Las milicias canarias y el pueblo de Tenerife, claves en la derrota de Nelson.

Por María Teresa Fernández de Vega Ravina  (Publicado en El Día el 10 de mayo de 1997).

 

          Sin pretender restar méritos a cuantas personas del estamento militar, con y sin graduación, se entregaron con valor y arrojo a defender esta Plaza en la madrugada del 25 de julio de 1797, quiero, con este pequeño trabajo, expresar igualmente mi gratitud y reconocimiento a aquellos valerosos y anónimos hombres del pueblo, unos luchando dentro del cuerpo de las Milicias Canarias, y otros como simples y vulgares ciudadanos de a pie, a quienes muchos historiadores e investigadores han olvidado a la hora de relatar la brava defensa que hizo Tenerife entero, cuando las campanas de nuestras iglesias tocaron a arrebato y los cañones de uno y otro bando, con sus ensordecedores ruidos, alertaron inequívocamente a toda la población.

          “Aunque Santa Cruz era el único puerto de las Canarias que contaba con medios de defensa y con mayor número de elementos militares, es indudable que todos los isleños contribuyeron en la medida de sus fuerzas a rechazar la invasión… El recuerdo de tan brillantes jornadas será siempre un timbre de gloria para aquel pueblo y para todos los habitantes del Archipiélago”, escribió Agustín Millares Torres en su Historia General de las Islas Canarias.

          Prestas cuando se las llamó, y valerosas en la lucha, estuvieron las Milicias de Abona, Güimar, Aguere, Taoro y Daute. Todas con las que contaba la Isla.

          A juicio de D. Bernardo Cólogan Fallon, valiente defensor de la Plaza, que se encontraba aquella madrugada ocupado en auxilio del muelle con los milicianos del vivac del Castillo de San Cristóbal, consideró la defensa de este punto del frente como decisiva para el desenlace de la lucha: “…pues por allí hubieran entrado los Nelson, los Bowen y otros jefes, cuya reunión hubiera sido temible”. Añade el historiador, Sr. Guimerá Ravina, (Anuario de Estudios Atlánticos, núm. 27) que: “Con ello sale al paso (se refiere al manuscrito de Cólogan), del excesivo papel que los propios artilleros se habían concedido en la obtención de la victoria”, añadiendo en nota a pie de página: “Los milicianos disputaron duramente a los ingleses su paso al muelle, a pesar de la escasez de medios en que se hallaban: no había fusiles para todos y ni siquiera suficientes rozaderas, llegando a utilizar piedras en la lucha, a falta de otros proyectiles más apropiados”.

          Vemos igualmente el importante papel que jugaron las Milicias, cuando el Marqués de la Fuente de Las Palmas, encaramado en el Risco de la Altura, pide ayuda con el fin de impedir el paso de los ingleses que habían desembarcado por las playas del Bufadero: “Se mandaron 50 hombres del batallón de infantería y cuatro piezas de campaña con sus montajes y municiones, que fueron subidas con la mayor intrepidez y presteza por 20 milicianos de La Laguna animados y dirigidos por Florencio González, cabo del mismo cuerpo”, añadiendo posteriormente: “Nuestras milicias, entre tanto, acosaban con guerrillas a los enemigos dispersos de la primera columna hasta obligarles a reunirse en las plazuelas de la Iglesia y del convento de Santo Domingo.” (A. Rumeu de Armas en Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias, tomo III).

          De los 25 muertos que hubo en nuestro bando, 1 era teniente coronel de La Laguna; 1 subteniente de Garachico; 14 soldados canarios (distintas islas y lugares), 2 franceses y 1 asturiano; 5 paisanos canarios y 1 irlandés, dato que nos viene a reconfirmar la valiosísima ayuda que en tan memorable fecha prestó el pueblo de Tenerife a la defensa de su patria chica.

          Al no haberse erigido, pese al tiempo transcurrido, un monumento a estos silenciados  héroes canarios, me consuelo aplicándoles  aquello que para los primitivos habitantes de esta isla les cantó D. Manuel de Ossuna y Saviñón: “…ellos, al manifestar sus virtudes, grabaron sus nombres en los pechos sensibles con más duración que en mármoles y bronces…”.

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