El sistema defensivo de Canarias en los siglos XVI a XVIII

 
Por Emilio Abad Ripoll (Pronunciada el 16 de octubre de 2013 en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, con ocasión de la inauguración de la Cátedra de Historia Naval).
 
 
Generalidades
 
          Antes que nada, dar las gracias a los asistentes por su presencia y a quienes han pensado en mí para tomar parte en este ciclo de inauguración de la Cátedra de Historia Naval, a la que deseo y auguro larga vida.          
 
          Me encomienda la Dirección del Ciclo que hable del Sistema defensivo de Canarias entre los siglos XVI y XVIII, es decir de hacer un bosquejo de las preparaciones indispensables para desarrollar aquellas acciones bélicas en que se sustentaría la defensa del Archipiélago y el mantenimiento de su vínculo con la metrópoli. Y ha salido una palabra, “acción”, que me ha recordado una cosa.
 
          Cuando siendo un joven capitán ingresé en la Escuela de Estado Mayor, entre la gran cantidad de libros, manuales, reglamentos, etc. que teníamos los alumnos que intentar aprendernos y manejar diariamente había uno especialmente importante. Su título era el de Doctrina provisional para el empleo táctico de las Armas y los Servicios, una especie de Tablas de la Ley de cuya aplicación a lo que se denominaba “la resolución del problema táctico” uno no podía separarse si no quería ser fulminado por el rayo del Sinaí, es decir por una acerba reconvención o una escalofriante mirada de uno o de varios componentes del grupo de profesores que poblaban la tarima de la clase de Táctica en aquel caserón de la calle Santa Cruz de Marcenado de Madrid. 
 
          Pues bien, a ese venerable documento he recurrido para empezar a redactar este trabajo, porque, aunque muchas cosas cambien, todos los que vestimos de caqui, de azul o de blanco sabemos que en el tema de la guerra hay otras que siguen siendo inmutables, y que, al menos en espíritu, son tan aplicables hoy como hace siglos. 
 
          Y tan pronto como en su artículo 3, la Doctrina nos decía, textualmente, que “en el desarrollo de la acción intervienen el hombre, elemento moral por excelencia, el armamento, sujeto a evolución y el terreno, elemento permanente y pasivo, pero susceptible de modificarse”. Alteremos el orden y hablemos esta tarde, sucesivamente, del terreno modificado, del armamento y del hombre para encuadrar el sistema defensivo de las islas en el período citado. Y luego hablaremos un poco de otro factor aquí no incluido
 
Las fortificaciones
 
          Las características del terreno se pueden modificar con la fortificación, nos enseñaba la citada Doctrina, que es, en definición de Almirante: “La mejora, preparación o modificación del terreno para la guerra, que produzca no sólo embarazo, entorpecimiento, retardo y aniquilamiento de la fuerza enemiga, sino ventaja, holgura y acrecentamiento en la propia”
.
          Y de los dos tipos de fortificaciones -permanentes y de campaña-, toca hablar de las primeras, que se fueron levantando por casi todas las islas prácticamente desde el mismo momento en que los castellanos fueron poniendo pie en ellas. ¿Con qué objeto? 
 
          En primer lugar dificultar la progresión enemiga hacia el interior del territorio, es decir, presentar un obstáculo con el que topara el invasor; además, para que sirviera de protección y abrigo contra la acción adversaria; en tercer lugar para favorecer lanzamientos propios  (de piedras, flechas y lanzas en un principio, y luego de armas de fuego) en lo que podríamos llamar defensa lejana; y, por fin, para favorecer también una defensa inmediata si el enemigo conseguía desembarcar.
 
          Cuando los primeros europeos llegaron a las Canarias, acababa de empezar el siglo XV; es decir, en términos históricos en Europa se estaba en la Edad Media, pero cuando concluyeron la conquista, se estaba ya iniciando la Edad Moderna. En ese siglo había ocurrido un hecho trascendental en el Arte de la Guerra y, por ende, en el de la Fortificación. Era, ni más ni menos, que la generalización del uso de la pólvora en el campo de batalla. Ello iba a llevar a que las fortificaciones, que ya habían  evolucionado desde las construcciones amuralladas de plantas absolutamente rectangulares, cuadradas o circulares, sin flanqueos y con ángulos muertos, a  las que ya contaban con torres en las murallas que eliminaban ambos defectos, se tuvieran que enfrentar a un poderosísimo enemigo: la artillería.
 
