Viajeros ilustres en Santa Cruz de Tenerife. Siglos XVIII y XIX

Por José Manuel Ledesma Alonso (Pronunciada el 29 de octubre de 2012 en el Real Casino de Tenerife, dentro del ciclo "Santa Cruz, Puerto y Plaza Fuerte" organizado por la Cátedra General Gutiérrez de colaboración entre el Mando de Canarias y la Universidad de La Laguna).

 

          Desde que los primeros navegantes tomaron al Teide, considerado en aquellos momentos “la montaña más alta del mundo”, como referencia en sus rutas oceánicas, y en 1634 el rey Luís XIII de Francia estableció el  meridiano Cero en la Punta de Orchilla, en la isla de El Hierro, los marinos comenzaron a contar desde allí las longitudes, y el puerto de Santa Cruz se convirtió en la escala obligada de las expediciones europeas que, aparte de obedecer a estímulos científicos, tenían por objeto la expansión colonial.

          Es importante recordar que desde 1723, Santa Cruz era el único puerto de las Islas autorizado para el comercio con América, pues el comandante general de Canarias, Lorenzo Fernández de Villavicencio, Marques de Vallehermoso, obligaba a todos los  barcos a recalar en Santa Cruz, antes de tocar otro puerto insular, logrando de esta manera la exclusividad del comercio con el exterior y el engrandeciendo de la Plaza y Puerto de Santa Cruz. El mismo trasladó su residencia desde La Laguna al castillo de San Cristóbal, siguiéndole todas las administraciones, como veremos luego.

          Por lo tanto, la primera escala de las expediciones de circunnavegación era el puerto de Santa Cruz, donde se avituallaban de agua, vino y alimentos, o reparaban las averías de sus barcos; mientras, los naturalistas y dibujantes que viajaban en ellas, aprovechaban la estadía para recorrer la isla, recolectar plantas o estudiar sus características geológicas.  Las vivencias y experiencias llevadas a cabo por estos ilustres viajeros (botánicos, astrónomos, médicos, dibujantes, etc.), se han encontrado en forma de libros, diarios, cartas y grabados en las principales bibliotecas, hemerotecas, museos e instituciones científicas de  Europa.

          Este Patrimonio natural de las Islas, que complementa nuestra historiografía, ha sido rescatado y traducido al castellano gracias al interés mostrado por diversos particulares y colectivos insulares; uno de los pioneros de esta iniciativa es José Luís García Pérez,  Presidente de Honor  de nuestra Tertulia Amigos del 25 de Julio, al que le siguieron: Alfredo Herrera Piqué, Nicolás Glez. Lemus, Berta Pico, etc.

          Para que ustedes tengan una visión de los relatos que estos viajeros ilustres hicieron del Santa Cruz de los siglos XVII y XVIII, con su esplendor y sus miserias, a lo largo de mi intervención, les iré leyendo algunos párrafos extraídos de sus legados, a la vez que les mostraré alguno de los grabados realizados por los dibujantes que le acompañaban.

          Con el fin de difundir las investigaciones realizadas por estos viajeros y poner a disposición de la humanidad los conocimientos adquiridos en estos periplos, un grupo de prominentes personajes del mundo de la ciencia y de la cultura europea crearon La Real Sociedad de Londres (1662) y La Academia de Ciencias de París (1666). Estas instituciones, además de financiar las expediciones, ofrecían una tribuna para que los científicos expusieran sus conclusiones y le publicaban sus trabajos.

         Por lo tanto, por estas “Puertas del Puerto”, derribadas el 30 de julio de 1863, entraban en Santa Cruz las noticias, las costumbres, la moda y  la cultura, a la vez que salían las vivencias y experiencias llevadas a cabo por estos ilustres viajeros.

          El centro más cualificado para el desarrollo de la actividad científica en Europa en el siglo XVIII era la Academia de Ciencias de París, formada por 56 miembros;  por ello, para verificar la posición de la isla de El Hierro y calcular la diferencia en longitud del meridiano de Orchilla con el observatorio astronómico de París, enviaron a: Louis Feuillée, fraile dominico, célebre astrónomo, botánico y físico, considerado el primer naturalista de exploraciones científicas en el Archipiélago pues, en los 6 meses que permaneció en las Islas, del 23 de junio al 12 de diciembre de 1724, describió y clasificó diversas plantas endémicas, como la violeta del Teide, el bejeque, y el drago y fue el primero en medir científicamente la altura del Teide, aunque se equivocó en 600 metros (4.313 m.).

          Durante los 8 días que estuvo en la Isla del Hierro, tuvo la mala suerte que el cielo permaneció brumoso, hasta tal punto, que no pudo hacer la observación de los satélites de Júpiter.

