la que se darán nombres diversos y ocasionales: de La Pila, de la Constitución, pero que mantendrá el de Candelaria. Ya hay calles determinantes: la de Noria, del Barranquillo, de los Moriscos, la Cruz Verde, los Malteses, el callejón del Judío... Por 1745 un rico mercader estaba construyendo a un lado de la plaza una hermosa vivienda. Los comerciantes y navieros italianos competían con los ingleses en el progreso de la población. La «casa de Carta» fue asombro de los santacruceros; el memorialista Anchieta anotó en agosto de 1752 que había bajado a verla y que se cantaba una copla:
 
                    ”La casa de Carta / es un confite./ No la toquéis, muchachos, / que se derrite... “.
 
          Otro comerciante, el capitán Montañés, ennobleció la plaza con dos monumentos: en 1759, la Cruz de mármol; en 1778, "El Triunfo de la Candelaria», apoteosis de la devoción suya y popular a la Patrona de las Islas; el capitán general López de Heredia activa la construcción de un muelle de atraque; por los 1770 Matías de Gálvez realiza trabajos de alcantarillado.
 
          Las casas terreras van desapareciendo, aparecen las de dos plantas, con miradores en las azoteas para ver el ir y venir de los barcos. Dos torres son los faros del navegante: la de La Concepción, por donde viven los hermanos Logmann, que han fundado un hospital, y la de San Francisco, hacia La Marina, donde han levantado las suya los Hamilton, Casalón, Boza de Lima... ¿Qué es lo que está necesitando Santa Cruz para mejorar? La autodestrucción, que le llegó la noche del 28 de septiembre de 1784, en la que un gran incendio quemó o arruinó cincuenta y cinco casas chamizos y covachuelas aledañas a la plaza, lo que favoreció la construcción de otras nuevas. Tres años después, el Marqués de Branciforte, capitán general, creó la Alameda del Muelle, a la que se entraba por arcos con figuras de mármol. La alameda fue paseo, reunión y mentidero, donde la charanga militar animaba las verbenas; a ella no iban los enamorados, que preferían las oscuridades nocturnas del campo de Regla.
 
La Casa de Correos
 
          Ya había Casa de Correos, Real Aduana, la Casona en su Charco, siempre el castillo, el hospicio de San Carlos, luego cuartel y hoy ruinas. Los viajeros que llegaban a Santa Cruz, que fueron muchos y famosos (La Billardiere, Varela, Mac Gregor, Jorge Glas, La Perousse, Bory de Saint Vincent, Ledrú, Humboldt...) aseguran que la ciudad es alegre, las casas limpias, blancas y vistosas, con cristales que brillaban al sol... Sin embargo, los soldados ingleses de Waller, Troubridge y Hood, se perdieron en las encrucijadas callejeras desde el convento de Santo Domingo hasta la entrada de la plaza y la calle de las Tiendas... Fue la mañana del 25 de julio de 1797. Los vecinos victoriosos se reunían en el cuadrilátero de la plaza y veían desfilar a los vencidos. Al día siguiente, se reúnen los principales de la Ciudad y redactan un manifiesto en el que solicitan beneficios y privilegios.
 
          Tres cabezas dé león son muchas cabezas. El nacimiento de Santa Cruz está en el mes de mayo de 1494; la consolidación de su desarrollo político, urbano, social estaba ocurriendo trescientos tres años después. Mucho tiempo y mucho camino…
 
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