          Las murallas se achatan, bajan de altura, pero ganan en grosor. A los gráciles castillos medievales van a sustituirles fortificaciones mucho menos airosas, achaparradas y de gruesos muros. Las torres pierden también altura, se convierten en torreones, que se transformarán en baluartes en forma de punta de diamante. 
 
          Y esa transformación es fácilmente perceptible en las fortificaciones que se vayan levantando en Canarias no sólo en aquel siglo XV, sino en los venideros. Les aconsejo que repasen ese monumental trabajo del coronel don  José María Pinto de la Rosa titulado Apuntes para la historia de las fortificaciones en Canarias. Culminada su redacción en 1945, no vio la luz hasta 1996, editado por el Museo Militar Regional de Canarias, cuyo responsable en aquel momento era el coronel de Artillería Juan Tous Meliá, conocidísimo en el Archipiélago sobre todo por sus numerosas investigaciones y publicaciones cartográficas. En esta obra podrán deleitarse con los numerosos dibujos, planos y fotografías, así como con las explicaciones acerca de la historia de todas y cada una de las organizaciones defensivas: castillos, baluartes, baterías, parapetos y murallas, e incluso otras instalaciones militares, que se levantaron en Canarias desde el inicio de la conquista hasta casi mediados del siglo pasado.
 
          Es por ello, porque ese libro está al alcance de todos, que en este aspecto de las fortificaciones, y apoyado en las proyecciones, únicamente les voy a resumir las que recogió en su trabajo el coronel Pinto de la Rosa, y recuerden que me refiero sólo hasta finales del XVIII. Y, naturalmente, tampoco coexistieron todas simultáneamente.
 
          a) Lanzarote:
 
               - 4 Castillos: de Santa Bárbara (también de San Hermenegildo o de Guanapay), de San Gabriel, de San José y del Colorado (o Torre del Águila).
               - Fortaleza o Castillete de Arrecife.
guanapay
 
Castillo de Santa Bárbara (Foto Vikingu)
 
 
San Gabriel
 
 Castillo de San Gabriel (Foto Lanzarote isla mítica)
 
 
San José
 
Castillo de San José (Foto Lanzarote tierra mítica)
 
 
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Torre del Águila (Foto Panoramio)
 
 
          b) Fuerteventura: 
 
               - Castillo de La Antigua.
               - 2 Torres: del Tostón (o de Ntra. Sra. del Pilar y San Miguel) y de la Caleta de Fuste (o de San Buenaventura).
 
Tostón
 
Torre del Tostón  (www. fotografía Tindaya) 
 
 
 
 Caleta de Fuste
 
Torre de la Caleta de Fuste  (Foto Viaje jet)
 
 
          c) Gran Canaria:
 
               -4 Castillos: de la Luz, de Santa Catalina, de Mata  y del Rey o de San Francisco del Risco.
               -7 Baterías: del Buen Aire, de San Fernando, de San Antonio, de la Plataforma, otra  al SE. de la Plataforma y de la Playa (2).
               -3 Reductos: de San Felipe (2, uno en Guanarteme y otro cerca de la Puerta de Triana), y de Santa Isabel.
               -4 Torres: de Santa Ana, de San Pedro Mártir, de Gando y de Telde.
               -Casa Fuerte de Santa Cruz del Romeral (en Tirajana).
               -Murallas del Norte y del Sur.
La Luz
 
Castillo de La Luz  (Foto Retratando Gran Canaria)
 
 
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Castillo de Santa Catalina  (Foto Wikipedia)
 
 
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Castillo de San Francisco  (Foto Mi Gran Canaria)
 
 
Santa Ana
 
Cubelo de Santa Ana  (Foto www.esacademic.com)
 
 
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Castillo de Mata  (Foto monumental.net)
 
 
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Torre de Gando (Foto Cultura de Defensa)
 
 
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Casa Fuerte de Santa Cruz del Romeral (Foto www.facebook.com)
 
 
          d) Tenerife (En Santa Cruz, si no se hace constar otra localidad):
 