          Su libro El viaje del astrónomo y naturalista Louis Feuillée a las Islas Canarias, comienza diciendo:

               "Fondeamos en un fondo arenoso y enviamos un bote a tierra para presentarnos ante el comandante del fuerte y en cuanto hubieron hablado con él, regresaron con un mensaje suyo, de que en cuanto nosotros realizáramos las salvas correspondientes, él nos devolvería cada uno de los cañonazos; por ello,  después de haber echado anclas, disparamos once salvas que nos fueron devueltas, una por una, un instante después. La milicia está formada por todas aquellas personas de la isla capaces de llevar un arma. Las tropas regulares, incluida la artillería, no pasan de trescientos hombres."

          Para evitar los riesgos que implicaban estas travesías oceánicas, la Academia de Ciencias de París convocó un concurso al que se presentaron diversos aparatos que medían la latitud y la longitud en la mar. Para comprobar y verificar su eficacia, los instrumentos ganadores se instalaron en la fragata La Flore, la cual estuvo en el puerto de Santa Cruz, del 23 de diciembre de 1771 al 4 de enero de 1772.

          Esta campaña, en la que viajaban destacados miembros de la Academia de Marina de Francia y varios comisarios de la Academia de Ciencias de París, fue altamente positiva para la navegación, pues resolvió el problema de la medida de las longitudes en la mar; al descubrir que la única forma de saber la situación exacta de los barcos en la mar era llevando a bordo un reloj exacto que permitiera conoce a cada instante la hora del meridiano del que se había partido.

          Cinco años más tarde, uno de los científicos de aquella expedición, el astrónomo Jean Charles Borda, regresaría a Tenerife para corregir algunas mediciones realizadas en viaje anterior. Borda venía al mando de la campaña hidrográfica franco-española, con la corbeta La Brújula y el pequeño barco de cabotaje El Pícaro; a bordo venían 40 científicos, entre ellos el español José Varela.

          En esta campaña, Borda cartografió correctamente las diferentes islas e islotes del Archipiélago Canario, situándolas por primera vez con exactitud en los mapas. Borda escribe en su diario:

               "En el transcurso de la campaña hemos medido la altitud del Teide mediante operaciones trigonométricas muy precisas, que nos dicen que la cima está a 1.904 toesas sobre el nivel del mar. (3.712,8 metros). La altura vertical del pico de Teide la determinamos por una base que hay desde una cruz que está sobre la montaña del Puerto hasta la esquina de la casa del coronel Franchy, en la villa de La Orotava. Esta gran base es continuación de otra pequeña, medida sobre el terreno contiguo a la casa de campo de la familia Cologan, en la Paz, en el Puerto de La Cruz."

          Nicolás Baudin, marino y naturalista, estuvo por primera vez en Tenerife, en 1796, cuando iba hacia las Antillas a recoger la colección de historia natural que había depositado en su campaña anterior, y un fuerte huracán, entre Madeira y Azores, le partió el timón a su barco, La Belle Angélique, perdiendo la mayor parte de los mástiles, por lo que se dirigió al puerto de Santa Cruz para repararlo.

          Durante los cuatro meses que  duraron los trabajos, los naturalistas y dibujantes se dedicaron a recorrer la Isla,  llevando a cabo la primera relación científica de historia natural de las Islas Canarias; además, a petición de Nava y Grimón, redactaron el catálogo de plantas existentes en el Jardín de Aclimatación de La Orotava. Uno de estos naturalistas, André-Pierre Ledrú, escribe:

               "Santa Cruz, situada en una hondonada al pie de una pendiente rápida, tiene diez pequeñas calles que se extienden de este a oeste y cortan perpendicularmente las cuatro calles principales, amplias, limpias y muy aireadas que cruzan la ciudad de norte a sur. Su pavimento es bastante incómodo ya que está hecho con guijarros planos de lava negra, colocados de canto; sin embargo, los que forman las aceras parecen mosaicos.

                Se calcula que la ciudad tiene más de 300 casas de dos plantas, pintadas de blanco con la cal que se obtiene de las conchas. Se estima que la población es de 8.390 habitantes. Las únicas monedas que tienen curso legal son: las piastras o duros, los portugueses, y los cuádruplos de oro.

                Santa Cruz es el centro de las operaciones comerciales de las siete Islas y su puerto es el mejor y el más frecuentado; aquí reside el gobernador general de las siete Islas, los cónsules y otros agentes de los gobiernos extranjeros, un alcalde mayor o jefe de la administración de justicia, dos administradores de las rentas públicas de todo el Archipiélago, los miembros de la contaduría principal y del tribunal de comercio de las Indias y un subdelegado de la intendencia de marina. Sólo el obispo y el inquisidor general residen en Canaria."

          Cuando Napoleón Bonaparte le encomendó una nueva campaña científica al capitán Baudin, ahora por las costas australianas, volvió a hacer escala en Santa Cruz de Tenerife, donde estuvo del 2 al 13 de noviembre de 1800. A bordo de las corbetas Geografía y Naturalista, y la goleta La Casuarina, viajaban 251 personas, 14 de ellas científicos.

