San Rafael y San Roque. 202 aniversario

Por Luis Cola Benítez (Palabras pronunciadas el 5 de noviembre de 2012 en un acto celebrado en el Cementerio de San Rafael y San Roque).

 

          Nos encontramos aquí en uno de los espacios, utilizando un adjetivo muy en boga, más emblemáticos de nuestra Capital. Al menos, debería serlo, si no hubiera sufrido durante docenas y docenas de años el olvido, la indiferencia, el abandono, de los que tenían el deber de preservarlo, cuidarlo y mimarlo como lo que es: uno de los bienes más preciados de nuestro patrimonio histórico-religioso, social y cultural.

          Es cierto que se trata de un recinto que hace honor al conocido dicho de que “la necesidad crea el órgano”, puesto que este Camposanto nació como consecuencia de la imperiosa necesidad de dar cristiana sepultura al ingente número de fallecidos producidos por una de las más feroces y devastadoras epidemias que ha sufrido Santa Cruz: la invasión de la fiebre amarilla que asoló a la entonces recién emancipada Villa de Santa Cruz de Santiago en 1810 y 1811.

          Como es sabido, hasta entonces, a pesar de que ya Carlos III había tratado de prohibirlo, por lo que en algunos lugares peninsulares hasta se produjeron motines populares, los enterramientos se hacían en recintos sagrados, es decir, iglesias, ermitas y conventos. Pero en nuestro caso no se dejó de hacer así por acatar la real prohibición, sino porque lo impuso la necesidad ante el ingente número de fallecidos a causa de la enfermedad, que llevó a que los templos estuvieran saturados y sin capacidad para acoger más enterramientos. Téngase en cuenta que, en aquella epidemia, hubo momentos en que se llegó al medio centenar de muertes en un mismo día. Y así nació el primer cementerio civil. El primer cementerio “ventilado”, como expresamente estipulaba la Real Norma que entonces se dictó.

          Este lugar encierra gran parte de la historia, especialmente del siglo XIX, de nuestra ciudad. Aquí, entre estos muros, se guarda el recuerdo de muchos de los más ilustres chicharreros, de nacimiento o de adopción, que vivieron y lucharon en unos años que pueden considerarse como palanca o trampolín impulsor de nuestra realidad de hoy, gracias a su esfuerzo y a su fervoroso patriotismo, que les llevaba a poner vida y hacienda al servicio de la comunidad.

          Santa Cruz, rebasando todas las pautas habituales en casos similares, en muy pocos años pasó de ser un simple lugar y puerto a ser la capital de todo el Archipiélago y, en gran parte, si no en toda, fue gracias a los excepcionales hombres cuyos nombres pueden aún leerse en las lápidas funerarias de este camposanto.

          Podría hacerse una larga relación de estos ilustres personajes cuyos restos encontraron aquí el descanso, pero sólo voy a nombrar a uno, que para mí es compendio y personificación de una forma de ser, de una actitud al servicio de la comunidad sin parangón alguno. Me refiero al que fuera benemérito alcalde de esta Villa de Santa Cruz de Santiago, José María de Villa y Martínez, que más tarde seguiría como regidor y que  dedicó todos sus esfuerzos y afanes a la construcción y terminación de este recinto, no teniendo reparo en lanzarse a la calle, puerta por puerta, a pedir la colaboración y ayuda de los vecinos, puesto que en aquellos tiempos la carencia de recursos municipales era absoluta. El primer ayuntamiento de Santa Cruz no disponía de bienes ni de rentas propias que pudiera dedicar a las necesidades más elementales.

          Al hablar de San Rafael y San Roque, creo mi deber citar por ser de justicia, aunque sé que va a molestar su proverbial modestia, al que yo considero, y creo firmemente que lo es, el “redescubridor” de este “camposanto con historia”, como él mismo tan acertadamente lo definió hace ya bastantes años, cuando el mayor abandono y la desidia se enseñoreaban del recinto. Me refiero al entrañable amigo, compañero fundador de la tertulia “Amigos del 25 de Julio”, e incansable y riguroso investigador -de casta le viene-, Daniel García Pulido. A él le cabe el mérito de haber sabido rescatarlo para el acervo cultural de nuestra ciudad, pues hasta entonces yacía postergado e ignorado por muchos. Con su meritorio trabajo de investigación y divulgación logró mostrarlo a los ojos de sus conciudadanos con la plenitud del valor que encierra para nuestra la historia.

          Deseo fervientemente que se acierte plenamente con los proyectos de rehabilitación pendientes, tanto tiempo aplazados por un “quítame allá ese muro o déjame aquí estas piedras”. Y, además, que no se demore más en el tiempo el poner remedio a lo que, hasta ahora, ha sido, y sigue siéndolo, a pesar de los evidentes esfuerzos que en los últimos tiempos se han hecho para lavarle la cara, un hito vergonzoso para Santa Cruz. Este espacio contiene unas inmensas posibilidades que podrían ayudar a enriquecer considerablemente nuestro patrimonio histórico urbano, si se tiene el acierto de desarrollar las actuaciones adecuadas, que deben ser bien meditadas y sopesadas.

         Como en una ocasión dijo Daniel García, transcurridos tantos años este ya no es lugar para el lloro, sino un lugar para la paz y para el sentimiento respetuoso y agradecido hacia los que nos precedieron e hicieron posible nuestra realidad de hoy.

          Dignifiquemos el lugar, hagámoslo atractivo para todos, de forma que no tengamos que ocultarlo y que podamos sentirnos orgullosos de lo que guarda en su recinto y de lo que representa para nuestra memoria colectiva.

          Amén.

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