Bienvenidos a Santa Cruz

 
A cargo de Luis Cola Benítez (Convención de Excelencia Turística en el Hotel Mencey, Santa Cruz de Tenerife, el 26 de marzo de 2014).
 
 
          Señoras y señores:
 
          Santa Cruz de Tenerife, ciudad abierta, cosmopolita y cordial, les da la bienvenida y se congratula de vuestra presencia, como siempre lo ha hecho con todos los visitantes que a su tierra han llegado en son de paz, deseosos de intercambiar con sus habitantes, experiencias y recursos. 
 
          Santa Cruz de Tenerife es una ciudad alegre y confiada, que nunca se ha mostrado recelosa ante los extraños, sintiéndose suficientemente protegida por el majestuoso macizo montañoso de la cordillera de Anaga, que sirve de incomparable marco a su puerto, mientras que su espíritu, el alma de la ciudad, se ve constantemente revitalizado por el suave frescor de los vientos alisios, que la envuelven y acarician con la constancia de un fiel amante.
 
          Aún a riesgo de caer en un cierto forzamiento conceptual, aunque en muchos aspectos históricos y socioeconómicos tenga indudable validez,  podría decirse que Tenerife “fue” Europa mucho antes de que las modernas estructuras políticas y económicas arraigaran en el Viejo Continente, dando lugar a lo que hoy es una Comunidad Internacional que aglutina muy diversos intereses, que se pretenden presentar como comunes al conjunto de sus miembros.
 
          Desde los albores de la historia moderna Santa Cruz de Tenerife, puerto y puerta de toda la Isla, y que fue capital única del Archipiélago durante más de un siglo, fue partícipe de los avatares europeos a la sombra de sus relaciones comerciales y culturales con el continente, que abarcaban desde Londres, Ámsterdam y otros puertos del Norte, hasta Génova, Marsella y demás ciudades marítimas europeas. De estos contactos fue especialmente responsable la exportación de los primeros monocultivos de las Islas, azúcar y vinos, que propiciaron una corriente de transferencias de intereses y afectos en ambos sentidos. 
 
          Como es lógico, el mayor peso de la sociedad continental hizo que el flujo de mentalidades fuera de mayor entidad hacia las Islas que en sentido inverso. Son numerosos los testimonios materiales de aquellas relaciones que llegaron a Canarias, algunos de singular importancia. No de otra forma se puede explicar, y no es el único ejemplo, la existencia de una obra de tan relevante importancia como el tríptico flamenco atribuido a Marcellus Coffermans, que se custodia en la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, en un enclave tan recóndito y mínimo como lo era, y aún lo es, el caserío escondido en el santacrucero valle de Taganana. La explicación es bien sencilla: la importancia que aquel valle tuvo en el siglo XVI como productor de azúcar, que se exportaba a los puertos de Norte.
 
          Ocurre que el espíritu isleño tiene mucho de esponja, que absorbe con gran facilidad las influencias que le llegan de fuera, que proliferan en la comunidad y las hace propias, lo cual puede ser, según los casos, una virtud -facilidad de adaptarse a diferentes entornos sociales-  o un defecto -pérdida de matices de la propia identidad-, aunque siempre la diversidad de enfoques culturales resulte enriquecedora.
 
          Desde los tiempos de las guerras de religión en Europa, y luego a raíz de la Revolución Francesa, fueron numerosos los que desplazados por sus creencias buscaron establecerse en Tenerife. Los ciudadanos irlandeses, franceses, y de otros orígenes que se decidieron a ello, encontraron aquí un espíritu de tolerancia y acogida que les llevó a integrarse en la sociedad isleña, estableciéndose definitivamente, creando familias e intereses propios y alcanzando puestos preeminentes en sus comunidades de adopción. 
 
          En Tenerife las ideas entran y circulan rápida y libremente, y en su suelo los extranjeros, aunque lo sigan siendo, no lo son tanto como en otros lugares. No se entendería la historia de Canarias sin tener en cuenta la aportación foránea. En realidad la confianza en estos elementos que llegaban a formar parte indisoluble del pueblo, en la práctica conducía a una “entente cordiale” entre naturales, autoridades y colonia extranjera, que históricamente hacía llevadera la situación y evitaba enfrentamientos innecesarios. Tal es así que, en tiempos pasados, cuando España estaba en guerra con otro país y llegaba la inevitable orden conminando a la expulsión de los naturales de la Nación enemiga, se comprobaba que en su mayoría eran residentes respetables, integrados desde la primera generación en esta sociedad, muchos casados con tinerfeñas, con hijos aquí nacidos y algunos con comercios importantes. Al final, todo acababa dando lugar a un enorme papeleo sin apenas consecuencias.
 
          Pueden enumerarse abundantes casos de manifiesta tolerancia de Santa Cruz, característica que forma parte de su más íntima esencia, de su idiosincrasia como pueblo, y que responde a una forma de ser deliberadamente decidida. Nadie es tolerante sin querer; se es porque se decide serlo, aunque sea por auspiciar la convivencia pacífica y evitar los enfrentamientos sociales, en una comunidad en la que los más relevantes elementos descollaban en una amalgama de diferentes orígenes, procedencias y creencias. Aquí nunca se han dado los odios de raza, los antagonismos de nacionalidad, de opiniones o de creencias.
 
          Hasta ahora me he referido a lo que no se ve, pero se siente, por poca sensibilidad que se posea. No somos, lógicamente, una sociedad perfecta, tenemos defectos, pero trabajamos día a día intentando corregirlos. 
 
          Pero todo lo expuesto, precisa de un escenario. Y ese escenario lo proporciona la ciudad y la isla, con sus parques y espacios verdes, con sus ejemplos de singular arquitectura y sus muchos sorprendentes rincones, con sus bosques y paisajes naturales, como los del espacio natural de Anaga, en el que pueden encontrarse lugares de excepcional  biodiversidad, con sus infraestructuras dispuestas a acoger a cuantos desean conocernos y disfrutar, junto a nosotros, de la alegría de vivir en una isla privilegiada por la Naturaleza que preside con su majestuosa presencia el incomparable Teide.
 
          ¡Adelante! Todo esto es la materia prima de que disponen ustedes para realizar su trabajo.
 
          ¡Ánimo! Y que su estancia les resulte gozosamente fructífera.
 
          Bienvenidos. 
 
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