          Baudin, en su Diario de a bordo, escribió:

               "Regreso a Tenerife porque estoy muy agradecido de don José Carta, quién había tenido la amabilidad de prestarnos su observatorio o, mejor dicho, su casa entera. Nos atendió del modo más amable y cuya agradable compañía ha hecho que sintiéramos separarnos de él.

                También quedamos muy satisfechos del marqués de Nava, fundador del Jardín Botánico, situado en los alrededores de la Villa de La Orotava, y como muestra de agradecimiento le hemos traído plantas y semillas de París, por la amabilidad con la que nos había atendido en nuestra primera escala cuando nos dirigíamos a América para reunir la colección de plantas exóticas que hoy constituye una de las principales joyas del Museo de Historia Natural de París."

          Uno de los científicos que acompañaban al capitán Baudín, Bory de Saint-Vincent, botánico y zoólogo de la expedición, interesado por nuestra cultura, obtuvo información de los eruditos locales y compró libros de autores Canarios: Espinosa, Abreu Galindo, Viana, Núñez de la Peña, Viera y Clavijo. De su obra Viaje a las cuatro islas principales de África:

               "El clima caluroso de Santa Cruz ha obligado a construir amplias habitaciones con lo que se consigue  un ambiente fresco. La mayoría de las casas presentan la misma distribución. La entrada principal se compone de un zaguán cubierto, donde siempre existe mal olor, porque como es indecente orinar en las calles, los transeúntes a quienes apremia esta necesidad, entran sin ceremonia y hallan detrás de la puerta un pequeño sumidero para satisfacerla. (Un ejemplo a mano lo tienen en el edificio que hoy es sede del Consejo Consultivo en La Laguna).

                Toda la planta baja está rodeada por una galería dividida por columnas que sostienen a otra galería superior. En la baja se encuentran grandes cuartos y depósitos ,y, en el centro, hay un patio muy amplio con un depósito o aljibe para recoger las aguas de lluvia que luego se utilizan para los distintos usos domésticos.

                Las casas que están situadas cerca del mar, ofrecen un aspecto distinto. Las ventanas están protegidas por  postigos y las mujeres se ven privadas del placer de ver y, especialmente, del placer de ser vistas.

                Los armadores y gente de la mar, suele tener en las azoteas un mirador o belvedere con el fin de ser los primeros en comercializar las mercancías que llegan al muelle."

          Uno de los cinco dibujantes que formaban la expedición de Baudin, Jaques-Gérard Milbert, además de sus excepcionales dibujos y pinturas, en su obra Viaje pintoresco a la isla  de Tenerife, nos dejó estas interesantes noticias:

               "La plaza pública que se ve al entrar en la ciudad, está adornada con una hermosa fuente esculpida con mucho gusto. Consiste en una ancha pila de lava negra, sostenida por un pedestal adornado con el escudo de España. Después de formar una doble cascada, las aguas caen en una gran cuba, adornada con ricas palmetas. El excedente del consumo se traslada hasta el mar por medio de un canal.

                Cerca de esta fuente hay un gran obelisco de mármol blanco, coronado con una imagen que representa a la Virgen, que tiene al niño Jesús en sus brazos. Otras cuatro figuras, también de mármol blanco, están situadas en los cuatro ángulos; simbolizan unos reyes guanches coronados con laurel; en lugar de un cetro, cada una de estas figuras tiene el fémur de su antepasado más virtuoso. La altura total del obelisco es de unos treinta pies (9.15 m). Ha sido encargado y ejecutado en Génova. Este monumento quiere perpetuar una tradición relativa a un acontecimiento milagroso."

          La Real Sociedad de Londres también fomentó expediciones científicas para trazar cartografías, catalogar plantas y animales, estudiar la geología, el clima, la geografía y la historia de las zonas visitadas. 

          La expedición encomendada al marino, explorador y cartógrafo James Cook, se organizó con la misión de observar desde Tahiti el tránsito de Venus, un evento astronómico previsto para el 3 de junio de 1777, en el que Venus pasaba entre el Sol y La Tierra, produciendo un eclipse de  unas 6 horas de duración, que no volvería a repetirse en el siglo XVIII.  Gracias a esta experiencia se conoció el tamaño del Sol y la distancia entre la Tierra y el Sol.

          Cook hizo escala en Tenerife, de 1 al 4 de agosto de 1776, para abastecerse de animales vivos y alimentos frescos. A bordo del Endeavourviajaba un importante y novedoso material científico y un gran equipo humano, formado por: astrónomos, naturalistas, botánicos y dibujantes. En su Diario de Navegación, escribe:

               "En esta rada encontramos La Brújula, fragata francesa comandada por el Caballero Borda, dos bergantines de la misma nación, un tercer bergantín que venía de Londres y que iba al Senegal, y catorce navíos españoles.