               -7 Castillos: del Santo Cristo de Paso Alto, de San Cristóbal (o Principal), de San Juan (o Negro), de San Joaquín (en La Laguna), de San Pedro ( en Candelaria), de San Felipe (en Puerto de la Cruz) y de San Miguel (en Garachico).
               -28 Baterías: de Valle Seco, del Bufadero, de la Altura de Paso Alto (o de San Sebastián), de Santa Teresa, de San Rafael, de Candelaria, de Santiago (o Provisional de los Melones), de San Antonio, de El Pilar, de la Cruz (o del Calvario), de Roncadores (2), de Santa Rosa (o del Rosario), del Muelle, de la Concepción, de San Telmo, de San Francisco, del Lazareto (o del Degredo), de las Cruces, de Barranco Hondo, números 1 y 2 (en La Laguna), de la Plataforma (en La Laguna), de Santiago (en Candelaria), de Bajamar (en Tejina), de San Carlos (en el Puerto de la Cruz), de Santa Bárbara o del Muelle (en el Puerto de la Cruz) y de San Telmo (en el Puerto de la Cruz).
               - Torre de San Andrés. 
               - Fuerte de San Miguel.
               - Muralla.
Paso alto
 
Castillo de Paso Alto  (Foto Arghys)
 
        San Cristobal        
 
Castillo de San Cristóbal  (Castillos de Canarias) 
 
San Juan
 
 
Castillo de San Juan  (Foto Sobre Canarias)
 
 
San Joaquín
 
Castillo de San Joaquín  ( Foto Nuestra isla Tenerife)
 
 
San Felipe
 
Castillo de San Felipe  (Foto Nuestra isla Tenerife)
 
 
San Miguel
 
Castillo de San Miguel  (Foto Living Spain)
 
 
San Andrés
 
Torre de San Andrés  (Foto www.rinconcito canario)
 
 
Torre de San Miguel
 
Fuerte de San Miguel  (Foto Nuestra isla Tenerife)
 
 
 e) La Palma (En Santa Cruz, si no se hace constar otra localidad):
 
                - 6 Castillos: de San Carlos, de San Miguel, de Santa Catalina (o Principal), de Santa Cruz del Barrio (o del Cabo), de San Miguel (en Puerto Naos) y de Juan Graje (en Puerto Naos).
               -7 Baterías: del Muelle, de San Antonio, de Santa María de Saboya ( o de Almeda), de San Pedro (o de los Clérigos), de San Felipe o de Méndez, de San Jacques (o de San Roque) y de Nuestra Sra. del Carmen.
               - Fuerte de San Carlos (o de los Guinchos).
               - Reducto de Paso Barreto (o de Bajamar).
               - Muralla.
 
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Castillo de Santa Catalina  (Foto monumental.net)
 
 
El Cabo
 
Castillo del Cabo  (Grafcan. Google Earth)
 
      f) La Gomera:
 
               - Torre del Conde
               - 2 Castillos: de Nuestra Sra. del Buen Paso y de los Remedios (o Principal o de San Diego).
               - Batería de los 3 cañones.
               - Reducto de la Punta de los Canarios.
 
Torre del Conde
 
Torre del Conde
 
          Y en El Hierro, prácticamente una fortaleza por la configuración de su terreno, no hizo falta ninguna obra defensiva importante.
 
El armamento
 
          La evolución de que nos hablaba la Doctrina se va a reflejar en el armamento que utilizaron las Unidades españolas a lo largo del período objeto de este trabajo, y, por tanto, las Milicias Canarias. Por lo que respecta a las armas de Infantería se las empezó a dotar, coexistiendo con las lanzas, picas y flechas, del arcabuz, nacido a mediados del XV y que se perfeccionará, especialmente en el sistema de hacer fuego, hasta llegar a finales de siglo a ejemplares como éste que ven en pantalla. Se trata de un arma encontrada en las proximidades de Acentejo, en Tenerife, y que posiblemente perteneció a las huestes del Adelantado Alonso Fernández de Lugo, según nos explicó en una reciente conferencia en Tenerife, Lorenzo Hernández-Abad. Se expone en el Museo Histórico Militar de Canarias, en Almeyda. Su calibre era de 15,5 mm. y su alcance inferior a 150 m.
 
      Va a aparecer luego el mosquete, de mayor calibre (20 mm.) y alcance (200 m.), y juntas ambas armas van a formar parte de las dotaciones de nuestros Tercios. No será hasta 1568 cuando en los de Flandes quede únicamente el mosquete. Es lógico pensar que aquí ambas armas coexistirían en servicio hasta algunas décadas después.
 
