Segunda sede de las Casas Consistoriales (Retales de la Historia - 89)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 30 de diciembre de 2012).

 

          La primera sede municipal, dando frente a la Plaza de la Pila -entonces de la Constitución-, se había convertido en un patio de vecinos. Primero el despacho del comerciante Witte, después el Jefe Político, la Diputación Provincial, la Junta de Sanidad, el Real Consulado, todo ello buscando los regidores poder hacer frente a la renta con los alquileres, pero el inconveniente estribaba en que era demasiado para tan corto espacio. Por lo tanto, la sugerencia de José María de Villa de solicitar el viejo edificio del convento franciscano de San Pedro de Alcántara fue inmediatamente tomada en consideración. Entretanto, a pesar de los realquilados, llegó a deberse más de un año de alquiler de unas instalaciones nada apropiadas al reconocerse que el mobiliario estaba “en términos indecorosos a la decencia debida”, especialmente los bancos, y se añadía, “máxime cuando hay que llevarlos á la Iglesia cuando se celebra alguna función.”

          Se formuló la petición y antes de que el comisionado del Crédito Público comunicara oficialmente la cesión provisional del exconvento en octubre de 1822, se comenzaron a hacer algunas obras para acondicionarlo, de las que se encargaron los regidores Buenaventura de los Ríos y Gregorio Asensio Carta que adelantaron el dinero. Aunque se dispondría de más espacio, tampoco eran pocas las actividades allí previstas: Salas Consistoriales, Secretaría, Diputación Provincial, escuela de primeras letras, de Náutica, cárcel y otras dependencias. Cuando en agosto de 1823, después de varias paralizaciones por falta de fondos se terminaron las obras gracias a los adelantos de efectivo realizados por los regidores encargados de los trabajos y el procurador síndico Manuel Álvarez, resultó que no se pudieron ocupar los nuevos locales porque la llave que se había dado provisionalmente al presbítero Juan Soto, la había entregado antes de su muerte al vicario y este se negaba a darla. En consecuencia, la sesión municipal del día 25 se tuvo que celebrar en la sacristía de la iglesia de San Francisco.

          Una vez resuelto el problema de la llave, se alquilaron varias piezas para allegar fondos que permitieran arreglar el tejado de la sala principal y, cuando se suprimió la Diputación Provincial y parecía que se iba a disponer de mayor espacio, el comandante general Isidoro Uriarte lo pidió para alojar las tropas de un batallón, con lo que la barahúnda volvió a adueñarse de la sede consistorial. Por si fuera poco, acorde con los cambiantes aires políticos, en 1826 se sabe que los frailes van a volver a ocupar su convento de San Francisco y, a pesar de que el reverendo padre guardián Fray Gregorio Perdomo prometía dar facilidades para que el Ayuntamiento siguiera allí establecido, se estimaba que la concurrencia de ambas instituciones no parecía que fueran del todo compatibles.

          Se buscó urgentemente una solución y José María de Villa propuso que, encontrándose desocupada la casa de la Plaza de la Iglesia que pertenecía a la fábrica parroquial, se comisionara a los regidores del Castillo y Martinón para que tratasen con el administrador lo necesario “para tomarla en alquiler por cuenta de esta corporación, a fin de celebrar en ella las sesiones y demás actos.”

          El 29 de octubre regresaron los frailes a su convento y, como era de esperar, la situación de convivencia resultaba cada vez más complicada. En vista de que el beneficiado administrador no contestaba a la solicitud del Ayuntamiento, el día 10 de noviembre el alcalde José Calzadilla decidió acudir personalmente a pedir la llave de la casa al párroco José Mamerto del Campo con el objeto de efectuar la mudanza ese mismo día a la 3 de la tarde.

          Es evidente que el espacio público civil más representativo de Santa Cruz, la Plaza en principio del Castillo, de la Pila a partir de 1706, después de la Constitución, Real y hoy de la Candelaria, donde tuvo su primera sede el Ayuntamiento de la entonces Villa Exenta y Capital de Canarias, hubiera sido el lugar ideal para asiento definitivo de las Casas Consistoriales. La oportunidad se perdió en el momento apropiado, no tanto por falta de visión de los ediles -que a lo mejor también-, como por la carencia de recursos que permitieran su realización. Las condiciones de liquidez de aquella primera administración local eran las que eran y, aunque a alguno se le hubiera ocurrido la idea, la ausencia de medios era absoluta para hacer frente a un proyecto que entonces debería parecer, a todas luces, un sueño irrealizable.

          Es posible que la segunda oportunidad se perdiera después de 1859, fecha en que la hasta entonces Villa alcanzó el título de Ciudad.

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