                Uno de mis oficiales fue a saludar de mi parte al Gobernador y a solicitarle permiso para comprar agua, vino, bueyes jóvenes, cochinos, corderos, cabras y aves de corral, así como granos y paja para los animales. También encontramos frutas en abundancia y llevamos uvas, higos, peras, moras y melones. Las calabazas, cebollas, maíz  y batatas son de una calidad excelente y jamás las he encontrado que se conserven mejor en el mar."

          Las siguientes palabras del capitán Cook, van a ser un axioma a seguir por los capitanes ingleses que confiaban plenamente en las indicaciones de este experimentado marino:

               "La rada de Santa Cruz está bien abrigada, es amplia, y su fondo es de buen firme. El agua es muy buena y se obtiene con facilidad. (En el Caño de la aguada)  Por lo tanto, me ha parecido que los navíos que emprenden largos viajes deberían hacer escala en Tenerife antes que en Madeira."

          Con la finalidad de conseguir un alimento nutritivo y económico para el mantenimiento de los esclavos ingleses, el gobierno británico envió a William Blig, teniente de navío de la Marina Real Británica, de 33 años,  a buscar brotes del árbol del pan, planta que crecía en abundancia en Tahití, y transportarlos a las plantaciones existentes en sus colonias de las Antillas. El fruto del árbol de pan, antes de su maduración, se parece y sabe como el pan.

          La fragata La Bounty, con 44 tripulantes a bordo, hizo escala en Santa Cruz, del 4 al 10 de enero de 1788, para reparar los daños sufridos por un temporal a los pocos días de haber salido de Inglaterra, y de paso avituallarse de vino, frutas y agua. Se llevó 6 piedras de destilar -embudos de piedra- pues el barco era como un jardín flotante.

          Desde Tahití, con las bodegas llenas de plantas vivas, el 4 de abril de 1789 partieron rumbo al Caribe, pero, la mañana del 28 de abril, cuando estaban cerca de la isla de Tonga, 9 miembros de la tripulación, al mando del contramaestre Christian, se amotinaron y se apoderaron del barco. El capitán Bligh y 18 hombres de su confianza fueron abandonados a su suerte en un bote de 7,60 metros de eslora, en el que permanecieron 42 días en la mar, recorriendo 6.500 kilómetros hasta que llegaron a Timor, en Indonesia. Este episodio sirvió de fuente de inspiración para literatos y cineastas, dando lugar a la novela El motín de La Bounty y la película Rebelión a bordo.

          Del Diario de a bordo de William Bligh, entresacamos:

               "Fondeamos en la rada de Santa Cruz, donde existe un muelle, sólidamente construido de piedras volcánicas negras, muy duras, redondeado por su extremidad en forma de media luna, en cuyas troneras hay cuatro piezas de a dieciocho y tres de veinticuatro.

                Tuve el honor de que Su Excelencia  me mostrara el asilo, ellos lo llaman Hospicio  de San Carlos, en honor a su Rey Carlos III, con cabida para 120 niñas y otros tantos niños pobres que aparentaban tener un semblante alegre. En una estancia espaciosa, mujeres jóvenes, con una vestimenta decente y pulcra organizaban admirablemente sus ruecas y telares. Gracias a esta humana institución, un buen número de personas se vuelven útiles y laboriosas en un país donde los pobres, por la indulgencia del clima, son demasiados propensos a preferir una vida de inactividad."

          En el siglo XIX, Tenerife dejó de ser puerto de escala de las expediciones atlánticas para convertirse en puerto de destino de los científicos europeos, que emulando a sus colegas de los siglos anteriores, llegaban exclusivamente para estudiar la geología, la flora, la fauna y la etnografía y, por supuesto, dejarnos una interesante literatura de viajes, cálculos y mediciones.

          Alexander von Humboltd, geógrafo, explorador y escritor alemán, estuvo en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, del 19 al 25 de junio de 1799, en la corbeta Pizarro, cuando iba camino de América para investigar, con permiso del rey Carlos IV, en las posesiones del Imperio español. Le acompañaba Aimé Bonpland, joven botánico francés. Su obra Viaje a  las regiones equinocciales del Nuevo Continente, comienza:

               "En ese país delicioso del que han hablado con entusiasmo los viajeros de todas las naciones he encontrado sitios que, después de haber recorrido las riberas del Orinoco, las cordilleras del Perú y los hermosos valles de México, confieso no haber visto en ninguna parte un cuadro más variado, más atrayente, más armonioso, por la distribución de las masas de verdor y de las rocas."

          Sobre la prostitución en el Puerto de Santa Cruz, escribe:

               "Lo primero que atrajo nuestras miradas fue una mujer cenceña, atezada en extremo y mal vestida, a quien llamaban la Capitana. Seguíanla otras mujeres cuyo vestido no era más decente; y todas solicitaban con empeño el permiso de subir a bordo de la Pizarro, permiso que naturalmente no se les dió.