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Fusil de finales del siglo XVIII  (Foto de Lorenzo Hernández-Abad)
 
       
          Y acabando el primer tercio del siglo XVII surge el fusil, que también va a convivir el resto de aquel siglo con el mosquete. A principios del XVIII ya se va a convertir el fusil en el auténtico y único rey del armamento ligero, con el añadido de la bayoneta hacia 1789. Y hay constancias documentales de que esa era el arma de la Infantería en Canarias a finales del XVIII.
 
        Por lo que respecta a la Artillería, nacida más o menos a mediados del XIV, sus piezas van a ser de hierro forjado, y no va a ser hasta el XVI cuando aparezcan las de bronce y las de hierro fundido. No obstante, como en el caso del armamento ligero, coexistirán de los tres tipos en nuestros fuertes, castillos, baterías y reductos, y se adaptarán a diferentes clasificaciones, que no es momento de detallar,  hasta finales del XVII. En el XVIII, con la dinastía borbónica, además de fabricar muchas nuevas piezas, se procede a más clasificaciones para normalizar aquella barahúnda de distintos tipos de piezas, calibres, longitudes, etc. y dotar a las unidades de materiales lo más homogéneos posibles. 
 
          Baste decir ahora que de las cuatro reorganizaciones de aquel siglo (1718, 1728, 1743 y 1783) es en esta última en la que aparecen los tipos de piezas que tiene en pantalla: 3 clases de cañones (de a 24 y 16 libras; de a 12, 8 y 4 libras; y de a 4 libras, de montaña); 1 de obuses (de  9 y 7 pulgadas de calibre); y dos clases de morteros (cónicos, de 14, 12 y 7 pulgadas, y cilíndricos, de 14 pulgadas).
 
          Y, como artillero, no me resisto a proyectar dos piezas “de aquí”: 
 
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          La primera es el cañón de a 16 (aproximadamente 135 mm. de calibre) El Tigre, de bronce y fabricado en Sevilla en 1768, del que la tradición asegura que fue el causante de la grave herida que hizo que Nelson perdiese su brazo derecho en el ataque a Tenerife de 1797.
 
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          Y la segunda es el cañón de a 36 (175 mm. de calibre) El Hércules, fabricado también de bronce, pero en Flandes en 1547 y que prestó sus servicios en el Castillo Principal de Santa Cruz al menos desde 1566, comprado por el Cabildo de la Isla. En 1876 se incorporó al Museo de Artillería, luego del Ejército, en Madrid. Gracias a muchos esfuerzos, hechos a partir del trabajo de investigación del ya citado coronel Juan Tous, el cañón volvió a Tenerife en el año 2005. José Arántegui, en su obra Apuntes históricos sobre la Artillería española en la primera mitad del siglo XVI escribió de él que es “uno de los primeros y más preciosos ejemplares que se hayan fabricado en el mundo”. Ni más, ni menos.
 
          Tous ha localizado otros dos grandes cañones que estuvieron de dotación en La Palma y ahora se encuentran en el Museo del Ejército: El Escorpión y la Culebrina San Miguel.
 
 El hombre.
 
a. Las Milicias Canarias. Sus inicios y el siglo XVI
 
          En realidad debíamos denominarlas con más propiedad como las Milicias Provinciales de Canarias, pues formaron parte de aquellos Cuerpos de Reserva del Arma de Infantería que con la denominación de Milicias Provinciales subsistieron en España desde el siglo XVI hasta 1867. El Diccionario Enciclopédico de la Guerra, del General López Muñiz, nos indica que el origen de las Milicias Provinciales puede fecharse en tiempos de Carlos I, pero fue Felipe II quien dispuso que se organizaran en toda España.
 
          Aquí, a finales del siglo XV, había terminado la conquista del Archipiélago y, tanto en las islas de realengo como en las de señorío, había comenzado la labor colonizadora, es decir, empleando palabras de Rumeu de Armas, “la tarea pacífica”. Pero esa labor no podía ser tan pacífica como, sin duda, lo fue, excepto en los territorios fronterizos, en buenas partes del Reino de Castilla, que hacía muy poco había concluido su Reconquista peninsular; y no podía serlo porque, además de que una ola de expansión impregnaba todos los ambientes, Canarias era también frontera.
 