                La Capitana es una jefa escogida por sus compañeras, sobre las que ejerce una gran autoridad. Impide cuanto puede perjudicar el servicio de los bajeles; intima a los marineros a regresar a bordo a las horas que se les han señalado. Los oficiales se dirigen a ella cuando se abrigan temores de que alguna persona de la tripulación se ha ocultado para desertar."

          Sabino Berthelot, Secretario General de la Sociedad Geográfica de París, decidió venir a estudiar la naturaleza de Tenerife en 1828,  quedándose 10 años, tiempo en el que fue, entre otras cosas, Director del Jardín de Aclimatación de La Orotava y Profesor del Liceo Taoro.

          El destino quiso que ese verano de 1828, recolectando plantas en un barranco, conociera a Philip Barker Webb, botánico y aristócrata ingles, miembro de la Royal Society, que había hecho escala en Tenerife, en su camino hacía Brasil, país donde proyectaba elaborar su historia natural. La amistad entre ambos científicos, hizo que se quedara a vivir aquí, y  comenzaran a trabajar juntos.

          Con las experiencias y datos recogidos en estos 10 años, marcharon a París donde, en compañía de importantes zoólogos, botánicos y dibujantes, trabajaron durante 15 años, llevando a cabo el estudio científico más completo y extenso de la historia, la antropología, la geografía, la zoología y la botánica del Archipiélago: Historia Natural de las Islas Canarias.

          Obra publicada en nueve tomos y un atlas de gran formato que, en Canarias tuvo escasa difusión debido a su elevado coste; sin embargo, en el ámbito científico europeo tendría una amplia repercusión, lo que impulsaría a los naturalistas a desplazarse al Archipiélago. El primer tomo, Misceláneas Canarias, conforma una información rigurosa sobre la Etnografía y Anales de la Conquista. Los 70 dibujos que aparecen en la obra, realizados por  J.J. Williamns y Alfred Diston, son de un gran valor científico y pedagógico pues reflejan un rigor etnográfico y una fidelidad iconográfica que los convierte en verdaderos documentos del pasado.

          Berthelot, regresaría a Tenerife en 1847, ahora como Cónsul de su país. Durante todo este tiempo, mantuvo contacto con los viajeros naturalistas que visitaban las Islas y participó en la vida cultural y política insular. El Ayuntamiento de Santa Cruz le nombró hijo adoptivo. Cómo vivía en la calle de Las Flores núm. 1, compuesta en aquellos momentos por sólo 6 casas, a partir de 1990, esta calle pasaría a inmortalizar su nombre.

          Charles Darwin, biólogo inglés, con sólo 22 años de edad se enroló el barco de exploración Beagle, para emprender un viaje alrededor del mundo que duraría 5 años. En su Diario de un viaje de un naturalista alrededor del mundo, escribe:

               "El 16 de enero de 1832 llegamos al Puerto de Tenerife, donde no se nos permitió desembarcar pues el guarda de salud, un hombrecillo pálido, nos informó desde su barca que debíamos guardar una estricta cuarentena de 12 días por temor a que llevásemos a bordo el cólera morbo."

          De no haberse dado esa lamentable circunstancia, la Historia de la Ciencia hubiese contado con unas interesantes estudios realizados en Tenerife por aquel joven naturalista que posteriormente llegaría a elaborar la teoría de la selección natural o teoría de la evolución.

          Piazzi Smyth, astrónomo real del observatorio de Edimburgo, llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 8 de julio de 1856, en el Titania, un  yate propiedad de Robert Stephenson, miembro del parlamento inglés. Mientras el barco continuaba su ruta hasta el puerto de La Orotava, para descargar allí los pesados instrumentos -se necesitaron 27 mulas para llevarlos hasta el Teide-, el matrimonio -recién casados- recorrieron Santa Cruz, y al día siguiente se desplazaron hasta La Orotava, desde donde partirían, caminando para Las Cañadas.

               "En esta rada, la más abierta y expuesta de todas las que conozco, donde multitud de barcos se encuentran fondeados en sus cercanías, menudo espectáculo existe en su Muelle, donde tuvimos que hacer cuidadosamente nuestro camino entre la muchedumbre de hombres, mulos y fardos de mercancías de importación y exportación, mientras unos chiquillos, tan morenos como los granos de café tostados, se bañaban en alegres grupos.

                Con todas estas distraídas novedades, casi nos ensartan los cuernos de los bueyes que arrastraban unos pequeños trineos cargados de barriles, -corsas-, mientras que un camello, con tremendo balanceo, transportaba un gran piano a un lado y un pesado saco de azúcar al otro."

          Piazzi Smith, junto con su esposa y el capitán del barco,  permanecieron en el Teide, del 14 de julio al 14 de septiembre, llevo a cabo, durante estos dos meses, las primeras observaciones infrarrojas de la Luna, de los Planetas, estrellas dobles, luz zodiacal y de la radiación ultravioleta del Sol, a la vez que estudiaba la atmósfera y las variaciones de temperatura que provocaban los vientos alisios. Gracias a su labor, dos montes de la Luna llevan los nombres de Teide y Tenerife.

          Esta historia científica la conocemos porque a que Luís Cola Benítez, compañero de la Tertulia Amigos del 25 de Julio, le regalaron el libro, en su versión original en inglés, y lo puso en manos de Emilio Abad Ripoll, nuestro tertuliano versado, entre otras muchas cosas, en el idioma de Shakespeare, quién lo tradujo al castellano, no sin antes impregnarse del ambiente en el que había vivido el científico; es decir, revivir las bellas y exactas descripciones que el Astrónomo cuenta del amanecer desde Altavista o el atardecer desde la cumbre de Guajara, a la que llamaba “la amada del viento”.

          La obra, publicada en el 2002, recibió el titulo de Más cerca del Cielo. Tenerife, las experiencias de un Astrónomo.

          Es muy significativa la frase de Piazzi Smith cuando abandonaba Tenerife, mirando al Teide, desde la borda del Titania, dijo:

               "Por cuanto tiempo el mundo ilustrado retrasará la instalación allí de una estación que tanto promete para el mejor avance de la más sublime de todas las Ciencias."

          Estas palabras tardarían más de 100 años en hacerse realidad, pues el Observatorio de Izaña empezó a funcionar en 1964.

          A mediados del siglo XIX son muchos los viajeros que aquejados de enfermedades pulmonares, especialmente la tuberculosis y el asma, eligen Tenerife como lugar de curación y reposo; lo hacen influenciados por las recomendaciones de los médicos que ya habían estado en las Islas, realizando estudios sobre la influencia del clima, las condiciones atmosféricas y las características de los lugares para el tratamiento de las enfermedades respiratorias.

          William Wilde, padre del dramaturgo Oscar Wilde, llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 7 de noviembre de 1837, como médico del millonario y enfermo Mr. Robert William Meiklan, propietario  del The Crusader, un yate de 130 toneladas. Procedían de Madeira, y después de realizar un análisis comparativo de las condiciones climáticas de las dos islas, considera que Tenerife es el lugar ideal para establecer un centro médico-turístico para que los enfermos europeos puedan remediarse de la tan añorada salud. Se le atribuyen varios hijos ilegítimos porque le gustaban mucho las mujeres canarias.

          De su obra Narración de un viaje a Tenerife, entresacamos:

               "La gente de Tenerife, especialmente la de Santa Cruz, es bien parecida. Las mujeres son las más guapas que he visto desde que abandoné Inglaterra. Todas llevan mantilla, elegantemente adornada con un ancho ribete de raso y rosetones en las esquinas que les caen por delante. Sin embargo, este efecto elegante queda bastante estropeado porque llevan un sombrero, negro o blanco, adornados con cintas de diversos colores. Generalmente son altas y maravillosamente formadas.

                Los hombres son de una especie hermosa y robusta. Todos van envueltos en una capa singular, que, ni más ni menos, es una buena manta, con una cinta en lo alto para atársela al cuello. Esta primitiva prenda de vestir parece tan vieja como los guanches."

           En plenitud de la era victoriana (1850-1875), la aventura de viajar que hasta entonces había sido exclusiva de los hombres, comienzan a protagonizarla las mujeres inglesas de clase media y alta, iniciando de esta manera su propia revolución socio-cultural.

          Estas trotamundos, arrastraban con ellas su cuaderno de notas, su pincel o su cámara fotográfica. Iban ataviadas con pantalones, lo que hacía que el pueblo tinerfeño las mirara con curiosidad, timidez y extrañeza. Su estancia en Tenerife fue muy importante para la historiografía canaria pues la percepción del viaje que reflejan sus textos y sus cuadros nos dan una información bastante peculiar de la realidad socio-cultural y etnográfica del Archipiélago.

          Elizabeth Murray, llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 23 de agosto de 1850, en el vapor de guerra español Hibernia, acompañada de su esposo, Henry John Murray, cónsul de Inglaterra en Canarias hasta 1860. Desde su llegada participaba con sus obras en las exposiciones pictóricas de la Academia de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, por lo que era una mujer muy querida en la Isla, hasta que empezó a escribir en el periódico El Eco del Comercio. Según iban apareciendo sus artículos, su fama se desvanecía, puesto que en ellos ridiculizaba al pueblo canario; tanto, que el general Ravenet le prohibió publicarlos por considerar que contenían falsedades, frivolidades y sandeces.

          En su obra Dieciseis años de la vida de una artista en las Islas Canarias, leemos:

               "El extranjero que ve por primera vez la población de Santa Cruz y de sus alrededores, experimenta tanto asombro como asco. No sabe que le debe afligir más, si el cuadro de la degradación de la especie humana o el descuido verdaderamente culpable del gobierno.