          En el Archipiélago, tanto los que habían llegado de la Península, o de otras tierras, como los naturales de estirpe nobiliaria, (por ejemplo, Fernando de Guanarteme), deseaban, imbuidos de ese afán de expansionismo, ampliar los territorios de dominación española, en nuestro caso a costa de las cercanas tierras del oeste africano. Pero, además, las islas tenían ya una larga tradición, que no se iba a ver interrumpida con la llegada de los europeos: la de sufrir con mucha frecuencia ataques piráticos que a veces, como en el segundo tercio del siglo XVI, revistieron gran peligro.
 
          Como consecuencia, y tanto por motivaciones ofensivas como defensivas, el espíritu bélico, no se apagaba por estos roques. Se creaban Unidades mercenarias, provisionales o temporales, para las operaciones en la costa africana; pero también, para la defensa de las islas, nacían otras Unidades con un marcado carácter de permanencia. Aparecieron de forma espontánea, porque la necesidad las obligó a ello, unas “organizaciones militares” que podemos considerar antecesoras de las Milicias Canarias.
 
          Eran Unidades que también podíamos clasificar como autónomas, pues los Cabildos Insulares o Municipales tuvieron que improvisarlas por islas, de forma aislada e independiente, en función de la amenaza que se cernía sobre cada una de ellas. Aquellas masas, poco coherentes y poco disciplinadas, eran mandadas por un Cuerpo eventual de Oficiales, elegido por los Cabildos respectivos entre las clases hidalga y acomodada, y podemos añadir que, en bastantes casos, con poca aptitud para el ejercicio de las armas. 
 
          ¿Eran ya Milicias esas Unidades? Y si no es así, ¿cuándo nacieron las Milicias? Hay diversas opiniones al respecto, pero esa autoridad en la materia que es don Antonio Rumeu de Armas, en su obra Canarias y el Atlántico, nos da, en mi opinión, la clave de la pregunta. Escribe así don Antonio:
 
               “No se puede hablar en Canarias de un Ejército permanente, ni de una auténtica organización militar hasta los tiempos de Rodrigo Manrique de Acuña y Pedro Cerón [1551], en que las Milicias se estructuran y organizan, no ya para una acción determinada, como el ejército de la conquista, sino como algo permanente y estable, encargado de la defensa del país frente a sus invasores.”
 
          Quiero resaltar aquí que en aquel 1551, la organización se produjo solamente en la isla de Gran Canaria, pero que pronto (un par de años después) el sistema se imitará y copiará en Tenerife y La Palma.
 
          El alistamiento, tal y como se estableció con Acuña y Cerón, era universal y solamente masculino, pues tenían la obligación de servir en filas todos los varones de entre 16 y 60 años (aunque esta edad varió hacia arriba y hacia abajo en función de las disponibilidades de personal), a los que se intentó inculcar las primeras nociones de disciplina y técnica militar. Nacieron también las Compañías de a caballo, en las que se alistaban los nobles En resumen, y en palabras de Rumeu, al pasar el ecuador del siglo XVI, las Milicias canarias han dejado de ser organizaciones “de creación espontánea” y pasan a formar parte del “ejército regular”.
 
          Felipe II, que dicen ya hacía tiempo pensaba reformar la organización político-militar del Archipiélago, introdujo en 1589 un cambio radical: reunir el mando político, militar y judicial en la figura de un Capitán General, que iba a tener, prácticamente, las atribuciones de un Virrey. En enero de aquel año  nombró a don Luis de la Cueva y Benavides “Gobernador y Capitán General de las islas de Canarias y Presidente de la Real Audiencia que en ellas reside”.
 
        Y en aquel siglo XVI, las modestas Milicias Canarias iban a ser las únicas fuerzas terrestres de defensa del Archipiélago contra la gran cantidad de ataques que contra las islas se produjeron, por lo que voy a cerrar el siglo con otro párrafo de Rumeu de Armas. No busca el ilustre historiador la comparación con aquellas Unidades españolas que adquirieron fama de invencibles en toda Europa, sino con las Milicias Provinciales peninsulares, por lo que no puede ser tachado de exagerado. Dice así don Antonio:
 
               “Hay que reconocer y confesar que ningún ejército regional puede presentar una ejecutoria tan brillante de triunfo y acciones favorables; que el ejército del Archipiélago se podía medir en eficiencia y disciplina con el mejor de la Península en su clase y que ninguno ha prestado servicios tan constantes y notorios a la Patria”. 
 