                Por todas partes, y en todos los barrios de la ciudad, te encuentras con una infinidad de mendigos y harapientos, casi desnudos, que muestran a los ojos de los transeúntes las llagas y úlceras, verdaderas o simuladas, y cuya curación demoran a propósito.

                Los niños corren por las calles sin ninguna clase de vestido; sus cuerpos, lívidos y demacrados, son de una suciedad escandalosa; toda esta chusma, enemiga del trabajo, no piensa en conseguir buena posición; pasa la noche acostada en los bancos, se contenta con una pequeña limosna o con algunos desechos de comida.

                Los frailes y las órdenes mendicantes son muy numerosas y parecen gozar entre el pueblo de una gran consideración. ¿Cómo es que ellos no invitan a estos desgraciados a buscar en el trabajo los medios para salir de esa degradación?"

          Marianne North, naturalista y pintora de plantas, estuvo en Tenerife del 13 de enero al 29 de abril de 1875, buscando el clima templado que no encontraba en el invierno londinense. Durante su estancia residió en Sitio Litre, en el Puerto de La Cruz. En el jardín de este hotel-finca, aprendió a distinguir cada una de las plantas endémicas de Canarias, y sus conocimientos sobre taxonomía e identificación fueron muy importantes para la Botánica. Cuatro especies vegetales llevan su nombre.

          En el Real Jardín Botánico de Kew, en el sudoeste de Londres, en la galería que lleva su nombre, se exponen los 832 cuadros que Marianne North pintó en sus viajes por los 5 continentes; de ellos, 27 oleos conforman un bello rincón tinerfeño.

          Annie Brassei, botánica, casada con el millonario Thomas Brassei, barón de Bulkeley, con el que se dedicó a viajar por todo el mundo estudiando in situ la naturaleza, abordo de su lujoso yate The Sumbeam, llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, en julio de 1876, acompañada de su esposo y sus cinco hijos -cuatro niñas y un varón-. Durante 4 días, visitaron y estudiaron la flora de la Isla.

          A los diez años de haber estado en Tenerife, cuando viajaban hacia Australia, una enfermedad produjo su fallecimiento en alta mar, siendo su cuerpo arrojado al océano. En su obra El viaje en el Sumbeam, nuestro hogar en el océano, dice:

               "Santa Cruz posee un teatro de buenas proporciones, con capacidad para unas mil personas, en el que se pueden escuchar buenas compañías de ópera y zarzuela. Una Sociedad Filarmónica que ofrece conciertos de música vocal o instrumental. Una Sociedad literaria que organiza conferencias. Un Círculo que ofrece brillantes reuniones de toda índole. Un Casino donde se da cita una sociedad interesante. Un Club que se ocupa de todos los deportes náuticos.

                Aquella noche, la Sociedad Filarmónica de Santa Cruz daba un concierto en la Alameda, frente al hotel. Los músicos con instrumentos de cuerda, interpretaron extraordinariamente bien algunos valses de Strauss y los Cantos Canarios de Teobaldo Power, un compositor local. Me han dicho que a los conciertos que se dan antes de comenzar la temporada de calor asiste público de mejor clase social pues, en estos meses, los ciudadanos más ricos no residen en Santa Cruz sino que se han trasladado a sus casas de campo en La Laguna y otros lugares."

          Olivia Stone, irlandesa, arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 5 de septiembre de 1883, a bordo del vapor Panamá, acompañada de su esposo, fotógrafo de profesión. Durante 5 meses recorrieron el Archipiélago, deteniéndose en todos los pueblos y caseríos para dialogar con la gente y obtener autenticidad en sus relatos.

          Su obra Tenerife y sus seis satélites, publicada en Londres en 1887, fue una perfecta guía propagandista para Tenerife, no sólo por la narración, sino por la cantidad de fotografías que contiene. En ella leemos:

               "A través de la plaza de La Candelaria llegamos a la iglesia de la Concepción, enclavada en una zona pobre de la ciudad, cerca del barranco. A esta iglesia acuden más ingleses que a cualquier otra de las Islas Canarias. El motivo es que allí se guardan las banderas de Nelson.

                La isla de Tenerife y la ciudad de Santa Cruz se enorgullecen del honor de haber derrotado al invencible Nelson, causándole la pérdida de un brazo. Es verdad. El mismo Nelson, en una carta al gobernador de la ciudad firmando por primera vez con su mano izquierda, reconoce la valentía de los habitantes y su cortesía posteriormente demostrada.

                Las banderas, sin embargo, el punto que más nos duele a nosotros y que les encanta a ellos, no fueron tomadas sino halladas. Se encuentran cuidadosamente guardadas en dos largas vitrinas, en una capilla lateral de la iglesia, en un rincón oscuro que casi no se pueden ver."