          Es claro que se refiere Rumeu de Armas a las acciones de defensa del territorio que nuestras Milicias habían llevado a cabo durante sus primeras décadas de existencia.
 
b. Los siglos XVII y XVIII
 
          Es lógico pensar que la organización de las Unidades de Milicias diferiría muy poco de una a otra isla; en principio porque, como quedó dicho, en Tenerife y La Palma se copió lo que se hizo en Gran Canaria, luego porque los Capitanes Generales irán impulsando una normalización archipielágica, y por fin porque, con el cambio de dinastía, los vientos centralizadores que soplaron desde inicios del siglo XVIII ayudarían también a ello. Pero la normalización y el control de las Unidades de Milicias se van a acentuar cuando en 1625 el Rey nombrara Capitán General de Canarias y Reformador Militar a un veterano de gran prestigio, don Francisco González de Andía. 
 
          Mas esta tarde no quiero consumir el escaso tiempo disponible hablando de esas y otras reorganizaciones, si no que tras sobrevivir siempre pendientes de amenazadores velámenes más de otro siglo y medio y rechazar una tras otra decenas de intentonas, resaltar que para las Milicias iba a revestir una especial importancia la promulgación de unas Nuevas Ordenanzas en 1766 y, sobre todo, la llegada a Canarias del hombre encargado de aplicarlas: el Coronel don Nicolás Mazía Dávalos, designado por Carlos III como Segundo Comandante General y con la misión exclusiva de instruir y disciplinar a las Milicias.
 
          En su actuación cabe distinguir dos temas distintos. El primero es el de las guarniciones “fijas”, es decir, unas Unidades mucho más próximas ya a lo que hoy conocemos como Ejército regular. Era un propósito antiguo -tenía el antecedente del “presidio” de Las Palmas- con una doble finalidad: la de constituirse en el principal soporte humano de la defensa (lo que descargaba a los milicianos de acudir a todas las alarmas que se pudieran producir) y la de instruir a las Milicias. Mazía organizó 3 Compañías fijas de Infantería, de 100 hombres cada una (2 en Tenerife y 1 en Gran Canaria) y 1 Compañía fija de Artillería, de 60 hombres (en Tenerife, perenviando un destacamento a Las Palmas para instruir a los artilleros milicianos). Luego, esa organización variará bajo el mando de otros Comandantes Generales, como el Marqués de la Cañada y don Antonio Gutiérrez, con quien el Batallón de Infantería de Canarias, contará con 600 hombres, de guarnición en Santa Cruz de Tenerife, aunque con un pequeño continguente destacado en Las Palmas. 
 
          El segundo tema va a ser el la reorganización de las Milicias Canarias. Mazía fijó el número de Regimientos de Infantería en todo el Archipiélago en un total de 13, con 98 Compañías y 10.708 soldados; y por lo que se refiere a la Artillería la encuadró en 12 Compañías con 1.111 plazas. Pese a la disminución que ello suponía con respecto a épocas anteriores e inmediatas, para Canarias representaba un enorme esfuerzo el sostenimiento humano de esa organización, al que había que unir las muchas levas de canarios que se produjeron en los siglos XVII y XVIII, si pensamos que la población total del Archipiélago no llegaba a las 180.000 almas.
 
 Y en la mar...¿qué?
 
          Mientras redactaba estas líneas, en un rincón del cerebro estaba encendida una lucecita que me avisaba que no debía ceñirme exclusivamente, por deformación profesional, a hablar de lo que más cerca me cae: el empleo de las fuerzas terrestres.
 
          Y no debía ser así, primero e importante, porque estamos en una Cátedra de Historia Naval; y segundo, y más importante, porque no fue la de Canarias una defensa exclusivamente terrestre. También los buques de guerra españoles, cuya misión primordial de aquellos siglos era mantener en funcionamiento el cordón umbilical que unía la España de Europa con la España de América, especialmente con la protección de los mercantes de la “carrera de Indias”, jugaron un papel vital en el aspecto que constituye el argumento de esta charla.
 
Galeón español
 
Galeón español
 
          Y vamos a verlo, también muy rápidamente. Ante las Cortes castellanas reunidas en Valladolid el año 1523, Carlos I expone el enorme peligro que supone la piratería, como argumento para solicitar fondos económicos para combatir el mal; y lo hace con estas palabras: 
 
               “Y os mando hacer saber que todos las mares de estos reinos están llenos de corsarios y robadores franceses, moros y turcos, los cuales han hecho, y hacen, grandes daños en  ellas y en los navegantes por ellas, y lo que nunca se pensó, han pasado en las islas de Canaria y del mar Océano, donde han tomado muchos navíos que venían con oro y otras joyas y mercaderías…”
 
          Y dicen las crónicas que las Cortes se mostraron dispuestas a los mayores sacrificios con objeto de que "se hiciese armada para limpiar los mares de Castilla." Y así empezaron las escoltas a los convoyes que surcaban el Atlántico.
 
          Ustedes, los marinos que hay en la sala,  conocen mucho mejor que yo los ímprobos esfuerzos de nuestros galeones custodiando los convoyes de mercantes en su ida y su regreso de América y de Filipinas. Gracias al valor de nuestros marinos, a su pericia  y sacrificio se pudo mantener durante siglos el Imperio español, pues en más de un 95 % de las ocasiones los galeones arribaron a Sevilla con sus valiosas cargas.
 
          Pero, y ahora me acerco más a Canarias, aquellos galeones, y luego navíos, jugaron un papel fundamental en la puesta en valor de un factor esencial en la guerra: la disuasión. Los corsarios, los piratas y las flotas enemigas atacaban normalmente cuando conocían que los mercantes iban inermes, sin protección, pero se lo pensaban mucho más si no era así. Por tanto, es lógico afirmar que cuando en los puertos canarios hacían escala para aguada, para cargar alimentos o para lo que fuese los buques de la carrera de Indias, nuestras costas estarían mucho más seguras por la acción disuasoria de los cañones de la flota. Y que cuando navegaban por aguas canarias, estarían bastante alejados los responsables de las zozobras y las inquietudes.
 
          Naturalmente también podría contarles algo sobre los combates navales, como el de 1536, y lo que le sucedió a una flota francesa cuando se topó por aquí cerca con 3 navíos de guerra españoles mandados por don Miguel Perea, que venían rumbo a Canarias con la misión expresa del emperador de “ampararlas y protegerlas”; o, meses después, cuando el mismo Perea y una flotilla constituida a expensas del Regidor de Gran Canaria don Bernardino de Lezcano Múxica derrotaron en Santa Cruz de La Palma al almirante francés Bnabo; o el de 1552, ahí mismo, enfrente de las Isletas, cuando una flotilla dirigida personalmente por el Gobernador don Rodrigo Manrique de Acuña venció y apresó a los 5 barcos de otra francesa; o a las visitas, al menos dos, de don Álvaro de Bazán, al frente de una potente escuadra, a las aguas e islas canarias… Pero prefiero, y deseo, en unas futuras jornadas, escuchar hablar de boca de un marino de la defensa naval del Archipiélago Canario a lo largo de la Historia.
 
Conclusión
 
          Y ya concluyo pensando en que hay muchas cosas bajo el sol que no son tan nuevas. Cuando trabajé con el profesor Díaz Benítez hace unos años husmeando sobre la preparación defensiva de Gran Canaria en la 2ª Guerra Mundial, localicé la Directiva del Teniente General Serrador en la que en líneas generales se ordenaba que había que intentar parar al enemigo antes de que llegase a las playas (armada y artillería de costa), y si ponía pie en ellas, evitar su progresión hacia el interior con organizaciones defensivas -fortificación al fin y al cabo- y el empleo de todo tipo de armas. Y sobre todo, destacaba Serrador, el espíritu de los hombres.
 
          El mismo sistema defensivo del que hemos tratado esta tarde. Defensa lejana y defensa inmediata con todos los medios (barcos, fortificaciones, armas…) al alcance, pero por encima de todo, siempre, el hombre.
 
          Por ello no puedo terminar mis palabras sin dedicar un homenaje a aquellos hombres, a aquellos milicianos canarios de los siglos XVI al XIX, gracias a los cuales estos 7 roques, después de la conquista y pese a las amenazas e invasiones, se soldaron firmemente a España. Y a quienes, desde la mar, a bordo de lo que hoy nos parecen cascarones, se unieron a sus hermanos en tierra y vertieron con ellos sangre, sudor y lágrimas por defender, conjuntamente, su libertad y la unión de Canarias a la Patria común.
 
          Muchas gracias por su atención.
 
 
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Óleo de Esteban Arriaga
 
 
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