          A finales del siglo XIX, cuando los europeos instruidos empiezan a leer los libros escritos por todos estos visitantes y se enteran de las peculiaridades que encierran nuestras Islas, comienzan a llegar viajeros que necesitaban que alguien les preparara la ruta a seguir, aparecen entonces las Guías de Forasteros.

          El autor de la primera Guía de Forasteros fue Alfred Samler Brown, en 1880. Este inglés, muy querido y respetado en Tenerife, después de haberse curado de su enfermedad broncopulmonar,  se quedó a vivir en el Puerto de La Cruz. Su guía era un manual sencillo para los visitantes pues, a la vez que trataba la historia del Archipiélago, recomendaba  excursiones, transportes, alojamientos, etc. De esta guía llegaron a hacerse 14 ediciones.

               "Santa Cruz cuenta con tres inmuebles para hospedarse: el Hotel Inglés, en la calle Comenge nº 11 (San Francisco); la Fonda Francesa, en la plaza de La Constitución (La Candelaria), la preferida por su buena comida y su menor precio; la Fonda Española, en la plaza de la Constitución."

          Otro inglés, George Grahan-Toler, llegó a Tenerife, en 1889, con la esperanza de restablecerse de su enfermedad pulmonar, tenía 39 años. Conocedor de las duras condiciones climatológicas para pernoctar en el Teide, donde para curarse, levantó y financió un edificio de piedra, conocido como Refugio de Altavista, a 3.270 metros de altitud, el 30 de mayo de 1926 se lo donó al Ayuntamiento de La Orotava, para que los viajeros que suben hasta el Pico, pernocten en él antes de la última etapa.

          Mejorado de sus problemas respiratorios y en compañía de un arriero, en cuya mula cargaba su aparatosa máquina fotográfica y su singular caseta de campaña, recorrió toda la Isla realizando 94 positivos en papel y 36 negativos en placas de cristal, con las que se hicieron las primeras tarjetas postales de la Isla, una  original promoción turística de Tenerife.

          Para terminar, permítanme que en honor del Real Casino de Tenerife, que tan gratamente nos ha acogido en estas conferencias, les cuente lo que dos viajeros ilustres escribieron sobre sus instalaciones.

          Víctor Jacquemont, naturalista y explorador, nacido en París, soltero de 27 años,  hizo escala en Santa Cruz de Tenerife el 13 de septiembre de 1828, a bordo de La Zélée, en su viaje a la India, donde iba a recolectar  plantas para el Real jardín botánico de la isla de Haiti. En reconocimiento a su extraordinaria labor, en una de las galerías del Museo de Historia Natural de París se alza un busto suyo. En la carta que desde Santa Cruz le dirige a su padre, le dice, entre otras cosas:

               "Santa Cruz tiene  un Casino famoso por sus bailes, al que anoche tuve el honor de ser invitado y donde bailé una contradanza francesa con una encantadora tinerfeña que hablaba francés e inglés. Esta noche repetiré pues toda la ciudad estará allí.

                Si tengo que hacer algún reproche a las bellas mujeres tinerfeñas, es el haber sustituido, para las fiestas y bailes de gala, su traje típico tan pintoresco, por las modas de París, ya que de ese modo han perdido gran parte de su atractivo natural."

          Benito Pérez Galdós, en su novela corta Nueve horas en Santa Cruz de Tenerife, nos cuenta que, en septiembre de 1859, cuando tenía 21 años, en la escala que el vapor correo Hibernia realizó en nuestro Puerto, procedente del puerto de La Luz, en su ruta hacia la Península.

              "Acompañado de varios amigos, nos bajamos del vapor con el fin de almorzar en una Fonda, en la calle Comenge nº 11 (San Francisco), que regentaba un inglés llamado Robertson, quién nos dio de comer: huevos, pescado, carne y vino, y de postre fruta; después de quedar muy satisfechos, pregunté a mis  compañeros, ¿Adonde vamos?  porque no pensarán en pasar estas cuantas horas mano sobre mano. No, no, contestaron unánimemente, a la calle. El uno se fue de visitas, el otro a comprar baratijas, aquel a ver a sus amigos, y yo me dirigí al Casino de Santa Cruz a leer el periódico y tomar un buen café, y de allí, a dar un paseo, y luego, a la lancha que me llevó hasta el barco."

          Tenerife fue la última tierra canaria que pisó Galdós, pues jamás volvería a regresar a las Islas.

          La Tertulia Amigos del 25 de Julio, tiene el visto bueno del Presidente de la Autoridad Portuaria para instalar un gran panel en la entrada del Muelle, cuando las obras lo permitan, para que los cruceristas que nos visitan tengan conocimiento de la importancia que el Puerto de Santa Cruz de Tenerife ha tenido en la Historiografía Canaria, puesto que en él figuraran los nombres de los Viajeros Ilustres que acabamos de ver, y muchos más, con su nacionalidad, especialidad y fecha en la que estuvieron en Tenerife.

          Gracias a todos por vuestra atención.

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